2 ago 2009

LEA y Nixon

Echeverría y Nixon: El sueño de una alianza*
CARLOS MONTEMAYOR
Publicado en la revista Proceso (
www.proceso.com.mx) # 1709, 2 de agosto de 2009;
En junio de 1972, los micrófonos ocultos en la oficina de Richard Nixon grabaron su reunión con el presidente mexicano Luis Echeverría, quien le propuso establecer una estrategia para frenar el peligro que constituían los liderazgos de Fidel Castro y Salvador Allende. Echeverría, quien culpó a Cuba del movimiento estudiantil de 1968 y 1971, se ofreció a “arrebatarle la bandera” latinoamericanista a Castro, lo que Nixon aceptó, claro que –como añadió irónicamente– sin convertir al gobierno mexicano en “agente de Estados Unidos”...
Richard Nixon y Luis Echeverría se reunieron dos veces en junio de 1972, en la Casa Blanca. El tema central de sus conversaciones fue el peligro del comunismo en América Latina representado por Fidel Castro y por Salvador Allende.1 Luis Echeverría no supo que esas conversaciones se estuvieron grabando mediante cinco micrófonos ocultos en la silla del presidente Nixon y otros dos empotrados en la chimenea. Las conversaciones tuvieron lugar el 15 y 16 de junio de 1972 y contaron con la ayuda de un intérprete. Kate Doyle refiere que Echeverría dijo a Nixon que:
Latinoamérica enfrentaba un peligro inminente… acosada por la pobreza y el desempleo y la propaganda de la Unión Soviética, que mostraba a la Cuba de Fidel Castro como la respuesta a los problemas del hemisferio. La solución, insistía, era el capital privado. Por ello exhortaba a Nixon a que promoviera las inversiones en México y en la región.
Echeverría: Dígale (dirigiéndose al traductor) al señor presidente que en el discurso que voy a tener dentro de una hora en el Congreso, ratifico mis tesis del Tercer Mundo frente a las potencias...
Nixon: (interrumpiendo) La doctrina Echeverría.
–Sí... porque si en América Latina yo no tomo la bandera, nos la quita Castro Ruz. Estoy perfectamente consciente de eso...
El peligro inminente, según el registro de las palabras de Echeverría, no era la pobreza, el desempleo o la desigual distribución de la riqueza en Latinoamérica, sino Cuba, o la propaganda soviética a través de Cuba. Es curioso que planteara como medida de solución el capital privado, que para la mentalidad de los gobiernos estadunidenses no resultaba una novedad. Si él no tomaba la bandera, “nos la quita Castro Ruz”. El plural contraponía a Castro al nos de Nixon y Echeverría; ambos presidentes debían actuar coordinadamente para quitarle “la bandera” de Latinoamérica:
Dígale que nosotros lo sentimos en México –que yo lo sentí en Chile, que se siente en Centroamérica, que se siente entre los grupos juveniles, entre los intelectuales–, que Cuba es una base soviética en todos sentidos, militar e ideológica, que la tenemos en las narices. Que el doctor Castro y Cuba son instrumentos de penetración en los propios Estados Unidos; lo quieren ser en México y en todos los países de América Latina, y que no cesan en eso en una u otra forma. Que evidentemente los grandes subsidios que recibe y su gran complicidad es para proyectarse en grupos norteamericanos y grupos latinoamericanos. Y que si nosotros, concretamente México, no adoptamos una postura progresista dentro de la libertad, con la amistad con Estados Unidos, esta corriente va a proliferar. Que por tanto es muy importante, yo creo, para mí es una cosa de gran preocupación personal, que le quitemos la bandera con testimonios reales de cooperación a nivel oficial y con la iniciativa privada y con la tecnología.
Sólo México, aliado con Estados Unidos, pues, podría frenar esa ola expansiva de agitación cubana en Latinoamérica. Echeverría podía aportar su larga experiencia para frenar en México la penetración perjudicial de la isla desde los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971. Nixon podía confiar y aliarse con él para detener la penetración cubana y soviética con una idea diferente de libertad y de cooperación económica entre ambos países. Así, y esto era su gran preocupación personal, podrían quitarle la “bandera” a Fidel Castro.
Richard Nixon fue muy receptivo al planteamiento de su colega y no dejó dudas de su oposición a Cuba y a Chile por considerarlos como “enfermedades” sociales que podrían contagiar al continente entero. Contestó así a la propuesta de Echeverría:
Pero quiero decirle al presidente que (...) puede contar conmigo para exhortar a la comunidad de negocios estadunidense a que invierta en Latinoamérica. Creo que es de vital importancia para Estados Unidos no permitir que la tragedia cubana infecte al resto del Caribe y, eventualmente, al resto de Latinoamérica. Y, francamente, para serle muy sincero, creo que sería muy perjudicial para todos nosotros que el experimento chileno se esparciera por el resto del continente. Sería un hemisferio muy enfermizo si ésta fuera la tendencia del futuro.
Es posible que Nixon empleara el plural “todos nosotros” un poco más holgadamente que el “nos” de Echeverría, puesto que el mandatario mexicano pensaba en una alianza entre Nixon y él, y entre México y Estados Unidos. Nixon fue más abierto: el “nosotros” se refería al hemisferio entero. Por ello, acaso, Nixon tenía claridad para imaginar la utilidad de Echeverría en el proceso diplomático y político del continente: el papel de agente, un agente peculiar, protagónico, pero en función de proyectos predominantemente estadunidenses:
También me gustaría decirle otra cosa al presidente, sin pisotear la actitud tradicional de México de mantener una política independiente. Creo que es muy útil que México asuma un papel protagónico en asuntos como esos en la OEA. No estoy pensando ahora que México asuma el papel de agente de Estados Unidos. Pero creo que México está en una posición ideal para hacer eso.
Nixon reconoce la actitud tradicional de México de mantener una política independiente, pero propone dos cosas que podrían ser dos fases de una sola. Por un lado, la de asumir en esos “asuntos” (es decir, evitar que los casos enfermizos de Cuba y Chile se extiendan en Latinoamérica) un papel protagónico dentro de la OEA; por otro, y no de inmediato, asumir el papel de agente de Estados Unidos. No está claro si al afirmar que la posición de México era ideal “para hacer eso”, Nixon se refería a operar a través de la OEA o al papel de agente. En ese momento la pretensión de Echeverría iba más allá de la OEA; dada la importancia de Estados Unidos en la composición de este organismo multilateral y la exclusión de Cuba, el protagonismo tendría que darse en un terreno político más amplio que la OEA misma. Nixon continúa y concluye así:
Pero creo que México está en una posición ideal para hacer eso. De lo contrario, el liderazgo sería asumido por líderes del continente que no pueden hablar tan efectivamente como puede hacerlo el presidente de México.
Echeverría: Dígale que yo pienso que así es en realidad.
Nixon: En otras palabras, mejor que la voz de Latinoamérica sea la voz de Echeverría a que sea la voz de Castro.
Luis Echeverría se preparó para ser la voz de Latinoamérica por encima de Fidel Castro. Así lo expresó, sin saber que se estaban grabando sus conversaciones con Nixon. Tal propósito exigía varios sacrificios políticos y diversos riesgos retóricos: la cercanía con Castro y con Allende; la defensa de los proyectos políticos de ambos dirigentes; la aparente solidaridad y comunidad de intereses con ellos y con el tercer mundo. Para superar a los dirigentes cubanos y chilenos, tenía que aceptarlos en la superficie política, no en la profundidad de la alianza que buscaba. Contra los peligros que representaban Cuba y Chile, la oculta y profunda verdad de su condición de político anticubano y antisoviético creó un nacionalismo peculiar: un nacionalismo que necesitaba la alianza con el presidente de Estados Unidos para quitar “la bandera” de las luchas latinoamericanas a Cuba, a la que culpó del movimiento estudiantil de 1968 con argumentos que la CIA desechó desde el primer momento.
Al día siguiente de la última entrevista que Luis Echeverría sostuvo con Richard Nixon, el FBI capturó a cinco sujetos que habían allanado la sede nacional del Partido Demócrata en el hotel Watergate de la ciudad de Washington. Dos eran cercanos colaboradores de la Casa Blanca y expertos en espionaje telefónico: Jim McCord y Howard Hunt. Muy avanzada la noche de ese 17 de junio de 1972, el director de la CIA, Richard Helms, llamó por teléfono al director del FBI, L. Patrick Grey, para aclarar que los arrestados habían sido contratados por la Casa Blanca y que la CIA estaba fuera del asunto.2 A partir de ese momento se desarrolló el conflictivo “caso Watergate”, que condujo a la renuncia de Richard Nixon en agosto de 1974.
Es difícil saber si la dimisión de Nixon modificó sensiblemente las opiniones y los cálculos de Echeverría sobre esa alianza estratégica que debía arrebatar a Castro la bandera latinoamericana. Fueron públicos y notorios sus esfuerzos por ocupar la Secretaría General de las Naciones Unidas; el Centro de Estudios del Tercer Mundo se mantuvo bajo su dirección hasta los inicios de la administración de Miguel de la Madrid (1982-1988).
Pero en cierto modo Echeverría emuló algunos aspectos de su potencial aliado del primer mundo. Nixon fue el primer presidente de Estados Unidos que visitó oficialmente China y la Unión Soviética, hecho sorprendente en plena Guerra Fría, pero susceptible de entenderse si recordamos que se iniciaba el proyecto de la Trilateral para impulsar el libre mercado que poco después se conocería como “globalización”.3 A su modo, en el apogeo de una creciente oleada de gobiernos latinoamericanos llegados al poder por golpes de Estado, Luis Echeverría fue el primer presidente que pese a sus conversaciones con Richard Nixon visitó oficialmente la Cuba de Fidel. José Luis Alonso Vargas registró esa visita a la isla, que se efectuó del 17 al 22 de agosto de 1975, cuando Richard Nixon no era ya presidente de Estados Unidos y no había más promesas de alianza con el sucesor, Gerald Ford:
... su esposa, María Esther Zuno, y algunos personeros de su régimen habían estado realizando visitas y actividades desde principios de año, para que cuando él llegara ya estuvieran definidos los posibles acuerdos y firmas de convenios…
La llegada de Echeverría a La Habana, el 17, la vimos por televisión en Santiago de Cuba.
La televisión, el Granma y los demás tabloides de esos días estaban llenos de imágenes del genocida de Tlatelolco y de San Cosme, al lado de Fidel y de los altos dirigentes de la Revolución Cubana. Los discursos del chacal, por supuesto, pletóricos de demagogia. Allá en México eran cientos los presos políticos, previamente torturados con salvajismo, cientos los desaparecidos, sobre todo en el estado de Guerrero; cientos los muertos, los nuestros, de la guerrilla, y los inocentes, del pueblo. Y el principal responsable de tantos genocidios estaba haciéndose pasar por revolucionario y hasta por socialista, y era recibido como héroe en el aeropuerto y por las calles de La Habana, Santa Clara y Pinar del Río, acompañado del decano de la represión, en México, Fernando Gutiérrez Barrios y de la viuda de Allende. Andaba regalando autobuses y laboratorios en las escuelas y traían a una cantante de ranchero, María de Lourdes, y a un elenco de cientos de artistas, para ganarse al pueblo cubano, que es fanático de la canción mexicana.4
Echeverría estuvo en Cuba, así es. Pero no se cristalizó el propósito de que su voz remplazara a la de Fidel en Latinoamérica. La relación de Gutiérrez Barrios fue constante con el aparato gubernamental de la isla; no fue así la relación de Luis Echeverría con Cuba, a la luz de sus conversaciones con el expresidente estadunidense. Desconocedor de los planes frustrados de Luis Echeverría con Nixon para arrebatarle la “bandera” de las reivindicaciones latinoamericanas, en su primera visita oficial a la Ciudad de México en ocasión de la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari, Fidel Castro acudió a cenar a la casa de Luis Echeverría la noche del 3 de diciembre de 1988, en vísperas de un viaje a Tuxpan donde inauguró, junto a Gutiérrez Barrios, un museo de la Amistad que, entre otras cosas, contaba con una réplica de la histórica embarcación Granma. Luis Suárez, periodista muy cercano a Echeverría, de manera discreta apuntó en Excélsior, en un reportaje publicado el 4 de diciembre de ese año:
“… cena en casa de la familia Echeverría, en San Jerónimo, donde María Esther era emotivo enlace del tiempo y la renovada vitalidad entre los 16 nietos y la figura de Fidel…”5
Desaparecido Richard Nixon, desvanecido el Centro de Estudios del Tercer Mundo, desaparecidas las posibilidades de quitarle la “bandera” latinoamericana a Fidel Castro, ignorante Fidel de las conversaciones grabadas en la Casa Blanca entre Echeverría y Nixon, ¿qué habría pensado en esa cena familiar Echeverría? ¿Qué habrá reflexionado o recordado de sus vigorosos planes con Nixon en 1972?
* Forma parte del libro de Carlos Montemayor Antes y después del 68: La violencia de Estado en México, de próxima aparición en la editorial Random House Mondadori.

1. La revista Proceso publicó el 17 de agosto de 2003, en su número 1398, una amplia nota de Kate Doyle, Nixon y Echeverría, almas afines, sobre esas conversaciones entre Nixon y Echeverría, en la que explica las condiciones de las entrevistas y de las grabaciones desclasificadas. Las citas que hacemos provienen de las acotaciones de ese artículo. Pueden consultarse los documentos en la página en internet del Archivo Nacional de Seguridad, www.nsarchive.org/mexico y encontrar ahí transcripciones de las conversaciones y algunas grabaciones originales.
2. Tim Weiner, Legado de cenizas. La historia de la CIA, Random House Mondadori, México, pp. 336-337.
3. En julio de 1973, por iniciativa de David Rockefeller, se reunieron en Manhattan, en las oficinas centrales del City Bank, alrededor de 200 personalidades de la política, las finanzas, la industria y la academia provenientes de América del Norte, Europa Occidental y Japón. De estas tres regiones del mundo se derivaron tanto los nombres de la comisión misma (Trilateral) como de sus reportes anuales, The Trialogue, y de sus análisis o reportes temáticos, Triangle papers. En el contexto de la Guerra Fría, el propósito de la comisión fue proteger los intereses de las multinacionales de los países de la triple región y asegurar el control y la expansión de sus mercados mediante la construcción de un nuevo orden internacional que, desde entonces, en función de esa apertura para sus capitales y productos, se llamó de Libre Mercado y que ahora conocemos como Globalización. Las referencias bibliográficas son numerosas y los reportes constituyen la documentación central. Uno de los principales títulos, que revela una gran aversión por los movimientos populares y contestatarios, es el de Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki, The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Comision, New York University Press, 1975. Cf. también David Rockefeller, Georges Berthoin y Takeshi Watanabe, prefacio a Task Force Reports: 9-14, New York University Press, 1978, donde aparece (p. IX) esta afirmación de David Rockefeller: “Algunas veces, las ideas planteadas anticipadamente por los reportes de la Comisión Trilateral se han convertido en políticas oficiales. Sus recomendaciones han sido siempre seriamente debatidas fuera de nuestro círculo y han desempeñado un importante papel en las reflexiones de los gobiernos y en la toma de sus decisiones”. Cf. Geoffrey Guens, Tous pouvoirs confondus, EPO, Bruxelles, 2003, y Gilbert Larochelle, L’Imaginaire Technocratique, Boréal, Montreal, 1990, p. 279. El sitio electrónico de la comisión es www.trilateral.org. Véase mi ensayo Las humanidades en el siglo XXI y la privatización del conocimiento, Universidad Autónoma de Nuevo León, Cátedra Raúl Rangel Frías, Monterrey, 2007, pp. 27-28.
4. José Luis Alonso Vargas, Memorias 1945-1979, Cap. CLXXV (manuscrito en prensa).
5. Luis Suárez, Hubiera sido incongruencia y cobardía no venir a México, en Excélsior, 4 de diciembre de 1988, p. 30 A, primera columna.

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