Mariana Sánchez Dávalos/ MARÍA TERESA PRIEGO-BROCA
La Silla Rota, 9 de febrero de 2021
A Mariana, la descalificación de su palabra le costó la vida. "Mariana no se suicidó, a Mariana la mataron", dice su madre. | María Teresa Priego
Mariana tenía 24 años. Se sintió sola. Y estaba sola. La dejaron sola en la clínica en Ocosingo. En la pequeña habitación contigua a su trabajo con una puerta que podía abrirse con toda facilidad desde afuera. Denunció a su agresor ante la directora de la clínica y no fue escuchada. Ante las autoridades de la universidad y de la Secretaría de Salud. A nadie le pareció que lo que sucedía fuera inquietante, alarmante, grave. La habrán tachado de "nerviosa", "exagerada", como suele suceder en un contexto de violencia naturalizada contra las mujeres, cuando las víctimas de violencia sexual denuncian. Mariana denunció, a pesar del miedo a las represalias. En la Secretaría de Salud del Estado le respondieron que "no la podían cambiar de plaza a menos que le pasara algo". ¿Algo? ¿Qué era necesario que pasara para creer en su palabra? ¿qué?
Mariana se despertó con el agresor encima de ella, en su cama. "Tiene antecedentes", le dijo después a su madre. La directora de la clínica le ofreció unos tamales y le dio unos días libres para que se "relajara". Prometió "correr" al agresor. Solo lo cambiaron de turno. "Cualquiera tiene un desliz", se habrá dicho la directora comprensiva. Sí, una mujer. ¿Quién dijo que el machismo solo circula en cuerpos masculinos? Esa complicidad del entorno que disculpa al misógino y le retira toda responsabilidad. Que deja caer el peso del desamparo y la desprotección sobre la víctima, porque su palabra nunca es lo suficientemente legítima. Porque, ¿cuál sería la razón para validarla? Quizá quien denuncia es "conflictiva". Quizá "lo provocó y ahora se queja", "El hombre es hombre, ¿qué esperabas?". La banalización de la violencia. La estigmatización de la víctima.
Como explicó -en toda naturalidad- Sergio Quezada, alcalde de Tototlán a la trabajadora del ayuntamiento que denunció a otro empleado por acoso: "Soy hombre, se siente, ¿estamos de acuerdo? al menos yo cuando veo a una mujer muy femenina es como si viera un pinche carro deportivo... te quedas, mira nomás qué chulada... Si él te hubiera violado o te hubiera... no sé, cosas más delicadas... olvídate, con todo. Pero la situación yo no la veo tan complicada..." Es probable que el alcalde supusiera que la estaba halagando. Una mujer, un carro deportivo, el deseo masculino de apropiarse de un objeto o del otro: lo mismo. La negación del acoso y del abuso sexual como lo que son: la cosificación de una mujer. Actos de depredación y de poder.
El tan cuestionado y atacado: "Compañera, hermana, yo sí te creo", ha sido la respuesta -empática, furiosa, desesperada- de los feminismos ante la recurrente negación de las denuncias de niñas, adolescentes y mujeres. La doble victimización. Aún cuando está probado que solo el 3% o 4% de las denuncias son falsas, es impresionante el número de voces que se concentran en ese bajísimo porcentaje para descalificar la aplastante evidencia: si el 97% de las denuncias corresponden a la verdad vivida, el acoso y el abuso sexual son una reaidad de dimensiones muy graves. Y las víctimas tienen que ser escuchadas. Ese es el más elemental de sus derechos. A Mariana, la descalificación de su palabra le costó la vida. "Mariana no se suicidó, a Mariana la mataron", dice su madre.
Mientras el miedo y la angustia de Mariana crecían, su agresor se paseaba como si nada, apenas ligeramente perturbado en sus horarios. Mientras a ella le explicaban que sus derechos no existían, a él la impunidad le reforzaba su sensación de poder. Mientras ella se sentía arrinconada, el depredador tomaba el espacio. Ya lo sabía: se puede violentar a una mujer sin consecuencias. Cuando Mariana habló con su madre le dijo que no quería "volver a ese infierno". Pero deseaba ser pediatra. Temía perder su posibilidad de terminar el servicio social, temía perder su beca. Esperaba que su cambio llegara y continuar su servicio social en una población cercana a su casa. En donde fuera, en cualquier otro lado. Lourdes Dávalos habla de su hija en conversación con Carmen Aristegui: "Sentí que estaba ya en una situación de mucho miedo, de mucha inseguridad...tenía mucho temor porque, aunque lo hubieran despedido, podía estar allí merodeando, al acecho de mi hija... Fue una indiferencia muy grande". Ni siquiera lo despidieron. "Mamá no me lo vas a creer, solamente lo cambiaron de horario".
"No creo que ella haya tomado una cuerda y de dónde la agarró, no había ni mobiliario ahí en ese cuarto, ella compró una cama de esas que le llaman catre, una silla. Yo digo, bueno, ¿cómo es que ella se subió, cómo elaboró esa cosa para que le haya funcionado... Nunca jamás la apoyaron, no la escucharon... siempre insegura, siempre sintiéndose en riesgo, en peligro", dijo Lourdes Dávalos en entrevista con Nacho Lozano. Mariana tenía preparada su maleta para ir a pasar el fin de semana a su casa. Lourdes recibió una llamada en Saltillo: su hija estaba muerta. Ella está segura de que fue asesinada. Se retiró el cuerpo. Se decretó "suicidio". El cuerpo fue cremado sin que la madre diera su autorización. La investigación sigue su curso. La directora de la clínica fue detenida. El nombre del acosador es sabido.
Se exige justicia. "No fue suicidio, fue feminicidio". Esa justicia dolorosa. Más que tardía. Esa cadena de omisiones, de silencios cómplices. Indiferencias. Una joven médica marcha con su pancarta: "¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?" La madre de Mariana le dice al periodista Nacho Lozano: "Yo le puedo decir que mi hija, amaba la vida".
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