5 ago 2016

El ocaso de Salinas/Raymundo Riva Palacio

El ocaso de Salinas/Raymundo Riva Palacio 
Ejecentral.com Jueves 4 de agosto, 2016
1er. TIEMPO : Un ex presidente todo poderoso. Durante muchos años después de ser presidente, Carlos Salinas fue muy poderoso en el estado de México. Cuando su amigo, el abogado Juan Collado, lo puso en contacto con el empresario Carlos Ahumada, que tenía unos videos explosivos contra colaboradores muy cercanos a Andrés Manuel López Obrador, que los exhibía recibiendo dinero en efectivo a manos llenas, Salinas lo vio como una oportunidad para descarrillar la candidatura de su archienemigo a partir del desprestigio. No lo logró, pero Ahumada encontró en Salinas, en pago a sus servicios, un apoyo para ayudar a quien en ese momento era su pareja informal, Rosario Robles, presidenta del PRD, quien tenía un multimillonario hoyo financiero en el partido, por lo cual las tribus querían crucificarla. Salinas se reunió en secreto con ellos dos en Londres y le pidió que buscara al entonces gobernador del estado de México, Arturo Montiel. Así lo hizo, y del erario mexiquense salieron más de cinco millones de pesos para ayudarla a tapar el hoyo financiero que había causado la líder perredista. 

Robles no sólo recibió dinero de Montiel, sino también del entonces gobernador de Guerrero, René Juárez, quien por petición de Salinas también le dio efectivo para recomponer su desorden financiero. No sería la única vez que Salinas hablaría con Robles. En la ciudad de México, en su majestuosa biblioteca, un día la recibió para platicar –en el mismo sitio donde ha hablado a lo largo de años con varios políticos de oposición- sobre cómo iba resolviendo su crisis y manejando el conflicto con López Obrador, a quien nunca pudo hacerlo a un lado en la política. En aquellos años, aunque villano popular, Salinas era muy apreciado por la clase política. El estado de México era donde más cerca estaba, por sus viejos vínculos con el Grupo Atlacomulco, a través de los cuales se acercó Montiel, y más adelante Peña Nieto, quien lo buscaba con frecuencia. Salinas, paternalista, lo cobijaba y solía decir que era un político con mucho futuro. Subió, en efecto, hasta la Presidencia, y Salinas pensó que era merecedor de todo.
 2º. TIEMPO: Salinas, ¿el poder detrás de Peña Nieto? A lo largo de todo el sexenio, la vox populi impulsada por el discurso sistemático del jefe de Morena, Andrés Manuel López Obrador, ha estado convencida de que el ex presidente Carlos Salinas es quien mueve los hilos en Los Pinos, y que no hay nada que haga el gobierno, que no sea consultado y aprobado por él. Nada más falso. Claro que, como la opinión pública, también Salinas se creyó el mito. Al comenzar el sexenio, el ex presidente enviaba al equipo del presidente electo Enrique Peña Nieto nombres para ocupar cargos en el gabinete, así como recomendaciones para puestos de dirección general y de otros niveles en la administración pública. De Londres, donde se autoexilió largo tiempo, trajo de regreso a México una serie de contactos empresariales para ser su gestor ante las autoridades mexicanas, federales y estatales. Salinas se sentía con toda la ascendencia sobre el presidente y con toda la libertad para hablar directamente con quien quisiera en el gabinete para hacer más expedita su gestión sin necesidad de intermediarios. Llegó un momento en que Peña Nieto le puso el alto. Le encomendó la tarea al secretario de Hacienda, Luis Videgaray, quien habló con Salinas y le explicó que las reglas del juego habían cambiado y que no podía actuar de la manera como lo estaba haciendo. Después de ese encontronazo, del cual la relación quedó totalmente maltrecha, Peña Nieto habló con él, y palabras más, palabras menos, le dijo que cuando necesitara algo, no tenía que ir a hablar con nadie, que como ex presidente tenía derecho de picaporte para buscarlo y solicitar todo lo que requiriera. A Salinas no le gustó el trato preferencial que le ofreció Peña Nieto, porque su percepción no era sólo como ex presidente, sino como –debió creer- el arquitecto de la candidatura presidencial del mexiquense. Poco se ha hablado del tema, y menos aún se sabe públicamente, pero el despecho que sintió Salinas se convirtió en una oposición escondida, a las reformas peñistas.
3er. TIEMPO: Todos los caminos conducen a Salinas. El cruce en las encuestas entre la aprobación y la desaprobación de Enrique Peña Nieto como presidente, comenzó un año antes de que el respetable público se diera cuenta de cómo le iban creciendo los negativos. Fue en noviembre de 2013, como resultado de la reforma fiscal, donde se incrementaron los impuestos para quienes más tenían, y se amplió la carga impositiva a grupos de interés. Públicamente fue el PAN el que llevó la bandera de la oposición, y se ensañó en el norte dando a conocer las direcciones particulares de los legisladores del PRI que habían votado a favor de la iniciativa peñista, para que la gente fuera a protestar directamente a sus casas e insultarlos, como sucedió en muchos casos. Las reacciones, sin embargo, eran tan ácidas y se veían tan coordinadas, que dentro del gobierno de Peña Nieto se dieron a la tarea de realizar redes de vínculos y conectar los puntos que conectaban a los protagonistas centrales de la crítica. Para sorpresa de muchos de ellos, todos los caminos condujeron al ex presidente Carlos Salinas, quien desde las sombras había sido uno de los principales orquestadores de la condena empresarial de la reforma. Salinas fue descubierto y poco a poco se le fueron cerrando los espacios dentro del gobierno de Peña Nieto. La semana pasada fue uno de los oradores en un seminario de celebridades en Acapulco, donde se refirió al libro “El príncipe”, de Nicolás Maquiavelo, donde, recordó, se toca la forma fría y calculada como debe actuar un líder. “Ahí, en su capítulo acerca del significado de la fortuna en las cosas humanas, dice que es inevitable el golpe de la fortuna, porque aquel que quiera transformar, reformar e innovar, inevitablemente afecta los intereses fundamentales, y una vez que se afectan estos intereses, los afectados reaccionan inmediatamente y los beneficiados ni siquiera se enteran al principio”, dijo Salinas. “El corazón de la política, entonces, está en decidir, en tener informada a su gente y resolver. No es el peso de la agenda diaria lo que agota al político, sino el peso de decidir, y sobre todo en los momentos inesperados”. Parecía verse en sí mismo. Eso fue lo que le aplicó Peña Nieto: decidió marginarlo y colocarlo en una esquina del paisaje nacional, aunque los mexicanos sigan pensando lo contrario.

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