26 mar 2011

"Ser embajador es revisar el parqué y mandar las alfombras a limpiar"

ENTREVISTA: JORGE EDWARDS Escritor y diplomático

"Ser embajador es revisar el parqué y mandar las alfombras a limpiar"

TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 26/03/2011
Jorge Edwards se asoma al ventanuco de un torreón en su nuevo libro. Hace lo propio, en paralelo, el ensayista Michel de Montaigne. Si alguien se detiene más de 10 segundos -una proeza en tiempos de lectura fragmentaria y mirada acelerada- observará con sorpresa que Montaigne y Edwards comparten caída de nariz y caída de pelo. Así que el fotomontaje elegido para la portada del último libro del chileno, desde la que Edwards y Montaigne otean al lector asomados a sendas ventanas de un torreón, se convierte en el guiño de dos almas hermanas.

En La muerte de Montaigne (Tusquets), la última obra de Edwards (Santiago de Chile, 1931), queda clara su admiración por el filósofo francés que vivió durante las tumultuosas guerras de religión del siglo XVI y que se hizo grabar sobre una viga de su lugar de trabajo varias máximas. Entre ellas: "Yo me abstengo". Montaigne le divierte como literato y como personaje. Le reconoce además aspectos precoces: la literatura del yo, la atinada mezcla de lenguaje popular y citas latinas o la exploración de la memoria como material narrativo. "Siempre me pareció que sus ensayos son novelas modernas, puedo leerlo cada noche, como hacen los curas con los breviarios", sintetiza el escritor en el hotel donde se ha prestado a una ronda de entrevistas más repetitivas de lo que habría deseado.
También la obra de Edwards es una modernidad en sí misma: un híbrido entre ensayo y novela donde el autor es otro personaje que va deslizando opiniones entre acontecimientos históricos y hechos probables. ¿Durmió en realidad Montaigne con Marie de Gournay en el caserón que la familia llamaba castillo? ¿Existieron los episodios de masoquismo? Dado que ni el propio Edwards lo sabe, la narración avanza sobre conjeturas, haciendo quiebros históricos (el desastre de la Armada Invencible, la guerra entre protestantes y católicos en Francia...) y comentarios de actualidad ("en el Chile de hoy los brutos admiran la brutalidad ajena, y la gente culta, para que no le falten al respeto, está obligada a disimular lo que sabe").
-¿Cree que esto solo se circunscribe al Chile de hoy?
-Opino sobre lo que conozco, pero sí, hoy hay una brutalidad triunfal.
Edwards, nacido en una casa bien con ilustres ovejas negras (léase El inútil de la familia, la novela inspirada en su tío abuelo, Joaquín Edwards Bello), es la antítesis de la brutalidad. Abogado, escritor, periodista y diplomático, es refinado, irónico y poco dado a dogmatismos. Fue capaz de criticar la dictadura en Cuba cuando ningún intelectual de izquierdas -y él lo era- se atrevió. Corría 1973, Edwards había sido enviado a La Habana por el presidente Salvador Allende para restaurar relaciones diplomáticas con Fidel Castro y apenas aguantó unos meses en la isla antes de ser expulsado. Ahí, por lo que contó en Persona non grata, mucho antes de recibir el Premio Cervantes (1999), nació su fama de escritor de derechas.
A él le ocurre un poco lo que a Montaigne. "Era güelfo para los gibelinos, gibelino para los güelfos", escribe en la novela. "En una época yo también sentía que era un escritor de izquierdas para la derecha y un escritor de derechas para la izquierda", admite. Esa naturaleza escurridiza explica que Edwards apoyase la candidatura de derechas de Sebastián Piñera en las últimas elecciones en Chile y que, hace unos meses, aceptase su oferta para convertirse en embajador en Francia. A punto de cumplir 80 años y con la nacionalidad española agregada a la chilena, Edwards regresó a París. "Era difícil resistirse a esa oferta".
Pero incluso París puede suspender el examen de la nostalgia. Dice que al café donde Ionesco comía tallarines y pululaban Beckett y Sartre van ahora los tenderos. Ya no existe el local donde, a medianoche, aparecía Giacometti, por lo habitual borracho. "No hay nada equivalente, pero no me arrepiento de haber aceptado, es una gran aventura".
El ejercicio diplomático no entorpece el literario. Escribe temprano: anda corrigiendo el borrador del primer tomo de sus memorias, que tiene serias opciones de acabar titulado Los círculos morados. Edwards bromea sobre lo mucho que ha cambiado la diplomacia: "La embajada es una casa que está en mal estado, así que resulta que ser embajador consiste en revisar el parqué y mandar las alfombras a limpiar, además de hacer informes y brindar todo el tiempo en cócteles". Antes que él, recuerda que Stendhal desmitificó el oficio: "El gran secreto de la diplomacia es que no tiene ningún secreto". Edwards apuntilla: "Se ha revelado con Wikileaks: los tipos hacen informes sobre secretos que todo el mundo conoce".

Libro 'non grato'


- Del accidentado paso de Jorge Edwards por La Habana en 1973 nació un libro, Persona non grata, que publicó Carlos Barral de inmediato. A la izquierda le sentó fatal aquella temprana denuncia de la persecución de la disidencia y del acoso a los escritores por parte de la dictadura castrista. Se lo había avisado su amigo y jefe Pablo Neruda: "No lo publiques todavía, no seas ingenuo". Edwards ignoró el consejo. Hoy es de las decisiones de las que se le ve más satisfecho.

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©TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 26/03/2011

Jorge Edwards se asoma al ventanuco de un torreón en su nuevo libro. Hace lo propio, en paralelo, el ensayista Michel de Montaigne. Si alguien se detiene más de 10 segundos -una proeza en tiempos de lectura fragmentaria y mirada acelerada- observará con sorpresa que Montaigne y Edwards comparten caída de nariz y caída de pelo. Así que el fotomontaje elegido para la portada del último libro del chileno, desde la que Edwards y Montaigne otean al lector asomados a sendas ventanas de un torreón, se convierte en el guiño de dos almas hermanas.
En La muerte de Montaigne (Tusquets), la última obra de Edwards (Santiago de Chile, 1931), queda clara su admiración por el filósofo francés que vivió durante las tumultuosas guerras de religión del siglo XVI y que se hizo grabar sobre una viga de su lugar de trabajo varias máximas. Entre ellas: "Yo me abstengo". Montaigne le divierte como literato y como personaje. Le reconoce además aspectos precoces: la literatura del yo, la atinada mezcla de lenguaje popular y citas latinas o la exploración de la memoria como material narrativo. "Siempre me pareció que sus ensayos son novelas modernas, puedo leerlo cada noche, como hacen los curas con los breviarios", sintetiza el escritor en el hotel donde se ha prestado a una ronda de entrevistas más repetitivas de lo que habría deseado.
También la obra de Edwards es una modernidad en sí misma: un híbrido entre ensayo y novela donde el autor es otro personaje que va deslizando opiniones entre acontecimientos históricos y hechos probables. ¿Durmió en realidad Montaigne con Marie de Gournay en el caserón que la familia llamaba castillo? ¿Existieron los episodios de masoquismo? Dado que ni el propio Edwards lo sabe, la narración avanza sobre conjeturas, haciendo quiebros históricos (el desastre de la Armada Invencible, la guerra entre protestantes y católicos en Francia...) y comentarios de actualidad ("en el Chile de hoy los brutos admiran la brutalidad ajena, y la gente culta, para que no le falten al respeto, está obligada a disimular lo que sabe").
-¿Cree que esto solo se circunscribe al Chile de hoy?
-Opino sobre lo que conozco, pero sí, hoy hay una brutalidad triunfal.
Edwards, nacido en una casa bien con ilustres ovejas negras (léase El inútil de la familia, la novela inspirada en su tío abuelo, Joaquín Edwards Bello), es la antítesis de la brutalidad. Abogado, escritor, periodista y diplomático, es refinado, irónico y poco dado a dogmatismos. Fue capaz de criticar la dictadura en Cuba cuando ningún intelectual de izquierdas -y él lo era- se atrevió. Corría 1973, Edwards había sido enviado a La Habana por el presidente Salvador Allende para restaurar relaciones diplomáticas con Fidel Castro y apenas aguantó unos meses en la isla antes de ser expulsado. Ahí, por lo que contó en Persona non grata, mucho antes de recibir el Premio Cervantes (1999), nació su fama de escritor de derechas.
A él le ocurre un poco lo que a Montaigne. "Era güelfo para los gibelinos, gibelino para los güelfos", escribe en la novela. "En una época yo también sentía que era un escritor de izquierdas para la derecha y un escritor de derechas para la izquierda", admite. Esa naturaleza escurridiza explica que Edwards apoyase la candidatura de derechas de Sebastián Piñera en las últimas elecciones en Chile y que, hace unos meses, aceptase su oferta para convertirse en embajador en Francia. A punto de cumplir 80 años y con la nacionalidad española agregada a la chilena, Edwards regresó a París. "Era difícil resistirse a esa oferta".
Pero incluso París puede suspender el examen de la nostalgia. Dice que al café donde Ionesco comía tallarines y pululaban Beckett y Sartre van ahora los tenderos. Ya no existe el local donde, a medianoche, aparecía Giacometti, por lo habitual borracho. "No hay nada equivalente, pero no me arrepiento de haber aceptado, es una gran aventura".
El ejercicio diplomático no entorpece el literario. Escribe temprano: anda corrigiendo el borrador del primer tomo de sus memorias, que tiene serias opciones de acabar titulado Los círculos morados. Edwards bromea sobre lo mucho que ha cambiado la diplomacia: "La embajada es una casa que está en mal estado, así que resulta que ser embajador consiste en revisar el parqué y mandar las alfombras a limpiar, además de hacer informes y brindar todo el tiempo en cócteles". Antes que él, recuerda que Stendhal desmitificó el oficio: "El gran secreto de la diplomacia es que no tiene ningún secreto". Edwards apuntilla: "Se ha revelado con Wikileaks: los tipos hacen informes sobre secretos que todo el mundo conoce".

Libro 'non grato'


- Del accidentado paso de Jorge Edwards por La Habana en 1973 nació un libro, Persona non grata, que publicó Carlos Barral de inmediato. A la izquierda le sentó fatal aquella temprana denuncia de la persecución de la disidencia y del acoso a los escritores por parte de la dictadura castrista. Se lo había avisado su amigo y jefe Pablo Neruda: "No lo publiques todavía, no seas ingenuo". Edwards ignoró el consejo. Hoy es de las decisiones de las que se le ve más satisfecho.

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