29 dic 2017

Los medios mexicanos y 'The New York Times'/ Jorge G. Castañeda


Los medios mexicanos y 'The New York Times'/ Jorge G. Castañeda
Columna Amarres
El Financiero, 27 y 29 de diciembre de 2017..
El día de Navidad, el diario norteamericano The New York Times publicó nuevamente un largo reportaje, casi un ensayo, de plana entera, con llamada en la primera plana, ahora sobre lo que llaman “la corrupción y la subordinación de los medios” en México (para aclarar: desde hace cinco meses soy editorialista contratado por The New York Times para entregar una columna mensual). Dicho artículo enumera una gran cantidad de ejemplos de cómo gracias a las exorbitantes cantidades de dinero que ha gastado el gobierno de Peña Nieto en publicidad oficial, de la cual dependen la enorme mayoría de los medios impresos en México, dichos medios han aceptado, o se han visto obligados a aceptar formas diversas y de distinta intensidad de censura. Se refiere en particular a los casos de La Jornada, Milenio, El Universal, y Excélsior.

Se le puede quizá reprochar al artículo el no referirse a los medios electrónicos, que también reciben enormes cantidades de publicidad, o que no haya consultado las suficientes fuentes simpatizantes del gobierno o de los medios impresos para balancear el contenido. Yo no comparto esos reproches, pero quizá tengan sentido. Lo más importante, sin embargo, del reportaje, es lo que ha sucedido desde que fue escrito, es decir hace varias semanas, antes desde luego de que fuera publicado. Me refiero a la acción de esos mismos medios mexicanos ante dicho reportaje, y el que se publicó hace un poco más de una semana, también en el mismo diario, sobre el escándalo de corrupción y del desvío de fondos en el estado de Chihuahua. Conviene recordar que si bien Reforma publicó una especie de adelanto de ese proceso, la denuncia provino en realidad de otra larguísima investigación del mismo corresponsal del The New York Times en México, que duró más de cinco meses en llevar a cabo. Cuando digo reacción, es un eufemismo: se trata del silencio. 
En el caso del escándalo de Chihuahua, salvo Reforma, ninguno de los diarios citados, y algunos más, llevaron el tema en primera plana y varios ni siquiera lo mencionaron. En el caso del artículo sobre la corrupción de los medios impresos en México, con la exclusión de Reforma, ninguno dijo absolutamente nada, con la extraña excepción de Milenio y El Universal que le responden al rotativo neoyorquino, sin publicar ni siquiera un resumen del artículo al que responden. Me parece que mejor prueba de la veracidad del periódico sería difícil de encontrar.
Detrás de todo esto no se encuentra ni Carlos Slim, ni mucho menos, como sugiere mi amigo Federico Arreola, el que esto escribe. Es lógico que la prensa extranjera se ocupe de temas mexicanos en un momento. Es decir, desde principios del año pasado en México, gracias a Donald Trump, es un tema fundamental de la actualidad mundial. Es lógico también que la mayoría de los medios internacionales que cubren al país lo hagan sobre la actualidad inmediata: reportan sobre el acontecer diario o en todo caso semanal. El largo reportaje investigativo, que sí suelen muchos llevar a cabo sobre temas internos de cada uno de sus respectivos países o de otros países, no es lo fuerte de los impresos mundiales. Pero cuando un diario con los recursos, el prestigio y la experiencia de The New York Times decide concentrar el tiempo, el esfuerzo y el talento de su corresponsal, en un país determinado, a largos reportajes investigativos sobre temas cruciales, es difícil esperar que no traiga consigo revelaciones de hechos nuevos o denuncias de hechos viejos. Esto sucedió ahora con México. No hay nada extraño. Sólo les formularía a los lectores de esta columna la siguiente pregunta: ¿en verdad no creen que los dos mil millones de dólares de publicidad gubernamental en los medios durante este sexenio no tuvieron ninguna influencia sobre el contenido de las publicaciones? Otra pregunta: ¿están dispuestos a afirmar que en México la publicidad gubernamental nunca ha sido un factor de influencia, de presión o de censura en los medios mexicanos? “No te pago para que me pegues”. ¿Fue una puntada de José López Portillo o una profunda verdad?
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Los medios mexicanos /y 'The New York Times' (2)/ Jorge G. Castañeda
Amarres
El Financiero, 29 de diciembre de 2017..
En la soterrada y mínima discusión que ha provocado el reportaje de The New York Times sobre la corrupción y los medios impresos en México, impera una confusión. El corresponsal extranjero afirma algo hasta cierto punto indiscutible: todos los gobiernos mexicanos de la época moderna se han anunciado masivamente en dichos medios 
–Peña Nieto, más que ninguno– y de ello se deriva una influencia indebida en el contenido, la línea editorial y el trabajo de cada periódico involucrado. 
A esto, muchos han respondido, personal o institucionalmente, que en sus páginas se pueden leer todos los puntos de vista del espectro político e ideológico, que ningún escritor –articulista, editorialista, columnista o comentócrata, según el término preferido de cada quien– ha sido censurado. Comparto, en carne propia, esta afirmación. En 2018 cumpliré cuarenta años publicando notas en varios foros: Proceso, La Jornada, Reforma, Milenio y El Financiero. Nunca he recibido presión o censura alguna para escribir, o dejar de escribir, algo: crítica, apoyo, denuncia, reflexión interesante o aburrida. Sin atreverme a ser absolutista o categórico, me atrevo a pensar que son contadas las excepciones, a lo largo de los últimos veinte años por lo menos, que contradigan la mía. Los medios electrónicos podrán constituir un caso diferente, pero durante más de treinta años de colaborar con regularidad en los programas conducidos por José Gutiérrez Vivó, Ciro Gómez Leyva, José Cárdenas y Joaquín López-Dóriga, con la excepción del periodo de negociación del TLC en 1991-1992 con Grupo Radio Centro, jamás me han pedido los dueños de estas difusoras omitir un tema, o incluir otro. Puedo decir lo mismo de Televisa.
El problema es que ese no es el problema. Incluso para egos del tamaño del mío, debe ser evidente a estas alturas que, a los sucesivos gobiernos de la República, desde Carlos Salinas hasta Enrique Peña, las columnas no importan. El más prestigiado de los articulistas pesa mucho menos que una primera plana a modo, o que un corresponsal extranjero domesticado. La influencia ejercida por el gobierno –o por los anunciantes, en algunos casos– no se dirige a los editorialistas, críticos o zalameros. Se concentra en las primeras planas.
Una segunda preocupación de los gobiernos es también proactiva: la jerarquía de las noticias y la forma en que se presentan. Ejemplo: anteayer el peso recuperó 15 centavos frente al dólar, en buena medida gracias a una subasta de 500 millones de dólares de Banxico. La cabeza puede rezar: “Se fortaleció el peso .15”, o “Banxico defiende el peso con 500 millones de dólares, sin mayor impacto”. Es obvio cual presentación le conviene más al gobierno, como es transparente la postura gubernamental de preferir que las malas noticias se entierren en páginas interiores de los diarios y no en la página 2 o 3.
Una tercera consideración estriba en consolidar una actitud pasiva de determinados medios, que no realicen trabajo investigativo. No cuesta mucho lograrlo, la tradición al respecto, en nuestro país, es breve, estrecha y sin arraigo. Pero siempre es preferible contar con la anuencia de los dueños en esta materia, para que no haya sorpresas, sólo filtraciones.
Toca al lector llevar a cabo una tarea en buena medida ociosa, pero ilustrativa. Se trata de revisar las primeras planas, a lo largo de un mes, de los rotativos señalados por The New York Times, como los casos emblemáticos del lamentable panorama que describe: El Universal, Milenio, Excélsior y La Jornada. Luego, el lector puede animarse a estudiar la presentación y jerarquía de las noticias en los mismos diarios durante una semana o dos: cómo y dónde aparecen las buenas... y las malas. Por último, que ojee las columnas de mis colegas de la comentocracia en los mismos medios. Muchos de ellos son entrañables amigos o distinguidos académicos, políticos o periodistas cuyas posiciones no comparto. En efecto, en las planas editoriales de estos periódicos, el lector encontrará el mosaico de opiniones propio de un país plural y heterogéneo como el nuestro. 
Cuando el lector concluya este ejercicio, se hallará en situación de converger con el corresponsal de The New York Times, o de rechazar sus puntos de vista. Le apuesto a que estará de acuerdo.
Twitter: @JorgeGCastaneda

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