22 dic 2008

Héctor Abad Faciolince


Gustavo Gómez entrevista a Héctor Abad Faciolince
Autor de El Olvido que seremos, Ed Planeta, libro-biografía de su padre, el doctor Héctor Abad, asesinado en Medellín por los paramilitares por pensar distinto, por preocuparse por los demás.
Nacido en Medellín en 1958, con estudios de medicina, filosofía, periodismo, literaturas modernas en la Universidad de Turín. Se desempeñó como columnista de la revista Semana, hasta abril de 2008 y a partir de mayo de ese mismo año se reintegró al ahora diario El Espectador como columnista y asesor editorial. Publica también en El País.
Entrevista publicado en la Revista colombia Semana, sábado 20 Diciembre 2008;
El escritor y periodista Héctor Abad Faciolince le confiesa a Gustavo Gómez sobre el amor, la infidelidad y la política
Cuando aún está fresco el éxito editorial de su libro El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince lleva a las listas de los más vendidos su nueva obra, una colección de cuentos titulada de manera bien sugestiva: El amanecer de un marido. Con la excusa del libro, le echamos el cuento de que se sentara a hablar de amores y desamores, infidelidad, mujeres y sexo. Abad Faciolince aceptó ser guillotinado en terrenos no precisamente literarios. Y hasta de política habló.
GUSTAVO GÓMEZ: -¿En qué momento del matrimonio hay que recurrir al divorcio para no correr el riesgo de ver el amor irse al demonio?
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE: El matrimonio es un contrato, algo así como la escritura de quien compra una finca, con unos linderos y unos plazos de pago. Occidente lleva siglos confundiendo el amor con el matrimonio. Ahora hasta los gays quieren casarse, porque ven el matrimonio como el premio mayor del amor. Ese es el gran error. Casarse es una transacción legal: se divide el trabajo, se comparten gastos, se levantan los hijos y se les deja una herencia. El matrimonio protege el patrimonio. El amor no es nada de eso; amor y matrimonio no tienen nada qué ver. El matrimonio, como el divorcio, es algo que se decide racionalmente; el amor es algo que nos ocurre o no.
G.G.: -Qué valioso es el silencio en la música y en la literatura. ¿En el matrimonio también es vital?
H.A.F.: García Márquez ha dicho que su matrimonio le ha durado la vida entera gracias a que entre él y Mercedes nunca ha habido diálogo. Eso está bien porque el matrimonio no es un acuerdo de paz tras otro, sino un armisticio sin fecha de vencimiento.
G.G.: ¿Qué debe uno callarse en el matrimonio?
H.A.F.: Si aceptamos que el matrimonio y el amor no tienen nada qué ver, lo que los casados deben ocultarse es el amor que sienten por fuera del matrimonio.
G.G.: -Con apenas tres preguntas, confiéseme: ¿se siente un poco extraño hablando de amores y desamores y no estrictamente de literatura? ¿Quiere tirar la toalla o podemos seguir con la entrevista?
H.A.F.: Me siento como un calvo dando recetas para la calvicie, porque nunca me he casado (siempre me junté por amor) y porque los amores y desamores me han convertido casi en un solterón. Pero podemos seguir con la entrevista; al fin y al cabo los gordos son siempre los que más saben de dietas para adelgazar.
G.G.: -Habla usted en uno de sus cuentos del “cariño soso”, que, supongo, es una manera de enunciar esa especie de hermandad que se da entre las parejas cuando pasa el tiempo. ¿Puede un escritor aconsejar a quienes han caído en la trampa de entender el matrimonio como una hermandad?
H.A.F.: Todas las relaciones que incluyen el sexo están condenadas a una regla trágica: el deseo decae con la habituación. Vivimos en una sociedad repleta de estímulos sexuales, y todos los hombres –hablo por los machos, porque las mujeres son seres insondables para mí– preferimos las relaciones extraordinarias que las ordinarias. Mejor dicho: nos gusta el típico, pero vivimos ansiosos por probar platos exóticos. Es por eso que muchas esposas van cayendo en la categoría de hermanas, de seres asexuados. Un matrimonio que soporte esta tragedia con estoicismo, que sobreviva gracias a un contrato de cariño, asistencia y amistad, o que sea capaz de hacer resucitar el erotismo por algún camino, es un matrimonio destinado a durar.
G.G.: -¿Puede un hombre superar que el cuerpo que amaba le resulte indiferente?
H.A.F.: Usted usa el verbo amar. Mientras uno ama, el cuerpo nunca resulta indiferente. Amar es, también, amar el cuerpo de la otra persona. Cuando se deja de amar el cuerpo, se prende una alarma: el amor se va a acabar.
G.G.: ¿Es el sexo un disfraz del amor o es el amor el que disfraza al sexo?
H.A.F.: Hay varios tipos de amores. El no sexual es el que uno siente por los amigos y por la familia. El otro, el típico amor de pareja, es el amor sexual. El sexo es el señuelo para enamorarnos de alguien que no es familiar y a quien vamos a querer y proteger aunque no comparta nuestros mismos genes. Este tipo de amor es un invento prodigioso de la naturaleza y viene disfrazado de atracción sexual.
G.G.: -Aparte de que se libran de aquello de que ‘hasta que la muerte los separe’, ¿hay algo realmente atractivo en ser ateo?
H.A.F.: Tiene el atractivo de que uno sabe a qué atenerse. Hay dos tipos de personas: las que prefieren que les digan si tienen cáncer y se van a morir, y las que prefieren morirse en la inocencia y en la ignorancia, sin tener ni idea de que se están muriendo. Yo soy de los primeros: prefiero saberme solo en este mundo sin Dios, que vivir en la ilusión de un Dios inexistente.
G.G.: -¿Le parece si hacemos un descanso del tema marital? Cuénteme por quién va a votar en 2010 y así nos damos un aire…
H.A.F.: Para mí esas elecciones serán también trágicas, porque dos de mis mejores amigos van a ser, muy probablemente, candidatos. Los dos son antioqueños, porque al que no quiere caldo se le dan tres tazas. Se llaman Carlos Gaviria y Sergio Fajardo. Cualquiera de los dos sería un presidente honesto, extraordinario; ambos son ejemplo de buenos ciudadanos. Pero a mí me gusta más Carlos como intelectual que como político, y además en el Polo está rodeado de alimañas, como las que votaron por el Procurador fanático. Lo que yo más quisiera sería recuperar a Carlos como contertulio de libros y literatura, y votar por Fajardo con la seguridad de que sería el gran presidente de la reconciliación de este país.
G.G.: Volvamos a lo nuestro ¿Qué odia?
H.A.F.: El odio es un amor al revés. Siento odios instantáneos, que por suerte no me duran nada. Soy más infiel en el odio que en el amor.
G.G.: ¿Odió a alguien mientras escribía ‘El olvido que seremos’?
H.A.F.: No. Ni siquiera entiendo la pregunta. Ese libro no tiene nada que ver con el odio; es una larga carta de amor.
G.G.: Mucha gente que no se había acercado a su obra comenzó a amarlo con un libro que es bello, pero que está fundado en una tragedia, el asesinato de su padre. ¿Hubiera querido que lo amaran por otro libro, por ejemplo este último?
H.A.F.: Creo que todo escritor que se merezca ese nombre tan pomposo, escritor, debería aspirar a que al menos uno de sus libros se instale en la memoria de los lectores. Eso es tener mucha suerte. A mí muchas veces me paran por la calle y me dicen: “leí su libro”, como si yo hubiera escrito sólo uno. Para la mayoría de los lectores el libro es ese, el único. A veces me siento como un padre de 10 hijos al que siempre le hablan de uno de ellos como si no tuviera más. Pero el hijo famoso no es siempre el más amado por su padre. A veces el hijo más amado es el hijo bobo.
G.G.: ¿Ha sentido usted alguna vez que su cama es un infierno?
H.A.F.: Hace un mes estaba en Benarés, la ciudad sagrada de los hinduistas, el sitio a la orilla del Ganges donde más conviene morirse. De pronto, a las 4 de la mañana, me desperté con una precisa sensación de muerte. Estaba seguro de que me iba a morir. Era triste morirme ahí, solo, tan lejos de mis hijos, por mucho que los hinduistas sostengan que si uno se muere en Benarés por lo menos descansa y se sale de la cadena absurda de las reencarnaciones. Vomité durante cuatro horas seguidas, y resucité. Esa cama fue un infierno temporal.
G.G.: ¿Qué tantos de los cuernos que hay en el libro son suyos?
H.A.F.: Hay asuntos íntimos en los que nadie tiene derecho a saber la verdad. Hay preguntas que, desde que se hacen, piden como respuesta una mentira. Así que le voy a mentir con la verdad: ni yo he puesto cuernos ni a mí me los han puesto. Nunca.
G.G.: Usted dijo en Roma: “Ser colombiano no es ni bueno ni malo, no es una vergüenza ni un orgullo. Dependiendo de la vida que uno lleve, puede que ser colombiano sea una vergüenza o un orgullo”. Esquive la generalización y cuénteme cómo le ha ido a usted de colombiano en esta vida.
H.A.F.: Ser colombiano, para mí, es una condición irremediable, ni buena ni mala, como medir 1,75. Nadie escoge el sitio donde nació, ni el color de la piel, ni la estatura. Con cualquier color, con cualquier nacionalidad, con cualquier estatura, uno puede llevar una vida digna o indigna. Ser colombiano no es llevar una marca de ignominia.
G.G.: ¿Y cómo es ser escritor colombiano allá afuera?
H.A.F.: Antes de García Márquez, ser colombiano en París era como ser del Vichada en Bogotá: una curiosidad que inspiraba más compasión que interés. Después de García Márquez ningún escritor colombiano tiene cola de cerdo. En todo el mundo se sabe que en este rincón del mundo es posible escribir gran literatura.
G.G.: -Las mujeres que pasan por la vida de un escritor como usted, ¿disfrutan o padecen sus libros?
H.A.F.: Cada libro mío se debe a alguna mujer, está inspirado por ella y casi podría decir que ella lo dicta. Como los poetas provenzales tenían musas, yo asocio cada libro mío con el rostro de alguna mujer. El amor es la gasolina y el motor de la escritura. Diría que los disfrutan y los padecen al mismo tiempo.
G.G.: -¿Un libro de cuentos es permitirse una infidelidad con la novela?
H.A.F.: Estoy casado con la literatura, no con un género literario.
G.G.: ¿A su columna de SEMANA le fue infiel por la de ‘El Espectador’?
H.A.F.: Cambiar de medio es algo más parecido a un divorcio que a una infidelidad. Pero yo ya había estado casado con El Espectador, antes, hasta que C. Ll. de la F. me echó de allá. Volví a casarme con un viejo amor.
G.G.: ¿Volvería a SEMANA?
H.A.F.: Es la mejor revista de Colombia y una de las mejores de Hispanoamérica. Para cualquiera sería un honor trabajar aquí. Pero en este momento tengo un reto muy atractivo: ayudar a convertir El Espectador en el mejor diario de Colombia.

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