10 feb 2012

Discurso del General Guillermo Galván

Discurso del General Guillermo Galván, Secretario de la Defensa Nacional en la conmemoración del XCIX Aniversario de la Marcha de la Lealtad, que tuvo lugar en el Castillo de Chapultepec.
La Marcha de la Lealtad es realizada por cadetes del Heroico Colegio Militar y miembros de las Fuerzas Armadas, conmemorando el aniversario del acto de lealtad mostrado el 9 de febrero de 1913. En esa fecha, cadetes y gendarmes escoltaron a caballo al Presidente Francisco I. Madero, desde el pie del cerro de Chapultepec hasta la sede del gobierno, mostrando gallardía y verticalidad a la institución presidencial y a la Nación, recorriendo el Paseo de la Reforma.
El General Guillermo Galván Galván, Secretario de la Defensa Nacional:
Ciudadano Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas.
Licenciado José González Morfín, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores; Ministro Juan Silva Meza, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; distinguidos miembros del presídium, damas y caballeros, compañeros de armas.
Muy buenos días.
En el devenir de todas las naciones, cada día es único, definitivo y trascendente. Por ello, es que México asiduamente dialoga con su pretérito para nunca desvincularse de su fundamento.
Indagamos nuestro pasado en los libros, las tradiciones e, incluso, en las leyendas para conocer los hechos que nos bosquejaron y definieron. Las razones, circunstancias, esfuerzos, aciertos y yerros.
Así se aprenden las lecciones, como la de aquél 9 de febrero de 1913, en que México despertaba convulso en medio de complicadas circunstancias para la República, que iniciaba un dilatado proceso para consolidar su democracia.
La conjura se enarbolaba en las mentes de líderes facinerosos, que ansiaban hacerse del poder perturbando el orden constitucional. Facciones de sublevados avanzaron desde distintos puntos de la ciudad hacia el Zócalo capitalino, mientras otros liberaban de las cárceles de Lecumberri y Tlatelolco a quienes habrían de encabezar el cuartelazo.
La reacción del Comandante militar de la plaza permitió que tropas leales recuperaran Palacio Nacional y se fortificaran para defenderlo. Enterado el Presidente Francisco I. Madero de lo acontecido, ordenó al Subdirector del Colegio Militar reuniera al personal del plantel para proporcionarle seguridad.
En monta de un caballo tordillo, el Presidente Madero arribó a este patio, acompañado del Secretario de Guerra y Marina, y arengó a las compañías de cadetes, diciendo: Jóvenes cadetes, unos cuantos malos mexicanos, militares y civiles, se han sublevado contra mi Gobierno. En estos momentos, la situación ha sido dominada por el pundonoroso General Lauro Villar, Comandante de la Guarnición, y el Palacio Nacional está en poder de las tropas leales a las instituciones legalmente constituidas. Van a escoltarme en Columna de Honor hasta el Palacio Nacional, para demostrar al pueblo capitalino que hemos triunfado derrotando a los infidentes desleales. Termino la cita.
Francisco I. Madero iniciaba, así, su trayecto hacia Palacio Nacional y al sitio que corresponde a los mártires de nuestra historia.
En efecto, resueltos cadetes lo escoltaron desde este Alcázar de Chapultepec. Su actuación determinante, constituyó otra hazaña escrita por el Colegio Militar, que fusionará a la epopeya de 1847. Quedaron como paradigmas para las venideras generaciones.
A la postre, sendas gestas fundamentarían su apelativo de Heroico.
Como Primer Mandatario de la Nación, Madero mantuvo enhiesta la investidura presidencial en medio de turbulentos apremios, codicias y traiciones.
Al llamado Apóstol de la Democracia, lo escoltó el nacionalismo acerado con lealtad.
Ese es el valor heredado. Esa es la fracción ética que rescatamos para nutrirnos con su fuerza y pertrecharnos en su horma desde aquellos ayeres.
Nunca será ocioso decirlo, y en esta fecha es más que conveniente recordarlo. Los valores son vértebras esenciales en la vida, la sociedad, la familia, incluso, en la amistad. Desempeñan una función primordial en estos tiempos, donde sociedad y Gobierno se ubican ante nuevos, complejos y cada vez más demandantes desafíos.
Son estos valores en las instituciones los firmes goznes que la sostienen.
En la axiología de todas las civilizaciones, la lealtad se concreta a plenitud, cuando de sentimiento pasa a una auténtica manifestación y, de ésta, a virtud de doble vía.
En las Fuerzas Armadas Nacionales, la colocamos por encima y junto de todos los valores. Sin ella, los demás no significan, no irradian, pierden su sentido.
Por ello, a los integrantes de ese Ejército que custodió a su Presidente y que protegió a su Patria sin vacilación, hoy le reconocemos que gracias a su hombría, disciplina y verticalidad, México pudo continuar su arduo y abrupto trayecto hacia la democracia. Que por la entereza, corazón y patriotismo de ellos y de otros héroes, integramos una gran Nación, laboriosa y pujante; de fibra, como decimos en el argot de los cuarteles.
Que su lealtad hacia los ideales y anhelos de auténticos mexicanos, proyectaron al país hacia nuevas latitudes y formas de vida.
Las aspiraciones de ayer, son ahora una realidad.
“En la democracia que vivimos, la observancia del Estado de Derecho, el rechazo a la impunidad, la equidad de género, la transparencia, la rendición de cuentas, la atención prioritaria a la ciudadanía y el respeto a los derechos humanos, son propensiones irreversibles, son referencias cardinales obligatorias en la ruta para alcanzar los grandes objetivos nacionales.
Pero, también, es cierto que la interferencia de la delincuencia organizada en la seguridad y el desarrollo de todos nos está generando intrincados momentos. El crimen organizado es un gran fenómeno delictivo de dimensiones cultural, sociológica y transnacional.
En la ciencia biológica, un ente nocivo, una vez que invade un organismo, inicia su labor predatoria para después, mutando, incrustarse parasitariamente, y establecer una simbiosis, en la que ya no es posible distinguir diferencia alguna entre ambos cuerpos. Metafóricamente hablando, ello ocurrió con la delincuencia organizada en nuestro país.
En efecto, esta rémora criminal evolucionó sigilosamente durante décadas. Primero, como pandillas, operando con un bajo perfil, controladas por las policías locales.
Con los años, las nefastas bandas pasaron a un proceso de enquistamiento en la sociedad, con la colaboración de la propia autoridad.
En la dilatación de este proceso, la situación se tornó aún más grave. En algunas regiones del país, la delincuencia organizada se apropió de las instituciones del Estado. Y en ese apoderamiento, diversificó sus ominosas actividades para despojar a la sociedad de lo que por derecho le corresponde, generando un clima de violencia inusitado.
Es evidente que en aquellas latitudes del territorio nacional, el espacio de la seguridad pública está totalmente rebasado. Es menester reconocer que es la seguridad interior la que hoy se encuentra seriamente amenazada.
Confrontar esa realidad con toda la fuerza del Estado, como lo previene la Carta Magna, fue la decisión responsable y valerosa asumida por el señor Presidente de la República, desde el inicio de su Administración.
Respondiendo a factores de urgencia e importancia, la estrategia de seguridad se centró en tres componentes básicos:
Primero. Enfrentar y someter a los criminales.
Segundo. Reconstruir las instituciones encargadas de la seguridad y justicia, y fortalecer a las policías y Ministerios Públicos.
Y tercero. Reconstruir el tejido social a través de una sólida política de prevención.
Las fuerzas políticas y sociales, convencidas de la magnitud y espesura del flagelo, gradualmente suman su apoyo y esfuerzo a este empeño.
En este argumento de unidad nacional, también es lealtad proponer y solicitar respetuosamente reformas al marco legal vigente, con los propósitos de custodiar mejor a la comunidad y preservar la integridad y prestigio de la Institución.
Hemos dialogado con todos los sectores, absolutamente con todos, acerca del génesis jurídico y social que sustenta estas reformas. Nuestros interlocutores lo saben y lo confirmo en esta tribuna.
No se trata de arrogarnos privilegio alguno, ni de desempeñar funciones que no nos correspondan.
La Fuerza Armada permanente es leal a los intereses supremos del país y nos conducimos por el rumbo que la Nación nos indica, siempre respetando el ámbito que nos apuntan las leyes, los reglamentos y las jurisprudencias.
En ese entorno asimétrico y frágil en el que cumplimos nuestras misiones para salvaguardar a nuestros compatriotas, sus hogares, fuentes de trabajo y sitios de sana convivencia, privilegiamos el respeto irrestricto a los derechos humanos.
Que han habido errores, desde luego que sí. Reconocerlo es lealtad. Como lo es, el aceptar las recomendaciones que nos hacen los organismos competentes. Es lealtad a las víctimas y a sus familias, sancionar a los infractores comprobados y reparar el daño causado.
Pero, también, es lealtad al subalterno investigar a fondo y discernir aquellos casos tendenciosos que buscan desprestigiar a la institución y desviar la acción de la justicia a favor de los delincuentes.
Somos leales a la mujer que aspira a su desarrollo y a ejercer su legítimo derecho para contar con un proyecto de vida, al sumarnos con determinación y entusiasmo, a las políticas del Gobierno Federal que impulsan la equidad de género.
Somos leales al cumplir con la normatividad que impele la transparencia y la rendición de cuentas. Los órganos de la Función Pública, el Honorable Congreso de la Unión, la Suprema Corte de Justicia de la Nación y las entidades encargadas de garantizar el acceso a la información, pueden dar buenas cuentas de ello.
Somos leales con la ciudadanía, al atender con prontitud y esmero los requerimientos que nos plantean. Sin presunción alguna, nos sentimos orgullosos que la Secretaría de la Defensa Nacional, haya obtenido la calificación más alta del Programa de Rezago Cero, por haber atendido al 100 por ciento las peticiones que la ciudadanía nos hizo llegar.
Agradecemos a la sociedad, que nos distingue y dignifica con su estima y confianza en el más alto índice de su percepción. La población se sabe y se siente leal a sus Fuerzas Armadas. Enhorabuena por México.
Señoras y señores:
Avanzamos juntos por nuevos derroteros y hacia promisorios horizontes que nos exigen coadyuvancia en las voluntades y en los esfuerzos para alcanzar con unidad las metas. Sin duda, mucho, mucho se ha logrado, pero aún falta por hacer.
México es un país fuerte y sólido, pero, como toda Nación, enfrenta escollos que libra con inteligencia. En ese afán, la lealtad es fundamental para el país.
Por eso, hoy la conmemoramos al evocar la de aquel insigne Presidente con la democracia, porque en ello, le fue la vida.
Madero y su escolta nos dejaron un ejemplo ubérrimo e inmarcesible. Al cumplir con su deber como mexicanos, jamás se imaginaron la huella profunda e indeleble que su marcha legara al porvenir del país.
Por eso estamos aquí. En eso creemos los soldados que arropamos con nuestro espíritu a esa matriz y ese mensaje.
Señor Presidente de la República:
Entendemos su esfuerzo responsable y nos sumamos desde siempre a él con especial talante. Este día, en que enaltecemos a la lealtad como uno de los valores que más ha contribuido a forjar el México de hoy, le manifestamos que el acatamiento a su Mando Supremo, nos engrandece con orgullo.
Usted es y ha sido un Comandante sensible, valiente y honesto, identificado con y por su tropas, empatía que las y los Generales, Jefes, oficiales, cadetes y personal de tropa, en activo y en retiro, hemos palpado a través de sus inéditas acciones de mando y moral reflejadas en el bienestar de las mujeres y hombres militares y en el de sus derechohabientes.
México tiene en este Siglo XXI a un Instituto Armado confiable, que todos los días trabaja para defenderlo con firmeza. Los soldados estamos con México en las buenas y en las difíciles.
Sabemos con quién luchamos. Sabemos contra qué luchamos, y sabemos por qué luchamos.
Con un México cohesionado, tenemos la certeza que la semilla que sembramos hoy nos brindará mañana los frutos de una mayor seguridad, justicia y prosperidad.
Con el ejemplo perenne de la Marcha de la Lealtad, y con la Nación como testigo de honor, le refrendamos, señor Presidente, aquí y ahora, nuestro profundo respeto e incuestionable subordinación.
Muchas gracias.
 

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