En el momento más delicada de su presidencia, el presidente acusa a la prensa de ser la responsable de la división del país con un virulento discurso
Donald Trump, el martes durante el discurso en Phoenix, Arizona. AP
Pablo Ximénez de Sandoval, Corresponsal en California
EL País, Phoenix 23 AGO 2017 - 15:32 CDT
No faltó ni la mención a Hillary Clinton, para que sus fans pudieran corear aquello de “¡que la encierren!”. Donald Trump tomó el martes el Centro de Convenciones de Phoenix, Arizona, para dar un discurso de campaña 10 meses después de ganar las elecciones. Pero el que hablaba no era un candidato con ganas de hacer ruido, sino el presidente de Estados Unidos. En la semana más difícil de su presidencia, enterrado en críticas y cada vez más solo después de su reacción a los sucesos de Charlottesville, Trump volvió a sus esencias. Una ráfaga de ataques contra todo para inyectar energía a sus seguidores más acérrimos, y a sí mismo.
Es difícil discernir el contenido político entre más de una hora de diatriba desordenada. Pero bajo la superficie de un discurso enloquecido, incluso para el estándar de Trump, quedaron algunas pinceladas de sus prioridades en este momento. La principal, revolverse contra la oleada de críticas tras no condenar con suficiente claridad a los grupos neonazis y supremacistas blancos que se manifestaron en Virginia el pasado día 12. Una persona murió asesinada por uno de ellos en los enfrentamientos con contramanifestantes.
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Como cada vez que se hace obvio que ha ido demasiado lejos, Trump culpó a “los medios corruptos” de la polémica. Sacó de su chaqueta copias de los tres discursos distintos que dio en los días que siguieron a Charlottesville y los leyó línea por línea, preguntando qué había de malo en ellos. Trump ha tenido que deshacer dos consejos empresariales porque hubo una cascada de dimisiones de CEOs tras sus palabras. Ha sido criticado más o menos directamente por las principales figuras de su propio partido. Hasta la cúpula militar hizo corrigió al presidente de manera indisimulada.
Trump no está dispuesto a dejarlo pasar. El martes se revolvió contra todos. Defendió cada una de sus palabras y cargó contra “los medios falsos y deshonestos”. Una delicia para sus seguidores, que gritaban y señalaban a los periodistas en el corral de prensa del evento, alentados por el presidente de Estados Unidos. En CNN, el exjefe del espionaje de EE UU, James Clapper, con medio siglo de servicio en el Gobierno, dijo que nunca había visto algo tan “preocupante” y por primera vez cuestionó su capacidad para ejercer el cargo de presidente.
La segunda prioridad es lograr algún tipo de éxito político. Algo concreto, como el muro fronterizo que prometió en campaña. Algo ha cambiado en el asunto del muro, sin embargo. Ya no es México el que lo va a pagar (“aunque ellos no lo sepan”, dijo en este mismo sitio el pasado septiembre, horas después de reunirse con Enrique Peña Nieto). El que lo tiene que pagar es el contribuyente, a través del Congreso. Eso no se lo dijo así Trump a su gente. Lo que hizo fue señalar al Congreso ante sus seguidores como el nuevo enemigo que impide hacer grande América.
JOHN MCCAIN, REDUCIDO A “UN VOTO”
Estando en Arizona, el presidente no dedicó una palabra a transmitir buenos deseos para John McCain, el senador de 80 años que se está tratando un cáncer en el cerebro. McCain quedó reducido a la expresión “un voto”. Él fue el que hundió con su voto los planes republicanos para deshacer la reforma sanitaria de Obama. “No diré nombres”, dijo Trump el martes. “¡Un voto!”, gritó varias veces. Tampoco hizo una sola mención a los marineros fallecidos en el accidente del destructor USS John McCain (que lleva el nombre del padre y el abuelo del senador) el día anterior cerca de Singapur. Fue en este mismo lugar donde Trump dio su primer mitin de campaña. McCain dijo entonces que Trump había “agitado a los locos”. Esa frase le valió que Trump dijera que no era un héroe de guerra porque había sido capturado en Vietnam. A pesar de la evidente antipatía entre ambos hombres, McCain acabó por apoyar públicamente a Trump cuando ya era el candidato republicano.
Trump se quejó de lo que considera obstruccionismo de los demócratas en el Congreso, a pesar de que los republicanos tampoco están unidos en esto. “Voy a ser muy claro con los demócratas que se oponen al muro e impiden la seguridad en la frontera, estáis poniendo en riesgo la seguridad de América”, dijo Trump.
Las mayores necesidades en términos de seguridad de la frontera están en Texas. Pero en Arizona y California, Trump puede contar una historia de éxito sobre el muro. Antes de Phoenix, el presidente visitó a la policía de fronteras en la base de Yuma, en el desierto entre los dos Estados. El Departamento de Seguridad Nacional argumenta que el sector de Yuma es un ejemplo de lo bien que funciona un muro para frenar las llegadas de irregulares. El desierto de Yuma es seguramente la parte más peligrosa para cruzar y sus números son muy bajos comparados con otros tramos. Con el muro, construido a partir de 2006, las detenciones han pasado de unas 800 al año a una décima parte.
Trump no mencionó nada de todo esto. El coste de su muro en casi toda la frontera se estima en 22.000 millones. Después de una dura negociación con los republicanos del la Cámara de Representantes logró 1.600 millones para empezar a trabajar. Pero esa cifra está en duda en el Senado. Trump pidió una vez más que se eliminen las reglas que protegen el poder de la minoría en el Senado: “Ocho demócratas controlan todo”. Conseguir que se inicie la construcción de un muro, cualquier muro, donde sea, parece la prioridad absoluta en este momento para Trump, tras el fracaso de su promesa de eliminar la reforma sanitaria y una negociación sobre su plan fiscal que se prevé difícil.
En un momento dado, Trump amenazó con cerrar el Gobierno (consecuencia legal de la falta de acuerdo presupuestario) si no había dinero para su muro en septiembre. La afirmación es insólita y reveladora de la soledad de Trump. Normalmente es la oposición en el Congreso la que amenaza con paralizar el Gobierno.
México nunca sale indemne de una hora de Trump hablando desatado. Cuando mencionó el inicio de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, en sus siglas en inglés, TLC en español), dijo: “No creo que podamos llegar a un acuerdo, así que probablemente acabemos por suprimirlo”.
Además, en 77 minutos de diatriba a Trump le dio tiempo a frivolizar con un posible indulto al exsheriff de Maricopa (Phoenix), Joe Arpaio. La Casa Blanca había dicho por la mañana que el presidente no anunciaría nada en este sentido. Pero Trump no se contiene: “¿A los que están aquí les gusta el sheriff Joe? ¿Fue condenado por hacer su trabajo?”, dijo para que la gente lo jaleara. “Voy a hacer una predicción, creo que le va a ir bien, ¿vale?. No lo voy a decir esta noche porque no quiero causar polémica”. Arpaio fue condenado por desacato tras incumplir una sentencia que le ordenaba dejar de perseguir ciudadanos por el color de su piel para comprobar su situación migratoria. Por racismo, en definitiva. Espera su sentencia en octubre. El indulto al hombre que simboliza el racismo contra los inmigrantes latinos en Estados Unidos es la última afrenta al grupo social con el que más se ha enfrentado Trump.
El primer mitin de Trump en el Oeste como presidente fue recibido en Phoenix con cientos de manifestantes que protestaban contra el presidente. En el centro de la ciudad coincidieron varias marchas distintas que se encararon con seguidores de Trump a la entrada y a la salida del acto. La policía local acabó utilizando gases lacrimógenos para dispersar a los últimos manifestantes.
Después de Phoenix, el presidente voló a Reno, Nevada, para hablar ante el lobby de veteranos de guerra American Legion. Leyendo de un teleprompter, afirmó que en EE UU “no hay división tan profunda que no podamos curar”. “Es hora de curar las heridas y buscar una nueva unidad basada en los valores comunes que nos unen”, afirmó, en abierto contraste en tono y contenido con el espectáculo de unas horas antes.
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