14 may 2011

¡Que se vayan todos! Se instaurarán las narcoguerras floridas.

¿Y luego?
La ironía fina de Sánchez Susarrey, hoy en Reforma.
Me sumo/Jaime Sánchez Susarrey
Reforma, 1 de mayo de 2011
Si se va el secretario de Seguridad Pública, se deben ir también los secretarios de Marina y Defensa. Todos están involucrados en la guerra contra el narcotráfico, todos tienen un grado de responsabilidad
1.Me sumo. Genaro García Luna debe renunciar. Si bien es cierto que no hay ninguna evidencia que vincule a la Policía Federal con el asesinato de los jóvenes en Cuernavaca e incluso todo apunta a que fueron victimados por ían a un par de policías municipales, la cabeza del secretario de Seguridad Pública debe rodar.
sicarios que proteg
¿Por qué? Porque confirmaría que la sociedad civil no tiene poder de nombrar un secretario, pero sí de despedirlo y echarlo al cesto de la basura. ¿Quién decide, cómo y por qué? Nosotros, la sociedad civil, en asamblea y por aclamación.
2. Me sumo, pero hay que ser coherentes. Si se va el secretario de Seguridad Pública, se deben ir también los secretarios de Marina y Defensa. Todos ellos están involucrados en la guerra contra el narcotráfico y, en consecuencia, todos tienen un grado de responsabilidad. Lo que es parejo no es chipotudo.
Exculpar a las Fuerzas Armadas de lo que está ocurriendo no tiene sentido. De hecho, los efectivos del Ejército y la Marina que están involucrados en la guerra superan en número a los policías federales. No hay, en consecuencia, ninguna razón para no exigir su renuncia.
¡Que se vayan todos!
3. Me sumo, pero hay que ir a la raíz. Los tres secretarios son empleados del presidente de la República y no hacen otra cosa que obedecer órdenes. El verdadero responsable es Felipe Calderón. Fue él quien declaró la guerra y los instruyó.
Los 40 mil muertos son su responsabilidad. El primero que debe irse es el responsable. Los subalternos son sólo eso, subalternos. Ésta es la guerra de Felipe Calderón y de nadie más. No más sangre. ¡Que se vaya! Él es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y el jefe del Estado mexicano. El primero y mayor de los responsables.
Ah, pero si se van todos -se preguntará el lector- quién y cómo garantizará la paz. O dicho de otro modo, la salida de Calderón y compañía es la condición para que la guerra y el derramamiento de sangre terminen ya. De ahí la consigna: ¡No más sangre!
Pero qué pasará al día siguiente: ¿quiénes nos garantizarán la paz y el orden? ¿No caeremos en una especie de anarquía?
La respuesta es muy sencilla y va de la mano de la liquidación de las autoridades federales.
Me explico y propongo una salida punto por punto.
A. Hay que refundar el pacto social. ¿Cómo? Convocando a la sociedad civil. Para ese propósito hay que rentar el Estadio Azteca y llenarlo de representantes de la sociedad civil. Una asamblea de 100 mil ciudadanos es infinitamente más representativa que los 128 senadores y los 500 diputados que dicen representarnos. Ésta es la hora de la sociedad civil y no hay que dar marcha atrás.
B. Habrá que formar y enviar una comisión para que se entreviste con cada uno de los jefes de los principales cárteles. Ninguno debe quedar fuera. Todos deberán ser contactados. El mensaje será simple y unívoco: nosotros, la sociedad civil, no somos sus enemigos, pero exigimos respeto. Ya hicimos nuestra tarea: nos deshicimos de las autoridades. Ahora esperamos su comprensión y cooperación. Ésta es la hora de la refundación del pacto social.
C. Hay que informarles que Hobbes ha muerto. ¡Viva Cristo Rey! La sociedad civil no cree que el hombre sea el lobo del hombre. La sociedad civil está convencida de que un poema mueve montañas y conmueve corazones. El Estado, tal como lo definía Weber: la institución que monopoliza la violencia física legitima, es un cacharro viejo e inservible.
D. Hecho esto se convocará una cumbre con todos los capos. La sociedad civil será la organizadora y mediadora. El Estadio Azteca podría, perfectamente, albergar esta conferencia de paz, entendimiento y armonía. El propósito: repartir el territorio entre los diferentes cárteles para que terminen las disputas violentas. Pero además, se fijarían competencias y responsabilidades a cada uno de ellos en la región que les correspondiera.
E. La tolerancia y la voluntad de negociación no se demuestra con palabras, sino con hechos. Sabiendo de la inclinación a la violencia -que es una forma de adicción- de muchos de ellos, se instaurarán las narcoguerras floridas. Cada año, durante un mes, habrá enfrentamientos, levantamientos y secuestros. El primer año se tolerarán las decapitaciones. El segundo, sólo las mutilaciones de las extremidades superiores. El tercero, únicamente las mutilaciones de las extremidades inferiores. El cuarto, podrán cercenarse las orejas. El quinto, sólo podrán extraerse las uñas de las manos y los pies. Los años subsiguientes limitarán aún más las formas de la violencia hasta que el décimo año se hayan reducido drásticamente.
F. Obviamente, en cada territorio se establecerán derechos y obligaciones de los cárteles. Podrán cobrar derecho de piso, cuotas por protección y, por supuesto, podrán instaurar ciertas alcabalas para proteger y ordenar el territorio. Esto puede parecer excesivo pero será una manera efectiva de preservar la paz y de que cuando un michoacano, con pasaporte de La Familia, visite Tamaulipas, zona de los Zetas, tenga la certidumbre de que no será secuestrado ni agredido.
G. Se instalará un Consejo de Honor y Justicia, presidido por el capo de mayor autoridad moral, que recibirá y procesará las quejas de los ciudadanos de cada región. Sin embargo, sus conclusiones no tendrán poder vinculante. El Consejo emitirá recomendaciones, basadas en la armonía y la buena fe, que seguramente serán acatadas.
Y todavía hay quien dice que no se puede. No, sí se puede. Poder es querer. Ésta es la hora de la sociedad civil y de la refundación del pacto social. ¡Vivan la armonía y la buena fe!

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