El dolor y la esperanza/José
Manuel García-Margallo, es ministro de Asuntos Exteriores de España en funciones.
El
País, 24 de mayo de 2016
El
secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, nos ha convocado a la I
Cumbre Humanitaria mundial. Estamos llamados a dar respuesta a las crisis
humanitarias que asolan buena parte del planeta. Más de 125 millones de
personas están necesitadas de asistencia y protección urgente y más de 60
millones han sido desplazadas de sus hogares como consecuencia de guerras como
las de Siria o Yemen o de catástrofes como el terremoto de Ecuador.
No
se trata de situaciones esporádicas sino de crisis estructurales. Somos
conscientes de que la comunidad humanitaria está al límite de su capacidad de
respuesta. Tan solo en Siria, desde 2011, han muerto más de 280.000 personas,
son 6,5 millones los desplazados internos y hay más de cuatro millones de
refugiados. Trece millones de sirios requieren asistencia humanitaria
inmediata. Aunque la comunidad internacional intenta responder con generosidad
a las llamadas de ayuda, estamos lejos de poder colmarlas. ¿Qué puede hacer un
país como España ante una situación así? Desde luego, no cruzarnos de brazos.
He mencionado Siria, porque en este conflicto desempeñamos un papel destacado
como miembro no permanente del Consejo de Seguridad. Voy a ilustrarlo con un
ejemplo preñado de dolor y de esperanza.
Nadie
quiere vivir cerca de un hospital en Alepo, ciudad devastada tras cinco años de
guerra civil en Siria. En las últimas semanas, media docena de instalaciones
médicas han sido destruidas por un recrudecimiento de los combates que han
dejado cientos de muertos en una villa antaño vibrante y convertida hoy en un
desolado paisaje de ruinas. En uno de esos ataques pereció Mohamed Wasim Moaz,
pediatra que rehusó abandonar a los niños que han perdido su infancia bajo el
fuego de la guerra. Como Mohamed, otros muchos doctores y personal médico están
cayendo en zonas de conflicto, a menudo a causa de ataques intencionados
dirigidos a segar las vidas de quienes han jurado salvar las de sus semejantes,
incluso las de sus enemigos declarados. El derecho internacional es inequívoco:
todo ataque deliberado contra personal e instalaciones médicas en un conflicto
armado constituye un crimen de guerra. Como ha afirmado la doctora Joanne Liu,
presidenta internacional de Médicos sin Fronteras, estamos asistiendo a una
auténtica epidemia de agresiones contra médicos y hospitales, antes
considerados sacrosantos. En Siria, en Yemen, en Sudán del Sur o en Afganistán
puede ser hoy más peligroso ser un doctor o un enfermo que un combatiente. Lo
que antes era una excepción se está convirtiendo en una aberrante normalidad…
Detener
esa inicua deriva es el objetivo de la resolución 2.286 sobre “atención médica
en conflictos armados”, adoptada unánimemente el pasado 4 de mayo por el
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Impulsada por España y otros cuatro miembros
no permanentes del Consejo —Nueva Zelanda, Egipto, Uruguay y Japón— fue
copatrocinada por 85 países. La resolución es un aldabonazo a la conciencia de
la comunidad internacional. Peter Maurer, presidente del Comité Internacional
de la Cruz Roja, la saludó como un valioso instrumento para ayudar a poner fin
a la abominación que supone “atacar un hospital, amenazar a un doctor, obligar
al personal sanitario a dar tratamiento preferencial a combatientes, secuestrar
ambulancias o utilizar pacientes como escudos humanos”. Su propósito es
prevenir, investigar y no dejar impunes los ataques contra la neutralidad
médica y la asistencia sanitaria en conflictos. Entre otras medidas, establece
un mecanismo de información regular acerca de las violaciones perpetradas
contra dicho principio. Solo nos daremos por satisfechos cuando esos informes
sean una página en blanco.
Mientras
llega ese día, podemos sentirnos legítimamente orgullosos del papel desempeñado
por España en este logro. Su negociación ha sido reconocida como un modelo de
buen hacer. Su contenido se ciñe escrupulosamente al derecho internacional e
incorpora las contribuciones de los actores humanitarios más relevantes. El
resultado puede no ser perfecto, pero es un paso decisivo.
A
quienes asesinaron al doctor Moaz y a tantos otros como él, les decimos alto y
claro: vuestros crímenes no quedarán impunes. Este es el mensaje que hemos
traído a Estambul. Se lo debemos al último pediatra de Alepo y a todos los
buenos samaritanos.
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