20 sept 2015

Iguala: las horas del exterminio/ANABEL HERNÁNDEZ Y STEVE FISHER

Revista Proceso # 2029, 20 de septiembre de 2015.
Iguala: las horas del exterminio/ANABEL HERNÁNDEZ Y STEVE FISHER
Durante 11 meses de investigación sobre los hechos del 26 de septiembre de 2014 –con apoyo del Programa de Periodismo de Investigación de la Universidad de California en Berkeley–, se han obtenido decenas de testimonios, videos, fotografías, audios y miles de fojas de expedientes de la Fiscalía General de Guerrero y de la PGR. Con esta información se han reconstruido hechos, como los que aquí se narran, que hasta ahora ninguna instancia ha tomado en cuenta, como el tiroteo de media hora contra uno de los autobuses en los que viajaban los normalistas de Ayotzinapa o la presunta participación de agentes encubiertos del Cisen en una de las muchas agresiones de esa trágica noche.

Fernando Marín estaba en el suelo, junto al autobús Estrella de Oro, bañado en su propia sangre, sometido como sus compañeros de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. El disparo que recibió minutos antes le destrozó el antebrazo derecho. La herida aún estaba caliente y todavía no dolía tanto.
 “¿Sabes qué? ¡Te vas a la chingada!”, le espetó un policía estatal. “¡Mátalo de una vez!”, lo alentó en el anonimato de la calle desolada otro uniformado. En ese momento, Carrillas, como lo apodan en la normal de Ayotzinapa, sintió el metal del arma en la sien izquierda. Eran casi las 22:30 horas del 26 de septiembre de 2014 y en ese punto, la calle Juan N. Álvarez, a pocas cuadras del centro de Iguala, estaba desierta.
Policías estatales y municipales, así como civiles armados, tenían acorralados a tres autobuses en los que viajaban estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, en esa calle casi esquina con Periférico. Unas cuadras atrás, la Policía Federal (PF) desviaba el tránsito y a los curiosos.

El policía estatal quitó el arma de la cabeza del Carrillas y llamó a una ambulancia. Lo último que vio el normalista antes de que lo llevaran al hospital, dice en entrevista, fue a sus compañeros del camión Estrella de Oro, el número 1568, sometidos, en el suelo. No los ha vuelto a ver. Todos están desaparecidos.
Hasta las 23:00 horas el trato a los estudiantes fue uno: la policía envió a los heridos al hospital, dice a los reporteros Vidulfo Rosales, abogado de los normalistas y de los padres de los 43 desaparecidos. Pero después “hubo una decisión, que no sé de dónde vino, de borrar toda huella que hubiera de los estudiantes. Y a partir de ahí vienen la segunda agresión y la cacería”.
17:59. Salida de Ayotzinapa
La tarde del 26 de septiembre de 2014, Fernando Marín se encontró en las canchas de la escuela a su amigo Bernardo Flores Alcaraz, El Cochiloco, quien lo invitó a ir a un “boteo” y por unos camiones para acudir a la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México.
Desde que salieron de la escuela en los autobuses Estrella de Oro números 1568 y 1531, todos los niveles de gobierno fueron notificados por el Centro de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C4) de Chilpancingo, según la tarjeta informativa 02370 de la Secretaría de Seguridad Pública de Guerrero. La maquinaria del Estado se echó a andar.
El autobús 1531 paró en la comunidad Rancho del Cura, y el 1568, donde iban El Carrillas y El Cochiloco, continuó hasta la caseta Iguala-Puente de Ixtla. Ahí llegaron patrullas de la PF y de la Secretaría de Seguridad Pública estatal y también una motocicleta roja con un tripulante. El coronel José Rodríguez Pérez, comandante del 27 Batallón de Infantería, reveló ante la Procuraduría General de la República (PGR) que hay un grupo –el Órgano de Búsqueda de Información– cuyos integrantes visten de civil (Proceso 2027). Dijo que esa noche mandó uno a la caseta.
 Cuando El Carrillas vio las patrullas pensó que ya no iban a conseguir más camiones. Estaban a punto de darse por vencidos y regresar a Ayotzinapa, cuando recibieron la llamada de los estudiantes del autobús 1531 para avisar que algunos compañeros estaban atrapados en la central camionera.
 20:50. La central
 Los normalistas acudieron al rescate a la estación y ahí se les “hizo fácil” secuestrar otros tres autobuses. Lo hicieron. Por un lado salieron los Estrella Roja y Estrella de Oro; y por la calle Galeana, hacia el centro de la ciudad, dos Costa Line y un Estrella de Oro.
 “Lo curioso es que, cuando ellos llegan a la terminal, inmediatamente salen; en cuestión de 10 minutos ya la Policía Municipal está afuera. Eso permite concluir que los venían siguiendo. No se pudo armar un operativo en 10 minutos”, explica Rosales en entrevista.
 Cuando tres de los cinco autobuses salieron por la calle Galeana, ya tenían patrullas adelante, atrás y a los lados. El Carrillas iba en el tercer autobús de esa caravana. Algunos de los estudiantes se bajaron en el Zócalo de Iguala para ir abriendo paso a los camiones. Los municipales los encañonaron.
 “Somos estudiantes. ¿Por qué nos apuntan?”, decía a los policías Ángel de la Cruz, de segundo año, quien viajaba en el primer autobús. A pedradas, los normalistas lograron que las patrullas les abrieran paso. Eran las 21:00 horas y se escucharon en el Zócalo las primeras detonaciones.
 21:05. Tiroteo omitido
 Los comerciantes y clientes de la esquina de Juan N. Álvarez y Emiliano Zapata, a una cuadra del Zócalo de Iguala, no sabían aún qué pasaba, hasta que una persona, con el rostro cubierto con un paliacate, se paró a media calle, mirando en todas direcciones. Vestía pantalón de mezclilla y camisa desgarrada por la parte de atrás. Estaba alterado, describen quienes lo vieron.
 Llegó después una camioneta Suburban oscura y una patrulla atrás. De la camioneta bajaron cuatro o cinco hombres armados, vestidos de civil y con el rostro descubierto. Llamó la atención que todos tenían el pelo muy corto. “Pensé que eran militares. Veían a la gente muy feo. Uno era barbón”, señala en entrevista uno de los testigos.
 En la patrulla iban seis policías con uniforme negro, chalecos antibalas y equipo antimotines. “¡Párense, cabrones!”, gritó un policía a uno de los sujetos de la camioneta. Ahí comenzaron nuevos disparos.
 Los hombres de la camioneta se fueron corriendo –uno se llevó el vehículo– en dirección al Periférico, siguiendo a la persona que tenía el rostro cubierto con el paliacate. Los policías fueron detrás de ellos. Enseguida pasaron los autobuses donde iban los normalistas, con el rostro cubierto.
 Después del incidente llegó un Focus azul marino, sin placas. De él bajó un tipo, también de apariencia militar, refieren los testigos, y recogió los casquillos. Ninguna autoridad ha investigado lo que pasó en esa esquina ni hay referencia alguna a ese incidente en los expedientes de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Guerrero (PGJG) ni de la PGR.
 21:40. Acorralados
 Los tres camiones estaban a punto de llegar al Periférico para dirigirse a Ayotzinapa, cuando policías municipales atravesaron una patrulla a mitad de la calle, frente al primer autobús, y se bajaron; al menos otras tres patrullas bloquearon la retaguardia de la caravana. “Fue cuando ya no pudimos avanzar”, dice El Carrillas.
 Cinco estudiantes se bajaron del primer autobús para mover la patrulla, entre ellos Ángel de la Cruz. “Ya la íbamos a empujar cuando, en ese momento, empiezan los disparos hacia nosotros”, señala.
 Ahí, Aldo Gutiérrez, de primer año, fue herido de un tiro en la cabeza y cayó al suelo. Jonathan Maldonado recibió un disparo en la mano. Los normalistas quedaron a dos fuegos. Fue más de media hora de disparos, según los testigos.
 “¡Bájense!”, fue el grito de la policía. Los estudiantes se bajaron y buscaron refugio entre el primer y el segundo autobuses. Los normalistas del tercer camión quedaron aislados.
 Vecinos y comerciantes entrevistados afirman que no sólo dispararon policías municipales uniformados, sino también personas vestidas de civil. “Una de las camionetas de los policías tenía encima el aditamento para una metralleta y de ahí disparaba”, dice a los reporteros otro testigo. Ninguna de las patrullas de la Policía Municipal aseguradas por la PGJG tenía ese accesorio. “Se oían los R-15 de los policías, a todos los rociaron”, refiere el testigo, “pero después también se escuchaban ráfagas de mayor poder, era otra arma”.
 El Carrillas afirma que desde el camión pudo ver que había policías municipales y estatales. Distinguió perfectamente los logotipos en la parte trasera de los uniformes. Los municipales llevaban su uniforme usual; los estatales usaban chalecos antibalas.
 Pese a los testimonios que dicen lo contrario, el secretario de Seguridad Pública de Guerrero, teniente Leonardo Vázquez Pérez, declaró a la PGR que su personal no salió esa noche, pues no había suficientes efectivos y supuestamente se quedaron a proteger su cuartel.
 Dentro del tercer camión, los normalistas se tiraron en el angosto pasillo. El Carrillas tomó el extinguidor y salió para intentar replegar a los policías. Un impacto en el brazo lo derribó. Como pudo, volvió a subir al autobús. “En ese rato, en mi mente pasó que yo ya no tenía salvación”. Entonces le sugirió al Cochiloco que telefoneara a La Parca, secretario general de la escuela y quien se había quedado en Ayotzinapa.
 Al ver a su amigo sangrando, El Cochiloco se rindió. Le pidió al chofer que bajara. Éste lo hizo y les dijo a los policías que él era el conductor. “¡No nos importa quién seas! Tú eres uno de ellos. Eres igualito que ellos, eres también ayotzinapo”, le respondieron.
 Tras el conductor, los comenzaron a bajar a todos, con las manos en la nuca. Los pasaron a la banqueta del lado izquierdo. Los acostaron en el piso, boca abajo. El Carrillas afirma que quienes los sometieron eran unos 20 policías estatales y municipales. Fue cuando le dijeron que lo iban a matar.
 Después, señala El Carrillas, llegaron más policías y una ambulancia que lo llevó al Hospital General de Iguala. Por Periférico llegaron más ambulancias para llevarse a los heridos.
 22:30. Federales
 Un vecino refiere que al enterarse del tiroteo, acudió a recoger a un hermano suyo, quien estaba en uno de los locales de comida de la calle Juan N. Álvarez. Eran cerca de las 21:40 horas. Al llegar al cruce con la calle Revolución se topó con un retén de la PF.
 No tenían prendidas las torretas, afirma, pero los vio a escasos metros y distinguió los logotipos de las camionetas que estaban estacionadas formando una V; también las insignias de los uniformes de los federales, que estaban armados. Trató de llegar por otras calles, pero todas estaban cerradas por patrullas. Telefoneó a su hermano, quien salió de una casa donde lo dejaron refugiarse; éste le platicó que vio pasar autobuses y, detrás, carros de civiles disparándoles.
 Hacia las 22:30 la PF estuvo presente en otro ataque contra los estudiantes, ahora en la carretera Iguala-Chilpancingo, a la altura del Palacio de Justicia.
 Ahí detuvieron un camión Estrella Roja en el cual viajaban normalistas que habían logrado salir del centro y tomaron la carretera Iguala-Chilpancingo, en ruta a Ayotzinapa. Dicho autobús nunca fue reportado en los peritajes de la PGJG y el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, lo señala como una probable clave del caso.
 “Los policías federales los encañonan, les marcan el alto, ellos bajan, les avientan piedras, se hace un enfrentamiento ahí con los federales, y ellos (los normalistas) corren por los cerros”, señala Rosales. Metros adelante están bajando a otros estudiantes del camión Estrella de Oro 1531. En el lugar sólo quedaron piedras y ropa ensangrentada.
 “El cuarto camión Estrella de Oro está rodeado de policías municipales; atrás, como respaldo, están policías federales”, afirma el abogado. Todos los estudiantes de ese camión, al menos 20, desaparecieron.
 El comandante del pelotón de información del 27 Batallón –cuyo nombre fue tachado en los documentos obtenidos mediante la Ley de Acceso a la Información– declaró a la PGR que estaba presente, sólo observando, cuando supuestamente la Policía Municipal sacó a los estudiantes del autobús Estrella de Oro, pero omitió señalar que ahí también estaba la PF.
 De acuerdo con documentos oficiales, están identificados al menos dos policías federales que operaron esa noche: Luis Antonio Dorantes, comandante de la base de la PF en Iguala, y el suboficial Víctor Manuel Colmenares. Ambos fueron cambiados de base después de los hechos.
 24:00. Infiltrados
 Hacia las 23:30 horas los normalistas improvisaron una rueda de prensa con los reporteros que comenzaron a llegar. Un testigo afirma que en la conferencia había infiltrados del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y del Ejército, vestidos de civil.
 Fuentes del Cisen confirmaron que, por los antecedentes de vínculos con movimientos guerrilleros, la normal de Ayotzinapa es monitoreada permanentemente. Se informó y se pudo confirmar que a 400 metros del Palacio de Justicia de Iguala, de donde desapareció otro grupo de estudiantes, hay una casa acondicionada como oficina del organismo de inteligencia.
 Durante la conferencia en la esquina de Juan N. Álvarez y Periférico, llegó un grupo armado, con ropas oscuras, que descendió de vehículos civiles. “Primero dispararon como al aire y luego fue un fuego directo, muy intenso”, refiere uno de los reporteros.
 Hubo una huida generalizada. Los atacantes avanzaron desde Periférico hacia quienes escapaban, llegaron a la calle Juan N. Álvarez y se dirigieron a las calles paralelas, por donde un grupo de normalistas corrió. Dos estudiantes quedaron ahí tendidos en el asfalto: Daniel Solís y Julio César Ramírez.
 “Los estudiantes tocaban desesperados las puertas, querían saltarse las bardas. ‘¡Por favor, nos están matando!’, gritaban, pero nadie les quiso abrir”, narra una vecina. Testigos afirman que en ese momento vieron circular una Suburban oscura, como con “una burbuja de vidrio arriba”, de donde bajaban hombres de aspecto militar, pero vestidos de civil, a perseguir normalistas.
 “La ruta lógica que siguen de protección para salvaguarda de su vida es regresar por la ruta de donde venían, pero ahí empiezan a circular por todas las calles. Entonces el otro dato que tenemos es que ahí se empieza a producir una cacería de estudiantes”, señala Vidulfo Rosales. La persecución ocurre sin que ninguna autoridad la impida. “Los ataques ocurren con la confluencia de todos los niveles de gobierno que había esa noche”, afirma el abogado.
 Eran las 00:50 o las 01:00 horas. El escuadrón del capitán José Martínez Crespo ya estaba en la calle Juan N. Álvarez y había ido al hospital Cristina, donde había estudiantes; pero en las declaraciones ministeriales él y su grupo omitieron hablar de la cacería de normalistas que estaba perpetrándose.
 En esos momentos desaparecieron más estudiantes, entre ellos Julio César Mondragón. Rosales señala que en una de las calles referidas algunos estudiantes se escondieron entre los autos y vieron a la distancia a Julio César. Lograron que una persona abriera la puerta de su casa y le hicieron señas a su compañero para que se aproximara, pero él no los escuchó y siguió corriendo. Al día siguiente fue encontrado en la zona industrial de Iguala, en la calle de las oficinas del C4, muerto, desollado y sin ojos.
 En medio de la cacería hubo ocho familias igualtecas que esa noche abrieron las puertas de sus casas a los normalistas. Salvaron la vida de 60 estudiantes.­ l

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