Benedicto XVI tuvo un amor de juventud, como todos…
El amor juvenil de Ratzinger y los de los demás Papas
El amor juvenil de Ratzinger y los de los demás Papas
En una entrevista con el semanario
alemán Die Zeit, el periodista Peter Seewald reveló que Benedicto XVI tuvo un enamoramiento “muy serio” durante sus estudios, en su
juventud, que hizo que su decisión por el celibato no fuera “algo fácil para
él”.
Fuente: ACI
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El amor juvenil de Ratzinger y los de los demás Papas
El periodista Peter Sewald revela a «Die Zeit» que Benedicto XVI vivió «un gran amor» que hizo difícil la decisión de su celibato
Vatican Insider, 07/09/2016
ANDREA TORNIELLI'
No fue discreto Peter Seewald, periodista y autor de libros-entrevista primero con el cardenal Joseph Ratzinger y después con Benedicto XVI. En una entrevista publicada en la revista alemana «Die Zeit» contó que el Papa emérito vivió en los años de su juventud un «gran amor» que habría complicado la decisión de seguir el celibato. Pero este episodio nunca había aparecido en los libros-entrevista de Seewald, publicados y que todavía no han llegado a la imprenta. Después de la publicación de la breve autobiografía firmada por el Ratzinger, editada por San Pablo, al entonces Prefecto de la Doctrina de la Fe le preguntaron si habían existido, y si sí, por qué no se había referido a eventuales amores de juventud. El purpurado respondió con una sonrisa, diciendo que ya habían superado el número de páginas que habían acordado con el editor.
Este amor, explicó Seewald, «le causó muchos tormentos interiores. Después de la guerra, por primera vez, había estudiantes mujeres. Era verdaderamente un joven guapo, elegante, un esteta que escribía poesía y que leía a Hermann Hesse». «Uno de sus compañeros de estudio me contó —añadió el periodista— que Joseph Ratzinger tenía pegue con las mujeres, y también al contrario. Decidirse por el celibato no fue fácil para él».
También hay conocidos episodios semejantes en las vidas de otros Pontífices de la historia reciente. Que Karol Wojtyla, joven y bien parecido actor, fascinara a las mujeres es bien sabido. Así como también que por lo menos una de sus compañeras de tablas se hubiera enamorado de él, aunque nunca fue correspondida.
Un breve enamoramiento juvenil, o mejor dicho adolescente, también se ha documentado en el caso de Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, quien, a los trece años escribió una poesía titulada «Santa Marinella 1889», del que se deduce una simpatía por una chica, «virgencita graciosa, dulce, piadosa, dócil, pura», a la que invitaba en sus versos a volverse «más vaga que una perfumada flor», para resplandecer «como fulgente estrella, por virtud y por beldad». Es bastante evidente la inspiración dantesca de estas palabras. ¿De qué chica se trataba? De entre todas las que frecuentaban a sus hermanas y a su prima Adele, en Onano, había una que se llamaba Lucía, por la que Eugenio se debió sentir enamorado. Muchos años más tarde, la tarde de su elección al Pontificado, el 2 de marzo de 1939, el entonces párroco de Onano, don Matteo Alfonsi, contó a un periodista que estaba en la Plaza San Pedro que «si Lucía hubiera dicho que sí, hoy no habría un Papa Pacelli», dando a entender que la chica había rechazado la declaración de Eugenio. La misma noticia se confirma en los diarios del escritor Giovanni Papini, que cita las palabras de los viejitos de Onano. Evidentemente esta simpatía de Eugenio por Lucía era bien conocida en el pueblo.
Para concluir, Papa Francisco. Cuando era cardenal, dialogando con su amigo el rabino Abraham Skorka, Bergoglio habló de haber sentido algo fuerte por una chica. Con respecto a los demás casos citados, este es el único que ha contado el interesado en primera persona en un libro («El cielo y la tierra»). «Cuando era seminarista —contó Bergoglio—, me deslumbró una piba que conocí en un casamiento de un tío. Me sorprendió su belleza, su luz intelectual… y, bueno, anduve boleado un buen tiempo, me daba vueltas la cabeza. Cuando volví al seminario después del casamiento, no pude rezar a lo largo de toda una semana porque cuando me predisponía a hacerlo aparecía la chica en mi cabeza. Tuve que volver a pensar en qué hacía. Todavía era libre porque era seminarista, podía volverme a casa y chau. Tuve que pensar la opción otra vez. Volví a elegir —o a dejarme elegir— el camino religioso. Sería anormal que no pasara este tipo de cosas. Cuando esto sucede, uno se tiene que resituar. Tiene que ver si vuelve a elegir o dice: “No, eso que estoy sintiendo es muy hermoso, tengo miedo a que después no sea fiel a mi compromiso, dejo el seminario”. Cuando a algún seminarista le pasa algo así lo ayudo a irse en paz, a que sea un buen cristiano y no un mal cura».
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El amor juvenil de Ratzinger y los de los demás Papas
El periodista Peter Sewald revela a «Die Zeit» que Benedicto XVI vivió «un gran amor» que hizo difícil la decisión de su celibato
Vatican Insider, 07/09/2016
ANDREA TORNIELLI'
No fue discreto Peter Seewald, periodista y autor de libros-entrevista primero con el cardenal Joseph Ratzinger y después con Benedicto XVI. En una entrevista publicada en la revista alemana «Die Zeit» contó que el Papa emérito vivió en los años de su juventud un «gran amor» que habría complicado la decisión de seguir el celibato. Pero este episodio nunca había aparecido en los libros-entrevista de Seewald, publicados y que todavía no han llegado a la imprenta. Después de la publicación de la breve autobiografía firmada por el Ratzinger, editada por San Pablo, al entonces Prefecto de la Doctrina de la Fe le preguntaron si habían existido, y si sí, por qué no se había referido a eventuales amores de juventud. El purpurado respondió con una sonrisa, diciendo que ya habían superado el número de páginas que habían acordado con el editor.
Este amor, explicó Seewald, «le causó muchos tormentos interiores. Después de la guerra, por primera vez, había estudiantes mujeres. Era verdaderamente un joven guapo, elegante, un esteta que escribía poesía y que leía a Hermann Hesse». «Uno de sus compañeros de estudio me contó —añadió el periodista— que Joseph Ratzinger tenía pegue con las mujeres, y también al contrario. Decidirse por el celibato no fue fácil para él».
También hay conocidos episodios semejantes en las vidas de otros Pontífices de la historia reciente. Que Karol Wojtyla, joven y bien parecido actor, fascinara a las mujeres es bien sabido. Así como también que por lo menos una de sus compañeras de tablas se hubiera enamorado de él, aunque nunca fue correspondida.
Un breve enamoramiento juvenil, o mejor dicho adolescente, también se ha documentado en el caso de Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, quien, a los trece años escribió una poesía titulada «Santa Marinella 1889», del que se deduce una simpatía por una chica, «virgencita graciosa, dulce, piadosa, dócil, pura», a la que invitaba en sus versos a volverse «más vaga que una perfumada flor», para resplandecer «como fulgente estrella, por virtud y por beldad». Es bastante evidente la inspiración dantesca de estas palabras. ¿De qué chica se trataba? De entre todas las que frecuentaban a sus hermanas y a su prima Adele, en Onano, había una que se llamaba Lucía, por la que Eugenio se debió sentir enamorado. Muchos años más tarde, la tarde de su elección al Pontificado, el 2 de marzo de 1939, el entonces párroco de Onano, don Matteo Alfonsi, contó a un periodista que estaba en la Plaza San Pedro que «si Lucía hubiera dicho que sí, hoy no habría un Papa Pacelli», dando a entender que la chica había rechazado la declaración de Eugenio. La misma noticia se confirma en los diarios del escritor Giovanni Papini, que cita las palabras de los viejitos de Onano. Evidentemente esta simpatía de Eugenio por Lucía era bien conocida en el pueblo.
Para concluir, Papa Francisco. Cuando era cardenal, dialogando con su amigo el rabino Abraham Skorka, Bergoglio habló de haber sentido algo fuerte por una chica. Con respecto a los demás casos citados, este es el único que ha contado el interesado en primera persona en un libro («El cielo y la tierra»). «Cuando era seminarista —contó Bergoglio—, me deslumbró una piba que conocí en un casamiento de un tío. Me sorprendió su belleza, su luz intelectual… y, bueno, anduve boleado un buen tiempo, me daba vueltas la cabeza. Cuando volví al seminario después del casamiento, no pude rezar a lo largo de toda una semana porque cuando me predisponía a hacerlo aparecía la chica en mi cabeza. Tuve que volver a pensar en qué hacía. Todavía era libre porque era seminarista, podía volverme a casa y chau. Tuve que pensar la opción otra vez. Volví a elegir —o a dejarme elegir— el camino religioso. Sería anormal que no pasara este tipo de cosas. Cuando esto sucede, uno se tiene que resituar. Tiene que ver si vuelve a elegir o dice: “No, eso que estoy sintiendo es muy hermoso, tengo miedo a que después no sea fiel a mi compromiso, dejo el seminario”. Cuando a algún seminarista le pasa algo así lo ayudo a irse en paz, a que sea un buen cristiano y no un mal cura».
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