25 sept 2011

¿Cómo fue la infancia de quienes hoy son sicarios?


En la sique de los asesinos/ Pascal Beltrán del Río
Columna La Bitácora del Director,
Excélsior, 25 de septiembre
Qué bueno que las visiones oportunistas, ideologizadas o simplistas de la seguridad pública han dejado de dominar porque el principio de toda solución a esta tragedia pasa por un saludable debate público en el que priven los datos duros.
Salvo en sus expresiones más extremistas e irresponsables, la discusión pública sobre la violencia criminal que azota al país se ha vuelto mayoritariamente ponderada.
Ya no tiene mucho peso la visión de que el gobierno de Felipe Calderón llegó a “patear el avispero” y eso provocó que los criminales salieran furiosamente a matar enemigos, miembros de las fuerzas del orden y personas inocentes.
Tampoco escuchamos ya el pretexto de la autoridad (salvo en el caso del gobernador de Veracruz) en el sentido de que lo único que pasa en las calles es que los delincuentes están matándose entre ellos y que eso es bueno porque algún día se exterminarán unos a otros y así llegará la paz.
Qué bueno que las visiones oportunistas, ideologizadas o simplistas de la seguridad pública han dejado de dominar porque el principio de toda solución a esta tragedia pasa por un saludable debate público en el que priven los datos duros.
Sin embargo, aún falta mucho por avanzar en ese camino, pues la estrategia oficial no parece salir de la lógica de la coerción, lo cual lleva a los interesados y preocupados en el tema a discutir sólo si el gobierno federal está haciendo bien o no la tarea, si debiera apostar más a la inteligencia y los golpes bien colocados —en vez de sacar la tropa a la calle cada vez que hay crisis— y si no sería bueno que los gobiernos estatales, el Congreso de la Unión y el Poder Judicial metieran más el hombro en este esfuerzo.
Para mí esta lógica de que todo comienza y termina en la procuración e impartición de justicia deja fuera una parte esencial del film noir que nos proyectan todos los días los criminales: los orígenes de la violencia, las explicaciones sociológicas y sicológicas sobre el horror al que es capaz de llegar el ser humano, e incluso comunidades completas, y sobre las que hay una gran cantidad de investigación en todo el mundo, incluyendo México.
¿Cuánto de lo que nos pasa es obra del  uno por ciento de sicópatas que existen en cualquier sociedad y que, de acuerdo con los estudios del renombrado sicólogo canadiense Robert D. Hare —autor de Sin conciencia—, no tiene manera de curarse y sólo dejará de hacerle daño a los demás cuando sea encerrado?
¿Qué sucedió demográficamente en México en las décadas de los 80 y 90, cuando nacieron la mayoría de quienes hoy son sicarios y que se muestran capaces de realizar actos de sadismo indescriptibles, porque no sólo matan sino torturan a sus víctimas y no pierden ocasión de mostrarle a la sociedad de lo que son capaces?
¿Dónde y por qué se incubó la violencia? ¿Por qué arrasó primero al norte rico antes que al sur pobre?
Si hay falta de instituciones se da en una y otra regiones, ¿por qué en la primera? ¿E sólo por el embudo de la frontera y el control de las rutas del narcotráfico?
¿Cómo fue la infancia de quienes hoy son sicarios? ¿Nacieron en hogares tradicionales o monoparentales? ¿Hasta qué grado fueron a la escuela? ¿Quiénes fueron sus maestros y compañeros de clase? ¿Cómo se engancharon en el crimen organizado? ¿Han llegado a considerar que matar es un empleo como cualquier otro?
Después de hacer estallar un coche bomba, de fusilar a un grupo de migrantes harapientos, de prender fuego a un negocio lleno de gente o de matar por asfixia a una treintena de personas y arrojar sus cadáveres desnudos en la vía pública, ¿los sicarios se van a tomar una cerveza, como haría cualquiera al final de la jornada laboral, o llevan a sus hijos de compras? ¿Qué ven en el espejo cuando se peinan por las mañanas? Éstas son algunas de las preguntas que me han acompañado durante los últimos meses.
 Para tratar de responderlas he consultado algunos trabajos escritos por expertos en conductas violentas: Biosocial bases of violence, de David P. Farrington et al.; Social learning and social structure: A general theory of crime and deviance, de Ronald L. Akers; Manual para el tratamiento psicológico de los delincuentes, de Santiago Redondo Illescas; Preventing and reducing juvenile delinquency, de James C. Howell, y The psychology of criminal conduct, de Donald A. Andrews y James Bonta, entre otros.
También emprendí una serie de entrevistas sobre el tema, que le presentaré a partir de mañana (la primera de ellas con Martín Barrón Cruz, historiador y criminólogo e investigador del Instituto Nacional de Ciencias Penales, quien elaboró el perfil criminal de La Mataviejitas y afirmó que era mujer antes de que fuera detenida, cuando todos pensaban que el asesino serial de ancianas de la Ciudad de México era hombre).
Hoy sé más del tema de lo que sabía cuando comencé a leer al respecto, pero todos los días me surgen nuevas dudas. ¿Cómo explicar, por ejemplo, el fenómeno de los grupos de mujeres sicarias, como las llamadas Panteras?
Eso sí, hay constantes que deberían estar siempre en la mente de quienes tengan la intención de diseñar y poner en práctica políticas públicas para la prevención del delito. Por ejemplo, que las conductas antisociales se aprenden en la infancia y adolescencia, tienen cimientos en la falta de oportunidades y requieren de justificaciones sociales para florecer y expandirse.
Hoy en día, el diseño de estrategias de mediano y largo plazo para cambiar el estado de violencia que vive México no parece estar en el escritorio de los funcionarios ni en los pasillos del Congreso. Tampoco están en el centro de la discusión pública. Hay una evidente preocupación por cómo combatir a los criminales pero casi nadie parece estar interesado en conocer a quienes delinquen: quiénes son, por qué lo hacen, qué patrones de conducta habría que esmerarse en cambiar, cómo generar las oportunidades de estudio y la protección social para evitar que nuevos jóvenes sean enganchados por el crimen organizado.
La clase política mexicana no parece muy interesada en buscar la respuesta a esas preguntas. Los gobiernos federal y estatales tienen por prioridad la atención de la coyuntura y la reacción de la opinión pública a sus acciones inmediatistas. Y no quitan la mirada de la siguiente cita en las urnas.
Los plazos de diez o quince años están fuera de su radar. Y, sin embargo, son los plazos en los que tendríamos que estar pensando como sociedad si aspiramos a que, algún día, la paz y la seguridad vuelvan a nuestras calles.
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