8 ene 2012

Respuesta de Javier Sicilia al Senador Carlos Sotelo del PRD

Respuesta de Javier Sicilia al Senador Carlos Sotelo del PRD
Publicado en la revista Proceso # 1836, 8 de enero de 2012
Señor director:
Le solicito publicar la siguiente respuesta al senador Sotelo García.
Mil gracias por tu carta, querido Carlos; mil gracias también por haber caminado al lado del dolor de tantas víctimas, que son el rostro más claro de la injustica, del desastre y de la ausencia de Estado por los que atraviesa la nación.
Creo que tú, como muchos, que tienen una confianza ciega y poco crítica en las elecciones, me han malentendido. Mis críticas a la “república amorosa” de AMLO son del orden de las distinciones, tan necesarias en una época cada vez más confusa.
El amor, lo quieras o no lo quieras, incluso en el sentido confuso en que lo maneja AMLO –recuerda que AMLO es también católico– es hijo, en Occidente, del Evangelio, que rompe con la manera antigua en la que la hospitalidad se ejercía  como una obligación con los connacionales, pero no con los enemigos o con otros pueblos. Jesús introduce  –la parábola del buen samaritano es su expresión más clara– la noción de libertad, ajena al poder, ajena a la obligatoriedad: el prójimo, dice Jesús, es a quien yo escojo amar; incluso puede ser, como el tema de la parábola a la que me refiero, un enemigo (en relación con esto te recomiendo que revises mis artículos de Conspiratio y a Iván Illich). Esto, querido Carlos, nada tiene que ver con la Iglesia, que institucionalizó esa caridad y la corrompió, ni con una república que en sus instituciones de servicio no hace otra cosa que continuar la corrupción que la Iglesia inició; ni, en consecuencia, con Calderón, ni con el Papa y su visita a México, o lo que queda de él, sino con el Evangelio y la libertad de la vida espiritual –nuevamente hay que hacer distinciones, para no introducir mezclas innaturales–.
No tengo, en este sentido, nada personal contra AMLO –es más, me simpatiza mucho, lo quiero y coincido con  él más que con los otros candidatos–. Mi problema es con la partidocracia y con la realidad del país: balcanizado por el crimen, destrozado en sus instituciones, corrompido en sus partidos –¿dónde están los castigos ejemplares a los corruptos del PRD, del PAN y del PRI?; cada uno tiene sus criminales consentidos por los propios partidos– que nos negaron la Reforma Política –¿por qué tendríamos que darles de nuevo un cheque en blanco?– y que no están atendiendo el problema fundamental del país: la paz y la justicia.
AMLO, fuera de un programa a largo plazo para reconstruir algo del tejido social, no ha hablado de esos asuntos; parece que para él, como para Calderón, como para los precandidatos del PAN, como para Peña Nieto, la guerra no existe ni las víctimas, ni tampoco la corrupción ni la impunidad que corroe a los partidos y a las instituciones del Estado. Para ti tampoco, querido Carlos. No mencionas en tu carta ni a la guerra ni a las víctimas, que siguen sin justicia –incluso en estados perredistas–, ni la militarización del país, consentida y apoyada también por gobernadores perredistas.
Yo insisto en que, ante las condiciones que vive el país, la única manera de salvar la democracia es una agenda de unidad nacional donde todos juntos trabajemos por salvar a la nación y refundar el Estado. Lejos de ello, los candidatos, ajenos a la emergencia nacional, continúan sus campañas, que buscan gestionar instituciones inoperantes y corrompidas y, con ello, la guerra por otros medios.  Aunque AMLO ganara, lo haría como cualquiera de los otros, con mayorías relativas y, por lo tanto, en las condiciones de emergencia nacional en las que estamos sería incapaz –como los otros, como lo ha sido Calderón– de sanar el país y reformar el Estado. AMLO, por ejemplo, no podrá controlar a los gobernadores de su partido, convertidos en virreyes, y que no se distinguen de los gobernadores de otros partidos.
El problema, por lo tanto, no es de personas, que pueden tener las mejores intenciones, sino del pudrimiento del Estado y de los partidos, que, dada la emergencia nacional en la que estamos sumidos, debe resolverse de manera integral y profunda, no con la cosmética de unas elecciones que nos están distrayendo de los problemas fundamentales de la nación y que terminarán –ya lo son– por convertirse en lo que no he dejado de señalar desde el 8 de mayo: las elecciones de la ignominia.
Ese es mi balance político, que nada tiene que ver con la honestidad ni con las buenas intenciones de AMLO. Por lo demás, querido Carlos, mis críticas a la “república amorosa”, fundadas en argumentos que no buscan descalificar sino debatir, precisar, distinguir y conversar sobre el problema electoral en las condiciones de emergencia nacional que vivimos, han suscitado toda suerte de injurias y de insultos contra mí por parte de muchos de sus seguidores. Si eso es lo que ellos entienden por amor –sólo se ama si se está de acuerdo con AMLO–, yo no tengo cabida en esa supuesta república ni en la de ningún otro partido cuya fuente –ha sido la constante de toda la clase política– es la rivalidad, la simulación, la ausencia de autocrítica y de crítica razonada, la impunidad, la protección de intereses y el desprecio debajo de la máscara democrática.
Llevándote en el corazón, te abrazo.
Paz, Fuerza y Gozo
Javier Sicilia

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