¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!...Amado Nervo (1870-1919)
Amado Nervo dedica La Amada Inmóvil, un poemario en elegía a su fallecida compañera Ana Cecilia Luisa Dailliez Larguillier, a quien conoció en París en una noche “en que mi alma estaba muy sola y muy triste, la noche del 31 de agosto de 1901, y con quien viví desde entonces en la más cordial y noble de las compañías hasta - a las doce y cuarto del día- 7 de enero de 1912, en que murió en mis brazos.”
Pero Ana no dejo sólo al poeta, le heredo a su hija Margarita quien tenía 12 años de edad; cuando Amado conoce a su amada en el barrio Latino, ella era madre soltera de una niña de 11 meses. Margarita años después se casa con un sobrino de Nervo.
La perdida de Ana (¿para siempre?), el 7 de enero de 1912"- y cuya muerte le causó "la amputación más dolorosa de sí mismo". Fruto de este dolor fue un libro de versos muy leído: La Amada Inmóvil.
Nervo le pidio a su amigo Rubén Dario que guardara en secreto el amor de su amadad; pocos días despues de la muerte de Ana Cecilia, el poeta nayarita le escribe esta carta a su amigo Rubén Dario:.
«Mi querido Rubén:
Me ha pasado lo más espantoso que podía pasarme en la vida.
El 7 de este mes, después de veintiún días de agonía, se me murió mi Mita.
Casi once años habíamos vivido juntos y amándonos en paz.
Usted fue testigo de lo comienzos de nuestro amor.
He agotado eí sufrimiento humano, y en vario pido consuelo a mis ideas
espiritualistas que sólo me sirven de estorbo.
Nervo elucubra todo tipo de conjeturas sobre la naturaleza de la muerte y la vida en el más allá, de origen católico, no pierde la esperanza en Dios y le pide compasión mientras le ofrece en sacrificio su dolor por el descanso de su amada.
En este dolido poemario, Nervo comienza cada una de las 10 partes en que se divide el poemario con una serie de pensamientos tomados de escritores canónicos como Saudi, Verlaine, Lao Tse y Maeterlink.
Su poemario oscila del desconsuelo a la esperanza, de la idea de la pérdida por la contingencia del mundo físico y el miedo a la aniquilación del alma, hasta la esperanza en la Eternidad, ofrecida en el mensaje de Cristo, mientras sufre profundamente, lucha por recordar a Ana al paso del tiempo.
El encuentro con Ana le cambio la vida al poeta nayarita. El poema La Amada inmóvil lo empezó a escribir la noche que la estaba velando y fue publicado póstumamente en 1922.
ME BESABA mucho; como si temiera
irse muy temprano... Su cariño era
inquieto, nervioso.
Yo no comprendía
tan febril premura. Mi intención grosera
... nunca vio muy lejos...
¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad."
**
La amada inmóvil de Amado Nervo
En memoria de ANA ((Ana Cecilia Luisa Dailliez)
Encontrada en el camino de la vida
el 31 de agosto de 1901.
Perdida —¿para siempre?— el 7 de enero de 1912.
Encontrada en el camino de la vida
el 31 de agosto de 1901.
Perdida —¿para siempre?— el 7 de enero de 1912.
PREFACIO
Creí que Serenidad sería mi último libro de versos, y así lo afirmé a un amigo. Esta afirmación me perdió, porque la vida no gusta de que le tracen caminos, y el arcano burla los propósitos de los hombres. He vuelto, pues, a componer poemas. Un nuevo dolor, el más formidable de mi vida, los ha dictado, y sollozo a sollozo, lágrima a lágrima, formaron al fin el collar de obsidiana de estas rimas que cronológicamente siguen a las de Serenidad.
¡Serenidad! Pensé que en la madurez de la vida iba a llegar a esa altiplanicie desde la cual dominamos los acontecimientos, vemos pasar la caravana de trivialidades y miserias terrestres y sonreímos piadosamente "del Circo de las Civilizaciones". Pensé que si hasta entonces mi vida había sido conturbada e inquieta, él hondo deseo de ser sereno y el tesón en expresarlo acabarían por serenarme de veras, haciéndome adquirir por fin el más precioso de los dones que he ansiado en la turbulencia y la amargura de mis días: la ecuanimidad.
Complacíame en el viejo símil de la montaña: arriba, nieve, el inmutable firmamento sin límites; abajo, nubes, tormentas, ciclones, torrentes bravíos, árboles desgajados. . .
¡Pobre superhombre! La mano de Dios se abatió sobre mí, y en un instante el alma himalayesca, cobijada, por el azul, no fue más que un pobre guiñapo sangriento, convulso y sollozante.
Tenía yo un cariño, uno solo, ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flor de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas, y en unos cuantos días, ante mis ojos despavoridos, ante mi amor estupefacto, se me fue de la vida, dejándome de tal manera atónito frente a la realidad., que necesito cogerme la cabeza entre las manos febriles y apretármela como entre dos tenazas para convencerme de que es verdad lo que sé, lo que pienso, lo que me pasa; que no se trata de una macabra prestidigitación, de un espantoso escamoteo, y de que todo lo que amé se ha desvanecido de veras y se ha vuelto fantasma.
Va a hacer un mes, un mes solamente, y, sin embargo, en esos treinta días, en esos treinta relámpagos he llorado más lágrimas que estrellas visibles tiene la noche.
Páginas escritas en los últimos días de enero y primeros días de febrero de 1912.
Va a hacer un mes, y en esos treinta relámpagos he acumulado tal cantidad de dolor, que me parece que todos mis males pasados y que todos mis males posibles se dieron cita para invadir y llenar mi espíritu, a fin de que no quedase en él un solo hueco que no fuese angustia.
Va a hacer un mes que, a las doce y cuarto del día, se extinguió blandamente Ana Cecilia Luisa Dailliez, mujer excepcional por su gracia4 su bondad y la persistencia extraordinaria de su ternura, a quien conocí en París en una noche en que mi alma estaba muy sola y muy triste, la noche del 31 de agosto de 1901, y con quien viví desde entonces en la más cordial y noble de las compañías hasta el 7 de enero de 1912, en que murió en mis brazos.
Esta muerte ha sido la amputación más dolorosa de mí mismo. Un hacha invisible me ha dado un hachazo en mitad del corazón. Los pedazos de la entraña quedaron allí trémulos, entre borbotones de sangre. Luego uno de ellos fue arrebatado por el brazo omnipotente de la muerte, y el otro, el otro, mísero, siguió latiendo, latiendo... La tremenda rudeza del golpe no pudo apagar el ritmo de la vida... Siguió latiendo, sí, la triste entraña mutilada; siguió latiendo entre los coágulos obscuros, y late todavía.
Veintiún días duró la enfermedad de Ana; veintiún días que fueron necesarios para poder clavarme en la conciencia la convicción de que iba a morir. Esta convicción era de tal suerte desmesurada para mis fuerzas, que hoy mismo, a pesar de todas las evidencias, me rebelo a veces contra ella, y entonces a mí soledad se une la más impotente de las desesperaciones.
El domingo, 17 de diciembre, la dulce y adorable compañerita de mi vida volví a casa herida ya por el terrible bacilo de la fiebre tifoidea. El lunes empezó a sentirse mal; el jueves, 21, se encamó definitivamente y comenzó su calvario hasta el 3 de enero, en que, perdida la lucidez, fue cayendo, apaciblemente recostada sobre el almohadón blandísimo de la inconsciencia, en el seno insondable de la muerte.
Yo la velé todas las noches, con excepción de algunos ratos de imprescindible pero inquieto reposo, que quizá no sumaron en las veintiuna jornadas el espacio de diez horas. Mis días se pasaban en la obscuridad de la alcoba, al lado del lecho, espiando su respiración, aguzando mis ojos para ver los suyos, entrecerrados apenas o abiertos en la sombra. Esa perenne y angustiosa vigilia sólo alternaba con un tormento indecible: el de ir tarde por tarde a mis quehaceres, a despachar, imprescindiblemente, los múltiples asuntos de mi incumbencia.
Como aquel nuestro cariño inmenso no estaba sancionado por ninguna ley; como ningún sacerdote nos había recitado maquinalmente, uniendo" nuestras manos, algunas frases latinas; como ningún juez civil nos había gangueado algunos artículos del Código, no teníamos el derecho de amarnos a la luz del día, y nos habíamos amado en la penumbra de un siglo y de una intimidad tales, que casi nadie en el mundo sabía nuestro secreto. Aparentemente, yo vivía solo, y muy raro debió ser el amigo cuya perspicacia adivinara, al visitarme, que allí, a dos pasos de él, latía por mí, por mí solo, el corazón más noble, más desinteresado y más afectuoso de la tierra.
Pocas veces, muy pocas, salíamos juntos, evitando las arterias febriles de la metrópoli, donde mi relativa popularidad podía prepararme sorpresas. En cambio, en ciertos viajes nos desquitábamos ampliamente, y brazo con brazo, enredadas las diestras con una ternura que tenía mucho de fraternal, nos dedicábamos a ese flaneo deleitable de París, de Londres, de Bruselas, buscando el bibelot gracioso, deteniéndonos ante el deslumbramiento de los escaparates, refugiándonos en los íntimos y perfumados rincones de los restaurantes, donde los gourmets de buena cepa, como nosotros, compensaban tantas acritudes de la vida...
Pero tal persistente secreto fue mi tortura persistente también, y en los días de la enfermedad de mi Ana esta tortura llegó a su máximum. A las tres de la tarde, a las tres y media a lo sumo, era preciso dejar a la idolatrada enferma y partir. Eran días aquellos de un trabajo incesante. Tenía yo entre manos innumerables asuntos diversos. Acudían, además, las visitas a todas horas. Y mientras el amor de mis amores se agitaba presa de la fiebre en su lecho, yo, a tres kilómetros de mi casa, hacía sumas, multiplicaciones y divisiones, redactaba notas, sonreía a los diversos visitantes, respondía a consultas de toda índole e inventaba todos los días una nueva mentira para escapar a las invitaciones, para despistar la curiosidad en acecho de los íntimos, sustraerme a su torturadora compañía, y correr, volar entre la multitud atareada, entre el enmadejamiento de tranvías y automóviles, a mi habitación, subir con ansias de muerte las escaleras, llamar directamente para que el sonido brusco de la campanilla no alarmase, a mi doliente idolatrada, y preguntar con voz temblorosa a quien me abría:
-¿Cómo sigue? ¿Cómo sigue?
Si debe creerse que nuestra existencia es una expiación de yerros anteriores, sabe Dios que yo expié en esas horas muchas faltas de otras vidas, o de esta mi pobre vida incoherente y mediocre, en la que ni siquiera ha habido un gran pecado, porque su magnitud no rimaba con mi alma, tipo aun de evoluciones intermedias.
Por fin, un día ya fue imposible el fingimiento, y, a pesar de que mi enfermita me insinuaba: "No le digas nada, mon mignon... ¡Para qué!", yo dejé caer en manos de mi "superior inmediato" (los diplomáticos, ¡ay!, no somos más que unos animales jerárquicos) mi ingenuo secreto de tantos años, para tener el derecho de escapar de la Cancillería en cuanto lo esencial había terminado, ¡y de estar una hora antes a la cabecera del alma de mi alma, que se me moría! nada noche en que su sufrimiento era muy intenso y en que, abandonados, al parecer, de Dios y de los hombres, yo sollozaba al borde del lecho, mientras ella se retorcía de angustia le dije, aprovechando la pequeña tregua de su alivio: "Rica mía, óyeme: es preciso que tengas la voluntad de vivir. Hazte una resolución poderosa. Di: "¡Quiero vivir, quiero vivir!" (Je veux vivre!) Me acordaba quizá de la frase de lord Bacon de Verulan, citada por Edgard Poe: "El hombre no se rinde ni a los ángeles ni a la muerte sino por el achaque de su propia voluntad".
La pobrecita mía me respondió: "Oui, mon mignon, oui..." Pero ¡todo en vano' Dios había hecho ya un signo a la muerte, y el ser más amado de mi existencia, el gran cariño de más de diez años, se me hundía, ¡se me hundía irrevocablemente en la eternidad! La perspectiva de su muerte había despertado siempre en mí un pánico tal, que en estos dos lustros, yo, que a pesar de todo he permanecido espiritualista; yo, que desligado de fórmulas y recetas religiosas he amado a Dios y a Cristo en espíritu y en verdad, casi no tuve en la mente más que esta oración, vuelta ya a modo de jaculatoria: "¡Señor, haz que muera yo antes que ella!"
Y con tal fervor la había repetido, que estaba seguro de haber sido escuchado. Así, pues, mi desorientación, a medida que la gravedad se extremaba, era inmensa. Más de tres veces se leen en el Evangelio estas palabras de Jesús: "En verdad, en verdad os digo que todo lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será concedido". Y cuando mi perpetua súplica salía de mi corazón, tenía yo cuidado de añadir: "Te lo pido, Señor, en nombre de Cristo, que nos dijo: "Todo lo que pidiereis al Padre, etc."
En los últimos días, mi oración se iba volviendo imperiosa. ¡Creía yo tener el derecho de que se me oyese! Se trataba de la promesa del ser más puro, más luminoso y más grande que había pasado por la tierra. Era asunto de clignidad divina. Dios no podía dejar de cumplir la palabra del espíritu que más le ha amado y se le ha acercado más en la sucesión de los siglos: "En verdad os digo que todo lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será concedido."
¡Y no fue así! Nadie ha orado con más fervor que yo, y nadie quizás, en diez años, ha recordado con tal energía a la Causa de las causas La última noche de mi Anita, mi jaculatoria y la exigencia de la promesa que hay en ella fueron de una exasperación bronca, violenta. Me encaraba yo locamente con lo Desconocido y le exigía que hiciese honor al compromiso de Cristo.
Uno de los médicos de cabecera, llamado violentamente a eso de las ocho, me había dicho: C'est fin¡, y después. "Pero vamos a rendir la jornada de la muerte. Vamos a hacerle vivir artificialmente ocho o diez horas, a fin de ver si la naturaleza se aprovecha de ellas, intenta un nuevo esfuerzo y la salva. Sólo que había añadido- no abrigue usted esperanzas... Son tan lejanas, tan lejanas..."
Yo acepté; ¡qué había de hacer! Sabía, por otra parte, que las inyecciones no iban a hacerla sufrir, gracias a su bendita inconsciencia de tres días.
Y se le inyectó aceite alcanforado, cafeína, ¡qué sé yo! Y se le dio café negro con esencia de canela y de clavo, y se la galvanizó así en modo tal, que debiendo morir a las nueve de la noche, a juzgar por su aplanamiento, murió al día siguiente, a las doce y cuarto del día. Y durante esas horas, en que a cada inyección sucedía una resurrección momentánea, como aquellas del horrible cuento de Poe, yo, atrozmente balanceando entre el desaliento y la esperanza, no cesaba de clamar de alma a alma, de la mía, mísera y mezquina, al alma eterna de Dios: Señor, te lo ruego en nombre de Cristo, que nos dijo: "En verdad, en verdad, todo lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será concedido."
Tres o cuatro días antes de sentirse enferma mi adorada tuvo un presentimiento, raro en su carácter. "Esta tarde me dijo, al volver a casa, se me ocurrió de pronto que debía indicarte una cosa. Si me muero, en el tercer cajón de mi cómoda, en una cajita circular, está la llave de mi secrétaire, en el cual se hallan mis papeles. No sé por qué se me ocurrió esto--- y pensé: Toma, ¡si se lo dijese a Amado! "Yo sentí una como onda de hielo en el corazón. .. pero, no queriendo dar consistencia a su idea, le respondí: "Yo también te recuerdo que en el mueble tal, en el cajón que tú sabes, está mi testamento". Como de ordinario, cuando hacía yo alusión a mi muerte, ella exclamó exaltada: "Por Dios, no hablemos de esto". Y ya no hablamos más aquel día. Pero, a pesar de la oleada de hielo en las entrañas, pensé que nada debía yo temer, que el hombre que perennemente había orado para que se le concediese morir antes que ella no podía morir después. Y las palabras mágicas, la promesa de Jesús, me invadió el alma con su certidumbre consoladora: "En verdad, en verdad os digo que todo lo que pidiereis al Padre, en mi nombre, os será concedido".
¿Inutilidad de la plegaria? ¡Sí, inutilidad de la plegaria! ¡Oh.! almas que aun creéis, como cree aún mi alma: la plegaría es nula e indica una concepción infantil, y hasta ofensiva, del principio eterno que nos rige.
Pues qué, ¿esa inteligencia infinitamente lúcida, previsora, lógica, para la cual no existe limitación ninguna de espacio y de tiempo, a quien achicarnos con sólo darle nombre; ese ser inconmensurable que ha ordenado, para fines de El sólo conocidos, todos los universos, va a torcer sus designios porque un pobre espíritu conturbado de hijo, de esposo o de padre, le pide que los tuerza?
El corazón nace con una potencialidad determinada para latir, y no dará un latido más de los millones que constituyen su rendimiento vital, aunque os pongáis a verter todas vuestras lágrimas y a exhalar todas vuestras oraciones.
Lo que sucede debe suceder y está bien que así suceda. Los designios de Dios se patentizan en los hechos inevitables, y todo lo inevitable es bueno. "Un hecho tan universal como la muerte debe ser un gran beneficio", dijo Schiller. La única plegaria posible es, por lo tanto, la que nos enseñó Jesús desde la montaña, en una tarde misteriosa de otros siglos: "¡Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo! “Sí, la petición es inútil; pero no lo es la oración. El alma humana debe elevarse hasta una serena y constante contemplación del Arcano. La vida por excelencia es la del hombre cuyas actividades diarias se emplean en el bien y cuya mente superior, cima espiritual, está en perfecto contacto con lo invisible. Hay que orar, sí, para reunirse a lo Increado; pero es fuerza no pedir mercedes de esas que Jesús nos dijo que se nos darían por añadidura.
Fuerza es orar, sí porque, por remota que supongamos a la inteligencia creadora, inteligencia es, alma es de la esencia misma de la nuestra, y el ímpetu y el pensamiento de un alma llegarían siempre a otra alma. No hay distancia a través de la cual dos almas no puedan tender un puente. Tendámoslo por la contemplación entre nosotros a Dios; pero Jamás pidamos nada. Nuestro destino es inflexible como la mano que nos lleva a través del abismo, Nuestro destino es inflexible, sí, y su inflexibilidad es el signo por excelencia de su divinidad. Un destino sesgo, poligonal, que fuese torciéndose a cada paso por efecto de nuestras plegarias, sería indigno de nuestro acatamiento y merecedor de nuestro desprecio. Dios no puede tener piedad, porque ésta supondría una regresión en la voluntad increada, algo como una rectificación, como un arrepentimiento.
Mi lógica concibe todo esto.. . y, sin embargo, noche a noche, llena el alma de una angustia encrespada, de los huesos, pido a Dios que me restituya a mi Ana.
¿En qué forma puede restituírmela? Ya han pasado más de dos mil años desde que Jesús dijo a Lázaro: "Ven fuera", y exclamó de la hija de Jairo: "No está muerta, es que duerme", No hay más que dos formas de restitución: o que ella venga a mí espiritualmente, o que yo vaya a ella por el gran camino, por el camino real de la muerte. Con respecto al primer modo, centenares de miles de hombres pretenden conversar con los muertos, penetrar en el plano astral donde viven, verlos y seguirlos en sus evoluciones.
Según ellos, los muertos nos rodean. No están ausentes, sino invisibles, como dijo Hugo... Pero nosotros, a menos de tener desarrollado este sexto sentido de la visión subconsciente, de la evidencia, no podemos verlos... Acaso, como dice Maeterlinck "continúan viviendo alrededor de nosotros; pero no logran, a pesar de sus esfuerzos, hacerse reconocer ni darnos una idea de su presencia, porque no tenemos el órgano necesario para percibirlos..." Sólo los muertos pueden ver a los muertos.-. .
Según William T. Stead, entre los muertos hay tanto escepticismo acerca de la posibilidad de comunicar con los vivos como lo hay entre los vivos acerca de la posibilidad de comunicar con los muertos. Unos y otros comprendemos que entre ambos se extiende un mar de misterio.
Sólo que los cientos de miles de hombres de que hablaba yo antes pretenden haber franqueado ese mar en una nave mágica que se llama clarividencia, visión astral, y con timoneles enigmáticos que se llaman me diunis o adeptos. El propio Stead exclama: "He visto, y por eso creo. He visto a: mi hijo materializarse ante mis ojos..." Y el eminente Lealcater, basado en experimentos personales, nos afirma que la muerte no existe.
Ahora bien, a mí me ha sido hasta hoy negada toda videncia. Lo que cientos de miles de hombres pretenden haber, visto yo no lo vi jamás. Y, sin embargo, aunque soy pequeño entre los pequeños, aunque constituyo un tipo de evolución media, difícil ha de ser hallar en el mundo un hombre que con más encarnizamiento haya tocado a la puerta de acero del misterio, que se endereza imponente en la montaña, en medio de la noche. El aldabón resuena en las tinieblas, con sonoridades pavorosas: ¡pero nadie me responde! Todos los anhelos de mi vida han volado hacia el Arcano. He podido ser vicioso, mediocre, malo; pero en mi espíritu ha habido siempre. un aleteo, un verberar ansioso hacia lo Desconocido. Siempre he creído en Dios, no en el Dios antropomorfo de las religiones, sino en la incomprensible Causa de las causas, y ciertamente por esa fe, que si ha podido padecer eclipses, porque soy hombre no más, han sido eclipses momentáneos, yo merecería quizá que ahora, en que he perdido el único bien que tenía en la vida, la pupila interior que todos tenernos en germen se abriese y ¡por fin! mírase el más allá, el borderland de los ingleses, el plano superfísico en que vive una vida más amplia que la mía mi muerta, mi muerta adorada, que acaso revolotea en torno mío, con la angustia de que no. percibo ni sus palabras de consuelo ni sus divinos besos impalpables! (*) "Extraño espectáculo dice "Julia" en sus Cartas- De vuestro lado, almas llenas de angustia por los muertos; del nuestro, almas llenas de tristeza porque no pueden comunicarse con los que aman... ¿Qué podría. nos hacer para unir a esas personas tristes, abrumadas despena?"
En cierta ocasión ella me dijo: "Anoche soñé que estaba muerta y que tú llorabas sin consuelo cerca de mi cadáver. Pero yo continuaba viviendo, yo me hallaba a tu lado y te decía: ¡No llores! aquí estoy. Mira. me... Sólo que tú no me mirabas y seguías llorando."
¿Será ésta, Dios mío, la maravillosa realidad presente? ¿Fué verdad su sueño? ¿Se halla a mi lado y yo no la veo, porque inexorablemente se niega a abrirse mi pupila interior?
Muerta mía, muerta mía, ¿no me ha de quedar, pues, más vehículo para comunicarme contigo que el de mi propio cuerpo, que convulsivamente se agita con mis sollozos? ¡Ven, mira con mis ojos la soledad infinitamente hosca de mi vida! Gusta con mi boca la salsedumbre de mis lágrimas. Haz el bien con mis pobres manos que se enclavijan o agitan en las tinieblas. Marcha con mis pies, en pos de todas las desgracias, para socorrerlas; conmuévete con mi corazón de todos los dolores humanos; logra que mi vida sea una continuación de la tuya... No te estorbará mi espíritu para infundir el tuyo en mi cerebro. ¿No eres por ventura más yo que yo mismo? ¡Realizaremos, pues, así el ensueño de dos almas en un solo cuerpo! Swedenborg, en su tratado de las Delicias de la Sabiduría Angélica, sobre el amor conyugal, dice: "Y he aquí que en aquel instante apareció un carro que bajaba del cielo supremo o tercer cielo; en ese carro se veía un solo ángel; pero, al aproximarse, se vio que eran dos..."
Mas hablemos del segundo modo de que ella me sea restituida, que es el de ir a buscarla, por el camino real de la muerte.
Cuando yacía en su ataúd negro, rodeada de cirios, cubierta de flores, mostrando esa sonrisa prodigiosa de serenidad con que sonríen algunos. Según Annie Besant, existen ya en el cerebro los órganos del sentido o visión astral Y. de la percepción del pensamiento: son la glándula pituitaria y la glándula pineal. En algunos seres privilegiados funcionan ya...muertos, yo experimenté, y lo he experimentado después con gran vehemencia, el deseo de matarme, lo que los portugueses llaman con tanto acierto "a vontade da morrer..."Rémy de Gourmont, en su libro deliciosamente escéptico, Una noche en el Luxemburgo, pone impíamente en boca de Cristo esta defensa del suicidio: "El suicidio es un monstruo que deberíamos acostumbrarnos a mirar con calma. Comparado a ciertos males físicos, a ciertos dolores, a ciertos infortunios, se nos mostraría pronto como un amigo muy feo, pero muy cordial. ¿No merece acaso los nombres más dulces? ¿No es el consolador? ¿No es la manumisión?"
Dentro de mí alguien defendía también el acto aniquilador en parecidos términos; pero... ¡tuve miedo, miedo de que, según tantas lecturas pretenden, mi voluntaria destrucción me apartase para siempre del objeto adorado, en cuya busca justamente quería ir, Varias veces acaricié la "cacha" de mi browning, un verdadero jugué. te, construido en Bélgica, que automáticamente podía disparar en mi sien seis balas blindadas, como otras tantas llaves para abrir las puertas del , au delá... Pero me asustó, no la aprensión vulgar de la muerte, sino el horror de una ausencia todavía más terrible infligida por castigo, y junto a la cual nada significa este relámpago, esta ilusión, esta fantasmagoría de la vida, tras de la que Ana me aguarda, quizá, de par en par abiertos los amorosos brazos invisibles! "¡Desgraciado! exclamó la Espirita de Téophile Gautier, estrechando contra su corazón de fantasma a Guido, que iba a -suicidarse- ¡No hagas eso! ¡No te mates por unirte a mí! ¡Tu muerte así provocada, nos separaría sin esperanza, y abriría entre nosotros abismos que millones de años no bastarían a franquear! ¡Vuelve en ti! Soporta la vida, que, por larga que sea, no dura más que la caída de un grano de arena... Para soportar el tiempo, piensa en la eternidad, en que podremos amarnos siempre".
Y he aquí cómo inveteradas ideas espiritualistas, que desde mi infancia anclaron en el alma, ahondadas por tantas lecturas, me han impedido la muerte; gracias a ellas. . . ¡ni puedo vivir ni puedo morir!
El tormento empero de esta mutilación, de esta cirugía brutal de la muerte, no consiste para mí, precisamente, en la separación, en el dolor atroz que trae aparejado; consiste, sobre todo, en una idea irremovible, indescepable, que pesa sobre mi corazón y gravita sobre mi alma despiadadamente: la idea de que la vida en cuyos brazos no somos más que míseras briznas de heno, ha de recobrar por fuerza sus fueros y me ha de traer por fuerza el olvido. Esta idea me es tan intolerable, que me hace desear fervorosa, apasionadamente la muerte. En las cartas de pésame, en las palabras de consuelo de los amigos, esta idea horrible, hija de la milenaria experiencia de los hombres, se encuentra a cada paso: "Ya se resignará usted. Ya olvidará usted. Ya se tranquilizará usted. Ello es inevitable. Nadie escapa a ese leteo ... " ¡Nadie! ¡Nadie! El dolor posee las mismas leyes rítmicas que el movimiento, y como un péndulo cuya oscilación disminuye de amplitud, la excitación de la angustia se apacigua y se cambia en una especie de apatía, como enseñan las metafísica.
Y mis entrañas sangran al oírles y al leerles, y experimento inefable angustia, porque yo también sé que, irrevocablemente, tengo que consolarme; que ni siquiera, alma mediocre, mesócrata mezquino, puedo aspirar al privilegio de llorar mientras viva, a mi muerta... ¡a menos que viva poco! Esta fatalidad del consuelo me es más odiosa que la fatalidad de la tortura, porque el dolor ennoblece (La douleur C'est la noblesse unique) y el consuelo, la alegría, son bellacos. En los brazos invisibles de ese gigante que parece sombrío y que es luminoso: el dolor, me he sentido, un poquito dignificado. Desde que mi Ana cayó estrujada por la fiebre, he crecido. Mi talla moral ha ganado algunos centímetros. ¿Y he de volver a achicarme? ¿He de volver a sonreír y a decir frases sonoras en las triviales asambleas de los hombres? ¿Han de absorberme otra vez las tareas burocráticas? ¿He de vestirme y desvestirme el frac para hacer reverencias y distribuir sonrisas en los salones mundanos? Y el freno que hoy he puesto a mi deseo, al impulso incontrarrestable de la vida, ¿ha de romperse? ¿Y he de buscar a la hembra? -¡yo que tenía a mi lado a la mujer casi perfecta, llena de una dignidad amable y de una altivez graciosa; a la mujer solícita, que me envolvía, me penetraba, me saturaba de su ternura ...
¡Oh!, que aquellos cuya alma delicada haya pasado por la amargura de estos pensamientos, se conduelan de mi mal. El Destino nos dice: -¡Pobre criatura; ni siquiera te es dado sufrir perennemente; ni siquiera eres capaz de llorar toda una vida! ¡Para sufrir siempre se necesitan almas elegidas! La tuya no es de su temple. Yo quiero que vivas, aunque tú no lo quieras. Eso es asunto mío. ¡Qué me importan a mí tus ideologías! ¿Acaso no eres carne? Pues a comer, a reír, a buscar a la hembra placentera... y a llorar a veces, sí, pero por otras cosas. ¿Que estas cosas serán menos nobles que lo que ahora te penetra y te domina? ¡Y a mí qué! No es humano morar en excelsitudes espirituales como las que sueñas. .. Hay que bajar, hay que descender a las capas inferiores a que te arrastra tu densidad espiritual.
¡Ay!, yo soñé con que mi Ana me acompañase hasta la vejez. Pensé que, en un porvenir indefinido, uno de los dos (probablemente yo) habría de irse primero, pero diciendo al otro: Mira, es forzoso que en esta estación tome yo el tren para el destino común, para la ciudad serena, adonde vamos... Tú seguirás aún un poco, hasta la estación inmediata, y allí tomarás el tren a tu vez, y nos encontraremos en la ciudad dentro, de poco. ¡Allí te espero! Mas partir ella así, en plena juventud, y dejarme a los cuarenta y un años, solo, en una estación, quizá muy lejana de aquella donde yo debo emprender el definitivo viaje.. .
A menos que... Sí; a menos que la misericordia de Dios luzca al fin sobre mi cabeza, y el Destino haga otro signo a la muerte...
¡Oh, amigo, que quizás leerás estas páginas deshilvanadas, inconexas y tristes! ¡Ojalá que, al leerlas, sepas ya que mi deseo fué realizado!
Ojalá que, lleno de una generosa simpatía para mí, exclames: -¡No se mostró con él inexorable la muerte! De la estación donde se quedó solo, a aquella donde debía tomar el tren para la Ciudad Serena, había poco trecho. ¡Pero él no lo sabía! ¡Su adorada sí lo supo, y por eso sonreía en su ataúd con esa sonrisa que contagiaba de paz!
Dios no quiso que en mi vida, resultante de un Karma mediocre, hubiera grandes nobleza. Ni siquiera me ha sido dado realizar el poco bien que intenté. Pero ¿quién me dice que, ante la humanidad de mi ruego. la sombra no ha de tener oídos? ¿Quién me dice que la concesión suprema e. inmerecida que ansío, no ha de regocijar mis huesos? ¿Quién me dice en fin, no he de partir, joven aún, en busca de mi alma gemela, antes de que ella ascienda: a planos donde el aire espiritual, enrarecido para mí, no me permita respirar?
Entre los versos de Serenidad hay unos que dicen:
No te apartes de mi vera,
muere tú cuando yo muera.
¡Yo te lleve, pues te traje!
Fuiste noble compañera de viaje.
Rimemos nuestros destinos
para todos los caminos
que habremos de recorrer
en lo inmenso del arcano,
y vayamos por la muerte de la mano,
como fuimos por la vida: ¡sin temer!
Estos versos la complacieron en extremo. Repitió varias veces los últimos, y aun vibra en mis oídos el metal de su acento, cuando insistía en el final: ¡sin temer! Yo no soy más que la cuerda que pulsan manos desconocidas. Yo no compongo mis versos: ¡únicamente los escribo!
Yo soy la mano que traza las líneas. El espíritu sopla donde quiere.
Ego sum vox clamantis in deserto.
Entonces. . . cabe una esperanza: ¡la de haber acertado! ¡Oh!, Dios en quien creo y a quien amo sobre todas las cosas: ¡dame esta suprema dicha de morir ahora! ¡Hay en la otra ribera una mano amorosa, que está extendida esperando la mía para el divino viaje! ¡No retardes la unión de las dos! Da a mis versos el prestigio de una profecía hecha por los ángeles.
Y vayamos por la muerte de la mano, como fuimos por la vida: ¡sin temer! Y si, como afirman los teólogos, la muerte no es sino un incidente periódico en una existencia sin fin, de la mano volveremos a ir por las vidas sucesivas: de la mano por las vidas y por las muertes.
Pero si, lector, por el contrario, al leer estas notas sabes que existo, compadéceme. Envejezco en alguna metrópoli, cogido entre los engranajes del vivir cotidiano; acaso he contraído lazos... Tengo deberes, tediosos quizás; y en tanto, mi pobre desaparecida se hunde, se hunde en los abismos del infinito: navega sola en otro cielo, hacia riberas tan remotas, que nuestra mente se fatiga sólo de pensarlas.
Les morts font de longs voyages... Compadéceme, porque Dios no quiso oírme, y no merecí de su misericordia esa serena dignidad de la muerte. Caeré, pero más tarde, profanado por la baba del mundo, agobiado por esfuerzos triviales de esos que demanda hora a hora la lucha por la existencia.
Quizá -¡oh, vergüenza suprema!-, como el presidiario acaba por amar su jergón maloliente y la húmeda penumbra de su calabozo, yo habré acabado por amar con egoísmo senil la vida, y tosiendo y claudicando, me aferraré, sin embargo, al horror y a la vulgaridad de mis días.
¡Oh!, yo merezco ciertamente este crepúsculo..., ¡pero ahora no quiero presentirlo! ¡Ilusión, nodriza de las almas, no me abandones! ¡Déjame creer que soy amado de los dioses, y que en plena virilidad voy a rendir mi espíritu y a volar libérrimo al lado del alma que me aguarda más allá de las puertas!
Todas las noches, al sentir la, suave invasión del sueño, me digo: "Quizá no despertaré". Y me complazco en cruzar las manos sobre él pecho, con esa definitiva actitud de reposo... ¡qué tanto ansío! Y por las mañanas el alba que se cuela, con su insoportable tinte azul, por las rendijas me produce desconsuelos insondables. Es ésta la hora más terrible de las veinticuatro, que como dos docenas de puñales se me clavan a diario In el corazón. La angustia de vivir trepa hasta mi garganta, y me produce náuseas invencibles.
Afuera, el invierno, de una crudeza excepcional, sacude los árboles, el viento aúlla, la lluvia azota las vidrieras; nubes bajas ventrudas, de un plomo cobrizo, pasan atormentadas y trágicas.
Y yo, echando mano de mis reservas de voluntad, hago dolorosamente el esfuerzo previo para vivir, y con el gesto resignado del enfermo que accede a tomar la poción nauseabunda, empiezo a tragarme el contenido turbio del vaso de la existencia.
Pero no blasfemo: acato. Lo inevitable es la única certidumbre que tenemos de la voluntad de Dios. "Todos y cada uno me adoran dice el Eterno en un diálogo de Renán por la resignación que ponen en soportar la vida para fines de mí sólo conocidos." Y nada, ni la espantosa mutilación que he sufrido, puede arrancarme la le en Cristo. ¡El ha partido en dos mi corazón, mas en la mitad sangrienta y temblorosa que me queda, hay todavía bastante amor para bendecir a Jesús!
Sobre el mármol de su cómoda ha quedado su sombrero, tal como ella lo puso el último día que salió al tornar a casa. Sus pieles y su blusa negra, pendientes de la percha en que sus manos las colocaron con esa meticulosidad que le era propia y que hacía de ella la ménagére por excelencia, tienen aún su' olor de mujer limpia, su olor que respiré más de diez años. Las otras prendas de su ropa cuelgan lacias en el vestidor. Por dondequiera sus huellas me salen al paso. El lecho vacío me parece desmesurado:
Ha de sobrarme la mitad del lecho, y ha de faltarme la mitad del alma.
Frecuentemente coloco una silla al borde de la cama, pegado al sitio donde expiró, y en la penumbra de la alcoba evoco toda una vida: la noche de París en que la conocí, el 31 de agosto de 1901. Yo iba en busca de una muchacha del Barrio Latino, con quien me permitía matar el tiempo, que por aquel entonces, y a raíz de grandes contrariedades, no tenía para mí más que tedio. La muchacha no acudió a la cita y, en cambio, la mano misteriosa que teje los destinos, nos puso a Ana y a mí frente a frente. Ella paseaba con una hermana y, según supe después, había salido aquella noche impulsada por un tedio tan grande como el mío. También ella tenía dolores, y su hermana, solícita, angustiada al verla lloraran el rincón de su casa, insistió para que saliese: Si tu restes le dijo tu deviendras folle Ella se dejó convencer... El arcano iba a arrojarla en mis brazos.
Un minuto más o menos, y no nos hubiéramos encontrado.
Pero estaba escrito.
Nuestra simpatía fue inmediata; mas a pesar de ella, la almita ingenua y temerosa se resistía a entregarse La vida había sido hosca con ella y tenía, miedo.
Yo no soy una mujer para un día me dijo enérgica, pero sonriente. Pues ¿para cuánto tiempo? le pregunté, entre ligero y ansioso. Para toda la vida. -¡Está bien! Y cuando al fin (después de días deliciosos en que la persistencia del amor, aunque no lograba la posesión, ya se la prometía serena) ella se entregó sin reserva al hombre a quien empezaba a conocer y estimar, nos repetimos: "¡Para toda la vida!" Y para toda la vida fué... desde aquella noche bendita del estío de 1901, hasta esta lívida mañana del invierno de 1912 en que su hipo de agonizante resonó como eco espantoso en mi corazón.
Más de diez años de un amor confiado, lleno de abandonos. Más de diez a de esa cosa deliciosa y divina que se llama el cariño, y que resume todas las cordialidades, todas las intimidades, todas las seguridades de la vida.
París, Londres, Nueva York, México, Bruselas, Roma, Venecia, Florencia... Medio mundo nos vio juntos. ¡Adónde iré ahora que no me encuentre con su fantasma! ¡En qué lugar no he de ver su huella bendita! ¡Qué paisaje no ha de reconstruírmela!
Por dondequiera que me empuje mi hosco destino, he de abrir los brazos para apretar contra mi corazón su espectro adorado, y no he de estrechar más que mi angustia..., mi angustia y la trenza de su cabello castaño, impregnado del sudor de su agonía, que es lo solo material que me queda de la compañera única de mi vida, de la que me quiso pobre y triste, enfermo y olvidado; de la que me ofreció siempre con ímpetu generoso la cordialidad de sus brazos, la seguridad de su apoyo, la lucidez de su instinto; a la que debo la orientación de mi existencia y el no haber caído definitivamente tantas veces en los hoyancos del camino.
-¡Ah, Señor!, cómo no creer en Ti, cuando vemos disolverse todo esto en la incomprensible negrura de la muerte. Un instinto invencible nos fuerza a asirnos con crispada mano a la promesa de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá". Es imposible que ese instinto nos engañe. La naturaleza no nos ha atormentado el alma con sed de inmortalidad, para volvernos tántalos inexplicables en un infinito hipotético (natura nihil facit frustra). Este amor, esta avidez de lo absoluto tan contraria a las exigencias materiales, esta atracción invencible que el arcano ejerce sobre nuestros espíritus, esta ansia inconmensurable de persistir, son un indicio seguro de eternidad.
Creo en Ti, Señor; creo que los vivos y los muertos estamos, por el mismo concepto, en tus brazos. En ti vivimos, nos movemos y somos, La muerte, como tantas veces lo repetí a mi adorada, es sólo una ilusión. ¡La muerte no existe! ¡Yo lo proclamo con energía, a pesar de mi soledad aparente, a pesar de mi angustia inefable! Mi pobre alma está encerrada en esta fortaleza del cuerpo. Es una triste princesa metida en una torre impenetrable, con cinco mezquinas ventanillas (los cinco sentidos) para adivinar el inmenso mundo exterior. A veces le parece escuchar como el ruido de un mar que con rumores de seda que se desgarra, bate los pies de su fortaleza... A veces cree haber visto pasar seres alados que con majestad inmensa agitan sus plumajes níveos; a veces oye rumores armonio. sos de palabras, fragmentos de músicas... Ansiará empinarse y ver los horizontes que presiente... ¡Pero las cinco ventanas están muy altas, son muy estrechas!
Mi alma, la infinita prisionera, sabe que there are more things in heaven and earth than are dream of in your philosophy; sabe que los muertos amados que, al derrumbarse su castillo de carne, adquirieron el privilegio del vuelo, pugnan por acercarse a ella, la solicitan, la guardan, pero sabe también que el castillo es inexpugnable por ahora, que la coraza de carne es invencible. . --- que sólo a veces, cuando duerme, esa muerte periódica del sueño le abre las puertas de la prisión; pero que al despertar se halla de nuevo presa y no puede acordarse sino con una enigmática vaguedad de sus departimientos con las otras almas...
Sabe todo esto, sí, y se resigna a la ley de Dios, que un día desmoronará piadosamente la dolorida arquitectura de sus huesos. Su convicción indestructible le dice que amores como el amor de que fué objeto son más poderosos que la muerte, y llena de unción, exclama ¡Oh!, muerte, ¿dónde está tu aguijón? ¡Oh!, sepulcro, ¿dónde está tu victoria?
Además, un raciocinio piadoso le argumenta de esta suerte para consolarle: "Cuando vivías con ella, cada instante os separaba, porque os acercaba al día tremendo de su muerte; ahora que se ha ido, cada instante que pasa os acerca, porque es un instante menos en la vida y por lo tanto de ausencia, porque abrevia el plazo, vencido el cual, tu alma, que se exhalará de tus labios descoloridos, y su alma, que te aguarda en la ribera, se fundirán locamente en un divino beso de amor!"
Así, pues, lector, tú que pensaste acaso hallar en este libro, como en el anterior, el ambiente del célebre cuadro de Henri Martin que se llama Sérénité, aquel ambiente lleno de radiaciones crepusculares, de sosiego augusto, y aquella asamblea de seres nobilísimos, en un bosque saturado de paz, sólo te encuentras con un nuevo sollozo del atribulado poeta de las Místicas y de los Jardines interiores.
¡Serenidad! ¿La merecía yo por ventura? Ella es privilegio de espíritus incomparablemente más altos que mi espíritu. Mi serenidad en este libro se llama Resignación.
Perdóname, tú que me lees. Pude suprimir la intimidad de un prefacio tan sombrío; pero sentí que debía a mi Muerta estas páginas. Aquí, donde las escribo, hace apenas dos meses, le leía aún mis versos...
Sólo me queda ahora por decir a mi Ana lo que pensé al besar su frente (tan fría que hasta los cabellos estaban helados) en el momento supremo en que iban a cerrar su ataúd:
Gracias, idolatrada mía, del fondo de mis entrañas, por los diez años de amor que me diste. ¡Que Dios te bendiga!
Y tú, lector, si crees en las promesas de Jesús y has llegado hasta estas líneas, ruega por Ana Cecilia Luisa Dailliez, para quien amorosa mente escribo este libro. ¡Ora por ella y que Dios te bendiga también!, AMADO NERVO. Febrero de 1912, Madrid.
Presentación Ofertorio
1
I. ¿Llorar? ¿Por qué?
II."Más yo que yo mismo"
III. "Gratia plena"
IV. "¡Puella mea!"
V. Su trenza
VI. Escamoteo...
VII. ¿Qué más me da?
VIII.¡Quién sabe por qué!
IX.Mi secreto
X. Metafisiqueos
XI. Unidad
2
I. El fantasma soy yo
II. Tres meses
III. Hugueana
IV. Cuando Dios lo quiera
V. "Le trou noir"
VI. Todo inútil
VII ¡Cómo será!
3
I. La cita
II. Nadie conoce el bien
III. Reparación
IV. ¡Cómo callan los muertos!
V. Me besaba mucho
VI. Aquel olor...
VIII. "Regnum tuum"
4
I. Este libro
II. Ya todo es imposible
III. Esperanza
IV. El resto, ¿Qué es?
V. "Nihil novum..."
VI. Por miedo
VII. ¡Cuántos desiertos interiores!
VIII. Eso me basta
IX. ¡Qué bien están los muertos!
X. "Bonsoir..."
5
I.Soneto
II. Seis meses...
IV. Piedad
V. Pobrecita mía
VI. Los muertos mandan
VII. Lejanía
IX. Pero te amo
X. Vivir sin tus caricias
6
I.Por esta selva...
II.El viaje
III. Sin rumbo
IV. Después
V. ¡Oh muerte!
VI. Alquimia
VII. Diálogo
VIII. Tal vez...
IX. "Lux perpetua"
7
I. Un signo
II. ¿Por qué?
III. Eternidad
IV. El encuentro
V. Impaciencia
VI. Dilema
VII. 7 de noviembre (1912)
VIII. La santidad de la muerte
8
I. Impotencia
II. Bendita...
III. Al encontrar unos frascos de esencia
IV. Señuelo
V. Yo no debo irme ...
VI. Resurrección
VII. ¡Reyes!
VIII. Hasta muriéndote
IX. ¡Qué importa!
9
II. Quemadamente...
III.El que más ama...
IV. ¡Si pudiera ser hoy!...
V. Perdón
10
I. La aparición
II. Tanatofila
III. Restitución
IV. Buscando
V. Indestructible
VI.La bella del bosque durmiente
VII. "Ed: ella ov'e? de subito diss'io"
VIII. Los muertos
IX. Sólo tú
X. "Benedicta"
XI. No lo sé
XII. El celaje
1
I. ¿Llorar? ¿Por qué?
II."Más yo que yo mismo"
III. "Gratia plena"
IV. "¡Puella mea!"
V. Su trenza
VI. Escamoteo...
VII. ¿Qué más me da?
VIII.¡Quién sabe por qué!
IX.Mi secreto
X. Metafisiqueos
XI. Unidad
2
I. El fantasma soy yo
II. Tres meses
III. Hugueana
IV. Cuando Dios lo quiera
V. "Le trou noir"
VI. Todo inútil
VII ¡Cómo será!
3
I. La cita
II. Nadie conoce el bien
III. Reparación
IV. ¡Cómo callan los muertos!
V. Me besaba mucho
VI. Aquel olor...
VIII. "Regnum tuum"
4
I. Este libro
II. Ya todo es imposible
III. Esperanza
IV. El resto, ¿Qué es?
V. "Nihil novum..."
VI. Por miedo
VII. ¡Cuántos desiertos interiores!
VIII. Eso me basta
IX. ¡Qué bien están los muertos!
X. "Bonsoir..."
5
I.Soneto
II. Seis meses...
IV. Piedad
V. Pobrecita mía
VI. Los muertos mandan
VII. Lejanía
IX. Pero te amo
X. Vivir sin tus caricias
6
I.Por esta selva...
II.El viaje
III. Sin rumbo
IV. Después
V. ¡Oh muerte!
VI. Alquimia
VII. Diálogo
VIII. Tal vez...
IX. "Lux perpetua"
7
I. Un signo
II. ¿Por qué?
III. Eternidad
IV. El encuentro
V. Impaciencia
VI. Dilema
VII. 7 de noviembre (1912)
VIII. La santidad de la muerte
8
I. Impotencia
II. Bendita...
III. Al encontrar unos frascos de esencia
IV. Señuelo
V. Yo no debo irme ...
VI. Resurrección
VII. ¡Reyes!
VIII. Hasta muriéndote
IX. ¡Qué importa!
9
II. Quemadamente...
III.El que más ama...
IV. ¡Si pudiera ser hoy!...
V. Perdón
10
I. La aparición
II. Tanatofila
III. Restitución
IV. Buscando
V. Indestructible
VI.La bella del bosque durmiente
VII. "Ed: ella ov'e? de subito diss'io"
VIII. Los muertos
IX. Sólo tú
X. "Benedicta"
XI. No lo sé
XII. El celaje
Presentación
El 31 de agosto de 1901 Amado Nervo conoció en París, en una calle del Barrio Latino, a Ana Cecilia Luisa Dailliez, quien se convertiría en el amor de su vida . De hecho, esta mujer se convirtió en su amor secreto, su musa enjaulada. Así lo confirma el hecho de que, al ser nombrado segundo secretario de la embajada de México en Madrid, Nervo se instaló con Ana Cecilia en el piso segundo izquierdo del número 15 de la madrileña calle de Bailén, donde ni los porteros de la casa supieron de la existencia de aquella mujer. El 17 de diciembre de 1911, Ana Cecilia contrajo una fiebre tifoidea que le provocó una lenta agonía, también secreta, ya que Nervo la atendió a escondidas, hasta la noche del 7 de enero de 1912 en que murió su musa. La amada inmóvil es el poema que nació esa noche en que Nervo veló en soledad el cadáver de quien fue su amada.
Amado Nervo nació en Tepic en 1870 y realizó estudios en el Seminario de Zamora, Michoacán, mas pronto abrazó la carrera de leyes y empezó a trabajar en un despacho de abogados. Pronto se dio a conocer por diversos artículos en periódicos y por la sucesiva aparición de libros que lo fueron consolidando como poeta de prestigio. Colaboró en la Revista Moderna, donde estrechó lazos con los poetas del modernismo. Combinó sus funciones diplomáticas con la continuidad de su obra, cultivando no solo la poesía, sino el cuento, ensayos, crónicas y relatos de viajes a la manera de Rubén Darío. Viajó por Italia y Austria, y desempeñó cargos diplomáticos en América del Sur, como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Murió el 14 de noviembre de 1919 en Montevideo, y sus restos fueron trasladados a México, con todos los honores, y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Se conserva en Madrid una placa en el edificio de la calle de Bailén y en el nicho 213 del cementerio de San Lorenzo y San José, donde el poeta mandó sepultar a su amada inmóvil. La lápida de mármol negro era visible al otro lado del río Manzanares, desde donde "el fraile de los suspiros, celeste anacoreta", como lo llamó Rubén Darío, siguió viviendo su secreto amor. Tales sentimientos se ven reflejados en este volumen, homenaje adolorido de uno de nuestros más reconocidos poetas a la mujer que él consideró "ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flora de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas".
Amado Nervo nació en Tepic en 1870 y realizó estudios en el Seminario de Zamora, Michoacán, mas pronto abrazó la carrera de leyes y empezó a trabajar en un despacho de abogados. Pronto se dio a conocer por diversos artículos en periódicos y por la sucesiva aparición de libros que lo fueron consolidando como poeta de prestigio. Colaboró en la Revista Moderna, donde estrechó lazos con los poetas del modernismo. Combinó sus funciones diplomáticas con la continuidad de su obra, cultivando no solo la poesía, sino el cuento, ensayos, crónicas y relatos de viajes a la manera de Rubén Darío. Viajó por Italia y Austria, y desempeñó cargos diplomáticos en América del Sur, como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Murió el 14 de noviembre de 1919 en Montevideo, y sus restos fueron trasladados a México, con todos los honores, y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Se conserva en Madrid una placa en el edificio de la calle de Bailén y en el nicho 213 del cementerio de San Lorenzo y San José, donde el poeta mandó sepultar a su amada inmóvil. La lápida de mármol negro era visible al otro lado del río Manzanares, desde donde "el fraile de los suspiros, celeste anacoreta", como lo llamó Rubén Darío, siguió viviendo su secreto amor. Tales sentimientos se ven reflejados en este volumen, homenaje adolorido de uno de nuestros más reconocidos poetas a la mujer que él consideró "ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flora de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas".
OFERTORIO
Deus dedit, Deus abstulit
Dios mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
Me lo robó la muerte...
y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo,señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...
I. ¿LLORAR? ¿POR QUÉ?
ESTE es el libro de mi dolor:
lágrima a lágrima lo formé;
una vez hecho, te juro, por
Cristo, que nunca más lloraré.
¿Llorar? ¿Por qué?
Serán mis rimas como el rielar
de una luz íntima, que dejaré
en cada verso; pero llorar,
¡eso ya nunca! ¿Por quién? ¿Por qué?
Serán un plácido florilegio
un haz de notas que regaré
y habrá una risa por cada arpegio,
¿Pero una lágrima? ¡Qué sacrilegio!
Eso ya nunca. ¿Por quién? ¿Por qué
II. "MÁS YO QUE YO MISMO"
¡OH, VIDA mía, vida mía!,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí.
¡De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí!
Faro de mi devoción,
perenne cual mi aflicción
es tu memoria bendita.
¡Dulce y santa lamparita
dentro de mi corazón!
Luz que alumbra mi pesar
desde que tú te partiste
y hasta el fin lo ha de alumbrar,
que si me dejaste triste,
triste me habrás de encontrar.
Y al abatir mi cabeza,
ya para siempre jamás,
el mal que a minarme empieza,
pienso que por mi tristeza
tú me reconocerás.
Merced al noble fulgor
del recuerdo, mi dolor
será espejo en que has de verte,
y así vencerá a la muerte
la claridad del amor.
No habrá ni coche ni abismo
que enflaquezca mi heroísmo
de buscarte sin cesar.
Si eras más que yo mismo,
¿cómo no te he de encontrar?
¡Oh, vida mía, vida mía,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí!
De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí., Febrero de 1912
III. "GRATIA PLENA"
TODO en ella encantaba, todo en ella atraía:
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como margarita sin par,
al influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Cierta dulce y amable dignidad la investía
de no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que mucha princesas, princesa parecía:
era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía
dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar,
y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!
¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diéz años fue mía;
pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría;
y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
se volvió... como gota que se vuelve a la mar!
Marzo de 1912
IV. "¡PUELLA MEA!"
MUCHACHITA mía,
gloria y ufanía
de mi atardecer,
yo sólo tenía
la santa alegría
de mi poesía
y de tu querer.
¿Por qué te partiste?
¿Por qué te me fuiste?
Mira que estoy triste,
triste, triste, triste,
con tristeza tal
que mi cara mustia
deja ver mi angustia
como si fuera de cristal.
Muchachita mía,
¡qué sola, qué fría
te fuiste aquel día!
¿En qué estrella estás?
¿En qué espacio vuelas?
¿En qué mar rielas?
¿Cuándo volverás?
—¡Nunca, nunca más!
Marzo de 1912
V. SU TRENZA
BIEN venga, cuando viniere,
la Muerte: su helada mano
bendeciré si hiere...
He de morir como muere
un caballero cristiano.
Humilde, sin murmurar,
¡oh Muerte!, me he de inclinar
cuando tu golpe me venza;
¡pero déjame besar,
mientras expiro, su trenza!
¡La trenza que le corté
y que, piadoso guardé
(impregnada todavía
del sudor de su agonía)
la tarde en que se me fué!
Su noble trenza de oro:
amuleto ante quien oro,
ídolo de locas preces,
empapado por mi lloro
tantas veces..., tantas veces...
Deja que, muriendo, pueda
acariciar esa seda
en que vive aún su olor:
¡Es todo lo que me queda
de aquel infinito amor!
Cristo me ha de perdonar
mi locura, al recordar
otra trenza, en nardo llena,
con que se dejó enjugar
los pies por la Magdalena...
19 de marzo de 1912
VI. ESCAMOTEO...
CON tu desaparición
es tal mi estupefacción,
mi pasmo, que a veces creo
que ha sido un escamoteo,
una burla, una ilusión;
que tal vez sueño despierto,
que muy pronto te veré,
y que me dirás: "¡No es cierto,
vida mía, no me he muerto;
ya no llores..., bésame!"
Marzo de 1912
VII. ¿QUÉ MÁS ME DA?
In angello cum libello
KEMPIS
¡CON ella, todo; sin ella, nada !
Para qué viajes,
cielos, paisajes,
¡Qué importan soles en la jornada!
Qué más me da
la ciudad loca, la mar rizada,
el valle plácido, la cima helada,
¡si ya conmigo mi amor no está!
Que más me da...
Venecias, Romas, Vienas, Parises:
bellos sin duda; pero copiados
en sus celestes pupilas grises,
¡en sus divinos ojos rasgados!
Venecias, Romas, Vienas, Parises,
qué más me da
vuestra balumba febril y vana,
si de mi brazo no va mi Ana,
¡si ya conmigo mi amor no está!
Qué más me da...
Un rinconcito que en cualquier parte me
preste abrigo;
un apartado refugio amigo
donde pensar;
un libro austero que me conforte;
una esperanza que sea norte
de mi penar,
y un apacible morir sereno,
mientras más pronto más dulce y bueno:
¡qué mejor cosa puedo anhelar!
Marzo de 1912
VIII. ¡QUIÉN SABE POR QUÉ!
PERDÍ tu presencia,
pero la hallaré;
pues oculta ciencia
dice a mi conciencia
que en otra existencia
te recobraré.
Tú fuiste en mi senda
la única prenda
que nunca busqué;
llegaste a mi tienda
con tu noble ofrenda,
¡quén sabe por qué!
¡Ay!, por cuánta y cuánta
quimera he anhelado
que jamás logré...,
y en cambio, a ti, santa,
dulce bien amado,
te encontré a mi lado,
¡quién sabe por qué!
Viniste, me amaste;
diez años me amaste;
diez años llenaste
mi vida de fe,
de luz y de aroma;
en mi alma arrullaste
como una paloma,
¡quién sabe por qué!
Y un día te fuiste:
¡Ay triste!, ¡ay triste!;
pero te hallaré;
pues oculta ciencia
dice a mi conciencia
que en otra existencia
te recobraré.
19 de marzo de 1912
IX. MI SECRETO
¿MI SECRETO? ¡Es tan triste! ¿Estoy perdido
de amores por un ser desaparecido,
por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido...
¿ Mi secreto? te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!
¿Comprendes —tú que buscas los visibles
transportes, las reales, las tangibles
caricias de la hembra, que se plasma
a todos tus deseos invencibles—
ese imposible de los imposibles
de adorar a un fantasma?
¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
y será!
Si por mí solo ha latido
su noble corazón, hoy mundo y yerto,
¿he de mostrarme desagradecido
y olvidarla, no más porque ha partido,
y dejarla, no más porque se ha muerto?
25 de marzo de 1912
X. METAFISIQUEOS
¡DE QUÉ sirve al triste la filosofía!
Kant o Schopenhauer o Nietzche o Bergson...
¡Metafisiqueos!
En tanto, Ana mía,
te me has muerto, y yo no sé todavía
dónde ha de buscarte mi pobre razón.
¡Metafisiqueos, pura teoría!
¡Nadie sabe nada de nada: mejor
que esa pobre ciencia confusa y vacía,
nos alumbra el alma, como luz del día,
el secreto instinto del eterno amor!
No ha de haber abismo que ese amor no ahonde,
y he de hallarte. ¿Dónde? ¡No me importa dónde!
¿Cuándo? No me importa..., ¡pero te hallaré!
Si pregunto a un sabio, "¡Qué sé yo!", responde.
Si pregunto a mi alma, me dice: "¡Yo sé!"
27 de marzo de 1912
XI. UNIDAD
NO, MADRE, no te olvido;
mas apenas ayer ella se ha ido,
y es natural que mi dolor presente
cubra tu dulce imagen en mi mente
con la imagen del otro bien perdido.
Ya juntas viviréis en mi memoria
como oriente y ocaso de mi historia,
como principio y fin de mi sendero,
como nido y sepulcro de mi gloria;
¡pues contigo nací, con ella muero!
Ya viviréis las dos en mis amores
sin jamás separaros;
pues, como en un matiz hay dos colores
y en un tallo dos flores,
¡en una misma pena he de juntaros!
28 de marzo de 1912
I. EL FANTASMA SOY YO
Vivants, vous êtes des fantômes.
C'est nous qui sommes les vivants! V. H.
MI ALMA es una princesa en su torre metida,
con cinco ventanitas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
Y tu alma, que desde antes de morirte volaba,
es un ala magnífica, libre de toda traba...
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,
no como son de suyo, sino como aparecen
a los cinco sentidos con que Dios limitó
mi sensorio grosero, mi percepción menguada.
Tú lo sabes hoy todo...; ¡yo, en cambio, no sé nada!
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
5 de abril de 1912
II. TRES MESES
MI AMADA se fue a la Muerte,
partió al Misterio mi amada;
se fue una tarde de invierno;
iba pálida, muy pálida.
Ella que, por su color,
gloriosamente rosada,
parecía un ser translúcido
iluminado por llama
interna...
¡Qué lividez
aquella, la de mi Ana,
y qué frialdad! ¡Si tenía
hasta las trenzas heladas!
¡Se fue a la Muerte, que es
nuestra Madre, nuestra Patria
y nuestra sola heredad
tras este valle de lágrimas!
Hoy hace tres meses justos
que se la llevaron trágicamente
inmóvil, y recuerdo
con qué expresión desolada
se plañía entre los árboles
el viento del Guadarrama.
¡Tres meses de viaje! ¡Nunca
fue nuestra ausencia tan larga!
Noventa días sin verla,
y sin una sola carta...
Abismo de los abismos,
distancias de las distancias,
hondura de las honduras,
muralla de las murallas,
¿donde tienes a mi muerta?
¡Dámela! ¡Dámela! ¡Dámela!
¡En vano en la noche lóbrega
suena y resuena la aldaba
con que llamo a la gran puerta
del castillo que se alza
en la cima misteriosa
de la fúnebre montaña!
Cierto, detrás de esa hostil
fortaleza, alguien se halla...
Se adivina no sé qué,
un confuso rumor de almas...
De fijo nos oyen, pero
nadie nos responde nada,
y resuena solamente,
con vibraciones metálicas,
en los ámbitos inmensos
el golpazo de la aldaba.
Hoy hace tres meses justos
que se la llevaron, tragicamente
inmóvil, y recuerdo
con qué expresión desolada
se plañía entre los arboles
el viento del Guadarrama;
y recuerdo también que
al cruzar por las barriadas
de Madrid me sollozó
una tétrica gitana:
"Señorito, una limosna
por la difunta de su arma!"
8 de abril de 1912
III. HUGUEANA
¡AY DE mí! Cuantas veces, arrobado
en la contemplación de una quimera,
me olvidé de la noble compañera
que Dios puso a mi lado.
—¡Siempre estás distraído! —me decía;
y yo, tras mis fantasmas estelares,
por escrutar lejanos luminares
el íntimo lucero no veía.
Qué insensatos antojos
los de mirar, como en tus versos, Hugo,
las estrellas en vez de ver sus ojos,
desdeñando, en mi triste desatino,
la cordial lucecita que a Dios plugo
encenderme en la sombra del camino...
Hoy que partió por siempre del amor mío,
no me importan los astros, pues sin ella
para mí el universo está vacío.
Antes, era remota cada estrella:
hoy, su alma es la remota, porque en vano
lo buscan mi mirada y mi deseo.
Ella, que iba conmigo de la mano,
es hoy lo más lejano:
los astros están cerca, pues los veo.
9 de abril de 1912
IV. CUANDO DIOS LO QUIERA
SANTA florecita, celestial renuevo,
que hiciste mi alma una primavera,
y cuyo perfume para siempre llevo:
¿Cuándo en mi camino te hallaré de nuevo?
—¡Cuándo Dios lo quiera, cuando Dios lo quiera!
—¡Qué abismo tan hondo! ¡Qué brazo tan fuerte
desunirnos pudo de tan cruel manera!
Mas ¡qué importa! Todo lo salva la muerte
y en otra ribera volveré yo a verte...
¡En otra ribera..., sí! ¡Cuando Dios quiera!
Corazón herido, corazón doliente,
mutilada entraña: si tan tuya era
(carne de tu carne, mente de tu mente,
hueso de tus huesos), necesariamente
has de recobrarla... —¡Sí, cuando Dios quiera!
Abril de 1912
V. "LE TROU NOIR"
Y todos los modernos sobreentienden,
quienes más, quienes menos,
esa inmortalidad del otro lado
del agujero negro.
FLAUBERT: Correspondence
¡PARA el que sufre como yo he sufrido,
para el cansado corazón ya huérfano,
para el triste ya inerme ante la vida,
bendito agujero negro!
¡Para el que pierde lo que yo he perdido
(luz de su luz y hueso de sus huesos),
para el que ni recobra ya ni olvida,
bendito agujero negro!
¡Agujero sin límites, gigante
y medroso agujero,
cómo intriga a los tontos y a los sabios
la insondabilidad de tu misterio!
¡Mas si hay alma, he de hallar la suya errante;
si no, en la misma nada fundiremos
nuestras áridas bocas, ya sin labios,
en tu regazo, fúnebre agujero!
4 de abril de1912
VI. TODO INÚTIL
INÚTIL es tu gemido:
no la mueve tu dolor.
La muerte cerró su oído
a todo vano rumor.
En balde tu boca loca,
la suya quiere buscar:
Dios ha sellado su boca:
¡ya no te puede besar!
Nunca volverás a ver
sus amorosas pupilas
en tus veladas arder
como lámparas tranquilas.
Ya sus miradas tan bellas
en ti no se posarán:
Dios puso la noche en ellas
y llenas de noche están...
Las manos inmaculadas
le cruzaste en su ataúd,
y estarán siempre cruzadas:
¡ya es eterna su actitud!
Al noble corazón tierno
que sólo por ti latió,
como a pájaro en invierno
la noche lo congeló.
—¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
¡Fue tan mía...! ¿Donde está?
—Dios la tiene, Dios la tiene:
¡Él te la devolverá
quizá!
19 de abril de 1912
VII. ¡CÓMO SERÁ!
Sl EN el mundo fue tan bella,
¿cómo será en esa estrella
donde está?
¡Cómo será!
Si en esta prisión obscura,
en que más bien se adivina
que se palpa la hermosura,
fue tan peregrina,
¡cuán peregrina será
en el más allá!
Si de tal suerte me quiso
aquí, cómo me querrá
en el azul paraíso
en donde mora quizá?
¡Cómo me querrá!
Si sus besos eran tales
en vida, ¡cómo serán
sus besos espirituales!
¡Qué delicias inmortales
no darán!
Sus labios inmateriales,
¡cómo besarán!
Siempre que medito en esa
dicha que alcanzar espero,
clamo, cual Santa Teresa,
que muero porque no muero:
hallo la vida muy tarda
y digo: ¿cómo será
la ventura que me aguarda
donde ella está? ¡Cómo será!
21 de abril de 1912
I. LA CITA
Llamaron quedo, muy quedo,
a la puerta de tu casa... VILLAESPESA
¿HAS escuchado?
Tocan la puerta...
—La fiebre te hace
desvariar.
—Estoy citado
con una muerta,
y un día de éstos ha de llamar...
Llevarme pronto me ha prometido;
a su promesa no ha de faltar...
Tocan la puerta. Qué, ¿no has oído?
—La fiebre te hace desvariar.
26 de abril de 1912
II. NADIE CONOCE EL BIEN
HABÍA un ángel cerca de mí,
mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
entre las zarzas de mi erial, y
yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.
Cuando, callado, tendió su vuelo
y quedó al irse torvo mi cielo,
mi vida huérfana, mi alma vacía,
comprendí todo lo que perdía.
Alcé los ojos despavorido,
llamé al ausente con un gemido,
plegó mis labios convulso gesto...
Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
con vuelo de ímpetu soberano,
las lindes negras del mundo arcano,
y todo vano fué... ¡todo vano!
¡Quién del espacio devuelve un ave!
¡Qué imán atrae a un dios ya ido!
Dice el proloquio que nadie sabe
el bien que tiene... ¡sino perdido!
27 de abril de 1912
III. REPARACIÓN
¡EN ESTA vida no la supe amar!
Dame otra vida para reparar,
¡oh Dios!, mis omisiones,
para amarla con tantos corazones
como tuve en mis cuerpos anteriores;
para colmar de flores,
de risas y de gloria sus instantes;
para cuajar su pecho de diamantes
y en la red de sus labios dejar presos
los enjambres de besos
que no le di en las horas ya perdidas...
Si es cierto que vivimos muchas vidas
(conforme a la creencia
teosófica), Señor, otra existencia
de limosna te pido
para quererla más que la he querido,
para que en ella nuestras almas sean
tan una, que las gentes que nos vean
en éxtasis perenne ir hacia Dios
digan: "¡Como se quieren esos dos!"
A la vez que nosotros murmuramos
con un instinto lúcido y profundo
(mientras que nos besamos
como locos): "¡Quizá ya nos amamos
con este mismo amor en otro mundo!"
28 de abril
IV. ¡CÓMO CALLAN LOS MUERTOS!
¡QUÉ despiadados son
en su callar los muertos!
Con razón
todo mutismo trágico y glacial,
todo silencio sin apelación
se llaman: un silencio sepulcral.
29 de abril
V. ME BESABA MUCHO
ME BESABA mucho; como si temiera
irse muy temprano... Su cariño era
inquieto, nervioso.
Yo no comprendía
tan febril premura. Mi intención grosera
nunca vio muy lejos...
¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.
4 de mayo de 1912
VI. AQUEL OLOR...
Era un´amicizia "di terra lontana"
GABRIELE D'ANNUNZIO
¿EN QUÉ cuento te leí?
¿En qué sueño te soñé?
¿En qué planeta te vi
antes de mirarte aquí?
¡Ah! ¡No lo sé..., no lo sé!
Pero brotó nuestro amor
con un antiguo fervor,
y hubo, al tendernos la mano,
cierta emoción anterior,
venido de lo lejano.
Tenía nuestra amistad
desde el comienzo un cariz
de otro sitio, de otra edad,
y una familiaridad
de indefinible matiz...
Explique alguien (si lo osa)
el hecho, y por qué, además,
de tus caricias de diosa
me queda una misteriosa
esencia sutil de rosa
que vienen de un siglo atras...
7 de mayo de 1912
1 comentario:
Mis respetos al gran maestro AMADO NERVO, por eso fue llamado poeta hasta los huesos!! nadie como él y orgullosamente mexicano!!
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