22 nov 2011

Inmensos poderes/

Inmensos poderes/Victoria Prego, adjunta al director de El Mundo
Publicado en EL MUNDO, 21/11/11;
No esperaron ni a los datos oficiales. Los socialistas se despeñaron de tal manera anoche en las urnas que, tras hacerse públicos en TVE los datos provisionales de los sondeos a pie de urna, tardaron apenas cinco minutos en salir a dar la cara para despejar cuanto antes las dudas -y las esperanzas de quienes aún las albergaran- y certificar su tremenda derrota. Ese fue el signo primero y más dramático de lo ocurrido ayer en España. Las palabras de Elena Valenciano dieron fe pública recién pasadas las ocho de la tarde de que la izquierda socialista había fracasado en su intento de detener la hemorragia de votos que se venía
augurando desde el comienzo de la campaña. Nunca en la historia de la democracia española el PSOE se había arrastrado por un suelo tan bajo y la pérdida de nada menos que 59 diputados será un elemento determinante para la marcha del país además de para el futuro del partido.
Ya entrada la noche fue el hasta ayer candidato y hoy ya nada en concreto del Partido Socialista quien certificó su derrota y la de su partido con él. El anuncio de su deseo de convocatoria de un Congreso del PSOE, que hay que suponer que hizo después de haber recibido la autorización de quien desde hoy es el único líder del PSOE, esto es, José Luis Rodríguez Zapatero, hace pensar que Pérez Rubalcaba no va a renunciar a encabezar el partido. Si fuera así, si insistiera en presentar su candidatura a la secretaría general del PSOE, la magnitud de su fracaso le pondría tanto plomo en los zapatos como el que ha llevado durante todos los días de campaña a causa de la gestión del Gobierno al que él perteneció como vicepresidente hasta hace cuatro meses. Pero el PSOE tiene la obligación de hacer oposición y el riesgo ahora es que su debilidad parlamentaria le lleve a refugiarse en la apelación a lo que Rubalcaba llamó ayer «los valores de la izquierda» y de ahí pase directamente a la radicalización para poder disputarle a Izquierda Unida ese medio millón de papeletas que se han ido al partido de Cayo Lara. Pero tampoco por esa vía hay alivio ni consuelo posible a tan brutal fracaso como los socialistas han padecido: al PSOE ha perdido más de cuatro millones de votos y esa enormidad es una sangría política de la que cualquier partido sale necesariamente anémico, como el propio Rubalcaba diría, y que no deja opción al disimulo. Los electores no les han abandonado por IU. Sencillamente, les han abandonado.
El otro dato, este sí que absolutamente determinante para el futuro de España, resultó más espectacular aún que el de la derrota del PSOE, y eso a pesar de que era esperado. La dimensión de la victoria obtenida por el PP es inmensa y abre de par en par las puertas al nuevo Gobierno para afrontar con toda la seguridad que todo dirigente necesita la tremenda crisis en la que estamos atrapados. Ahora, con todo el poder en sus manos, se le puede exigir a Mariano Rajoy y al equipo de ministros que él nombre que, además de la solidez política que le acaban de proporcionar los electores, haga también demostración inmediata de pulso firme y de valentía. Porque es obligado recordar que en estos momentos el Partido Popular tiene el mando absoluto sobre España entera, que se dice pronto, y ejerce el poder en todos los niveles de gobierno. Va a mandar con mayoría absoluta en el Congreso, manda con mayoría absoluta en la mayoría absoluta de las comunidades autónomas y manda también con mayoría absoluta en la mayoría absoluta de las capitales de provincia y de las grandes ciudades. Y es en esa misma medida de la inmensidad de su poder en la que hay que colocar la inmensidad de su responsabilidad. Tiene todo el apoyo, un apoyo como nunca jamás tuvo un dirigente en nuestro país, para cumplir un encargo dramático: meterse de lleno en la tormenta y hacer lo imposible por enderezar el rumbo hasta conseguir llevar a España a aguas más tranquilas.
La profundidad y la dureza de ese encargo parece haberlas entendido bien Mariano Rajoy, que ayer esperó hasta que el escrutinio pasara del 90% para hacer una comparecencia distinta. Una intervención que nada tuvo que ver con las tradicionales de un partido ganador en unas elecciones. Como dato puramente formal pero muy significativo, Rajoy no anunció su aplastante victoria desde la plataforma montada en el balcón de la calle Génova ni entre los vítores del público allí concentrado. Fue una declaración de la máxima formalidad, un compromiso solemne asumido ante todos los ciudadanos, leído ante un atril y escuchado por los suyos en un silencio sepulcral. Fue un discurso de presidente, lleno de compromisos pero también de anuncios de dificultades y esfuerzos. La fiesta del balcón no vino hasta después, cuando ya lo importante estaba dicho.

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