Carnal
fuego amoroso
Amor,
primera forma de vivir, escucha:
¿eres
tú la tristeza que enciende mi destino,
o
acaso sólo existes desde un ser que sonríe
mientras
tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?
Yo
no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar,
no
sé siquiera si alguna vez
tus
vigentes, iniciadas, estremecidas manos
tejieron
en mi piel su táctil alegría.
Un
día -lo recuerdo lo mismo
que
si ahora en mi pecho me llegara el instante-,
creyó
mi corazón que tú lo restañabas,
que
tú te debatías dentro ya de mi cuerpo,
doblándome
la carne, derrotándola en dichas,
contra
la humana tierra de un país hermosísimo.
Pero
escúchame, amor, carnal fuego armonioso,
escúchame
no quieto, no tendido a mis plantas,
sino
allí donde reinas, donde en vuelo dominas,
¿
eras tú quien entonces refulgía en mi boca
desde
otro ser que, amante, me centraba en el gozo?
Oh,
no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme,
porque
aquello que el hombre más quisiera saber
responde
siempre mudo dentro de su belleza.
Pero
yo sí respiro los aires que tú sorbes;
sé
que eres un pájaro que entre nubes desciende
hasta
el lumbror premioso de los trinos,
o
tal vez esta rosa familiar, llameante,
que
derrama en sus pétalos tanta gloria de savias.
Estás
allí, lo sé, bajo la tarde núbil,
bajo
la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen,
en
los vientos que marchan y regresan un día
trayendo
el mismo aroma virginal de las cumbres.
Y
aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra,
también
es tu presencia la que late,
también
es tu ternura, tu flagrante dominio,
el
que enflora de vida los pechos que te ignoran.
Tú
eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña
al
gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan,
que,
temblando, se aman bajo copiosos árboles
en
cuya fronda un trino se extasía,
s0bre
la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses.
Oh
amor, carnal fuego armoni0so, escucha:
escúchame
la voz que por ti besa,
remózame
las manos que acarician teniéndote ceñido,
abrígate
en mi pecho donde tú palpitando me sostienes,
dame
siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada,
esa
embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza
por
hundir en lo eterno la identidad humana.
José Manuel
Caballero Bonald.
Poeta, novelista y ensayista español nacido en Jerez de la Frontera, Cádiz, en
el año 1926.
Estudió
Astronomía en Cádiz y más tarde Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid.
Militante anti-franquista, pertenece al grupo poético de los 50 junto a José
Ángel Valente, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de
Biedma, entre otros.
Obtuvo
el premio Boscán y de la Crítica de Poesía en 1959, el Biblioteca Breve en
1961, el de la Crítica de Novela en 1975,
el de la Crítica de Poesía en 1978, el Plaza y Janés en 1988, el premio
Andalucía de las Letras en 1994, el XIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina
Sofía en 2004, el Premio Nacional de Letras en 2005 y el Premio Nacional de
Poesía 2008.
En
1996 fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía.
De
su obra poética se destacan: «Las adivinaciones» en 1952, «Memorias de poco
tiempo» en 1954, «Pliegos de cordel» en 1963, «Vivir para contarlo» en 1969,
«La costumbre de vivir» en 1975, «Toda
la noche oyeron pasar pájaros» en 1981, «Tiempo de guerras perdidas» en 1995,
«Diario de Argónida» en 1997, «Copias del natural» en 1999, y «Manual de
infractores» en 2005.
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