REPORTAJE: MÚSICA
Sabina a cuatro manos/IKER SEISDEDOS
Publicado en El País Semanal, 13/12/2009;
Publicado en El País Semanal, 13/12/2009;
La felicidad no le inspiraba. La placidez doméstica mermaba su creatividad. Alarmado, le pidió árnica a su amigo el escritor Benjamín Prado para escribir las canciones de su nuevo disco. El resultado, 'Vinagre y rosas', es un fenómeno de ventas. Además, Sabina vuelve a la carretera a los 60.
Curiosamente, todo empezó uno de esos días que, más que a los principios, suelen estar asociados a los finales. El cantautor y poeta Joaquín Sabina cumplía 60 años y, fiel a su estilo, la celebración sorpresa se convirtió en un brindis de trago largo y alta graduación por la amistad y por el poder para la epifanía de las canciones. Desde la altura o el vértigo de un puñado de copas, Sabina se acercó a su amigo el escritor Benjamín Prado, que atravesaba entonces uno de esos largos túneles a los que sólo empujan los abandonos sentimentales, y le vino a decir sobre el fondo de mariachis de un tema de José Alfredo Jiménez: "Benja, no me sale nada. La felicidad doméstica está matando mi creatividad. Préstame algo de tu cabreo emocional".
El resultado de aquella súplica se ha convertido en un éxito de ventas en estos tiempos excepcionales. Doble disco de platino en sólo un par de semanas, Vinagre y rosas es el último álbum de Sabina, que llega tras el apoteósico paréntesis de su colaboración con Joan Manuel Serrat, y el primero en cuatro años con material nuevo. Aunque no necesariamente propio. El trovador solitario, el tipo que solía rumiar sus problemas en una servilleta de papel al fondo de la barra de un bar ha entregado a los fans un trabajo escrito a cuatro manos y, para colmo, construido sobre problemas ajenos. "Con los desamores de otros, uno sólo tiene que escarbar en su memoria para hacerlos propios", dice. "Yo creo que las canciones de amor no existen, sino que sólo existen las canciones de desamor. Es cuando te deja la chica que haces una letra para cagarse en su puta madre y que la persiga toda su vida. Y eso el auditorio lo entiende perfectamente, porque a todo el mundo le ha dejado la chica alguna vez".
Sabina habla sentado en el suelo de su casa de dos pisos por cuyos amplios ventanales entra la vida del barrio de Tirso de Molina. Recibe la visita con una cerveza en la mano a esa hora de la mañana en la que un vaquero ya se habría pasado al whisky. Aquí transcurre esa felicidad doméstica que propició el disco por la vía inversa. Con su encantadora novia peruana Jimena, Jime, y los siete gatos, que suman, muy apropiadamente para la naturaleza de su dueño, 49 vidas. Rodeado de miles de libros y una acumulación de la clase de cosas que, a uno se lo parece, habrían enorgullecido al poeta coleccionista Pablo Neruda. "Estoy plenamente convencido de que la felicidad no estimula la creatividad", explica la voz cascada más célebre y ganada a pulso de la historia del rock español. "Así que uno coge a su amigo y se va a Praga a escribir. Ahora me embarco en una gira de 80 conciertos, y ahí la estabilidad es sencillamente imposible. Empieza más bien la lucha para evitar irse después de los conciertos a cerrar los bares", añade. "Fuera de casa, como en ningún sitio", y estalla en una de sus oscuras carcajadas que suenan como una gruta.
En efecto, "el núcleo duro" del disco, como lo llama Benjamín Prado, se escribió durante 10 días en una ciudad "melancólica, triste, europea, aunque con buen whisky" (la definición es de Sabina). Son 10 canciones "sobre la amistad", cuyo proceso de creación, hasta sus intimidades, tienen un interesante complemento en el libro Romper una canción (Aguilar), de Prado.
En él, el autor madrileño relata cómo se gestó Vinagre y rosas, desde la privilegiada condición de husmeador en el método creativo de uno de los mejores escritores de canciones en español. "Peleábamos por cada verso y cuando algo salía bien, nos levantábamos, bailábamos y nos abrazábamos. Inevitablemente, en el hotel pensaban que éramos mariquitas", recuerda el cantautor.
Cuesta ver en este Sabina al impenitente practicante de los excesos y de los tópicos de la mala buena vida de otros tiempos. Aquel Sabina que dejó a éste al borde de la muerte cuando frisaba los 50. Este Sabina se deja fortunas en comprar primeras ediciones de libros raros, escribe sonetos sin parar y se codea con el mundo literario en largas sobremesas "de conversaciones cínicas y divertidas" en Rota (Cádiz), con Prado, Felipe Benítez Reyes, José Manuel Caballero Bonald, Almudena Grandes, Luis García Montero o el difunto Ángel González. "A éstos los frecuento desde hace 10 años", aclara Sabina. "Cuando pasó lo que pasó, vinieron a buscarme, me dijeron que no podía hundirme, me llevaron del brazo a hacer recitales poéticos. Y luego me conseguí una casa en la bahía de Cádiz, que es como una dacha de escritores soviéticos. Quería que este disco fuera un poco un reflejo de eso, de esa vida literaria de Cádiz. Le diré una cosa: los escritores son más borrachos que los músicos. Menos drogadictos, pero más borrachos", ríe.
-Se ve que aún cree, y así lo escribe, que si hay que pisar cristales, que sean de Bohemia.
-Es un resumen de mi modo de ver la vida... Aunque creo que es una frase del Benja [carcajada]. Los 60 no están mal, en mi caso son mejores que mis 50. Estiré mis años de loca juventud hasta los 50 o 51. Entonces vi que mi amor por la vida me iba a llevar a la muerte en vez de a una vida más larga. Con 60 años ni se escribe ni se debe escribir como con 20. Detesto la nostalgia, pero creo que los mejores materiales nacen de la memoria. Y con 60 se tiene pasado, presente y futuro. Cuando tienes 70 sólo cuentas con un pretérito estupendo [risas]. A los 50 recibes la visita de tu pasado. Mi visita fue brutal. De un día para otro. Pasé de la euforia de sentirte vivo, por haber sobrevivido, a la depresión de tener que vivir con lo que me había pasado.
-¿Cómo contempla ese pasado?
-La infancia la veo en blanco y negro. No me interesa. No soy de esos que añoran el paraíso que habita en la infancia. Yo quería ser adulto y dejar de recibir órdenes. El mejor momento de mi vida fue cuando me dieron la llave de la pensión en Granada y supe que podía volver a casa cuando se me antojase. A partir de los 20 años ya era todo más un poco en tecnicolor.
-¿Y en Madrid se le encendió el cinemascope?
-Algo así. Según pones un pie en Atocha, ya eres madrileño y a la vez puedes seguir siendo andaluz. En Granada era sólo un estudiante de provincias, y en Londres, un inmigrante, un exiliado. Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo cuenta, pero es muy verdad. Madrid es muy madre, y abriga mucho. Ahora está insoportable.
-Entonces, pongamos que ahora habla de Madrid.
-Es muy incómoda, mucho menos amable, mucho menos viva. Pero, ojo, yo sé que no me entero de lo que sucede. Soy un fervoroso partidario de la inmigración. Por los colores que nos traen, los polvos que nos traen, los divorcios que nos traen, los hijos que nos traen. Pero, vamos, no estoy en la calle de madrugada, ni cierro los bares. Sólo veo Madrid desde el balcón, desde lo que leo en los periódicos...
-¿Le cabrea lo que se desayuna en la prensa?
-Me alarma el enorme descrédito de la política, que sólo puede conducir a los salvapatrias, al fascismo. A los tipos como Berlusconi. Y eso acojona...
-El libro sobre Vinagre y rosas está dedicado a las cosas que no se pueden contar. Callarse algo, eso sí que es otra novedad en usted...
-Lo más que puedo decir es que cuando estaba terminado, pedí que quitaran algunas cosas. Lo explicaré con una frase: "Por daños a terceras". Ningún libro merece la pena que gente que quiere uno se vea humillada. Y eso sí es muy nuevo, porque yo hasta hace nada pensaba que una canción no podía tener autocensura. Que nadie se podía ofender por un tema, que se defendía sola. Uno no debe hacer daño a la persona que quiere. Aunque eso le cueste un par de versos.
-¿Hay muchas cosas más importantes que una canción?
-Muchas, no. Porque si yo no escribiera canciones, sería mucho más feliz. Sobre todo las personas son más importantes. Hay personas a las que no se les puede clavar el puñal público.
-En el disco hay un tema sobre el poeta Ángel González, que murió hace ya dos años. ¿Cómo vive con las pérdidas?
-Jodidamente. En este tiempo se nos han ido Paco Ayala, Fontanarrosa, Mercedes Sosa, justo cuando acababa de hacer una canción con ella. Ha habido dos oleadas de cadáveres; la de los años ochenta, por la maldita heroína. Y la otra es la de ahora. Por causas naturales y por la edad, que es lo más alarmante. El otro día me dijo [el periodista Antonio] Gasset: "Sabina, ¿te has dado cuenta que se está muriendo gente de nuestra edad de muerte natural?". Y eso también acojona.
-¿Se acostumbra uno a la muerte?
-Está ahí acechando todos los días y es un acojone, eso es innegable. En el caso de Ángel, su canción es divertida porque él cantaba, bailaba, bebía y se divertía mucho. Decía: "Ayer salimos tambaleándonos como unos caballeros". Yo nunca le he visto borracho, excepto cuando se levantaba para irse, que se desarmaba un poquito. Tenía unos costaleros que éramos nosotros. Nunca fue un viejo. El aspecto le servía para fumar en los aeropuertos. ¿Quién le iba a decir nada a un señor como él?
-Y en su caso... ¿No se preocupa demasiado la gente de la salud de Sabina, de lo que toma y lo que deja de tomar, de si se está pasando con el alcohol o de si cae en la tentación de la cocaína?
-Lo que no debe hacer uno es seguir muchos años con el malditismo. La gente se preocupa mucho. Más de lo que debieran. Como soy muy bocazas y siempre he dicho lo que me pasaba, lo que me ponía..., la gente cree que estoy mucho peor. Yo creo que se compran las entradas y los discos por compasión [risas]. A ver si la palmo en el escenario. A veces me dicen por la calle: "¡Cuídate, Sabina!". Y digo: "Usted también, señora, que está usted muy gorda". Pero la verdad es que mis amigos, los que me conocen bien, excepto algún exceso con el alcohol, saben que me cuido más que hace 10 o 20 años.
No cuesta adivinar que en ese tiempo la persona haya acabado harto de su personaje. "Yo no vivo con mi personaje ni le saludo por la calle. Llevo una vida razonablemente normal. Lo que me molesta del personaje es esa caricatura, a la que yo colaboré por bocazas. El putero de Sabina, el borracho, el drogadicto. El que siempre está en los bares. La gente creo que ya no me ve así, y si lo hacen, pues qué les vas a hacer. Lo que más me preocupa ahora es no verme engullido por el oficio", dice. Y luego añade a su lista de desvelos: "Otro empeño que tengo es no empeñarme en parecer más joven de lo que soy."
Oficio es una palabra que extrañamente obsesiona a Sabina. Vinagre y rosas es un disco "contra el oficio", dice hacia el final de la charla, poco antes de que regrese la felicidad doméstica ("comer algo a la hora de la siesta, hacerme el dormío, escribir un rato"). Quizá por eso ha necesitado apoyarse en otros para olvidarse de sí mismo -además de Prado, el grupo de rock Pereza aporta su sonido "fresco, juvenil" en el primer sencillo, y hay una canción coescrita con García Montero.
O acaso todo esto se deba a que no es fácil estar a la altura de Joaquín Sabina cuando uno se llama Joaquín Sabina. P
Adiós a las masas
Una gira de 80 conciertos ante grandes audiencias es el canto del cisne del Joaquín Sabina de las proezas de estadio. La Bombonera en Buenos Aires, Las Ventas, palacios de los deportes, polideportivos, serán cosa del pasado después de este disco. "Sé que no le hace ninguna gracia a mi 'manager'. Pero no hay que preocuparse, tengo para vivir", bromea el cantante. Para este último vals, Sabina propone un espectáculo entre "Leonard Cohen, Tom Waits y Pereza". "Haremos un par de 'rock and rolls' si el cuerpo aguanta. Pero que nadie espere que dé saltos", advierte. En algunos de esos conciertos le acompañarán previsiblemente los viejos amigos de escenario (Joan Manuel Serrat) y los nuevos (Pereza). Menos probable parece que se sume el futbolista del Real Madrid Guti, que participa en los coros de uno de los temas de 'Vinagre y rosas', pese a que Sabina no puede ser más del Atleti. "Lo hizo con Serrat", recuerda entre risas . "Deberías haberlos visto juntos. A ese cacho de catalán y a ese pedazo de madridista 'fashion".
Desenchufado
"No tengo ni teléfono móvil ni sé nada de Internet, aunque no soy tan imbécil como para no darme cuenta de que es un arma importantísima, desde el punto de vista de la democratización del conocimiento", explica Joaquín Sabina. "Lo que no me gusta", añade, "es el anonimato. La cantidad de imbéciles, de babosos, de locos y de desesperados que utilizan eso para hacer daño, y encima sin firmar". El músico ha logrado con 'Vinagre y rosas' una hazaña de ventas poco común en España en los tiempos que corren. "De lo de la Sgae y la piratería, nunca opino. Comprendo a los que se descargan las cosas gratis. Y comprendo que se están perdiendo puestos de trabajo. No sólo se dedican a la música los que están bajo los focos. También están los músicos y los pipas y sus familias. Y en ese sector lo están pasando muy mal. No es que tenga el corazón dividido, es que no sé qué se puede hacer. Y en cuanto a los que se meten con los artistas porque dicen que apoyamos al de la ceja, les diría lo de Maradona: que sigan mamando".
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Razones de un 'sabinazo' DIEGO A. MANRIQUE EP, 30/11/2009
Mala onda. Pasan varios días antes de que me atreva a poner Vinagre y rosas, la entrega 2009 de Joaquín Sabina. Una cuestión personal: me repele la portada, con el artista en actitud jocosa, y todas esas sombrías fotografías. Nunca compartí su pasión por los rancios ritmos cabareteros y tampoco entiendo esa atracción por rodearse del atrezzo de alguna obra situada en la posguerra, como si el pasado fuera su país favorito.
Cuando aparco los malditos prejuicios, ya se sabe que Vinagre y rosas es un éxito, lo atestiguan discos de platino y multitudes entregadas. Se asegura que vuelve a estar en forma. Al menos, ¡lo intenta! El coautor de las letras es Benjamín Prado, que publica un fascinante relato sobre la experiencia, Romper una canción (Aguilar). Raras veces se ha retratado tan íntimamente una colaboración, que parte de una semana de trabajo en Praga. No queda claro quién es el campeón y quién el sparring: ambos están empeñados en rescribir los versos hasta la extenuación, peleando bajo reglas como "el corralito" y el derecho de veto, materializado en el tajante "no compro". Prado comprueba que Joaquín es el socio más generoso posible, hasta que pretende llevarle la contraria en una solución poética.
Más allá de los detalles técnicos, quedan las anécdotas. Los empleados del hotel están convencidos de que los dos grafómanos son una pareja gay; empeñados en desengañarlos, se van al más famoso prostíbulo de Praga en una escandalosa limusina. Más aventuras tragicómicas: el robo del original de las letras durante una juerga en Rota, o el encuentro con la Guardia Civil de Tráfico. Pero el Universo Sabina sigue estando obscurecido por esporádicas temporadas de perros negros, que no se corresponden necesariamente con sus días de resaca.
Compruebo que Vinagre y rosas tiene hechuras de buen disco de Joaquín. El espejismo funciona si te niegas a reconocer que todo lo has gozado antes, y en versiones superiores, en otros álbumes suyos. Aquí hay un abuso del oficio y una sequía de verdades: intenten imaginar al ganador y los finalistas del concurso Haga una letra de Sabina. Además, toda la pirotecnia literaria se moja en el segundo paso, cuando hay que encajar los textos en músicas. En ese trance, sus sufridos instrumentistas manejan moldes más o menos nobles: la ranchera castiza, el J. J. Cale de Úbeda, la rumba de Lavapiés, el rockanrolito de verbena, el pop de vuelo corto. No es delito el autoplagio pero deprime que los créditos de casi todas las nuevas coplas lleven cuatro nombres: Sabina-Prado-Varona-García de Diego. También ocurría antes pero, al lado, había prodigiosos tours de force, donde un encendido Joaquín firmaba música y letra: Noches de boda, Barbi Superstar, Dieguitos y Mafaldas...
En el libro, Sabina reafirma que su mejor obra es 19 días y 500 noches, pero han pasado diez años y no se ha atrevido a volver a encerrarse con Alejo Stivel o cualquier otro productor exigente. Por comodidad, por eficiencia, por lealtad, prefiere seguir con el reconfortante equipo que también le acompaña en directo. ¿Y quién puede reprochárselo? Tiene el ejemplo de su querido amigo, que lleva décadas planteándose los discos como un inconveniente, a resolver de forma indolora, en vez de arriesgarse a lo desconocido, a la tensión creativa, a la tentación de romper el cielo.
Nadie se lo va a reprochar. Y eso que, en el mundo de la música, existe un rencor de orfandad respecto a Sabina. Ha preferido incrustarse en la high society literaria, en ese Club de los Poetas Líricos que -reitera Benjamín- se lo pasa tan guay, donde un agradecido Joaquín ejerce de bufón de su propia corte. Tratándose de un traficante de emociones cantadas, hay algo estéticamente suicida en ese distanciamiento de la música viva. Un pésimo canje: la posible grandeza de las canciones por las seguras risitas de columnista de Interviú.
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