17 abr 2010

El candidato secreto

Ratzinger, el candidato secreto /MARCO POLITI
El País, 30-01-2005;
Al otro lado del Tíber, en los palacios apostólicos, al abrigo de las murallas leoninas, soplan aires de bonanza. No se cambia, no se proyecta, no se propone. Cada vez que se abre la ventana del estudio del Papa, la multitud reunida en la plaza de San Pedro asiste al espectáculo desgarrador de un hombre que busca, luchando, aliento para las palabras. Un luchador prisionero de su cuerpo, que confía en Dios e ignora lo que le tienen reservado las estaciones venideras.
Hay desorientación en el gran cuerpo de la Iglesia universal. Incertidumbre sobre el futuro, inquietud por el inmenso vacío que habrá que llenar. Él, el papa Wojtyla, ya ha desvelado el misterio. "Algún día", escribió en su poema Tríptico romano, "volverá a reunirse en la Sixtina la estirpe a la que se ha confiado la custodia del legado de las llaves... cuando se presente la necesidad, después de mi muerte".
Joseph Ratzinger, el purpurado de 77 años que preside el colegio cardenalicio, nos ha confiado con emoción cómo era el ambiente del cónclave de 1978, del que surgió el nombre del pontífice polaco: "En las horas de la gran decisión estábamos expuestos a las imágenes de Miguel Ángel, insinuaban en nuestro alma la grandeza de la responsabilidad".
Ahora es él, susurra la vox pópuli de la otra orilla del Tíber, el que está en liza por el trono más antiguo del mundo. De pequeño, cuando todos soñábamos con ser jardineros, bomberos o pilotos, él se imaginaba el futuro como pintor de brocha gorda. En cambio, luego apareció la vocación sacerdotal, se convirtió en teólogo conciliar en las filas de los reformistas más rebeldes, pero inmediatamente después dio un giro hacia los alarmistas refrenados y fue nombrado por Pablo VI arzobispo de Múnich, hasta que con Karol Wojtyla llegó a la cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio. Año del Señor de 1981: desde entonces ha permanecido siempre al timón, velando por la "doctrina de la fe", inspeccionando y condenando, repartiendo vetos e instrucciones. Brazo derecho de total confianza de Juan Pablo II.
En el Vaticano y en el mundo, su figura ya es familiar. El guardián del dogma tiene unos ojos azules de los que emana una mirada tímida, una sonrisa apenas acentuada, un mechón blanco bajo el solideo rojo, una pronunciación mesurada que revela una voluntad inflexible. Ha procesado a la flor y nata de los teólogos críticos y ha combatido la teología de la liberación, ha dicho no al sacerdocio femenino, ha condenado irrevocablemente la homosexualidad, ha negado el carácter pleno de Iglesia a las confesiones protestantes, ha prohibido la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar y ha rechazado un papel activo de los laicos en la guía de la comunidad de fieles.
Y sin embargo, rechaza la imagen hosca. "Yo no soy el Gran Inquisidor y tampoco me siento una Casandra cuando examino los factores negativos en la Iglesia", gusta decir de sí mismo. Si acaso, insiste, se siente cercano a una religiosidad "colorista, barroca, mozartiana" como la de su Baviera natal. Pero admite que a veces monta en cólera debido a las cosas que no funcionan (sucede entre murallas bien protegidas).
Listas trastocadas
"Sí, ahora está en la lista de papables", confirman algunos prelados notoriamente prudentes, mientras que hace pocos años era impensable, al ser el símbolo de una polarización excesivamente conservadora (igual que se descartaba al cardenal Martini por demasiado liberal). Esto ocurre porque el papa Wojtyla está reinando durante tanto tiempo que trastoca todas las listas. Algunos candidatos han sido incluso superados, como el purpurado brasileño Lucio Moreira Neves. Otros nombres están detenidos en la larga marcha: Tettramanzi de Milán, o su hermano vienés Schoenborn, o el "candidato de África" Arinze. Entre los nuevos ingresos, el patriarca de Venecia, Scola, mientras que resiste entre los eminentísimos latinoamericanos Hummes, de São Paulo, y se perfila en silencio un hijo de India, Ivan Dias, de Bombay.
En la Curia, la contraseña es que todo siga como siempre. "Trabajamos como si fuera el primer día del pontificado", me confía el patriarca de Lisboa, Da Cruz Policarpo. Concentrarse en los compromisos presentes es la mejor forma de preparar el advenimiento. Pero produce desaliento pensar en el mañana y está extendido el temor a una elección que de improviso entorpezca a la Iglesia con reformas (como ocurrió con el imprevisible Juan XXIII) o que bloquee todo en la temerosa defensa de la identidad. Surge en este clima la aspiración a un papado de transición. Pero un papado de peso, que no haga añorar la autoridad mundial de Wojtyla. Porque todos están convencidos de que el papado es fundamental en el escenario de la globalización, especialmente frente a la dispersión de los protestantes y la fragmentación de los ortodoxos.
El asunto de Irak, que ha mostrado la superpotencia espiritual católica frente al gigante militar de Estados Unidos, ha sido una prueba. "Juan Pablo II", explica el cardenal Achille Silvestrini, "ha surgido como el guía moral de la cristiandad. Lo han reconocido también las iglesias no católicas... El Papa ha interpretado la conciencia cristiana del mundo".
Un liderazgo tan preciado no debe perderse. Los papados de transición (y un candidato de casi 80 años garantiza un pontificado decididamente más breve que el de Wojtyla) han tenido a menudo, en la historia de la Iglesia, una función esencial para abrir el camino a otras perspectivas. Giulio Andreotti, como historiador, está convencido de que incluso los brevísimos (como el papa Luciani) son providenciales como "pasos obligados hacia grandes innovaciones".
Joseph Ratzinger parece ofrecer algunas bazas, ahorrando traumas entre la era Wojtyla y los cambios que se produzcan en el siglo XXI. Si el nudo no resuelto del catolicismo es la excesiva centralización del poder en el Vaticano, el cardenal bávaro ha hecho saber que se puede pensar en "foros suprarregionales (en el ámbito continental) que se hagan cargo también de funciones hasta ahora desempeñadas por Roma". Me dijo aún más durante nuestra conversación en la Sala Roja del Santo Oficio: "Cada vez más se observa que una Iglesia de dimensión mundial, y en la situación en que se encuentra el mundo, no puede ser gobernada de forma monárquica, y con el tiempo también se encontrará la forma de crear realmente una profunda colaboración entre los obispos y el Papa. Porque sólo así podemos responder a los desafíos de este mundo".
¿Aceptaba la idea del cardenal Martini, le pregunté, de otro concilio sobre los nudos de la Iglesia? La réplica fue sorprendente, una contrapropuesta: una "reunión no demasiado institucionalizada" para empezar. "Habría que intentar localizar", sostiene, "una representación de todos los principales sujetos eclesiásticos. Pero sin crear estructuras jurídicas. Yo sugeriría que se empezara así...".
¿Un momento de reflexión extraordinaria? "No tengo una idea precisa. Quizá podría prepararse en el ámbito continental o en el de las conferencias episcopales. Iniciativas de este tipo deben madurar. Quizá sería útil empezar por un grupo no demasiado grande para después ampliar la iniciativa. Hace falta un intercambio realmente fructuoso, pero es necesario que se produzca en un clima espiritual y no como en un parlamento".
Un intercambio de ideas sobre el futuro de la Iglesia. Una carta que sus partidarios podrán jugar en el futuro cónclave. Igualmente innovadora sería la reforma de las anulaciones de los matrimonios religiosos, que podrían liberar de la angustia a miles de católicos divorciados y vueltos a casar. "En el futuro", es su propuesta, "se podría llegar a una constatación extrajudicial de la nulidad del primer matrimonio". Decidiría "el que tenga la responsabilidad pastoral en el lugar". Es decir, los obispos en sus diócesis. Borrón y cuenta nueva sobre los enrevesados procesos de la Sacra Rota.
Porque a Ratzinger le aburre la burocracia. Esencializar es su lema, dilucidar "lo que constituyen los pilares de nuestra fe", concentrarse en las cuestiones fundamentales. "Desde luego, la Iglesia todavía no ha realizado a fondo el salto al presente", ha admitido con su interlocutor de confianza, el escritor alemán Peter Saewald. "Debemos tomar nota de que nuestras filas van menguando", le ha confiado, entender que la Iglesia de misas está llegando al ocaso, admitir la disminución del porcentaje de cristianos bautizados en la Europa de hoy... Los datos estadísticos muestran tendencias irrefutables... Se deduce de ello la posibilidad de identificación entre el pueblo y la Iglesia en determinadas áreas culturales". A quienes se hacen ilusiones replica: "En Magdeburgo, el porcentaje de cristianos de todas las confesiones no es más que el 8%". Si Toynbee afirma que el destino de la sociedad se ha confiado a las minorías creativas, "los cristianos deben considerarse una de estas minorías". Por eso son importantes los movimientos. Incluso una Iglesia pequeña debe estar abierta: "No podemos aceptar tranquilamente el hecho de que la humanidad se precipite en el paganismo".
El trono de Pedro
Ratzinger en el trono de Pedro. Es una perspectiva que fascina y asusta, según la ideología de cada prelado. Sería el primer pontífice alemán desde la Edad Media, un papa llegado del corazón de la historia europea. Poco indulgente con el unilateralismo estadounidense y no por pacifismo a ultranza: "Para impedir que la fuerza del derecho se transforme en arbitrariedad, ésta debe someterse a criterios rígidos, reconocidos por todos", recordó en el aniversario de la Segunda Guerra Mundial. Partidario de una economía social de mercado de ámbito mundial: "La caída del comunismo no ha confirmado la bondad del capitalismo en todas sus formas". Feliz por la Brecha de Porta Pia [el 20 de septiembre de 1847, las tropas italianas abrieron una brecha en las murallas de Roma y consiguieron tomar la ciudad y terminar con el poder de los papas]: "El Estado Pontificio, desde luego, comportó muchas mezclas insanas... Gracias a Dios, cayó en 1870".
Pero también inflexible en su defensa de la idea de una verdad única ostentada por la Iglesia católica y la concepción de Jesucristo como "Salvador único". Sobre este asunto sigue siendo un cardenal de hierro: "Una especie de anarquismo moral e intelectual", gusta de repetir, "lleva a no aceptar una verdad única". Y eso no puede ser. Así, el diálogo interreligioso no debe convertirse nunca en "movimiento en el vacío" y no hay que animar la deriva de muchos occidentales hacia el budismo, marcado por el autoerotismo espiritual. "Ir a contracorriente y resistir a los ídolos de la sociedad contemporánea forma parte de la misión de la Iglesia".
Si se le pregunta cuál es su deseo, la respuesta es retirarse pronto en Frascati, debido también a su frágil salud. Si se le pregunta qué tipo de papa se imagina, responde: "Un hombre de fe y que ame a Dios y, por tanto, a los hombres".
La partida ha empezado. Todos le reconocen una gran personalidad. "Clarividente y coherente... y mucho menos rígido de lo que parece", comenta el cardenal Echegaray. Él también está excluido de entre los papables.
Los prelados que también suenan
Excepto Oceanía, todos los continentes están representados en las figuras de los que, 'a priori', pueden ser llamados a ser el futuro papa de la Iglesia católica. Aunque, eso sí, Europa, y fundamentalmente Italia, es la mejor representada en esta aparente terna.
Dionigi Tettramanzi Arzobispo de Génova y después de Milán, es especialista en moral y se ocupa de los problemas de la paz y la globalización. En el trabajo pastoral siempre ha preferido la relación humana con los fieles. Tiene 69 años.
Angelo Scola Es el patriarca de Venecia, después de haber ocupado el cargo de rector de la Universidad Laterana. Procede de Comunión y Liberación. Ha colaborado en algunas encíclicas del Papa. Ha cumplido 61 años.
Cristoph Schoenborn Arzobispo de Viena, es un refinado teólogo, hábil en la gestión del enfrentamiento con la cultura de hoy. En Austria ha mostrado una gran capacidad de trato con los cristianos de base. Tiene 58 años.
Angelo Sodano Secretario de Estado desde 1990, ha sido y sigue siendo el más estrecho colaborador de Juan Pablo II en la época de la caída del muro de Berlín. Dice que la Iglesia está siempre abierta a las reformas. Tiene 75 años.
Francis Arinze En su calidad de presidente del Consejo para el diálogo interreligioso, ha tenido la posibilidad de desarrollar todas las relaciones con el islam y con las otras confesiones del mundo. Es nigeriano y tiene 70 años.
Ivano Dias Si la Iglesia quiere abrir una brecha en el enfrentamiento con los pueblos nuevos de las naciones asiáticas, él es el hombre adecuado. Arzobispo de Bombay, ha servido durante años en la Secretaría de Estado. Tiene 85 años.
Claudio Hummes Arzobispo de São Paulo, en Brasil es un franciscano especialista en filosofía y muy sensible a los problemas de la justicia social y los de la renovación de la Iglesia. En agosto cumplirá 70 años.
Marco Politi es periodista italiano y uno de los máximos especialista en el Vaticano © La Repubblica. Traducción de News Clips.





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