La nueva xenofobia/Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government and Director of the Global Economic Governance Program at the University of Oxford.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Project Syndicate, 9 de diciembre de 2016..
Los gobiernos democráticos occidentales están perdiendo cada vez más soportes. Desde el cambio hacia el antiliberalismo en Polonia y Hungría al voto por el Brexit en el Reino Unido y la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, una cepa particularmente letal de populismo están infectando las sociedades, y se sigue propagando.
El atractivo del populismo es simple. Frente a unos salarios estancados y el declive de la calidad de vida, la gente se siente frustrada, y más todavía cuando sus gobernantes siguen diciéndoles que las cosas están mejorando. Entonces aparece el populista con sus promesas de remecerlo todo para defender los intereses de la “gente” (aunque en realidad solo sea una parte de ellos), ofreciendo algo presumiblemente más atractivo que soluciones factibles: chivos expiatorios.
El más importante de la lista son las “elites”, es decir, los partidos políticos y los líderes corporativos establecidos. El populista señala que, en lugar de proteger a la “gente” de la presión y la incertidumbre económica, este grupo se enriquece a costa de su sufrimiento. Al impulsar la globalización, obligando a la gente a aceptar cada vez más apertura, han acumulado enormes riquezas que protegen mediantes formas de evasión tributaria, externalización y otros planes.
Aunque no se culpa solo a las elites. Sí, han traicionado a la gente, pero una manera en que lo han hecho es imponiendo la igualdad de derechos y oportunidades para las minorías, los inmigrantes y los extranjeros, que “roban” trabajos, amenazan la seguridad nacional y socavan los modos de vida tradicionales.
Entre otras razones, Trump ganó la presidencia de Estados Unidos por sus promesas de deportar a millones de inmigrantes indocumentados y prohibir la entrada de musulmanes al país. Los partidarios del Brexit prometieron poner fin a la inmigración desde la Unión Europea. Tras el referendo, la Secretaria de Interior británica Amber Rudd sugirió que había que exponer los nombres de las empresas que contrataran a extranjeros.
El populismo de hoy anticipa una nueva y tóxica xenofobia que amenaza con fracturar nuestras sociedades. Para los políticos es una manera fácil de transformar rápidamente el temor y la impotencia de la gente en una embriagadora mezcla de ira y autoridad. Persuade a los votantes temerosos (a menudo mayores de edad) de que, en el lenguaje de los partidarios del Brexit, pueden “recuperar el control” de sus vidas y sus países, principalmente mediante el rechazo a los extranjeros.
Los datos demográficos hacen particularmente peligrosa a esta nueva xenofobia. En gran parte de Occidente, las sociedades se están volviendo cada vez más diversas. Los hispanos representan ahora un 17,6% de la población estadounidense. Un tercio de los habitantes de Londres nació fuera del Reino Unido. Se estima que en Francia un 10% de la población es musulmana. Y cerca de un 20% de la población alemana tiene raíces inmigrantes.
En este contexto, cuando los políticos hacen campaña para obtener votos al impulsar medidas identitarias hostiles y divisorias, plantan las semillas de la animosidad, la desconfianza y la violencia en sus propias sociedades. Si los candidatos dicen una y otra vez que los musulmanes son peligrosos, por ejemplo, no debería sorprender a nadie que aumenten los crímenes de odio contra ellos, como ha ocurrido tras el referendo del Brexit y la victoria de Trump. Para controlar sociedades así de divididas se requieren niveles crecientes de coerción y fuerza.
La diversidad debería ser una fortaleza que ayude a florecer las sociedades. Por eso es tan importante luchar contra la nueva xenofobia. Una manera es fomentar y habilitar una mayor interacción, mezcla y deliberación entre grupos diversos. Hay amplios estudios psicológicos que demuestran que el contacto entre grupos reduce la sensación de amenaza entre la gente, elevando con ello las posibilidades de desarrollar lazos de confianza al interior de la sociedad.
Si los centros comunitarios, las escuelas y los espacios públicos son lugares de encuentro entre personas de diferentes religiones, culturas y razas, es menos probable que arraigue la xenofobia. Incluso puede ayudar vivir en un área donde otros se mezclan. Por eso es que la nueva xenofobia ha encontrado resistencia en las ciudades de Europa con mayor diversidad.
Una segunda manera de combatir la nueva xenofobia es reforzar la protección de las libertades civiles, lo cual significa sostener el imperio de la ley, incluso frente a amenazas terroristas, y asegurar la independencia de los jueces.
Sin embargo, últimamente ha habido medidas amenazadoras en la dirección opuesta. Los gobernantes de Hungría y Polonia han ido desmantelando las garantías constitucionales; Francia ha hecho uso de un prolongado estado de emergencia para suspender derechos, y los políticos británicos y estadounidenses han denigrado públicamente a ciertos jueces. Los xenófobos acabaron con la democracia en los años 30 no por la fuerza de los partidos antidemocráticos, sino por el hecho de que los líderes democráticos no lograron defender las constituciones de sus países.
Una tercera manera de combatir la nueva xenofobia es la innovación. Por ejemplo, aunque a menudo se considera a la Internet como la gran niveladora, las redes sociales están contribuyendo a la fragmentación. Los contenidos que la gente ve llegan filtrados por selección propia o algoritmos.
El resultado son cámaras de resonancia en que la gente de opiniones similares refuerza sus convicciones, creando reductos cada vez más polarizados. Pero si las plataformas de las redes sociales se reconfiguraran de modos creativos podrían tener el efecto opuesto, creando espacios para la interacción de ciudadanos de diversos orígenes culturales.
No se debería subestimar la amenaza que supone la nueva xenofobia. Hoy, no menos que en el pasado, rechazar la diversidad equivale a rechazar la democracia. Por eso hay que defenderla antes de que sus enemigos ganen más terreno.
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