17 feb 2013

El Papa que nos hace pensar/ Antoni Puigverd


El Papa que nos hace pensar/ Antoni Puigverd
La Vanguardia |12 de febrero de 2013;
La dimisión de Benedicto XVI no es la única respuesta posible a los impedimentos y achaques de la edad. Juan Pablo II consiguió transmitir, en sus últimos años de dolor y debilidad, el carisma del sufrimiento: el sentido que tiene la vida cuando el cuerpo es una piltrafa. Juan Pablo II, que tanto había viajado y que había sido un pletórico montañero, supo transmitir en su larga decadencia física una idea provocativa: afirmó el valor de la vejez y la debilidad en un mundo que adora la fuerza muscular y que ha convertido a los deportistas en los grandes fetiches del mundo global.
Pero la fuerza de la debilidad que consiguió transmitir Wojtyla no es incompatible con la manifestación de libertad espiritual que Joseph Ratzinger realizó ayer. Rompiendo moldes seculares, su abandono del papado es una invitación a la renovación interna de la Iglesia. No propone la democratización, como le exige la sociedad laica: no tendría sentido en quien ha sido defensor inequívoco del templo y las tradiciones eclesiales. Pero su desapego del poder en una sociedad tan jerárquica como la Iglesia es un gesto insólito: una señal. Liberando su persona del cargo para buscar un lugar discreto y tranquilo en el que poder escribir, Ratzinger no cierra, sino que relanza su magisterio eclesiástico: innova una vez más con su ejemplo. Su gesto transgresor genera una dinámica. Busca romper con los vicios más conocidos del Vaticano: lentitud, ensimismamiento, espíritu defensivo.

Discutir la hegemonía del relativismo occidental desde la provocativa afirmación de la verdad cristiana ha sido la piedra angular de su pontificado. Lo ha hecho con un tesón y una firmeza (no exenta de elegancia) que contrastan con la imagen que transmite: la de un anciano cándido y frágil. El papado de Ratzinger ha sido excepcional, aunque no en el sentido mediático o televisivo. Su gran aportación ha sido la palabra. La reflexión, el discurso argumentado. El diálogo en el ágora global desde la fe cristiana. En un mundo en el que priman las emociones, Ratzinger ha recordado una y otra vez que el cristianismo, a diferencia de otras religiones, sintetiza fe y razón. cristiana, que ha distinguido de los mensajes sociales. Si los católicos modernistas sostienen que abrir las estructuras, ordenar mujeres o suprimir el celibato normalizaría a la Iglesia en Europa, Ratzinger ha recordado que la Iglesia en Europa sufre “una crisis de fe” y que sin la renovación de la fe “todas las demás reformas serán ineficaces”.
Ha sostenido que Europa no puede abandonar su milenaria tradición cristiana; ha dado continuidad al reencuentro con los judíos y a la defensa de la vida humana. Clarividente es su crítica, que comparte con el filósofo Habermas, a la divinización del beneficio económico, causa última de la crisis actual. No podemos olvidar su cruzada depurativa contra la lacra de la pederastia, que atañe a una fracción minoritaria de clérigos y ha causado escándalo mundial, indecible dolor en las víctimas y profunda vergüenza entre los católicos. A esta lacra responde con la expiación, la verdad y la penitencia; y con la colaboración con las autoridades. A los combates entre facciones vaticanas y las noticias sobre posibles casos de corrupción, ha respondido con un gesto de insólita libertad. Como el personaje Blanquerna de Ramon Lull, después de haber abierto la senda, se retira. Indicando el futuro de la Iglesia: el desprendimiento personal, el desprecio del poder.

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