26 dic 2008

Obama

Obama: ¿cambio de rumbo/Fawaz A. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson de Oriente Medio, Sarah Lawrence College, Nueva York. Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia
Publicado en LA VANGUARDIA, 23 y 26 /12/08;
Aunque ahora conocemos a los principales responsables del equipo de Obama encargado de la seguridad nacional, no conocemos aún sus prioridades en política exterior. Al decidirse por un equipo de centroderecha, el presidente electo envía múltiples mensajes tanto a su propia casa como al extranjero. Una vez situadas figuras propias del establishment al frente de la seguridad nacional, resulta improbable que se produzcan experimentos radicales o un cambio paradigmático de la política exterior estadounidense.
Estados Unidos volverá a utilizar la brújula del realismo que guió sus relaciones internacionales desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el 11-S del 2001: vuelta a la razón de Estado y el poder de persuasión con énfasis simbólico en los derechos humanos y el imperio de la ley y el derecho.
La política exterior de Obama será una prolongación de la política de la Administración Clinton.
La ironía del caso radica en que el candidato presidencial cuyos lemas de campaña aludieron a un “cambio esencial” se ha rodeado de consejeros y asesores que tienen por lema la continuidad.
Obama es demasiado inteligente y políticamente astuto como para no advertir la tensión existente entre las promesas que hizo durante la campaña de las elecciones presidenciales y el carácter conservador de su equipo económico y de seguridad nacional. En una reciente conferencia de prensa, el presidente electo defendió sus decisiones diciendo que izará la bandera del cambio en la Casa Blanca y será su motor y guía.
“Entiendan - puntualizó Barack Obama a los periodistas-de dónde procede principalmente la visión del cambio. Procede de mí. Este es mi trabajo, aportar una visión de adónde vamos y asegurar, acto seguido, que mi equipo la pone en práctica”.
En otra conferencia de prensa en la que presentó a su antigua rival en la campaña electoral, Hillary Clinton, como secretaria de Estado y dio cuenta de su decisión de mantener en el cargo a Robert Gates como secretario de Defensa y nombrar al general de la Armada retirado James Jones consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el presidente electo trató de tranquilizar a algunos de sus seguidores más fervorosamente progresistas. “Entiendan - recalcó Obama-, yo marcaré como presidente el rumbo político. Seré el responsable de la visión que este equipo ponga en práctica y confío en que así proceda una vez adoptadas las decisiones”.
Obama tiene razón. Como presidente, su responsabilidad fundamental se cifra en aportar visión y guía a su gobierno y administración, aunque topará con opciones políticas presentadas por los secretarios de Estado, Defensa y Tesoro y el consejero de Seguridad Nacional.
El peligro estriba en que la visión de Obama se diluya entre intereses rivales en el seno de su equipo.
La crisis de Oriente Medio es el ámbito en el que la visión de Obama podría representar una diferencia crucial en el empeño de restablecer el poder y el prestigio de Estados Unidos. Pero ¿será realmente innovador Obama, contribuyendo al logro de un amplio acuerdo árabe-israelí y rompiendo la barrera psicológica entre musulmanes y judíos y musulmanes y occidentales? O, por el contrario, ¿se centrará en los acuciantes retos que Estados Unidos afronta actualmente en Iraq, Afganistán, Pakistán e Irán?
Para el presidente electo, Iraq es importante por razones de orden simbólico y personal (se opuso a la guerra y durante la campaña presidencial prometió varias veces retirar la mayoría de las tropas estadounidenses en un plazo de 16 meses) y por necesidades de tipo económico. Estados Unidos gasta alrededor de 148.000 millones de dólares anualmente en Iraq, una suma asombrosa tratándose de una economía abrumada por la recesión que busca fondos con urgencia para financiar sus grandes proyectos de recuperación económica y pagar el gasto creciente del conflicto afgano-pakistaní.
Sin embargo, acabar con la misión militar estadounidense en Iraq no modificará de modo espectacular el panorama de la región ni solucionará los aprietos que arrostra la seguridad de Estados Unidos en el mundo islámico.
De forma similar, volver atrás en materia de un compromiso más activo en Afganistán es una senda erizada de peligros. Como descubrieron con retraso grandes potencias, Afganistán es una trampa mortal que frustró sus aspiraciones imperiales y abocó al declive. Estados Unidos, en definitiva, debe disminuir el nivel de su compromiso militar y apoyarse en una fórmula de alcance regional para estabilizar este país desgarrado por la guerra. Diversas declaraciones del equipo de seguridad nacional de Obama reconocen que no existe solución militar en Afganistán ni en Pakistán, como los responsables del Pentágono reconocen actualmente.
¿En dónde puede radicar el talante innovador de Obama con respecto al mundo musulmán? ¿Cómo puede propinar un KO a Al Qaeda y al extremismo en general reforzando al tiempo las fuerzas moderadas y progresistas en la región?
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El cambio de rumbo, en el caso de Obama, entraña la inversión de su considerable capital político en el logro de un acuerdo de paz árabe-israelí. No se trata de hacerse ilusiones o de ejecutar una pirueta académica. Según se ha informado, los asesores con más experiencia de Obama - entre ellos, Dennis Ross, antiguo enviado para Oriente Medio durante los mandatos de Clinton y Bush; Daniel Kurtzer, antiguo embajador de Estados Unidos en Israel y Egipto, y Zbigniew Brzezinski, antiguo consejero de Seguridad Nacional-le han apuntado que es el momento oportuno para negociar un audaz acuerdo de paz entre árabes e israelíes en los primeros seis a doce meses de su mandato, mientras pueda beneficiarse de una actitud más benevolente.
Frente a los catastrofistas y pesimistas, puede producirse un avance importante en la crisis centenaria de Oriente Medio.
Parece que se ha abierto paso un cierto consenso tanto en el mundo árabe como en Israel en el sentido de que será más viable y duradero un acuerdo general de paz que acuerdos bilaterales.
Los dirigentes de ambas partes evocan el plan de paz árabe propuesto por Arabia Saudí en el 2002 y aprobado por la Liga Árabe,que implica el reconocimiento de Israel por parte del mundo árabe a cambio de su retirada a las fronteras anteriores a 1967. Los sondeos de opinión en Israel y Palestina indican que una mayoría de israelíes y palestinos es favorable a un acuerdo basado en una solución de dos estados.
Apoyada por todos los gobiernos árabes, incluso los llamados “del rechazo” (Siria, Libia y Sudán), la fórmula de “paz por territorios” ha contado recientemente con la conformidad de Tzipi Livni, ministra de Asuntos Exteriores de Israel y líder del partido Kadima, así como la del primer ministro saliente, Ehud Olmert. En una conferencia de las Naciones Unidas bajo patrocinio saudí sobre la reconciliación religiosa, celebrada en Nueva York el pasado noviembre, el presidente Shimon Peres elogió públicamente al rey Abdulah de Arabia Saudí, que promovió la iniciativa de paz árabe y se esforzó por alcanzar su aprobación oficial en la cumbre árabe celebrada en Beirut el 2000.
Ante casi 50 jefes de Estado y otros líderes mundiales, Peres dijo al rey Abdulah: “Deseo que su voz se convierta en la voz predominante de toda la región y de sus habitantes”. Las declaraciones de Peres, que obtuvieron amplio eco en los medios de comunicación árabe-musulmanes e israelíes, propiciaron un gran debate sobre las condiciones de un acuerdo de paz general árabe-israelí.
Israel, en particular, se halla sumido en un gran debate sobre sus relaciones con el mundo árabe. El mes pasado, 500 ex generales, diplomáticos y veteranos de los servicios de seguridad israelíes lanzaron una campaña para vender el plan de paz árabe a la sociedad israelí. En un anuncio de página entera en la prensa israelí, sus 500 promotores, encabezados por el general de división retirado Danny Rothschild, instaban a sus conciudadanos a “no desperdiciar la ocasión histórica que ofrece el mundo árabe moderado”.
En sus primeros siete años en el poder, la Administración Bush desatendió el proceso de paz y consumió su precioso capital político en la llamada guerra global contra el terrorismo y el fomento de la democracia en tierras del islam. Obama ha prometido modificar todo esto. A la mañana siguiente de remachar la nominación demócrata, el presidente electo manifestó ante una nutrida audiencia del comité de asuntos públicos EE. UU.-Israel (favorable a la óptica del partido Likud) imbuida, en cierto modo, de escepticismo: “Como presidente, trabajaré para ayudar a Israel a alcanzar el objetivo de dos estados, un Estado judío de Israel y un Estado palestino, que convivan en paz y seguridad. Yno esperaré hasta el fin de mi presidencia”.
Hillary Clinton siguió en su subida al podio al hombre que la había derrotado, insistiendo en los mismos temas. Aunque el nombramiento de Clinton para el cargo de mayor responsabilidad diplomática atenuó el optimismo existente en el mundo árabe sobre las perspectivas de paz, los puntos de vista de Clinton son casi idénticos a los del presidente electo. Será una negociadora eficaz y respetada en el extranjero y venderá en casa el programa de política exterior del presidente.
Según se ha informado, Obama en su visita a Israel y Palestina preguntó a Mahmud Abas y a los líderes israelíes sobre las perspectivas de la iniciativa de paz árabe. Según The Sunday Times londinense, Obama dijo a Abas que “los israelíes estarían locos si no aceptaran esta iniciativa, que les daría paz con el mundo musulmán desde Indonesia hasta Marruecos”.
Ross y Kurtzer, experimentados asesores de Obama que le acompañaron en su visita a Oriente Medio, han elevado al presidente documentos escritos sobre la urgencia de impulsar una iniciativa inmediata para solucionar el conflicto árabe-israelí.
Sólo le resta Obama proceder en consecuencia siguiendo su consejo.
Asimismo, un grupo de pesos pesados en política exterior de ambos partidos apremió al presidente electo a dar preferencia a la iniciativa árabe inmediatamente después de su victoria electoral. Entre ellos se contaban Lee Hamilton, ex copresidente del grupo de estudio sobre Iraq; Brent Scowcroft, ex consejero republicano de Seguridad Nacional, y el citado Brzezinski. Scowcroft dijo que un pronto inicio del proceso de paz representaría “una manera de modificar psicológicamente el ánimo en la región”, el área más difícil y conflictiva del mundo.
Europa también insta a proceder con celeridad, advirtiendo que se acerca la hora en que la solución basada en dos estados ya no sea posible. La UE de 27 miembros ha elaborado un documento en el que hace un llamamiento a Obama para que preste pronta atención al conflicto, al tiempo que se ofrece a desempeñar un papel estabilizador. Tony Blair, el ex primer ministro británico, ha expresado su esperanza de que la Administración Obama presione enérgica e inmediatamente a favor de un progreso en las negociaciones palestino-israelíes. Blair, el enviado internacional para Oriente Medio, indicó al Consejo de Relaciones Exteriores reunido en Nueva York a principios de diciembre que era el momento de dar un nuevo empujón a favor del proceso de paz. Mucho dependerá de lo que haga Obama, dijo Blair. En su opinión, la cuestión clave - de la que está pendiente la gente-es la siguiente: “¿Se impulsará el proceso con la necesaria urgencia y resolución? Tengo plena confianza en ello”. De hecho, Obama debería presionar inmediatamente a favor de un amplio acuerdo de paz árabe-israelí susceptible de transformar la política árabe y musulmana y las relaciones de Estados Unidos con esta parte del mundo.
Para numerosos árabes y musulmanes, la penosa situación de los palestinos constituye una cuestión de identidad, no sólo política. Es una herida sangrante, de huellas psicológicas, que ha radicalizado y militarizado la política árabe. De Naser a Bin Laden, Palestina ha sido un clamor a favor de una causa.
A Israel se le ve como una fortaleza occidental en el corazón del islam, y su ocupación de tierras musulmanas constituye un recordatorio constante de la dominación y yugo europeo y, actualmente, estadounidense de árabes y musulmanes. A Estados Unidos, en particular, se le considera responsable de permitir que Israel oprima y humille a los palestinos. Crecientes sentimientos antiamericanos son resultado de la hostilidad árabe-israelí siempre a punto de estallar.
Los riesgos de una iniciativa de Obama merecen la pena por las posibles compensaciones. Una solución negociada del conflicto con ayuda de la mediación estadounidense remacharía el último clavo sobre el ataúd de Al Qaeda y la militancia islamista en general. Favorecería el compromiso político de Estados Unidos en relación con Irán y su decisión de hallar una fórmula de alcance regional para estabilizar Afganistán y afrontar el creciente extremismo político en Pakistán.
Obama podría, incluso, pasar a la historia como el hombre que llevó la paz a Tierra Santa.

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