18 ene 2010

Un mal samaritano

Monseñor Munilla, un mal samaritano/Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de La teología de la liberación
Publicado en EL PERIÓDICO, 18/01/10;
Haití, el país más pobre de América Latina y uno de los más pobres del mundo, ha sufrido un terremoto que ha causado decenas de miles de muertos y cientos de miles de damnificados. Las muestras de solidaridad llegadas desde todos los rincones del mudo no se han hecho esperar. Ha habido, sin embargo, una excepción: monseñor José Ignacio Munilla, recién nombrado obispo de San Sebastián, quien en una entrevista en la Cadena SER osó afirmar que existen males mayores que los que ha vivido en su propia carne la población haitiana. «Debemos llorar por nosotros, por nuestra pobre vida espiritual y por nuestra concepción materialista de la vida».
Hasta ahora monseñor Munilla se había revelado como obispo conservador, más aún, como militante del integrismo, en sintonía con el proyecto restaurador de Benedicto XVI y con el apoyo de la mayoría del episcopado español. Como he tenido oportunidad de expresar públicamente en reiteradas ocasiones desde su elección como obispo de San Sebastián, no comparto esos planteamientos, que están en las antípodas del concilio Vaticano II. Pero los respeto y reconozco su derecho a expresarlos en público, como viene haciendo a través de los medios de comunicación.
Lo que me parece intolerable y no puede justificarse apelando a la libertad de expresión es la acusación de cómplices en el asesinato de inocentes que ha hecho a los parlamentarios españoles que han votado a favor de la ley de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo. Me parece un lenguaje condenatorio e insultante impropio de un obispo que debe demostrar respeto por la libertad de conciencia de los parlamentarios españoles como ciudadanos libres y como representantes de la voluntad popular. Son declaraciones de juzgado de guardia. ¿Cómo puede quedar impune llamar cómplices en el asesinato a personas que están ejerciendo el derecho y la obligación de elaborar leyes desde una ética laica, como corresponde a una sociedad democrática y a un Estado de derecho, y no desde una concepción religiosa? Los obispos deberían ser más cuidadosos con el lenguaje, como corresponde al ejercicio de sus funciones religiosas conforme al espíritu evangélico. Me gustaría recordar que los obispos no tienen inmunidad parlamentaria y que sus excesos verbales, sobre todo cuando atentan contra la honorabilidad y la dignidad de los representantes públicos, pueden llegar a ser delictivos y punibles.
Pero donde monseñor Munilla ha traspasado todos los límites y ha demostrado su nula estatura moral ha sido en las declaraciones de la Cadena SER antes citadas. Son de las más escandalosas que nunca hubiera esperado escuchar. Pero no, no las he soñado ni las he inventado. Las he escuchado yo, las han escuchado cientos de miles de oyentes. Él las ha pronunciado en una emisión perfectamente audible. Y no se diga que han sido trucadas o sacadas de contexto. Son ipsissima verba Munilla. El contexto no es otro que una pregunta teológica de Gemma Nierga, directora del programa La ventana, ante la que hubiéramos esperado una respuesta igualmente teológica de identificación con las víctimas, de compartir su dolor y ponerse en su lugar. Esa es la verdadera compasión. Pero de la abundancia del corazón habla la boca.
Estas afirmaciones revelan insensibilidad ante la suerte de cientos de miles de personas que han perdido la vida, están atrapadas entre los escombros o han quedado físicamente imposibilitadas o psíquicamente destrozadas. Demuestran insolidaridad con los supervivientes y falta de humanidad ante el sufrimiento ajeno. Al decir que todavía peor que el terremoto es nuestra pobre situación espiritual y que por eso hemos de llorar, monseñor Munilla se refugia en un espiritualismo desencarnado y sin entrañas de misericordia y renuncia a la actitud de compasión con las víctimas, que es un principio moral de las religiones, un imperativo ético y un sentimiento religioso universal.
Luego ha intentado aclarar sus declaraciones acusando a los medios de comunicación de tergiversarlas y afirmando que «el mal que sufren esos inocentes no tiene la última palabra, Dios ha prometido la felicidad eterna». ¡Pobre y evasivo consuelo! Qué poco se valora la vida humana. Las aclaraciones ratifican las declaraciones anteriores. Pero la respuesta a Munilla no se ha hecho esperar, y ha venido del misionero claretiano Héctor Cuadrado desde Haití: «Sin vida no hay religión, ni fe ni invocación a ningún Trascendente».
Monseñor Munilla se ha comportado como el sacerdote y el levita del Evangelio, que pasaron de largo ante la persona malherida, y no como el buen samaritano, que la atiende, le cura las heridas, la sube a su cabalgadura y la lleva al hospital, haciéndose cargo de los gastos del tratamiento sanitario. Se ha comportado como un mal samaritano. ¿Cómo va a atreverse a leer dicha parábola en la misa sin que se le caiga la cara de vergüenza?

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