8 may 2022

De Mickey Mouse al Doctor Strange/ reportaje de Roberto Zamarripa

Además de la gran crónica de la visita de AMLO a Cuba, felicito a Roberto Zamarripa por este reportaje para Reforma R. "DE Mickey Mouse al Doctor Strange".

No cabe duda que Roberto es un gran periodista; entrevistó hace años para la revista "Proceso" al comandante en jefe de la revolución.

AMLO llega tarde a Cuba..

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De Mickey Mouse al Doctor Strange

De López Portillo a López Obrador, las visitas de Presidentes mexicanos a Cuba han pasado de la camaradería y las condecoraciones a las fricciones y enfriamientos. y ahora, de nuevo, a una relación basada en afinidades y admiración mutua.

 


Desde que José López Portillo dijo en la Plaza de la Revolución en una congregación multitudinaria que encabezó Fidel Castro que "nada soportaremos que se le haga a Cuba porque sentiríamos que se nos hace a nosotros mismos", el gobierno cubano no tenía ante sí a un Presidente tan comprometido como Andrés Manuel López Obrador. La visita subió de nivel: la entrega de la orden José Martí le otorgó toda la formalidad y pompa necesaria para decir que AMLO es algo más que un aliado del actual gobierno de Cuba. Es un amigo. Fidel y Raúl Castro, y ahora Miguel Díaz-Canel, han recibido y tratado a los Mandatarios de México en circunstancias y momentos históricos muy contrastantes

Roberto Zamarripa/ ENVIADO

Reforma, LA HABANA.- El 2 de diciembre de 1998, durante una reunión del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), Fidel Castro rasgó la relación con México, invariablemente alterada, siempre en rieles de miel aunque por debajo corriera hiel, al decir que los niños mexicanos conocían mejor a Mickey Mouse que a sus héroes nacionales.

Quince días después pidió "un humilde perdón" en un comunicado entregado a la canciller mexicana Rosario Green pero el daño estaba hecho. Era aquella una expresión inequívoca que las cosas con México no estaban bien. El gobierno del Presidente Ernesto Zedillo no estaba nada contento con la complicidad de Castro y Carlos Salinas de Gortari, quien pudo vivir en La Habana en los peores momentos de la confrontación de la cúpula priista.


Casi un cuarto de siglo después, Cuba encuentra a un Presidente de su horma que ha retornado, en el ámbito discursivo, a la prosa de la gesta, al frenesí de la historia heroica de la revolución cubana fraguada en México, a la entrañable transparencia; un admirador del Ché y de Fidel; un amigo de la Trova cubana. Un protagonista de las canciones de Silvio Rodríguez. "El Necio" que a la sazón reza: "Será que la necedad parió conmigo/ La necedad de lo que hoy resulta necio/ La necedad de asumir al enemigo/ La necedad de vivir sin tener precio".

Desde que José López Portillo dijo en la Plaza de la Revolución en una congregación multitudinaria que encabezó Fidel Castro que "nada soportaremos que se le haga a Cuba porque sentiríamos que se nos hace a nosotros mismos", el gobierno cubano no tenía ante sí a un Presidente tan comprometido como Andrés Manuel López Obrador.

Pero la relación entre ambas naciones, siempre cargada por el peso del trato personal entre los dirigentes, mezcla los universos. López Portillo sí pudo tener un cara a cara con Fidel Castro. López Obrador saluda al primer presidente del país que no se apellida Castro. A fines de los setentas del siglo pasado Cuba saboreaba glorias de sus logros económicos, sociales, deportivos y culturales. Ahora es una isla postrada en las peores dificultades económicas en su historia de régimen revolucionario. Y con expresiones diversas de enojo y reclamo. Crema y nata de la cultura, del arte, del deporte, de la ciencia, de la salud, de la academia, otrora convencidos, militantes, abnegados, han partido a Estados Unidos, España, México, Brasil. Cuarenta naciones albergan cubanos emigrados.

López Obrador entra simultáneamente a los distintos universos de la relación, que conviven esquizofrénicamente: el universo cargado del peso histórico, transportado a 60 años atrás y el universo real, el del agolpamiento en las fronteras norte y sur mexicanas, en las cárceles migratorias, en los consulados, de cubanos que salen de su país para ir a Estados Unidos o estacionarse en México. El elefante en la habitación.

Todo es terso y más que fraterno. El plano de una relación que recupera lo mejor de los años dorados pero que cruje en el otro plano con la masa de cubanos que claman encontrarse con sus familiares que ya residen fuera. Los nietos y bisnietos de la gesta.

Una visa por el amor de Dios.

Fidel Castro se hizo obradorista, o hizo pública su afinidad con el obradorismo, un sexenio antes de su muerte en una especie de testamento político sobre los presidentes mexicanos. Reseñó en un largo artículo de dos entregas, del 12 y 13 de agosto de 2010 y titulado "El Gigante de las Siete Leguas", el libro del entonces candidato presidencial López Obrador "La mafia que se adueñó de México... y el 2012", lo espulgó y llanamente dijo que estaba de acuerdo con sus ideas esenciales. Habló a través de las citas de AMLO donde destaza a Fox como un simulador, a Calderón como un usurpador, a la mafia del poder que se engulle el país, sus minas, sus riquezas. Castro se deleita con la retahíla de las citas como si fueran sus palabras.

Fue un trazo de sorpresa. Le había tocado dejar, por enfermedad, los cargos supremos de la Revolución y del gobierno cubanos, con la relación bilateral hecha jirones. Desde el incidente de Mickey Mouse aquello fue un tobogán de desencuentros con Zedillo, Fox y, hasta ese momento, con Felipe Calderón.

El comandante cubano sentenció en 2010: "(López Obrador) es la persona de más autoridad para hablar de la tragedia de México y lo será cuando el sistema se derrumbe, y con él, el imperio".

Ambos no se conocieron. Se leyeron y se cartearon. Pero en ese cierre, Fidel dejaba una losa enorme en las relaciones del gobierno cubano con el entonces saliente Calderón (a quien nunca nombra Castro en su texto) y con Enrique Peña.

Fidel Castro cuenta en su alegato cómo transcurre el escándalo de los videos de colaboradores de AMLO recibiendo dinero de Carlos Ahumada.

"(Carlos) Salinas estaba en Cuba. Hombre sumamente hábil, sabía mover todas las fichas como un experto en ajedrez, con talento muy por encima de los que lo rodeaban. Cuando fue Presidente de México, su rival había sido Cuauhtémoc Cárdenas, con quien por razones obvias manteníamos excelentes relaciones. Todos los grandes, medios y pequeños Estados lo habían reconocido.

Cuba fue el último. Sólo unos días antes de su toma de posesión, lo hicimos aceptando su invitación de asistir a la asunción del cargo.

No me constaba si había habido o no fraude. Era el candidato del PRI, partido por el que siempre votaron durante décadas los electores mexicanos. Sólo el corazón me hacía creer que le robaron a Cuauhtémoc la elección.

Fue sumamente amable conmigo, conversó bastante y me mostró su gigantesca biblioteca repleta de libros por los cuatro costados, y con dos pisos. No los tenía allí de adorno", escribió Castro.

Con Salinas la relación fue privilegiada durante el sexenio de 1988-1994 y después.

"Sucedió algo mucho más importante. En un momento de seria crisis migratoria entre Cuba y Estados Unidos en agosto de 1994, William Clinton, presidente de Estados Unidos en ese momento, que no deseaba a Carter -quien se había propuesto como mediador y a quien nosotros preferíamos-, designó a Salinas y no tuve otra alternativa que aceptarlo. Se portó bien, y actuó realmente como mediador y no como un aliado de Estados Unidos. Así fue como se produjo el acuerdo, que había constituido una burla en la primera crisis, durante los años de Reagan".

Salinas es el enemigo declarado de López Obrador. Lo sabía Castro desde siempre. Pero fue hasta el 2010 que exhibió públicamente un cambio de parecer respecto a la situación política mexicana.

De Zedillo, el líder cubano hace una referencia tangencial pero brutal.

"Cuando Zedillo, un hombre realmente mediocre que lo sustituyó en la presidencia, celoso éste tal vez de su influencia política, le prohibió residir en México, Salinas tenía en ese momento una difícil situación personal, y solicitó residir en Cuba. Sin vacilación lo autorizamos y aquí nació la primera hija de su segundo matrimonio. Quiso invertir en nuestro país, y no lo autorizamos. Adquirió legalmente la residencia de un particular en la capital de Cuba".

Y apuntó Castro en su texto: "Salinas mantuvo la práctica de visitar Cuba con determinada frecuencia, intercambiaba conmigo y nunca trató de engañarme. Me enfermé gravemente el 26 de julio de 2006 y no volví a saber de él. No he cambiado. Seré fiel a los principios y a la ética que he practicado desde que me hice Revolucionario".

Fidel hace suyas las expresiones de AMLO contra Fox y Calderón. Asume la tesis del fraude del 2006.

"No tendría forma ni palabras para describir mis impresiones como lo hizo un mexicano que, no en balde, es la persona de más autoridad para hablar de la tragedia de ese país, ya que fue electo gobernador del importantísimo distrito electoral de la Ciudad de México, capital de la República, y en las pasadas elecciones del 2006 fue el candidato de la 'Coalición por el bien de todos'.

"Se presentó a las elecciones y ganó la mayoría de los votos frente al candidato del PAN. Mas el imperio no le permitió asumir el mando".

Los presidentes mexicanos han tomado la relación con Cuba como una valiosa moneda de cambio. Es una forma de recargarse ante las presiones de Estados Unidos. Ha sido un pretexto parra lavar la cara cuando se asumen compromisos con Washington; de inmediato toman la fresca toalla cubana.

La revolución cubana triunfante en 1959 tuvo 35 años de esplendor en su trato con México. Los gobiernos priistas siempre impidieron el aislamiento de Cuba en el entorno internacional. Jugaron con ello.

Cuba era colocada como pieza cuidada de las relaciones internacionales. Y se decidía el mejor tiempo para visitar Cuba. Los priistas preferían hacia el final. López Portillo acudió en 1980 y recibió la Orden José Martí, siendo el primer mexicano en ser galardonado.

Dijo aquello de quien se mete con Cuba se mete con México en gesto típico de la grandilocuencia de sus actos y fue combustible suficiente hasta la crisis política de 1988 donde Salinas retomó a Castro como aliado en medio del debate sobre la legitimidad de la elección robada a Cuauhtémoc Cárdenas.

Salinas acudió a Cuba al final de su mandato en la coronación de los diferentes gestos que tuvo con Castro y su gobierno en la compensación de los compromisos del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EU y Canadá.

Ernesto Zedillo arremetió contra Cuba al final de su mandato en ocasión de la cumbre iberoamericana celebrada en La Habana y luego en la siguiente de Panamá. Tenía muy preciso su propósito. La canciller Rosario Green tuvo un encuentro a su vez con el disidente moderado Elizardo Sánchez y Zedillo en la cumbre iberoamericana fue particularmente ácido en las críticas contra la situación de derechos humanos en la isla.

No fueron los panistas los que abrieron fuego contra el gobierno cubano. Cuando Fox llegó a la Presidencia ya tenía el camino andado. El canciller Jorge G. Castañeda tenía un plan trazado. Quería abrir el sexenio con la definición, el corte de tajo, con los cubanos. El atentado terrorista en las Torres Gemelas de Nueva York retrasó los planes. Fue hasta principios de febrero de 2002 que pudo concretarse la visita del primer presidente panista a La Habana.

Castañeda promovía una visita foxista: dicharachera, informal, callejera. Los cubanos querían atrapar en el Mercedes Benz negro blindado a Fox en el asiento trasero con Fidel Castro. Ponerle un tono formal y serio. Castañeda quería que Fox comiera en el Café de Oriente, en La Habana Vieja. Los cubanos querían un almuerzo formal con discusión y debate.

La visita cerró con un encuentro de Fox y una multivariada representación de la disidencia cubana, con los más conservadores por delante. Fue una afrenta en casa de los cubanos.

Meses después se produjo el famoso "Guaguazo", una incursión de cubanos desempleados, lumpenes, según el gobierno isleño, con antecedentes penales, que reclamaban ir a México y tomaban la embajada por sorpresa. Asaltaron el inmueble, tomaron las oficinas diplomáticas como agradable sede con aire acondicionado y pidieron ser llevados a México. El gobierno mexicano tomó el asunto como una provocación en respuesta a los desplantes durante la visita y a la tensión de las relaciones. Fidel Castro trazó personalmente un plan para evacuar la embajada mexicana sin disparar un solo tiro. Tenía planos, parecía conocerla de memoria. El embajador mexicano Gustavo Iruegas, un personaje excepcional, hizo la negociación con los asaltantes de la embajada. Los puso quietos. Después llegó la policía cubana y se los llevó.

Vino posterioremente la Cumbre de Monterrey donde ocurrió el inolvidable desplante de la intempestiva salida de Fidel Castro de la reunión internacional y que meses después reveló los motivos: Fox le había pedido retirarse del encuentro antes de que llegara Bush, para no incomodarle y estropearle la reunión. En el imaginario quedó aquello de "comes y te vas". Y, aunque no fue así, porque Fidel no tragó ni un bocado, sí se largó histriónico, indignado, escandaloso. Todo se derrumbó.

Felipe Calderón quiso arreglar los entuertos pero no le alcanzó ni el tiempo ni su bono político. Acudió a Cuba en una visita relámpago en escala a una reunión en Haití. Fue en abril de 2012, una década después de los estropicios foxistas, los enconos cubanos, los sainetes, las provocaciones y las rupturas.

Pero Calderón ya no vio a Fidel, retirado desde el 2006 por su comprometido estado de salud. Fue el primer presidente mexicano en reunirse con Raúl Castro, el relevo de su hermano.

Enrique Peña devolvió el fulgor a la relación. Acudió a la isla para encontrarse con Fidel y obtener una fotografía a su lado, ahí ya convaleciente, enfundado en traje deportivo. Y encontrarse con Raúl Castro a quien además invitó a Mérida a una visita oficial.

Un frustrado viaje a Cuba puso a López Obrador en la ruta de la Presidencia. Cuauhtémoc Cárdenas lo había emplazado en 1988 a lanzarse como candidato a la gubernatura de Tabasco por el Frente Democrático convertido después en Partido de la Revolución Democrática. Él lo dudó. Le obligaba a dejar su burocrática carrera en la Profeco. Lo consultó con su entonces esposa, Rocío Beltrán, una mujer extraordinariamente sensible. Convinieron viajar a Cuba para "pensar" el futuro político aunque en realidad era una forma de evadir el compromiso. Matar el tiempo. Rocío estaba muy preocupada porque si era candidato implicaba dejar el trabajo y perder la estabilidad. Pero el vuelo de Cancún a La Habana no salió por algún desperfecto de la nave. En el aeropuerto quintanarroense AMLO decidió retornar a la Ciudad de México y hablar con Cárdenas: aceptaría la candidatura a la gubernatura de Tabasco.

Y eso fue su catapulta política. La resistencia civil frente al fraude electoral, la segunda contienda donde Roberto Madrazo le derrota y viene el escándalo de las cajas donde comprobaba cómo el gobierno estatal subvencionaba al PRI, su ascenso a la dirigencia del PRD, su camino hacia la jefatura de Gobierno sorteando la impugnación de Pablo Gómez quien reclamaba que AMLO no era chilango de nacimiento, el desafuero de Fox, la campaña del 2006, su segunda incursión y la tercera que fue la vencida.

Iba para Cuba y el vuelo se frustró. Ahora llega como Presidente.

Aunque AMLO fue asiduo a Cuba mucho antes. Viajó con su esposa Rocío para una atención detallada, minuciosa, de esperanza, frente a una enfermedad crónica, terminal. El agradecimiento a Cuba es como una manda. Más con la ciencia que con la ideología. A Cuba llegó Rocío Beltrán con los mejores especialistas para tratar de salvarle la vida. No se pudo.

La visita política ha tenido demasiadas versiones previas. Originalmente incluiría un recorrido a un complejo biotecnológico y hasta se habló de la posibilidad de acudir a un juego de beisbol. AMLO enfrió todo. La limitante principal: retornar en un vuelo comercial de La Habana a México. El único posible salía el domingo a las 9 de la noche.

Todo se ajustó a esa posibilidad. Inicialmente Cuba consultó sobre la entrega de la orden José Martí. De último momento vino la anuencia. La visita subió de nivel: la entrega de la orden José Martí le otorgó toda la formalidad y pompa necesaria para decir que AMLO es algo más que un aliado del actual gobierno de Cuba. Es un amigo. Yo tengo un amigo, canta Amaury Pérez, igual de admirado por AMLO que Silvio, "que me da su apoyo, sin cobrar embargos, que conozco poco y que conozco tanto". Así la relación bilateral.

No había duda. Nada más había que rubricarlo. Esa orden es única. La recibió Kim Il Sung y Nelson Mandela. Salvador Allende y José López Portillo. Leonid Brezhnev, Nicolae Ceaucescu, Saddam Hussein, Hugo Chávez. Los malosos diría Bush. Los aliados que sostenían este régimen, dirán los cubanos. Nada de eso sigue. Pero llegó AMLO.

La amabilidad, la fraternidad, la coincidencia rechina al aterrizar en la realidad. Cuba es remanso y coincidencia y a la vez una jaqueca. La era está pariendo migración.

El tema de los cubanos que quieren salir, encontrarse con los suyos, troza cualquier lema.

En un mes, EU devolvió 35 mil cubanos. México se comprometió a acogerlos, recibirlos y devolverlos. Pero los aviones que retorna van vacíos. Los cubanos llegan con amparos para impedir que los suban a las naves.

Por encima de esa dolorosísima situación está el apoyo económico que inicialmente no había encontrado eco. AMLO quería un Sembrando Vida tropical. Y en Cuba le dijeron amablemente que eso no operaba. Que mejor otorgaran directamente dinero a las cooperativas agrícolas organizadas que ya producían. Y por ahí irá el apoyo. Con intercambios académicos, sobre todo en el ámbito de la salud. Y una sigilosa negociación política diplomática para administrar el conflicto migratorio. El elefante que mueve la cola, eleva la trompa, inquieta y amenaza en la sala de las canciones revolucionarias.

La mezcla de los universos. Un líder mexicano formado, cultivado, convencido, de la gesta cubana. Al que le toca lidiar con los rasgos más difíciles del gobierno que admira: hay dos o tres Cubas y México lidia solo con una. Da la vuelta a las efervescencias sociales, a los reclamos, a las indignaciones. Ignora a los presos por motivos políticos. Evade el universo de la asfixia económica, del malhumor social, de la transición desordenada.

En el 2006, José María Pérez Gay, amigo de AMLO, intelectual reconocido, canciller designado de antemano, ya hacía gestiones seguro del triunfo del tabasqueño en la elección contra Calderón.

Cuentan que Fidel Castro le envió una carta a AMLO esbozando los ejes de una nueva relación, que también incluía súplicas. Lo mejor era un priista en la embajada mexicana en La Habana. Como Beatriz Paredes, Pedro Joaquín Coldwell, Heriberto Galindo, Juan José Bremer.

Era la marca, la tradición. El gobierno cubano estaba acostumbrado a esos tratos y no quería improvisaciones. Aquello quedó en el archivo. Pérez Gay y Fidel murieron y ya no pueden contarlo.

AMLO llega tarde a Cuba. Sin Fidel, con Raúl, aunque activo e influyente, en retirada. Con la Cuba más dolida y dañada desde la Revolución, con un exilio incomparable ajeno a la "gusanera" y más cercano a la ilustración, la academia, la ciencia.

¿Qué recado porta de Biden quien conversó hace una quincena con él? Cuba sigue siendo moneda, tiene valor y cuenta y suena. López Obrador encuentra al gobierno cubano más pragmático de la época revolucionaria. Al único que no tiene la marca Castro. Estrechará la mano de un ingeniero electrónico que no tiró una bala en la Revolución contra Batista. Un heroico del discurso no de la pelea.

Como el Doctor Strange y sus metaversos en su búsqueda del otro yo en un universo que ya no es lo que era, López Obrador llega a Cuba para ser encumbrado. Pero no hablará ante la Plaza de la Revolución repleta como López Portillo, no hará recorrido por La Habana Vieja como Fox y no será, por ahora, el Presidente que extienda un lazo para una transición política y social en la isla. Lo que un día fue, no será.


2 comentarios:

Osiris Cantu dijo...

Más allá de quien gobierne México, son Cuba y México siempre hermanos, así nos gobierne el político más cercano a Donald Trump, portavoz de la doctrina Monroe, al que debemos no ser patio trasero, sino delantero.

Osiris Cantu dijo...

La historia nunca se equivoca. José Martí y la doctrina Monroe son irreconciliables.

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