26 ago 2015

En busca de nuevos horizontes

En busca de nuevos horizontes/ Lluís Foix
La Vanguardia |26 de agosto de 2015
El trasiego de personas en busca de nuevos horizontes vitales es una constante inevitable de la historia. Cada vez que en el siglo pasado se producía un movimiento migratorio significativo, se entraba en un conflicto de grandes dimensiones o se salía de una guerra, de persecuciones o de odios étnicos, ideológicos o religiosos.
Los armenios sufrieron el primer genocidio del siglo pasado de la mano de los turcos. Más de trescientos mil griegos murieron en las provincias del Ponto, al sudeste del mar Negro, hoy Turquía, con una guerra greco-turca posterior que acabó expulsando a prácticamente todos los griegos de la Turquía moderna.
Las dos guerras mundiales fueron precedidas por grandes huidas humanas en todas direcciones. Los tratados de París de 1919 y los que vinieron después dejaron fuera de sus fronteras naturales a cientos de miles de húngaros, alemanes, polacos y muchos de los pueblos que se habían cobijado bajo el imperio de Austria Hungría.
La política es geografía, decía Bismarck, después de haber ganado tres guerras y proclamar la unificación alemana en París al derrotar a los franceses en 1870. Alsacia y Lorena han cambiado de Estado tres veces en el último siglo y medio.

La creación de Israel en 1947 fue precedida por una espectacular emigración de judíos a Palestina después de la creación del movimiento sionista en la conferencia de Basilea de 1897. El traslado de judíos al nuevo Estado desde muchas partes del mundo ha proseguido hasta hoy.
La independencia de India en 1947 significó la emigración más masiva que se recuerda. Todos los musulmanes que vivían en India debían trasladarse a Pakistán occidental o al oriental, hoy conocido como Bangladesh. Se calcula que más de 40 millones de musulmanes se marcharon a su nueva patria musulmana. Pero hoy viven más musulmanes en India que en Pakistán. No sirvió de nada poner vallas por razón de creencias.
Las fronteras trazadas sobre el continente africano en la conferencia de Berlín de 1884 dividieron a pueblos y etnias, lo que ha provocado conflictos y guerras hasta hoy. Se puede hablar también de los alemanes, polacos y rusos que fueron obligados a pertenecer a otra nación por las nuevas fronteras impuestas después de la última guerra mundial. Stalin ordenaba el traslado forzoso de etnias enteras dentro de la inmensa Unión Soviética sin pestañear. Cuando la guerra fría se encontraba en su fase terminal, decenas de miles de alemanes del Este se colaron hacia Occidente a través de las embajadas que otorgaban un asilo interino a quienes querían pasar al otro lado. Cayó el muro de Berlín.
El drama de las decenas de miles de sirios, iraquíes, afganos, somalíes, subsaharianos y europeos del Este que llegan a Europa arriesgando sus vidas en las puertas marítimas o territoriales de Europa no es nuevo. Estos movimientos desesperados de tantas personas indican que salen del infierno sabiendo que se encontrarán con nuevos muros y con la indiferencia de los que acaben acogiéndolos.
Las democracias pueden aguantar todas las imperfecciones internas, pero no aceptan finalmente ni la corrupción ni el sufrimiento de hombres y mujeres perseguidos por la guerra, las convicciones o la propia policía fronteriza. No es del todo cierto que Europa se ha desentendido del drama de los que buscan refugio, asilo y trabajo en alguna parte de la Unión Europea. Alemania, a la que se presenta como la principal responsable de los desequilibrios de la zona euro, con unas exigencias de austeridad insoportables, es la que acogerá este año a 800.000 refugiados, el doble que el resto de países europeos en el 2014. España se ha comprometido con una ridícula cifra para no despertar la fiera xenófoba que sólo agita García Albiol por el momento.
Los que llegan con lo puesto dejan detrás una situación miserable. La muerte la tengo asegurada, decía un sirio recién llegado, y todo lo que venga lo puedo soportar. Abandonan países descompuestos en Iraq, Somalia, Mali, Siria o cualquier otro enclave conflictivo en África y Oriente Medio. Pero encuentran cada vez más hostilidad en los países de acogida. En Suecia, el partido Demócratas Suecos, xenófobo y antieuropeo, va por delante de las encuestas con una intención de voto dos veces superior a las elecciones del pasado septiembre.
El Partido Popular danés, populista y xenófobo, fue el segundo en las elecciones de Dinamarca del mes de junio. Lo mismo ocurrió en Finlandia en el mes de abril.
Se puede comprender el miedo que provoca una llegada masiva de desesperados, pero las imágenes de Macedonia, Calais, las islas griegas, Ceuta, Lampedusa y las fronteras orientales no pueden tratarse desde el populismo y la hostilidad. Si se infiltran terroristas se les detiene y se les juzga, pero someterles a la humillación porque son pobres, perseguidos o expulsados significa no estar a la altura ética del momento. La dignidad no es retórica.

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