14 ene 2012

La vida como préstamo

La vida como préstamo/José Manuel Otero Lastres, catedrático y escritor
Publicado en ABC, 14/01/12;
Si hay algún acto involuntario del ser humano que le afecta absolutamente es el hecho de existir. Desde una perspectiva puramente racional, parece que todos nosotros deberíamos tener algo que decir ante un acontecimiento de tanta trascendencia. Y, sin embargo, las cosas son de tal modo que ni siquiera es posible preguntarnos si queremos venir al mundo. Somos concebidos por otros y, por ese acto de ellos, recibimos la vida. Pero no nos la dan para quedárnosla eternamente, sino para devolverla en el momento de la muerte.
Nacer supone, por eso, una especie de préstamo en el que cada uno de nosotros es el principal
obligado, pero sin tener la más mínima intervención: se nos da la vida sin haberla pedido, y nos obligan a entregarla en otro momento inicialmente incierto, que también se escapa, aunque no enteramente, al ámbito de nuestra voluntad. Y digo que no del todo, porque si nada podemos hacer para llegar a existir, algo está, en cambio, en nuestras manos para dejar de hacerlo. Porque, en lo de morir, siempre cabe la posibilidad de anticipar, si queremos, la devolución de la vida que nos han prestado.
Otra llamativa singularidad de este tipo de préstamo es que quienes nos dan la existencia, nuestros progenitores, no son aquellos a los que tenemos que devolvérsela. Nacemos gracias a ellos, pero cuando morimos no es a ellos a los que restituimos la vida. Y es que, aunque se suele saber con bastante certeza quiénes nos hacen existir, se ignora, al menos racionalmente, a quién nos entregamos cuando expiramos el último aliento. La vida supone, por tanto, tener prestado algo que no pedimos, la existencia; que es nuestra desde que la recibimos; y que habremos de rembolsar, en su día, a alguien distinto de aquel que nos la dio.
Pero si nos ha sido prestada, ¿qué vida tenemos que devolver? ¿Bastará con reintegrar simplemente el capital prestado o es necesario devolverlo con intereses? Me planteo estas preguntas más allá de cualquier óptica religiosa, porque, aunque en esta se pueden encontrar respuestas, no son las que estoy buscando. Lo que me interesa aquí es la perspectiva puramente humana, y responderme solamente con ayuda de la razón sobre qué vida hemos de vivir para poder sentirnos satisfechos —al menos humanamente— al devolverla.
Vivir significa tener y mantener la vida. La existencia se sitúa, por tanto, entre dos puntos: el inicial, que es el instante en que se comienza a tener la vida, y el final, que es el momento hasta el que se mantiene y se entrega. Entre ambos hay una trayectoria más o menos duradera. Estas tres referencias temporales juegan un importante papel en las respuestas a las cuestiones que he dejado planteadas.
En el instante mismo en que se «tiene» la vida se produce, por así decirlo, la entrega del capital prestado. Se nos da la vida y tiene lugar un misterioso y determinante reparto de facultades intelectuales, de características físicas del cuerpo, y de entorno económico, que sitúa a cada ser humano en una posición indiscutiblemente desigual a la de todos los demás. Todos recibimos capital, pero no en la misma cuantía. Por eso, si bien es cierto que todos comenzamos teniendo lo mismo: la existencia, también lo es que no todos comenzamos a existir con los mismos medios. Cada uno tiene que recorrer su trayectoria iniciando el camino de su vida con los medios desiguales de los que ha sido dotado en el azaroso momento de su concepción. En esto vuelve a haber una singularidad: en la determinación del capital que nos prestan tampoco hemos tenido nada que ver, ni nadie ha podido preguntarnos cuánto queríamos que se nos hubiese entregado.
Pero vivir supone también «mantener» la vida; es decir, conservarla, darle vigor y permanencia. Lo cual, situados en la perspectiva temporal, alude a un período de incierta duración. Es el tiempo que media entre la entrega y la devolución de lo prestado, elemento esencial del contrato de préstamo. Este lapso es el intervalo que tenemos para ir haciendo la vida que hemos de devolver, la cual se compone, por tanto, del yo inicialmente recibido y de todo lo que pueda ir completándolo antes del vencimiento del préstamo.

Pero si no tenemos la más mínima intervención en la fijación del capital prestado, ¿podemos sentirnos obligados a devolverlo con intereses? La respuesta depende del sentido que le demos a la vida. Habrá quien piense que es suficiente con vivir sin mayores exigencias, sobre todo si considera que ha sido injustamente tratado en el reparto inicial. Esta postura es humanamente comprensible porque racionalmente cuesta mucho admitir que se tengan que soportar algunas existencias que vienen marcadas muy negativamente desde su inicio, cuando había tantas posibilidades de recibir una vida bastante más compensada.

Hay, sin embargo, otra manera de enfocar las cosas. Y es partir de que cada uno de nosotros es una parte, aunque sea insignificante, de la Humanidad: engrosamos el elevadísimo número de las personas que han existido sobre la Tierra desde la aparición del hombre. Por eso, aunque seamos una arena más del inmenso desierto que es la Humanidad, tenemos que aprovecharnos de todo lo que hicieron nuestros antecesores y contribuir a apuntalar el escalón de progreso que le toca a nuestra generación. Dicho más directamente: el compromiso que tenemos con la Humanidad exige que desarrollemos y perfeccionemos nuestras facultades intelectuales y los valores culturales y éticos de nuestra época con el fin de construir nuestro mejor yo posible. Pero nada de ello será posible si la sociedad democrática y plural en la que vivimos no pone a disposición de los ciudadanos un sistema educativo universal, libre y gratuito que permita alcanzar aquellas finalidades. La vida que tenemos que devolver será humanamente satisfactoria si nos sentimos obligados ante la Humanidad a aprovechar intensamente lo que «nos dan» en el momento de nacer y compensamos lo que «no nos dieron» con ayuda de un programa educativo que permita llenar nuestro yo de la mejor forma posible. Racionalmente hablando, la vida como préstamo tiene sentido si se entiende que tenemos que devolverla a la Humanidad y que no cumplimos con esta entregando cualquier vida, sino la mejor que podamos construir con todos los medios que la propia sociedad pone a nuestro alcance.

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