Bergoglio y Esther antes de Francisco/JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
Excelsior, 9 de febrero de 2016
La historia, ahora que Francisco llega a México, merece ser contada. Un joven Jorge Mario Bergoglio había entrado a trabajar, era su primer empleo, a los 17 años de edad, en 1953, en los laboratorios Hickethier Bachman, de Buenos Aires. Su jefa era la bioquímica Esther Ballestrino de Careaga, quien vivía en Argentina tras haberse exiliado de Paraguay. Ballestrino era una mujer de izquierda, que en esos años, cuando trabajaba con Bergoglio, fue partidaria de la naciente Revolución Cubana en aquellos años de peregrinaje de la izquierda latinoamericana a la isla.
El joven Bergoglio y la química Ballestrino, hicieron una buena relación personal. “Le agradezco tanto a mi padre que me haya mandado a trabajar, contó después Francisco a los autores del libro El Jesuita, la biografía más precisa del Papa, porque el trabajo fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida y, particularmente, en el laboratorio aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana (...). Allí tuve una jefa extraordinaria, Esther Ballestrino de Careaga, una paraguaya simpatizante del comunismo que, años después, durante la última dictadura, sufrió el secuestro de una hija y un yerno, y luego fue raptada (...) y asesinada. Actualmente, está enterrada en la iglesia de Santa Cruz. La quería mucho. (...) Me enseñó la seriedad del trabajo. Realmente, le debo mucho a esa gran mujer”.
Esther fue su primera mentora política. El periodista argentino Hugo Alconada Mon, en un artículo publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires, dice que “Esther Ballestrino de Careaga le mostró (al joven Jorge) cómo era la militancia política y hasta lo incursionó en lecturas comunistas, que Bergoglio recuerda con precisión, como a ella, a quien define como ‘extraordinaria’. Ella fue su jefa en un laboratorio químico y hasta le enseñó algo de guaraní. Mucho después, la dictadura volvería a cruzar sus caminos, del peor y más triste modo”, relata.
Así fue. Bergoglio entró al seminario en los 60 y en 1973 y hasta 1979 se convierte en el superior de los jesuitas en Argentina. Eran años de una tumultuosa vida política en Argentina, marcada por la violencia y la más feroz represión que se conociera en ese país y en América Latina, con una jerarquía eclesiástica que se había volcado casi de lleno en apoyo a la dictadura. Esther, su esposo Raymundo y el padre Bergoglio, provincial de los jesuitas y que era parte de los pocos grupos más progresistas y minoritarios de la Iglesia, seguían en contacto.
Esther se había convertido en activista de derechos humanos en medio de la represión que dejaba miles y miles de desaparecidos, sobre todo entre los jóvenes. Sufrió el secuestro de su yerno y poco después de su hija Ana, con tres meses de embarazo y de apenas 16 años. Esther se convirtió en fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo, una organización de familiares que comenzó a organizar la búsqueda de esos miles (fueron 30 mil en los años de dictadura) de desaparecidos que se sabía que eran llevados a campos de concentración, torturados y la mayoría de ellos aniquilados.
Cuando su hija Ana fue secuestrada el superior de los jesuitas, Bergoglio, aceptó resguardar (en esa época ese solo hecho ponía en peligro la vida) los documentos políticos y la biblioteca de la familia, para que no se perdieran. El movimiento de las Madres, tenía respaldo suyo y de unos pocos sacerdotes y monjas: su sede para las reuniones, entonces de un grupo de unas pocas madres, era la iglesia de la Santa Cruz, en Buenos Aires.
Esther logró hacer gestiones con el entonces presidente James Carter, vía Edward Kennedy, para que la dictadura argentina liberara por lo menos a una decena de los jóvenes secuestrados menores de edad. Una de esas jóvenes era Ana, embarazada ya de ocho meses. Fue liberada e inmediatamente, en noviembre de 1977, Ana y su hermana Mabel recibieron asilo político de Suecia. Esther decidió quedarse en Argentina y con las Madres.
La hija de Ana, también llamada Ana, nació el 11 de diciembre del 77 en la ciudad de Vaxjo, en Suecia, después de un parto difícil. Pero unos días antes, el 8 de diciembre, su madre junto con otras madres de la organización y dos monjas francesas que las apoyaban, habían sido secuestradas en la Iglesia de la Santa Cruz, delatadas por un marino que se hizo pasar por hermano de un desaparecido, un personaje que se haría tristemente célebre, el capitán Alfredo Astiz, apodado el Ángel de la Muerte.
Esther, las madres y las monjas fueron torturadas, asesinadas y arrojadas al mar desde un avión. Sus restos aparecieron muchos años después, en 2005, en una fosa común donde los pobladores de una pequeña ciudad costera enterraban los cuerpos que les regresaba el mar.
Francisco en su visita a Paraguay, el año pasado, recibió a dos de las hijas de Esther, Ana y Mabel para recordar y celebrar a esa química que lo introdujo en la política, en el trabajo, le enseñó algo de guaraní y que tanto le habló del trabajo de los jesuitas en el Paraguay colonial, la orden que eligió Francisco para ejercer el sacerdocio.
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