La percepción /Juan Villoro Reforma, 4 Feb. 11
"Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema", esta frase del Ulises, de James Joyce, define la política del presidente Felipe Calderón.
Su toma de posesión en el Congreso fue una metáfora de debilidad: entró por una puerta trasera, recorrió un pasadizo y juró la Constitución a toda prisa, como quien recoge un trozo de carne a punto de descongelarse. Catorce días después lanzó una ofensiva contra el crimen organizado. Para restaurar la fuerza del Ejecutivo posó en uniforme militar y pasó revista a las tropas. El candidato que prometía empleo optó por un dramático cambio de tema. En este sentido tuvo éxito. Desde entonces no hablamos de otra cosa.
Acorralado por la oposición, incapaz de crear equipos amplios de trabajo (no sólo con miembros de otros partidos o de la sociedad civil, sino del propio PAN), Calderón gobierna con un puñado de incondicionales. Su intensa paranoia ha sido nuestra triste realidad: más de 34 mil muertos.
Hace poco, el Presidente señaló que no había usado la palabra "guerra". Reforma documentó que eso es falso. No es novedad que un Presidente que sacrificó la reforma del Estado con fines electorales niegue sus declaraciones. Lo relevante es que, al desentenderse de la palabra "guerra", evita la responsabilidad de ganarla.
No hay que criticar a Calderón por enfrentar al narcotráfico, sino por la forma en que lo hace. ¿Bastaban dos semanas en el poder para concebir una estrategia? El costo social de esa impericia ha sido enorme, y los resultados saltan a la vista: el PAN pierde en los estados y perderá la Presidencia.
Calderón fracasó en lograr que la lucha contra el crimen se percibiera como objetivo de Estado; es vista como una guerra de gobierno, a tal grado que despertó la nostalgia por la abusiva estabilidad del PRI: "Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos", dice un reiterado graffiti.
¿Conocía el Presidente al enemigo que le ayudó a cambiar de tema? Para averiguar si estaba sentado en dinamita, encendió un cerillo.
Los despachos de WikiLeaks muestran que los gobiernos pueden actuar en forma autodestructiva. En 1990, April Glaspie, embajadora de Estados Unidos en Irak, reiteró que Sadam Hussein era un socio confiable. Podo después, Hussein invadió Kuwait. Algunos pensaron que la diplomática había dado "luz verde" a esa guerra. Los documentos desclasificados revelan que Glaspie descartaba la invasión porque le parecía una operación suicida para el propio Irak. Esto recuerda la forma que en Stalin desestimó los informes de que Hitler invadiría la Unión Soviética: no lo creía capaz de precipitarse a la derrota de ese modo.
Sobran ejemplos de despropósitos militares. En el caso de Calderón, el principal aporte de WikiLeaks consiste en revelar su progresiva dependencia de Washington. El diagnóstico estadounidense es demoledor. El archivo 003195, del 10 de noviembre de 2009, afirma: "México carece de un aparato de inteligencia eficaz para producir información de alta calidad y operativos definidos [...] A pesar de su pléyade de incapacidades y deficiencias, los servicios de seguridad mexicana reconocen ampliamente su necesidad de mejoría". Entre los muchos impedimentos se destaca "la falta de confianza entre las distintas instituciones del gobierno". A continuación se ofrece un análisis de la forma en que la Sedena, Cisen, la SSP y la Semar desarrollan estrategias sin auténtica coordinación.
WikiLeaks no es la Tabla de la Ley. Sus informes están sujetos a intereses específicos. De acuerdo con esa óptica, la debilidad del gobierno calderonista llevó a una rectificación "positiva", es decir, a pedir el progresivo apoyo de Estados Unidos. El documento 0083, del 29 de enero de 2010, resume la situación: "Calderón ha atacado en forma agresiva al narcotráfico, pero ha luchado con instituciones descoordinadas y dispersas; la creciente espiral de violencia lo ha hecho vulnerable a las críticas".
Los informes de WikiLeaks diagnostican que Calderón ha aprendido sobre la marcha, acercándose cada vez más a Estados Unidos. El costo de esta educación pública ha sido enorme.
¿Qué tan mal está el país? Un amigo senegalés, que vive en México desde los tiempos en que el presidente Echeverría ofreció becas para ese país, pasó la Navidad de 2010 en Dakar. Por primera vez su padre le preguntó cómo era posible que viviera en México. La preocupación por el país no sólo se nota en la prensa europea o norteamericana. ¿En qué punto estamos?
Algunos colegas señalan que México se encuentra mejor de lo que sugieren las noticias. Es posible que así sea. La gran paradoja del asunto es que si dejáramos de hablar de la guerra contra el narcotráfico, el principal perjudicado sería Felipe Calderón. Durante cuatro años ha construido un monólogo para no hablar de otra cosa. Los datos están contra él, pero son tan contundentes que impiden otro análisis. Si recuperáramos la paz, comprobaríamos su ineptitud en las demás áreas.
Le quedan dos años para seguir minando la soberanía y perfeccionar la bancarrota del partido que lo llevó al poder.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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