Vargas
Llosa, novelista de la libertad/Guy Sorman
ABC, Lunes, 25/Abr/2016
A sus 80 años, Mario Vargas Llosa vive una
especie de apoteosis que ni siquiera el premio Nobel de Literatura le había
hecho vivir. Le rinden homenaje en Madrid, en París, donde sus obras completas
están publicadas en la prestigiosa colección de La Pléiade, y en Washington,
donde la Biblioteca del Congreso le ha otorgado el premio Leyenda Viva. En
estas celebraciones se respira un ambiente de escándalo, ya que Mario Vargas
Llosa ha confesado que se ha enamorado «locamente», a una edad inesperada.
Olvidemos esta vida privada que no nos incumbe para volver al escritor y a su
obra, que «molestan» a los críticos de izquierdas desde hace 50 años.
Estos críticos dan a entender que existen
dos Mario Vargas Llosa distintos: el primero sería el gran novelista indiscutible,
y el otro, un personaje más oscuro, activista político e ideólogo. Los que
creen en este desdoblamiento de personalidad, o bien no han leído al escritor,
o bien no han escuchado al militante, o ni lo han leído ni lo han escuchado,
porque solo existe un Mario Vargas Llosa.
Y lo que debería fascinarnos es la
absoluta unidad de la obra, del autor y de su activismo liberal. Para
convencerlos de ello, invito a los perezosos o a los que tienen prisa a leer su
El héroe discreto. Un emprendedor que sea un héroe, positivo, es rarísimo en la
literatura occidental. Las fuerzas del mal y unos antihéroes, atormentados por
la envidia, el afán de lucro y el gusto por la violencia y el poder, se ensañan
con él. Mario Vargas Llosa toma partido por su «héroe discreto», que está lejos
de ser perfecto, pero cuyas imperfecciones constituyen precisamente su
humanidad. Este «héroe discreto» no es destructor, no es dañino y no prohíbe a
los demás vivir como quieran. El «héroe discreto» es, en realidad, una alegoría
de la filosofía liberal tal y como nació en el Siglo de las Luces en Francia,
en Alemania, en Escocia y en España. El liberalismo (la palabra aparece
inicialmente en España) se basa en el reconocimiento de la humanidad tal y como
es realmente: el hombre es, a la vez, bueno y malo, avaricioso y generoso. El
milagro es que el conjunto de estas cualidades y defectos se combinan de tal
manera que estos hombres, tal y como son, logran formar juntos una sociedad que
funciona y progresa.
Los pensadores liberales, de los que forma
parte Mario Vargas Llosa, comprenden que lo peor sería, en nombre de la
perfección, querer «cambiar al hombre», a fin de crear una sociedad más
perfecta. En cambio, los ideólogos supuestamente progresistas del siglo XIX y
del siglo XX, que trataron de forjar este nuevo hombre para lograr una sociedad
ideal, no hicieron sino provocar las catástrofes que conocemos. En forma de
alegoría o de mito, es lo que cuentan las novelas de Mario Vargas Llosa. La
literatura, con su pluma, resulta ser una forma más persuasiva que cualquier
tratado de filosofía o de economía.
Por tanto, el activismo político de Mario
Vargas Llosa no es más que la traducción, mediante el compromiso físico, de la
literatura en filosofía, y de la filosofía en política, ese instrumento
necesario. El compromiso del autor está enraizado en su país, su civilización y
su idioma, pero no solo en ello, porque Mario Vargas Llosa pertenece al mundo
latinoamericano. Y resulta que este continente, desde hace un siglo –tomo como
punto de inicio la Revolución mexicana– ha sido un laboratorio de epidemias
ideológicas que han diezmado a los héroes discretos. Unos caudillos que se
declaraban partidarios de la economía de mercado, en Chile y en Perú, o del
progreso controlado, en Brasil, no han dejado de rivalizar, desde hace un
siglo, con otros caudillos que se declaran partidarios del marxismo, en Cuba y
en Nicaragua, o que solo creen en su genio personal sin hacer referencia a
ninguna ideología, desde Argentina hasta la República Dominicana.
Mario Vargas Llosa está presente en todos
estos frentes, desde hace medio siglo, con sus novelas, sus crónicas, sus
posicionamientos públicos y sus compromisos militantes. Es un Todo, de una sola
pieza, que se toma o se deja.
También cabe destacar que el «héroe discreto»
de Mario Vargas Llosa no pertenece ni a una etnia, ni a una cultura, ni a un
idioma ni a una religión concreta. En línea con el pensamiento liberal, el
hombre es un hombre, y todos los hombres son hermanos, con las mismas
aspiraciones a vivir como quieran, libres en sus decisiones. La obra de Vargas
Llosa es tanto antirracista como antitotalitaria, ya que rechaza cualquier
intento de encerrar a una persona, a un pueblo o a una cultura en un
infantilismo decretado desde arriba, que legitimaría la función del tutor, del
colonizador, del caudillo y del ideólogo.
Mario Vargas Llosa vive ahora en Madrid,
después de vivir en Perú durante su juventud, y luego en París, en Londres y en
Nueva York. Si en todas partes está en su casa, veamos en ello no una prueba de
desarraigo, sino de humanismo. En todas partes encontramos héroes discretos,
pero antes de Mario Vargas Llosa no eran héroes de novela. Ahora sí.
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