1 oct 2008

LEA: entre lo personal y lo político

Memoria Selectiva
Rogelio Cárdenas Estandía
Revista Proceso (www.proceso.com.mx), No. 1665, 28 de septiembre de 2008;
En su residencia de San Jerónimo, al sur de la ciudad de México tuvo 14 sesiones de entrevista con Rigelio Cárdenas Estandía. Pero la memoria del exprediente es selectiv, según comprobó el entrevistador, quién reunió la información de estos encuentros en el libro Luis Echeverría Alvarez; entre o personal y lo político, que comenzará a circular esta semana bajo el sello de Planeta: Con autorización de la editorial; Proceso publica literalmente el fragmento del diálogo relativo a la matanza de Tlateolco.
De no actuar en el 68, hubieran tirado al presidente
-¿Recuerda qué le dijo el presidente, luego de los acontecimientos?
-No mucho, que era una cosa muy grave, que tenía que ver, observar, como todo mundo, porque había cosas tan delicadas que dependían directamente del presidente.
-¿Le pidió que usted realizara alguna investigación?
-No, porque intervinieron autoridades muy distintas.
-¿Qué autoridades?
-La Defensa, el procurador general de la República, el jefe de la policía del Distrito Federal. Fue un acontecimiento muy complicado, los jefes de los muchachos, con la embajada soviética atrás, los cubanos un poco metidos, manejando a los líderes y un gran entusiasmo juvenil, como ocurrió en el mundo. Influyó mucho Francia en el mundo.
-Habla usted de injerencia soviética.
-Las investigaciones demostraron después que, por la Guerra Fría que había entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la política exterior soviética había intervenido, de acuerdo con las circunstancias, en México, en Nicaragua, Argentina, Chile y en general en América Latina. Se supo, también, que los Estados Unidos, seguramente la CIA, habían intervenido en Europa para que la doctrina comunista no interviniera [en la región].
En el 68 todavía había una gran disputa entre el régimen soviético y Estados Unidos. La Unión Soviética estaba muy metida en México, en Centroamérica y en Sudamérica, de alguna u otra forma, ya sea interviniendo en periódicos, con asociaciones de trabajadores, de campesinos o con líderes políticos. Estados Unidos, por su parte, había apoyado a gobiernos dictatoriales muy cerrados, como pasó en varios países de Centro y Sudamérica, para que no proliferara el comunismo.
-¿De qué manera, según su versión, los soviéticos apoyaron a los estudiantes?
-Hay que recordar que todo comenzó con un enfrentamiento muy local en la Ciudadela, entre dos escuelas, la prevocacional 6 y la Escuela Preparatoria Isaac Ochoterena; hubo pedradas, entonces entró la policía que mandó el gobierno del Distrito Federal y ésta, ante la magnitud del enfrentamiento, envió a los granaderos, unos policías armados con fusiles que entraron a apaciguar los ánimos a una de los dos escuelas. Inmediatamente comenzó el problema juvenil, mucho muy serio, porque estaban listos para eso.
-¿Quiénes eran los que estaban listos? ¿Y para qué?
-El pleito juvenil de la Ciudadela fue inspirado y organizado por los Comités de Huelga, cuyos líderes tenían mucha influencia soviética; fueron armados por la embajada soviética para causarle un problema a los Estados Unidos.
-Dice usted que Cuba participaba también.
-Sí, en parte porque Cuba ya tenía una enorme influencia de la Unión Soviética. Después de que la Revolución Cubana triunfó, comenzó a proyectarse hacia Latinoamérica y aquí también. Este movimiento del 2 de octubre del 68 recibió una gran ayuda de los cubanos que habían hecho su revolución y la querían en toda América Latina. Las cosas no son simples.
Algunos muchachos mexicanos, los que estuvieron en los Comités de Huelga, tenían contacto con la embajada soviética, donde les daban sus centavos. Todo ello hizo crecer ese movimiento.
-¿Realmente nuestro país corría riesgos si el Ejército no hubiera intervenido?
-Ese movimiento fue creciendo y llegó a una manifestación que llamaron "Del silencio", de 140 a 170 mil jóvenes en contra del presidente, que querían que saliera, con caricaturas, con ofensas, de la forma más agresiva. Lo caricaturizaban con la boca abierta y "la trompa bien parada, Díaz Ordaz", y en la manifestación gritaban "¡Que baje el bocón a discutir con nosotros!"
Decían: "El día del Informe, ¿qué le va a informar al Congreso? Que nos informe a nosotros", todo esto en la manifestación. Pero, además, repito, el 2 de octubre sucedió diez días antes de las Olimpiadas. Esto que te estoy diciendo no se ha hablado mucho.
Hasta ahora se me ocurre ya con reflexión. Muy importante, muy importante históricamente.
Entonces, diez días después hubo una concentración de 60 o
50 mil gentes en el estadio para que el presidente de la República inaugurara el gran acontecimiento internacional de la Olimpiada.
¿Qué hubiera pasado? Si no hubiera habido Olimpiada quizá hubieran invadido el Palacio y hubieran tirado al presidente.
-¿Usted cree que realmente hubiera podido suceder eso?
-Yo creo muy probable que sí. En una de las manifestaciones comenzaron a quemar la puerta de Palacio; si se hubieran metido, probablemente hubieran intentado asesinar al presidente y entonces el Ejército hubiera intervenido. Yo creo que de no actuar, sí hubieran quitado al presidente.
Incluso en ese entonces había grupos especializados en guerra de guerrillas. Era gente que había ido a la Unión Soviética y luego hasta Corea del Norte, donde los soviéticos los mandaron a aprender guerra de guerrillas. Era un movimiento político juvenil, pero político.
-¿Estados Unidos ejerció presión sobre México para que se actuara?
-La influencia de los Estados Unidos ha sido de muchos decenios, de acuerdo con las circunstancias. Después del triunfo de la Revolución Cubana, ese país tenía mucho interés de que al sur de su frontera no hubiera un régimen socialista.
Además, hay que recordar que en 1848 perdimos la guerra contra Estados Unidos y México perdió la mitad de su territorio. Entonces los soviéticos y los cubanos pensaron que precisamente por ese antecedente histórico sería muy fácil instaurar aquí un régimen que se opusiera a Estados Unidos y que derivara hacia un régimen socialista. Eso es lo que yo pienso. Así estaba la cosa.
Entonces, sí, el 2 de octubre fue un día culminante, hubo una batalla, entró el Ejército, murió gente. Sin embargo, a los diez días se llenó el estadio de Ciudad Universitaria. Vino gente de todo el mundo, los mejores deportistas, y el presidente de México inauguró las Olimpiadas. Para entender luego las cosas, sólo te digo que ese día, con 60 mil personas reunidas, no hubo un chiflido o un grito de "muera Díaz Ordaz". La gran fiesta deportiva internacional, allí estaba el presidente, y ¡nada!
-¿Había algún partido político que los apoyaba?
-¡Sí! El Partido Comunista Mexicano, algunas facciones de izquierda que querían que el gobierno cayera, pero no tenían influencia en los jóvenes, que eran muchos. Te digo que en una manifestación por Reforma y el Zócalo -conocida como "Del silencio", donde todos desfilaban en silencio, pero con carteles muy explícitos- habrá habido 140 mil gentes; la otra con 120 mil, gritando en Palacio, quemando la puerta de Palacio e insultando.
-Supongo que fueron momentos muy tensos para usted.
-Como espectador, políticamente es muy grave, pero ni el secretario de Gobernación ni ningún secretario podía disolver una manifestación de 150 mil personas. Lo logró el presidente con el Ejército, ni siquiera la policía, porque el regente del Distrito Federal decía: "¿Cómo le hago?" Los momentos difíciles no fueron tantos para mí como para el presidente.
El 12 de octubre el presidente Díaz Ordaz invitó al cuerpo diplomático, a muchos visitantes extranjeros, a la prensa extranjera, a ir a la gran ceremonia. Entonces, al gabinete, ahí presente, nos ordenó que estuviéramos abajo del balcón presidencial para ver el espectáculo.
En el palco presidencial debían estar el secretario de Relaciones, el presidente del Congreso, el presidente del Comité Olímpico Internacional. Quedaba enfrentito de la torre universitaria, donde había habido balazos unas semanas antes por los borlotes. De hecho, el presidente había ordenado que el Ejército entrara a la universidad porque ésta era un foco de rebelión.
Entonces el día anterior le hablé por teléfono al presidente y le dije: "Señor presidente, no voy mañana".
"¿Por qué?"
"Porque voy a estar en mi oficina, pero en la antesala del palco le voy a poner un teléfono de la red privada para que, si hay un desorden, un borlote, le avisen rápidamente y también para que cuando usted salga le informe sobre lo que ha pasado en toda la República". Habían transcurrido sólo diez días después del 2 de octubre.
-¿Usted esperaba que sucediera algo?
-¡Sí! Porque ese terrible hecho, Tlatelolco, había ocurrido sólo diez días antes y había una gran inquietud nacional. Había pequeños movimientos, mínimos, en Guadalajara, en Sinaloa, ¡mínimos! Muchos, simbólicos...
-¿Inteligencia preveía que ese día ocurriera algún incidente?
-Sí, todo el mundo pensaba que iba a haber algo a los diez días. Por eso me quedé en mi oficina junto al teléfono. Con agentes en toda la República por lo del borlote; con agentes en el estadio para ver qué pasaba, pero la instrucción era que actuaran unos cuantos ante una multitud o que me hablaran por teléfono.
-Llegó el presidente, tocaron el Himno Nacional, pronunció su discurso, un espectáculo maravilloso, desfilaron los grupos de todos los países, una muchacha guapísima subió con la antorcha [Enriqueta Basilio], prendió el fuego olímpico, bonita, muy guapa, bajó y fue la fiesta. Tocaron el Himno Nacional para acabar. Entonces yo calculé, con mi teléfono en Gobernación, que el asunto estaba acabando. Dije: "Ahorita acaba, se despide el presidente y al rato voy a hacer antesala".
Hablé por teléfono. Contestó el ayudante y luego me tomó la bocina el presidente:
"Nada."
"Gracias."
Eso lo sabía el presidente y lo sabíamos yo y tres o cuatro ayudantes más. Como yo no fui -pero le había dicho a mi esposa, muy valiente, que fuera en mi lugar con mi hijo más chiquito vestido de charro-, a los dos o tres días los otros precandidatos malquerientes, que me veían muy jovencito, comenzaron a decir: "A lo mejor no vino Echeverría porque le dio miedo". "¿Ya se fijaron que no fue?" Pensaron que yo no había ido porque esa tribuna estaba en el lugar donde había habido balazos. Pero estuvo ahí mi mujer con mi hijo, por ejemplo.
-Después del 2 de octubre, ¿cómo se encontraba el país?
-Muy dividido, conflictos políticos, el PRI en decadencia, ahora está peor; hoy no hay partido, pero ya andaba mal. Había muchos políticos de más experiencia que yo o más viejos. Como secretario de Gobernación nunca tuve una conferencia de prensa, no quise dar entrevistas, no pronuncié discursos en seis años, según yo, llevándola en paz; no iba a fiestecitas, con secretarios de Estado, nunca. A veces se reunían ocho o diez de ellos, llevaban muchachas guapas, medio golfas, se echaban una copa y hacían fiesta. Yo nunca fui. Y nunca hice negocios. Me porté muy bien desde que era subsecretario. Ni fiestecitas, ni queridas.
-Jorge de la Vega Domínguez, como testigo privilegiado, ha declarado en varias ocasiones que bajo ninguna circunstancia Díaz Ordaz, como usted dice, pudo haber ordenado la represión contra los estudiantes. En este sentido, ha dejado entrever que en Tlatelolco se armó una celada política, en la que, para algunos, usted habría intervenido. ¿Qué opina al respecto?
-¿Jorge, mi amigo de muchos años...?
-Sí.
-Bueno, lo que han llamado la represión fue del Ejército Mexicano.
-¿Pero por qué su amigo ha hecho esas deducciones?
-No recuerdo que lo haya dicho Jorge de la Vega...
-Es eso lo que ha dejado entrever.
-Necesito que me la busquen [la declaración], ¿pero cuándo fue eso?
-Lo menciona Jorge Castañeda en el libro La herencia.
-Jorge de la Vega, no... él no...
lll
"-¿Qué le gustaría decirles a los mexicanos?
-Que piensen en la independencia del país y en la educación del pueblo, que luchemos en una forma u otra para que no haya desempleo, que haya unidad familiar, que los jóvenes consulten a los padres y a sus abuelos, que tienen más experiencia, en todos los sentidos.
-¿Hay algo por lo que quiera pedir perdón?
-¿A quién?
-Al pueblo de México.
-No, yo de nada. He trabajado intensamente siempre, ni pido perdón a nadie ni me lo doy.
-¿Y hoy en día es feliz?
-Nada. La felicidad no existe, compañero." l

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