8 may 2010

Feminismo

Ilustración y feminismo en la España del XVIII
CELIA AMORÓS
Babelia, 8/05/2010
La existencia a lo largo de la historia de mujeres excelentes encuentra sus raíces en el Siglo de las Luces
La lucha por la igualdad de varones y mujeres no es una moda: tiene una genealogía que se remonta al menos al siglo XVIII, y genealogía es legitimación. Los feminismos aparecen históricamente vinculados a las Ilustraciones, y España no ha sido en eso una excepción. No es de extrañar, así, que las características de nuestro feminismo dieciochesco se modulen de acuerdo con los rasgos peculiares de nuestra Ilustración, a la que Eduardo Subirats calificó como una "Ilustración insuficiente". Tendremos, así, un feminismo tímido si lo comparamos con el de Francia o Inglaterra en el ámbito europeo, pero no por ello menos relevante. Una de las figuras que lo encarnan con mayor pregnancia es el fraile benedictino asturiano Benito Jerónimo Feijoo, quien, en el tomo 1, discurso XVI de su Teatro Crítico Universal lleva a sus lectores al "batidero mayor" de la polémica acerca de las características de ambos sexos y los cometidos que respectivamente se les habrán de adjudicar en consonancia con las mismas. Este "batidero mayor" no es sino la cuestión del entendimiento en ambos sexos. Afirma que va a tomar como base la razón -al modo en que lo hizo en su día el cartesiano francés François Poullain de la Barre- y no el argumento de autoridad. Pues tales argumentos lo son de varones, a la vez jueces y partes en la polémica, por lo que no es de extrañar que consideren "muy inferior el entendimiento de las mujeres". Y, si se aplica la crítica racional, se detecta una falacia lógica en el razonamiento, que procede "de la carencia del acto a la carencia de la potencia" y concluye del hecho "de que las mujeres no sepan más"... "que no tengan talento para más". Para establecer la igualdad de los talentos, nuestro benedictino combina hábilmente lo que llamamos "el discurso de la excelencia", género renacentista que la atribuye a las féminas contra la misoginia medieval, y "el discurso de la igualdad", de raigambre cartesiana que afirma la igualdad de las mentes pese a la diferencia de unos cuerpos a los que no están unidas de modo sustancial. El discurso de la excelencia se relaciona con lo que llamaba Max Weber "legitimación tradicional" del poder, y que en nuestro caso viene a afirmar la existencia a lo largo de la historia de mujeres excelentes... remontándose a la reina Semíramis. El discurso de la igualdad se articula mediante una "legitimación racional" en el sentido de Weber que apela a los argumentos, como la pertenencia a la misma especie, lo que conlleva la unidad de la razón... Pues bien, en Feijoo podría afirmarse que la igualdad hace piruetas para constituirse un punto de equilibrio de excelencias que se colocan en los platillos de la balanza del haber de ambos sexos: si bien se decanta por la robustez masculina frente a la hermosura femenina por aliarse mejor con el entendimiento, apela por otra parte a "toda una ilustre Escuela que reconoce la voluntad por potencia más noble que el entendimiento". Resulta favorecer "el partido de las damas", pues si la robustez, como más apreciable, logra mejor lugar en el entendimiento, la hermosura, como más amable, tiene mayor imperio en la voluntad. La "Ilustración insuficiente" da lugar así a un feminismo que se despliega en un registro moral más que político. Pero, con todo, desató en la Península una viva polémica en que las expresiones del patriarcalismo más rancio encontraron rienda suelta. Si en Europa hubo una Ilustración feminista (Condorcet, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft) y una Ilustración misógina, reactiva (Rousseau, los jacobinos), en España tendrá su correlato en autores como Sarmiento, Josefa Amar y Borbón y Jovellanos, de una parte, entre otros y los que se inscribieron en la órbita de la recepción de Rousseau a finales del siglo, preludiando lo que llamamos "la misoginia romántica".
Oliva Blanco ha llevado a cabo una reconstrucción exhaustiva y pormenorizada de un importante tramo de la genealogía del feminismo en nuestro país, que, a través de figuras como Concepción Arenal, llegará a nuestra Clara Campoamor en la II República. Se demuestra así, una vez más, que la paridad no se improvisa. Tiene raíces en nuestro patrimonio tradicional. -

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