28 feb 2010

Boogie El Aceitoso

BOOGIE EN LA PANTALLA NACIDO PARA MATAR
Santiago Igartúa
Revista nexicana Proceso, edición #1739, 2010-02-28
Boogie El Aceitoso se publicó en Proceso, ininterrumpidamente, de junio de 1977 a octubre de 1996. De la edición 33 a la edición 1040, la historieta de Roberto Fontanarrosa se apoderó de la última página de la revista y se convirtió en hábito ineludible de nuestros lectores. Su autor no mató a su personaje; simplemente dejó de dibujarlo. Boogie reaparece en estos días, intacta su naturaleza. Y lo hace espectacularmente en la pantalla grande. Estrenada el año pasado en Argentina, Boogie, la película se exhibirá a partir del próximo viernes 5 en 80 salas cinematográficas del país. La cinta de animación dirigida por Gustavo Cova, con guión de Marcelo Páez –coproducida por Illusion Studios y Proceso–, honra a la historieta. En ella, Boogie hace lo que sabe hacer: humillar, despreciar, disparar. Boogie regresa para matar… y para provocar inevitables carcajadas con su ácido humor.
BUENOS AIRES.- Boogie no sentía nada al matar. Lo hacía con silenciador.
Nada ha cambiado. Salvo que el musculoso matón ha envejecido, se le ve panzón, cansado, y está desesperado por reivindicarse como el primero en el “arte de matar”, tras la aparición de su “archirrival” Jim Blackburn, un modernísimo sicario contratado por un capo de la mafia neoyorquina para silenciar a un testigo.
Es, sin duda, el pistolero más frío del mundo. Se entrenó en la Escuela de las Américas; fue agente de la CIA; participó en los conflictos bélicos de Vietnam, Nicaragua y del Golfo Pérsico. Tiene una particular animadversión por los negros y los homosexuales. Nunca se enamoró.
Sus hobbies son denigrar a las mujeres, comprar armas y disparar a transeúntes desde la ventana de su departamento. Admira a Jack el destripador y detesta a la humanidad. Si se le molesta, mata; si está de buen humor, o en servicio, también.
Le dicen El Aceitoso.
Inolvidable, vuelve como un fantasma para recorrer las salas de cine en México. Apareció con su enredada cabellera rubia, mandíbula de pitbull y un cigarro en la comisura de los labios que da sentido a su voz gruesa. Exhibe su Magnum 44 especial en la cintura. Es un hombre macizo, sin límites, sin conflictos de ética. Fuma en exceso, toma en exceso, mata en exceso.
Tiene un oficio muy peculiar: Es un asesino a sueldo. Un mercenario sin corazón que lo hace todo por dinero.
Según Gustavo Cova, director de la cinta, Boogie debe representar, como lo hizo en su tiempo, una crítica a un sistema donde prevalece la violencia, como en México… El largometraje se estrena aquí en medio de la “guerra” decretada por Felipe Calderón, que parece no tener fin y que, a la mitad de su administración, ha cobrado la vida a más de 9 mil 600 personas. Imposible ofrecer el dato más preciso; se modifica con las horas.
La sátira de Roberto Fontanarrosa nos alcanzó. Asociada con la atrocidad estadunidense durante la Guerra Fría, la represión en Sudamérica en los años de plomo y la guerrilla colombiana auspiciada por el narcotráfico, hoy retrata el estilo de vida que a sangre y fuego se ha impuesto en el país.
Lejos de la ingenuidad, Boogie cada vez se hace más fuerte. “Nos hemos acostumbrado a la violencia cotidiana. Ha ganado vigencia a través de la brutalidad de nuestras sociedades y lo poco que hacen nuestros gobiernos por detenerla. Es lamentable que aquello que criticaba Fontanarrosa en los años setenta y ochenta cada vez se va exacerbando más”, denuncia en una larga charla Gustavo Cova, quien también dirigió las cintas Rouge Amargo, Alguien te está mirando y el documental 100 años de Carlos Gardel.
Su historia
Boogie surge de las páginas de la revista Hortensia, editada en la ciudad de Córdoba, como una historieta basada en el violento personaje y la crítica política y social del autor. En los años setenta llegó a México a través de Revista de Revistas, dirigida por Vicente Leñero y, entre 1977 y 1996, para cerrar –o comenzar– la lectura de Proceso.
A principio de los ochenta, en la misma Argentina, Boogie fue publicada por la revista Humor, contestataria ante la última dictadura militar en ese país (1976-1983). “Era un lugar de rebeldía porque los militares no la entendían muy bien”, relató el cineasta.
Del maestro Fontanarrosa habla Cova, quien animó a su más célebre personaje: “Siempre fue muy inteligente en su crítica, que no es de izquierdas utópicas y contestataria porque sí”. Sin embargo, dice, en la película “no van a encontrar un panfleto”. La intención primordial de la obra parte del humor. “Por pretencioso, muchas veces el cine latinoamericano se olvida del público”. El mensaje de El Negro viene de una “segunda lectura”.
En un texto reproducido en la página web de Roberto Fontanarrosa, el semiólogo Óscar Steimberg desmarca a Boogie de una suerte de personajes sarcásticos, “desesperanzados”, amorales, que nacieron en los años setenta. “Si bien eran crueles, pesimistas, había algo que podía relacionarse con algún rastro del concepto clásico de piedad”. Para Boogie eso, por principio, no existe.
Boogie produce una atracción brutal. Explica Gustavo Cova: “Con Boogie pasan cosas muy raras. Es un personaje terrible, odiable por su machismo, por su violencia, por su amoralidad, y sin embargo es un personaje totalmente adorable”. Enamora como personaje, “sabiendo uno que se está enamorando de un reverendo hijo de puta”. Tiene ese “magnetismo animal, que es como que nos habla desde el inconsciente y desde lo peor de cada uno de nosotros”. Es como una catarsis, una posibilidad de liberarse, dice.
La “honestidad del perverso”
Según el guionista, Marcelo Páez, Boogie representa “la fantasía perversa que todos tenemos”. Recuerda un fragmento de la historieta donde El Aceitoso está comiendo y le quitan una papa frita de su plato, él toma el cuchillo y lo clava en la mano del osado… “Todos hemos querido hacer eso. Es el morbo que genera el querer hacer cosas que no podemos –como volar a un taxista que se nos cierra–; pero la fantasía ahí está”. Boogie, dice, está más allá de la conciencia y la moral. “Es lo que queremos ser y no nos atrevemos”.
El trabajo de Páez incluyó un análisis del estilo de escritura de Fontanarrosa. Describe a Boogie como un personaje encantador en sus “sombras”, de novela negra: un antihéroe. “Esos personajes, delincuentes, matones, apostadores, prostitutas, policías antinarcóticos, veteranos de guerra, me resultan mucho más humanos, a pesar de su brutalidad o su cinismo”. La maldad nace de la impunidad, piensa Páez. “Boogie es un psicópata. No le importa nada, nadie. No somos como él, en parte porque tenemos conciencia, porque tenemos moral, pero sobre todo porque tenemos miedo a ir presos”.
De hecho, Juan Carlos Volnovich, psiquiatra en la tira cómica, diagnostica a Boogie la “honestidad del perverso”. Tras la primera sesión, el matón lo acribilla por inmiscuirse en su vida.
“Fidelidad pura”
De la tinta a la pantalla, Boogie no se pierde en la ostentosidad de la tecnología, promete Páez. La esencia del personaje, para el guionista, refleja una “fidelidad pura” a lo que escribió Fontanarrosa. Incorporó al largometraje diálogos de una veintena de números de la historieta.
Inmersos en una actualidad donde la televisión muestra el correr de la sangre en tiempo real y los videojuegos explotan la industria de la violencia como entretenimiento, esta película “lucha” por posicionarse entre el público joven. Sin embargo –sostiene Cova–, el largometraje conlleva un dejo de nostalgia. “La gente que conocía al personaje va a encontrar muchos guiños de toda la obra de Fontanarrosa, varias de las historietas que más se arraigaron en la memoria”.
Boogie, recuerda el director, le servía a la gente como una válvula de escape “de todo lo que no asumimos que somos pero en el fondo tenemos: la intolerancia, el discriminar, el machismo… todo eso que forma parte de nuestra cultura. Somos nosotros los que tenemos que pelear por ser buenas personas todo el tiempo. En Boogie funciona al contrario. Él se libera de esa prisión en la que luchamos por no convertirnos en un ser terrible”.
Los responsables de la adaptación al cine hablan de la perversidad de El Aceitoso que, no obstante los años, aun en la pantalla, no intenta rescatarse. “El reto es cuidar a un protagonista con el que ideológicamente chocas. La ironía funciona desde ahí, desde la contradicción constante de su magnetismo animal que funciona como catarsis de todo lo que sabemos que está equivocado pero nos atrae. No es el héroe del cual uno quiere enamorarse”, afirma Gustavo Cova.
Hacer cine de animación en Latinoamérica es “casi” imposible, comenta el propio Cova, quien se ha entregado al género de fantasía. Realizar esta película significó una labor titánica –casi 16 mil horas de trabajo– por parte de un batallón de animadores, dibujantes, actores, sonidistas y personal de producción. Además, 60 temas musicalizan la historia.
Boogie, la película se presentó en los festivales de animación celebrados en Annecy, Francia, y en Zagreb, Croacia, donde fue muy bien recibida, según el relato de su director. En Argentina se estrenó el 22 de octubre del año pasado y se exhibió durante 10 semanas, posicionándose entre las cinco primeras.
No hay traición
Roberto Fontanarrosa, El Negro, se “sorprendió” cuando José Luis Massa, fundador de Illusion, le hizo la propuesta de materializar en una obra cinematográfica la vida de su personaje. Al principio le pareció una idea “descabellada”, contó a Proceso el productor. “El Negro decía: ‘¡No! Yo ya dejé de hacer Boogie. No sé si da para hacer una película. Es muy violento’”.
Gustavo Cova y Roberto Fontanarrosa pactaron un acuerdo en distintos planos y tiempos. El director tiene una fotografía de El Negro frente a su escritorio desde el día que inició el proyecto. “Pegué una foto suya que todo el tiempo me está mirando desde la pared. Siempre le digo: ‘Vos cuidame, yo no te voy a traicionar’”.
Y así, se cercioró, paso a paso durante la producción, de no insidiar el espíritu original de Boogie, de no “traicionar” a Fontanarrosa ideológicamente. “Boogie es un personaje muy fuerte y teníamos miedo de que eso no se trasladara a la pantalla, que se ablandara en ese traspaso por miedos, por autocensuras”.
Para el maestro Fontanarrosa, dueño del trazo que concibió al despiadado asesino, los villanos siempre fueron más que los héroes. Él mismo se encargó de dotar a El Aceitoso de un carisma “detestable”, lo que, paradójicamente, lo hacía adorable. Página 12 reprodujo una entrevista con el autor el 20 de julio de 2007: “Si no quisiera a Boogie, no podría haberlo hecho. Es la antítesis mía, o será que en un rincón del corazón yo querría tener esa impunidad, ese manejo de la violencia y esa capacidad física... La pureza de los superhéroes siempre me hinchó las pelotas”, decía el eterno apasionado del futbol.
Fontanarrosa alcanzó a aprobar el primer guión del largometraje, a la vez que hacía frente a la esclerosis que dañó la genialidad de su mano derecha y que, en julio de 2007, le robó la vida. “Si no, la película no habría podido hacerse”, aclara el productor, José Luis Massa.
Mueren las personas, pero los personajes trascienden. Se lo deben a su significado, asegura Gustavo Cova. Así que Boogie, la película no es una manera de ponerle fin a El Aceitoso, sino un intento por sintetizar su “ideología y espíritu, una forma de pensar que se conserva en el relato”.
De modo que Boogie sigue prófugo. Fontanarrosa escribió una carta que, cuenta el guionista Marcelo Páez, decía que el personaje “tendría siempre un lugar en algún punto conflictivo del mundo, ‘haciendo lo que más le gusta’”.
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Lo mecio el entorno dictatorial
Santiago Igartúa
Revista Proceso, edición #1739, 2010-02-28
Boogie es un desahogo, una inocente venganza de la que estaba ansiosa la Argentina de los setenta, década en que la violencia desangró al país al amparo de los militares y la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) de José López Rega, que promovió el secuestro, la tortura y la desaparición forzada como sistema de gobierno.
En la intimidad del país de su autor, Roberto Fontanarrosa, la historieta fue una crítica clandestina a la violencia institucionalizada, a la represión y a la brutalidad que sometía a esa república.
Dentro de la historia, explica Gustavo Cova, director de Boogie, la película ,“el humor es sólo la primera capa de la cebolla”. En tiempos de la última dictadura (1976-1983), cuando se publicaba en la revista Humor, Boogie significó un desafío a la censura, un desplante de libertad. No sólo se concebía desde lo superficial de un ex marine, asesino a sueldo, “sino que planteaba una crítica militarista, armamentista y –más a lo profundo– a la violencia del régimen, al gatillo fácil y a la violencia personal de cada uno de nosotros”.
“Los del proceso militar fueron tiempos difíciles”, platica ensimismado el joven guionista Marcelo Páez.
“Creo que haber escrito un personaje así, que en su momento era tan violento y tan contestatario, representaba una gran valentía del autor”, recuerda Cova.
La reflexión de Páez trasciende al Boogie identificado como un mero juicio al capitalismo y al sistema estadunidense: “Si tomamos en cuenta el momento en que nació Boogie, yo creo que, más que una crítica al capitalismo, era una crítica a lo que se estaba viviendo en Argentina”.
La pericia psicológica del personaje, realizada por el semiólogo Óscar Steimberg, publicada en la página web de El Negro Fontanarrosa, encuentra que los comentarios de Boogie son “similares” a los de algunos represores que “reconocen que han matado y lo cuentan con detalles”; su relato “se acerca más a la descripción de una hazaña que a la confesión de un delito o a una reflexión arrepentida”.
Con los agentes de la organización paramilitar Triple A, Boogie tenía todo en común, desde el atuendo hasta la impunidad. “Es más, platicando con él, yo supe que Fontanarrosa se inspiró para hacer Boogie en un tipo que vio en un bar, vestido con saco negro, anteojos negros, corbata oscura; que entró con una actitud muy suficiente, tomó un trago y después, al salir, se subió a un Falcon verde (como en los relatos de horror) para desaparecer en la nada. Daba la impresión de ser de la Triple A. Le quedó grabada esa imagen (a Fontanarrosa) y eso lo llevó a crear a Boogie como lo conocemos”, narra el guionista.
Fumador empedernido, republicano, egresado de la Escuela de las Américas (especializada en capacitar a represores), Boogie representa los aspectos más “perversos” de la política exterior estadunidense, dice Gustavo Cova.
La historia del antiimperialismo yanqui entre los latinoamericanos, continúa, es “entendible” por lo que han lastimado a sus países. Durante las dictaduras con el Plan Cóndor, por ejemplo, “reírse de ellos (los gringos) eran pequeñas victorias contra el monstruo”, sostiene el director.
Para Cova, lo que diferencia a El Aceitoso de Harry El Sucio, personaje que parodiaba, está en la ironía. “Las películas americanas de los 70 eran muy violentas, en el apogeo de la Guerra Fría y la guerra de Vietnam”. Herencia estadunidense, instituida en Latinoamérica a través de los regímenes militares, en Argentina “un sector de la ultraderecha intenta imponer el gatillo fácil como única forma de justicia y defiende el método de ese gobierno. Con Boogie, Fontanarrosa se burla de esto”, argumenta Cova.
Desbordado el narcotráfico en Colombia en los ochenta, Boogie fue tomado como estandarte por sicarios y censurado por el diario El Tiempo, donde se publicaba semanalmente, hasta ser desterrado por considerarlo una apología de la barbarie.
En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2006, Fontanarrosa evocó el episodio: “Boogie se publicaba en el cuerpo del diario, y hubo muchas presiones cuestionando al personaje en su violencia, que algunos creían que lo emparentaba con los narcos”.
Las quejas cobraron fuerza desde la ignorancia que las suscitó. Recordaba en la FIL el autor: “Era una cosa terrible. Tipos contentos porque por fin llegaba alguien que les pegara a los negros y a las mujeres”.
Entender al personaje más allá de la sátira, lamenta el director de la cinta, fue un mensaje que no siempre tuvo receptor. “Llegaban cartas y cartas al diario (El Tiempo) de personas que no entendían nada; no entendían la parodia”. Ahora, Cova tiene en la mira el estreno del largometraje del “aceitoso” en el país cafetalero como un ajuste de cuentas pendiente.
Burla al imperialismo
Boogie es el personaje genial que creó Fontanarrosa para mofarse del imperialismo yanqui y denunciarlo, lleva consigo un discurso “contestatario, anticorrupción, opuesto a la xenofobia y al terror que generó, y genera aún, el sistema norteamericano”, dice a Proceso Gustavo Cova.
“A Bush podría gustarle”, comenta divertido el director cuando imagina el recibimiento que en la Unión Americana podría generar el personaje: “Más que un antihéroe, podrían mirarlo como ejemplo, dada la descomposición de las sociedades a causa de la violencia que, como otros males, evoluciona con el tiempo”.
“Bush pensaría que habla bien de él”, suelta entre carcajadas.
Illusion Studios piensa llevar Boogie al cine estadunidense. Marcelo Páez tradujo el guión al inglés. Sin embargo, considera que la aceptación de El Aceitoso en Estados Unidos es casi impensable “porque en sus películas puedes matar a 200 personas, pero no puedes decir ‘negro’ a nadie. Es difícil que la sociedad norteamericana la acepte porque, en buena medida, se burla de su estilo de vida”.
Boogie, dice Páez, se hizo necesario durante la dictadura. Representó desahogo y festejo, una inocente escapada contra la opresión y el tormento que constituyen los Estados Unidos.
“En el colegio todos nos alegrábamos cuando alguien se reía del más grandote. Era como decir: ‘Mirá, alguien se le anima al gigante y le dice no sos tan perfecto. Es nuestra fantasía porque vivimos a su sombra. Con Boogie, nos sacamos algo de adentro”, afirma el guionista, con la autoridad de quien vivió 12 años en el país que alberga el sueño americano. “Yo creo que el estadunidense no está enterado del odio que se le tiene afuera de su burbuja, o no le importa”, remata.
Cova, el director, distingue: “Vuelvo a la genialidad de Fontanarrosa; es una película no antiyanqui, pero sí antiviolencia, antiimperialismo en cualquier forma posible, como lo fue el imperialismo soviético en su momento. Nosotros como latinoamericanos, como sudacas, como negros, seríamos los primeros que Boogie aplastaría”.
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El doblaje ochoa: “Me gustaria ser como el...”
Santiago Igartúa
Revista Proceso, edición #1739, 2010-02-28
Un caso típico: actores que sucumben ante sus personajes… Jesús Ochoa es Boogie; Susana Zabaleta es Marcia Frog. Sólo prestaron sus voces, pero, sin quererlo, ambos actores acabaron entregando, completita, su alma al diablo. “Me gustaría ser como él cuando veo a los políticos. Todos quisiéramos serlo cuando te encuentras en desventaja”, confiesa Ochoa. Y Zabaleta igual: “Por más que al principio quieras que se largue de tu vida, terminas por adorarlo”.
¡Háblame!”, se lanzó Julio Scherer García contra Jesús Ochoa. El actor balbuceó “cualquier cosa”, entre el nervio y la sorpresa. “¡Ésa es! ¡Ahí está la voz de Boogie!”, repetía efusivo Scherer, mientras se alejaba. “Me lo aventó de primera intención, sin anestesia. Fue el casting más curioso de mi vida”, cuenta Ochoa, que en más de 30 años de carrera no puede ocultar la emoción por interpretar a un personaje. Es la voz de Boogie El Aceitoso.
Hacerlo, confiesa, es un honor. “Me ametralla en cada palabra que dice. Si lo hice bien o mal, ojalá no me juzgue”.
Llevarlo a la pantalla fue una victoria. “Por fin le ganamos un duelo a Boogie. Lo agarramos y lo llevamos a la pantalla grande para exhibirlo, acusarlo y denunciarlo”, dice.
Ochoa ha visto la muerte de frente. Lo han matado de todas formas, muchas veces. “A los villanos así nos toca, cuando menos en la ficción”.
De Boogie, el actor envidia dos cosas: su gabardina y la posibilidad de saldar alguna cuenta. “Me gustaría ser como él cuando veo a los políticos. Todos quisiéramos serlo cuando te encuentras en desventaja. Pero nos gana la compasión, ¡maldita sea!”, afirma envuelto en carcajadas.
A los ocho años, Boogie le sacó la lengua a su abuela… con unas pinzas. “Yo una vez le cerré el ojo a una chava… ¡pero a golpes!”, cuenta en broma Ochoa, y estalla en risa.
No tiene ninguna historia personal con Boogie ni quiere tenerla. “Le tengo miedo. Afortunadamente sólo me lo he topado en la ficción, porque encontrárselo en la realidad debe ser muy cabrón”.
Supo por primera vez de Boogie en sus años como estudiante de actuación, a finales de los 70, leyendo Proceso. Entonces empezaba a ver la revista desde el final, como tantos, donde les esperaba El Aceitoso. “Uno quería endulzarse un poco la cara con una sonrisa para que luego el resto de la revista te la desfigurara otra vez con la realidad”.
Boogie se convirtió en una presencia cotidiana, un fantasma que nos persigue, sostiene Ochoa. “Ya hay Boogies donde quiera. En Proceso ya te lo encuentras en cualquier página”.
Con el personaje lo une el ser “culero”, platica regodeándose en su humor oscuro. “Pero sólo eso y sólo es desde el humor”. No sabe manejar una pistola, no le atraen las armas. “No he estado ni quiero estar en una guerra, aunque ahora esté en medio de una que no me corresponde”, dispara Ochoa, aniquilando de golpe la sonrisa en su quijada.
Boogie no puede estar en un solo lugar. Si existe, en cualquier guerra inútil va a estar. Incluso en la del narcotráfico. Ahora mismo podría estar caminado por las calles de cualquier ciudad en México, dice Ochoa. “Está instalado aquí. Nos secuestró. Uno ve la violencia exaltada en las calles. Lo puedes imaginar caminando cerca de ti”.
Siempre se puede estar en un fuego cruzado con Boogie. “Lo vemos todo el tiempo: decapitaciones, hombres masacrados sin importar absolutamente nada. Los narcos se dan un quién vive con la violencia que maneja El Aceitoso. Él revive en cada acto de violencia. Todo el tiempo va a estar para apuntarte”, dice el villano de Ciudades oscuras.
Boogie “es un madrazo”
Ochoa interpretó al sicario sin culpa alguna. “A Boogie no se le debe juzgar. Él se cree bueno. Piensa que está arreglando el mundo. Eso es lo cabrón, lo que avasalla. No existe el arrepentimiento en él. Ahí está lo maravilloso. Es la parodia del mercenario gringo. No sé por qué no lo han llevado a presidente”.
De origen, según el actor de La ley de Herodes, Boogie desborda la violencia al superlativo de lo absurdo. “Yo creo que era un escalón para reírse de los gringos, descubrir al vecino fuerte y quitarle la careta a un sistema de terror que prevaleció en el siglo XX”.
Según Ochoa, el “intervencionismo” estadunidense en las salas de cine en México debe combatirse con el principal potencial de la cinematografía nacional: la imaginación. “Lo importante primero es lograr una calidad para poder competir. ¡Ahora!, que dentro de un marco legal no lo podemos hacer, no podemos. Porque, efectivamente, todo está puesto para que la gran industria del cine norteamericano se sirva”.
Pero El Aceitoso no sigue los lineamientos de una empresa hollywoodense. “No tiene compasión. No está buscando un final feliz. Boogie va a las vísceras. Va directo a sacar nuestro ser violento y a arrancarnos una carcajada a quijada abierta. Yo no puedo comparar el personaje de Fontanarrosa con ningún otro, por más Llaneros Solitarios que nos encontremos en el cine gringo”.
Lo importante, afirma, es que cumple “absolutamente” con la carcajada que debe arrancar la farsa, exagerando la realidad de un drama. “Primero te lleva a la risa, luego te golpea, te destruye y te aniquila, como el mismo Boogie con su pistola. Y después te preguntas: ¿de qué me estoy riendo?”.
Roberto Fontanarrosa tenía mejor puntería que el mismo Boogie. “Fue un tipo muy inteligente, muy ácido. Boogie es un madrazo. Te lleva a la realidad a punta de balazos”. Siempre esconde una amenaza. “Te está advirtiendo que te pueden desaparecer, que te pueden arrancar la vida, incluso por equivocación, y después irse con un cigarrillo en la boca sin siquiera pedirte perdón”.
–¿Usted cree que Boogie podría atrapar a El Chapo?
–Más bien creo que El Chapo ya lo tiene por ahí, que está trabajando para él. No puede ser tan tonto como para echárselo de enemigo. No puedes echarte de enemigo ni a El Chapo ni a El Aceitoso –liquida la entrevista a risotadas.
Zabaleta y la Boogie que lleva dentro
Descubrir el poder de su voz fue para Susana Zabaleta como haber comprado una “uzi”; un arma de seducción. “Consigues lo que sea: con un simple tono puedes pasar del sarcasmo al amor; puedes mentir y hacer que te crean o decir la verdad absoluta”, cuenta a Proceso la concertista, quien estudió ópera en la ciudad italiana de Florencia, en una conversación que adornó con su sensualidad y su humor negro.
Dueña de una figura violenta y ojos de caoba, la protagonista de Sexo, pudor y lágrimas y Vivir mata se despojó de su cuerpo para dar vida a Marcia Frog, la femme fatale que pretende doblegar el corazón de El Aceitoso.
Boogie se fija en Marcia, su personaje, cuando la ve bañada en sangre… Es una atracción “destructiva, pasional”, dice Zabaleta, a quien le atrajo la idea de ser, desde la ficción, la amante de un asesino. “Es un machín. Llegaba un momento en que ya decía: ‘yo sí te voy a partir tu madre, Boogie’”.
De existir, la versión femenina de El Aceitoso sería más interesante y mucho más perversa, piensa la soprano y se postula: “A mí me gustaría ser la amante de Boogie y manipularlo a tal grado que yo no tuviera que matar a nadie. Lo utilizaría para decirle a quién eliminar. Esa es la Boogie que llevo dentro”.
Los antihéroes, comenta, son los personajes más disfrutables “porque se parecen a nosotros”. Religiosos, millonarios, estudiosos… “todos traen un asesino y un violento dentro de sí, esperando el punto que los detone. El hacer cosas malas provoca el mismo cosquilleo que estar enamorada”.
Emblema del feminismo, por la fortaleza que proyecta, no buscaría venganza contra Boogie, el misógino. “Sucede que es adorable. Por más que al principio quieras que se largue de tu vida, terminas por adorarlo. Él se reconoce violento y le vale madres. No hay nada que aprecie más que la autenticidad. Si eres asesino, sé asesino siempre. Me chocan todos esos personajes de la política que van por la vida con letrero de ser buenas personas. Esos son a los que hay que tenerles miedo”.
“… y entonces necesitamos sangre”
Hace unos días Zabaleta realizó una producción fotográfica con el torso desnudo y las leyendas “impunidad” y “violencia” pintadas en la piel. “No podemos negar lo que está pasando, encerrarnos en casa y dejar que el mundo ruede”. Habla de la falta de unidad en el país donde “sólo ante la tragedia somos solidarios. La esperamos como si nos gustara. Me hace pensar que Boogie forma parte de nuestra cotidianidad, que nos aburrimos de la vida y entonces necesitamos sangre”.
El mexicano se ríe de la tragedia, la contempla. “Yo creo que nos reímos para que no nos duela. Pienso que si no lo hiciéramos, nuestra alma no aguantaría. También nos reímos de nervios, de saber que cualquier día puede tocarnos”.
Según la actriz, incorporar el humor al drama que vive el país es necesario. “Va a llegar el momento en que también haya que reírse de la sangre y de la muerte. Y creo que la llegada de Boogie es un buen momento para hacerlo. Es una manera de prepararnos, de acostumbrarnos, de cubrirnos de esta vorágine, de tanta muerte”.
Los medios televisivos eligen las desgracias más mediáticas para enviar un batallón de reporteros que lleve a las víctimas como protagonistas estelares del prime time. “Se explotan porque tienen rating. Lo condeno, pero es así de fuerte. A la gente que no le guste, que lo apague, y los del conflicto van a ser los de las televisoras. La culpa es nuestra por morbosos”, opina la actriz.
Pero la realidad supera la ficción, sostiene. “Boogie no me da tanto miedo como el JJ (José Jorge Balderas Garza)”, presunto responsable del atentado contra el futbolista Salvador Cabañas y a quien se asocia con el crimen organizado y, a su vez, con mujeres del mundo de la farándula.
Zabaleta no es ajena a los cortejos de los mafiosos y sus excesos. Erizada su piel blanca, la actriz recuerda: “Estaba de gira en Culiacán. A mi suite llegó un ramo de flores espectacular, del tamaño de toda la habitación. Me fui a cantar y, en la noche, al regresar, encontré un paquete con una tarjeta que decía: ‘eres igualita a ella’. Abro la caja y era una Barbie de colección, de esas que cuestan miles de dólares, idéntica a mí. Tenía el pelo con mi mismo corte y un vestido largo muy elegante. Era como si me la hubieran mandado a hacer”.
Sintió pánico. Tomó el primer vuelo…
Meses más tarde, en Matamoros, durante un homenaje a Elena Poniatowska donde Zabaleta cantaba canciones de Liliana Felipe, le enviaron un enorme anillo de diamantes. Iba de parte de un “narquito”, según la mensajera. “Yo creo que en un país como éste todos hemos estado cerca de un Boogie”, remata.
Los dirigentes del país le dan risa. “Los políticos se sienten artistas con poder”. Los ha padecido. De Natividad González, exgobernador de Nuevo León, sufrió la censura: “La Naty dijo: ‘Susana no va a pisar Monterrey’. Me vetó porque alguna vez hice una crítica de él. ¡Como niña!”.
A su entender, son los políticos los primeros que agreden a la población… Como Felipe Calderón con respecto a los adolescentes acribillados en Juárez. “¡Ay, perdón! Es que ayer dije que eran unos traidores a la patria y ahora digo que son unos buenos muchachos. ¿Hoy te digo chinga tu madre y mañana te digo perdóname? ¡No! ¡Qué huevos de la señora que le dijo (a Calderón): ‘usted no es bienvenido’! ¡La adoré!”.
La historieta de Fontanarrosa cambió a Susana Zabaleta. Boogie es como los sueños, dice: “Una tira cómica te da ciertos permisos. Es una puerta para llegar a cualquier sitio sin culpa, sin remordimiento; sin pensar que lo que estás viendo te va a hacer más violento. Nos deja imaginar. No es que vayas a hacer las estupideces que hacen de repente los soldados americanos en sus películas –una gringada te lleva a pensar que si tienes un arma no pasa nada–, pero hay a quien bien podrías decir: ¡Vuelves a hablar, y te mato!”.
La soprano siente una cierta atracción por la sangre y el peligro. “Todos somos violentos por naturaleza”, asevera. Recuerda que a su padre, doctor de profesión, algunos pacientes de pocos recursos llegaban a pagarle con chivos. Ella, con sus hermanos, cuidaba de los animales hasta el día que les cortaban la cabeza para cocinarlos. “Se desangraba para hacer la moronga o algo así. Jamás nos dijo mi papá que no viéramos. En algún momento, los cuatro hijos estábamos felices de ver cómo al puto chivo le salía sangre de la yugular… Y nos lo acabábamos comiendo, después de que le habíamos puesto nombre. Ya sabíamos que tenían que morir. Somos violentos porque así lo vivimos. Al lado de la violencia hemos estado siempre”.

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