Beata
María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (Manuelita de Jesús)
Es la fundadora de las Misioneras
Clarisas del Santísimo Sacramento»
El cardenal Amato, en representación de Benedicto XVI, la beatificó en México el 21 de abril de 2012.
Madrid,
22 de julio de 2014 (Zenit.org) Isabel Orellana Vilches |
María
Manuela de Jesús Arias Espinosa (conocida como Manuelita) nació el 7 de julio
de 1904 en Ixtlán del Río, Nayarit. Fue la quinta de
ocho hermanos. Su padre era juez del distrito, y eso supuso un constante
trasiego para la familia que vivió en distintos lugares. Ello le permitió
amasar experiencias en Tepic, Mazatlán, Guadalajara y otras ciudades; fueron
etapas fragmentadas de su vida abierta a nuevos y enriquecedores horizontes.
Creció sin denostar las lisonjas, en medio de un ambiente sano, y un
sentimiento contradictorio ante el íntimo regocijo por las atenciones que
recibía, y el vacío que estos gestos banales, desprovistos de contenido,
dejaban en su corazón. Durante un tiempo trabajó en una entidad bancaria.
En
1924 su alma iba deslizándose por un sendero, aún desconocido, pero prometedor
por cuanto no le permitía acomodarse a las circunstancias del momento. A
finales de verano de ese año, amedrentada por la operación que debía resolver
su afección del apéndice, no quiso pasar por el quirófano en Guadalajara.
Llegaba la hora de su gran sacudida interior. Al regresar de Tepic a Colima fue
leyendo «Historia de un alma». Desde sus páginas Teresa de Lisieux le tendió un
puente de plata, y sintió que hallaba su vocación. Dios movía sus resortes con
urgencia y unos días más tarde, entrado ya octubre, durante el Congreso
Eucarístico que tuvo lugar en México, Manuelita experimentó la llamada: «Dios,
el amor, me atraía con fuerza irresistible. Sólo quería amar y darme a Dios.
Todo mi anhelo era la Eucaristía». La fuerza que emanaba de su ser era tal que
determinó hacerse oblación por México y el resto del mundo, acogiendo gozosa la
intervención quirúrgica que había rechazado. A renglón seguido, la Virgen le
colmó de bendiciones y desde ese instante hasta el fin de sus días permaneció
unida a Ella.
En
1926 se consagró expresamente «como víctima de holocausto» al Amor
Misericordioso. Le afligía el hostigamiento que sufría la Iglesia en México,
instigado por las autoridades gubernamentales. Era algo que le afectaba
personalmente, ya que experimentaba el irrefrenable afán de que todo su ser le
perteneciera a Dios y aspiraba a seguirle en la vida religiosa, pero el coto
impuesto por la situación política se lo impedía. Ello le creó gran
mortificación, aunque espiritualmente revertió en ganancias porque de ese
periodo emergió una mujer fuerte, curtida en la oración. En 1929 ingresó con
las Clarisas Sacramentarias del «Ave María», en Los Ángeles, California, y allí
tomo su nombre religioso. Al año siguiente la Virgen de Guadalupe se manifestó,
diciéndole: «Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de
apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus
labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en estos la gracia
que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos
aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan sólo en
espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final…». Emulando a Teresa
de Lisieux también ella quiso ser misionera contemplativa. Fue una ejemplar
religiosa que irradiaba alegría en su quehacer, madura, generosa, servicial,
fiel al carisma, encarnando la pobreza, con recursos y visión organizativa.
Asumía cualquier circunstancia con temple, sin echarse atrás. Así vivió durante
dieciséis años.
En
su interior ardía su vocación misionera y, junto a ella, pervivía la promesa de
María. Tras un doloroso proceso de dilucidación, y una búsqueda sometida
siempre al cumplimiento de la voluntad divina, abrió su corazón a la superiora,
y ésta generosamente acogió su inquietud y le dio curso oficial. En 1945 fue
autorizada a poner en marcha la fundación, y se dio libertad a las que
quisieran secundarla. Monseñor González Arias, prelado de Cuernavaca, había
respaldado la obra, como después lo hizo el obispo de Puebla. Su familia le
prestó una casa en Cuernavaca y se convirtió el lugar donde ella y las
religiosas que la acompañaban dieron los primeros pasos. En 1949 fundó la
universidad femenina de Puebla. En 1953 recibían la aprobación eclesiástica las
constituciones de la naciente realidad eclesial, las Misioneras Clarisas del
Santísimo Sacramento. El camino no había sido fácil, pero Manuelita se mantuvo
firme en su empeño. Se sentía indigna, sierva inútil: «Dios tuvo compasión de
su obra, de esta obra para la cual se había valido del instrumento más
deleznable, más inepto, más incapaz. Pero era suya... la obra». «Muchas veces le
digo: “¡Tú tienes la culpa, para qué te valiste de lo peor que encontraste!”».
Después
surgieron otras fundaciones en torno al carisma inesiano –una espiritualidad
eucarística y mariana de clara vocación misionera–, dirigidas a sacerdotes,
religiosos y laicos de distintas edades y estados, todas alumbradas por el lema
«Es urgente que Cristo reine» (1 Cor 15, 25). Su fecunda trayectoria fue
quedando sellada con la celebración de las Bodas de Oro en 1980, que pasó en
Roma, y el gozo de haberse entrevistado con Juan Pablo II en diciembre de ese
año; entonces, él alabó su fidelidad con visible entusiasmo. Murió en esta
ciudad el 22 de julio de1981. El cardenal Amato, en representación de Benedicto
XVI, la beatificó en México el 21 de abril de 2012.La ceremonia tuvo lugar en
la basílica donde se venera la Virgen de Guadalupe.
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