7 sept 2009

La sombra del fascismo

La Filosofía y la sombra del fascismo/Henry Kamen, historiador británico. Su último libro publicado es El enigma de El Escorial, Espasa-Calpe, 2009
Publicado en EL MUNDO, 03/09/09;
Los intelectuales se hallaron entre las primeras víctimas del pensamiento totalitario de principios del siglo XX. Desilusionados con las viejas doctrinas y siempre ávidos de nuevas ideas, cayeron fácilmente en la trampa de respaldar religiones seculares. No es sorprendente encontrar al socialista Antonio Machado expresando la convicción de que «de cuanto se hace hoy en el mundo, lo más grande es el trabajo de Rusia». Cientos de pensadores inteligentes se pasaron al bando prosoviético. En perspectiva, no es difícil entender por qué lo decidieron así, ya que el comunismo parecía ofrecer la única alternativa radical al incipiente fascismo y al aparente colapso del capitalismo.
Es un tanto más difícil, sin embargo, comprender por qué algunos pensadores inteligentes de ese periodo apoyaron el fascismo. Ya que hubo muchos de ellos, tanto dentro como fuera de España. Sería bienvenido un estudio más preciso de sus ideas dentro del contexto español. Entretanto, existen muchos estudios de intelectuales parecidos en otros países de Europa. A finales de este año, Yale University Press publicará el libro de Emmanuel Faye sobre Heidegger. The Introduction of Nazism into Philosophy, que promete abrir de nuevo el viejo debate sobre los intelectuales pronazis en Alemania que apoyaron a Hitler. Heidegger, cuya obra magna de filosofía fue Ser y tiempo (1927), enseñaba en la universidad de Friburgo, y fue un miembro del partido nazi desde mayo de 1933 hasta mayo de 1945. Sus seguidores siempre han mantenido que su etapa nacionalsocialista duró solamente desde 1933 hasta 1934. Contrario a este criterio, Faye argumenta que las ideas de Heidegger después del año 1935 se hicieron todavía más radicales y más partidarias del punto de vista de Hitler.
¿Por qué tiene interés alguno este asunto? Hoy en día nadie se interesa por la filosofía de Heidegger aparte de los recónditos departamentos universitarios donde sólo un puñado de seguidores la cultiva. Sin embargo, la cuestión de su reputación es todavía un asunto importante para aquellos que intentan entender lo que pasó en la Alemania nazi. Muchos intelectuales, incluyendo también a muchos españoles en esos años, traicionaron la dignidad humana al dar su apoyo al totalitarismo de derechas o de izquierdas. Así que el caso Heidegger tiene relevancia para muchos, incluso para aquellos que saben poco sobre sus ideas.
¿Apoyó el filósofo realmente el nazismo? Cuando el libro de Faye apareció por primera vez en Francia hace cuatro años, produjo un enorme escándalo entre el puñado de profesores franceses que permanecían devotos a Heidegger. Un grupo de ellos firmó una petición conjunta contra la «calumniosa campaña» que se decía haber sido llevada a cabo por el «delirante» libro de Faye. Los profesores le denunciaron como un «censor», y afirmaron que se estaba dirigiendo una «nueva Inquisición» contra su héroe; otros compararon a Faye con Robespierre. Se escribieron cartas a Le Monde y a La Quinzaine Littéraire cuando aparecieron reseñas favorables del libro.
En respuesta a las protestas, otro grupo de profesores franceses hizo circular (junio 2005) una petición para protestar en contra del intento de ahogar la libertad de expresión de Faye, y exigió información abierta sobre el asunto. Es significativo que el escándalo surgiera en Francia y no en Alemania. Después de la guerra, muchos profesores franceses adoptaron las ideas de Heidegger. En Alemania, por contraste, desde el fin de la guerra ha habido un sólido muro de resistencia en contra de él, y sus ideas y reputación han sido marginadas. Característico de la actitud alemana fue el artículo especial que publicó el periódico Die Zeit (Hamburgo) en 2001, con ocasión del 25 aniversario de su muerte, denunciando aspectos de los contactos del filósofo con el régimen nazi.
En 1945, un tribunal en Alemania investigó a Heidegger y le apartó de su cargo como profesor, al que sin embargo volvería más tarde. La controversia que le rodeaba aumentó después de su muerte, cuando Víctor Farias publicó el libro Heidegger et le nazisme (1987). La mayoría de nosotros, si intentásemos leer las páginas de Ser y tiempo, probablemente estaríamos de acuerdo con la opinión del filósofo británico A. J. Ayer de que la filosofía de Heidegger parece oscura, sin sentido y fundamentalmente «inútil». Sin embargo, Heidegger ocupaba un lugar en el pensamiento europeo. Por tanto, su actitud hacia el totalitarismo también es importante.
El hecho indudable es que tenía una actitud positiva hacia los nazis en 1933-1934, cuando llegaron al poder. Después, parece que modificó su actitud, e incluso (se dice) consideraba aquel periodo como un «error». No obstante, hay dos temas principales que siguen afectando a su reputación y dificultan situarle en la misma categoría que otros pensadores y artistas (como Wagner) que tenían buena reputación en la Alemania fascista, pero que no estaban (¡menos que nadie Wagner, quien murió bastante antes del nacimiento del nazismo!) directamente asociados con el régimen.
Primero, hizo afirmaciones en el periodo de Gobierno nazi que de seguro le comprometían. Algunas de estas afirmaciones se pueden leer en el sólido artículo de Thomas Sheehan, Heidegger and the Nazis, en la New York Review of Books de junio 1988. En 1933, cuando rechazó aceptar un puesto en la Universidad de Múnich, escribió: «Si dejo a un lado razones personales, sé que debería trabajar en la tarea que mejor sirve a la causa de Adolfo Hitler».
Una y otra vez, en varios lugares, repetía su dedicación a la causa nazi. También de forma sistemática mostraba una clara predisposición antisemita, que expresó en varias afirmaciones e incluso en algunos desagradables (pero bien documentados) episodios. Su antisemitismo fue profundo y duradero. Todavía en los años 1950, continuaba expresando alarma por la reanudación de la influencia judía en los departamentos de filosofía de las universidades alemanas. Hasta el día de su muerte, nunca pronunció una sola palabra de crítica al genocidio.
SEGUNDO, nunca condenó de palabra o por escrito los aspectos principales del gobierno nazi, y siguió siendo un miembro del partido nacionalsocialista hasta que el régimen se derrumbó. Después de la guerra, cuando aún le quedaban por vivir más de 30 años, nunca hizo repudio público o privado de su apoyo al nazismo. Esto fue a pesar de que antiguos amigos, incluyendo figuras famosas como Karl Jaspers y Herbert Marcuse, le instasen a hablar en alto sobre los numerosos crímenes perpetrados por el régimen nazi. Heidegger nunca lo hizo. Su silencio sobre el asunto era asombroso, y sus seguidores han escrito mucho intentando defenderle. El silencio, inevitablemente, ha invitado a críticas, y ha inspirado también el intento de Faye de analizar sus ideas para presentar el argumento de que Heidegger compartía muchas de las proposiciones culturales de los dirigentes nazis.
Faye, junto con otros prominentes escritores como Jürgen Habermas, descartan la idea de que las opiniones políticas de Heidegger eran una cosa, y su filosofía otra. Los dos aspectos estaban en estrecha conexión porque, argumentan, su punto de vista filosófico estaba construido de una manera que daba apoyo al nazismo. Existen, como es natural, diferentes opiniones sobre la materia. Una inusual defensora de Heidegger después de la guerra fue Hannah Arendt, quien muchos años antes (en 1924, cuando Arendt tenía 18 años y era alumna del filósofo) había tenido un apasionado romance con él. Nunca hasta el día de su muerte Hannah desertó de esta pasión.
No obstante, el aspecto más curioso de toda la controversia es que muchos otros colegas, que con probabilidad tuvieron acceso a la mente de Heidegger, continuaban dudando de él. El libro de Faye es característico de tales dudas. Es significativo que el malogrado filósofo Emmanuel Lévinas, que pasó algún tiempo en Friburgo con Heidegger, pudiera escribir: «Uno puede perdonar a muchos alemanes, pero hay algunos alemanes que son difíciles de perdonar. Es difícil perdonar a Heidegger.»

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