Unidad en la vacuidad /Jesús Silva-Herzog Márquez
Publicado en Reforma, 7 de marzo de 2011;
Tal vez sea una superstición mía, pero tengo la impresión de que un político debe tener algo que decir y debe saber decirlo. No espero que sea un artista de la palabra pero pediría que fuera, por lo menos, respetuoso con el lenguaje. Debe ser capaz de describir los retos que enfrenta y de convocar a la adhesión con razones. Sé que la tarea del político no es hablar sino hacer, pero creo que el hacer, por lo menos en democracia, requiere de palabras, palabras dichas en público. Por eso tendría sentido la ingrata tarea de comentar las primeras palabras del nuevo presidente del PRI. La vacuidad de su discurso es una buena síntesis de su proyecto.
Uno esperaría que un partido que se prepara con confianza para recuperar el poder sería capaz de trazar, en una ocasión como la reciente, un par de ideas (si se quiere generales) y de delinear un par de propuestas (si se quiere básicas) de su proyecto. También se esperaría la exposición de la crítica densa de un partido de oposición. Nada de eso encontrará quien se acerque al discurso del nuevo dirigente del PRI. Su mensaje es una colección de lugares comunes, banalidades, adjetivos ampulosos y propósitos indiscutibles. En el discurso no se asoma ninguna idea pero abundan calificativos. La mitad del mensaje del flamante presidente fue pasar lista a los presentes para saludarlos. ¡Cuánta creatividad literaria en la cortesía del coahuilense! A unos saluda con "respeto y afecto", a otros con "orgullo y gratitud". La estructura corporativa del PRI es abrazada con "solidaridad fraternal". A las mujeres las saluda con "cariño" mientras recibe a los jóvenes con su "mayor respeto" y su "mayor aprecio". Moreira pronuncia palabras sin que adquiera contenido una sola de ellas. Habló de la democracia y de la globalización; del Estado y del mercado. Nada y nada; nada y nada. Habló también de una mexicanidad cuidada por los campesinos del PRI. Lógicamente, el nuevo presidente se refirió con orgullo a la historia de los gobiernos priistas. Está bien que repase lo que, a su entender, son los logros de su organización. Pero, ¿no necesita cualquier partido definir su presente frente a su propio pasado? ¿No necesita distinguirse, en alguna medida, de lo que fue? Desde luego, el dirigente se pronuncia sobre el tema del momento y asesta dos calificativos para la alianza de sus adversarios: impúdicas y espurias. No deja de ser curioso que el partido que históricamente concilió los polos de México hable de la impudicia de las alianzas antinaturales.
Moreira desliza una defensa del PRI de hoy: se trata de un partido que ha aprendido desde la oposición y que se nutre de la experiencia gubernativa en las regiones. El planteamiento es interesante pero insostenible. ¿De qué experiencia local habla el dirigente priista? ¿Del neocaciquismo, de la irresponsabilidad con la que se ha ejercido la autonomía política, del despilfarro con el que se han empleado los abundantísimos recursos con los que han contado los gobernadores, de nepotismos escandalosos, como el de Coahuila? Es muy claro que la política subnacional no es para México, clave del futuro deseable.
No digo que el discurso del exgobernador sea decepcionante. Nadie esperaba el pronunciamiento de un ideólogo. Pero, ¿qué mensaje proyecta un partido cuyas cúpulas respaldan unánimemente a un hombre tan refractario al pensamiento? Hace unas semanas ladraba sin ton ni son. Ahora riega saliva. Moreira sintetiza al PRI de Enrique Peña Nieto: un partido que puede ganar pero que no tiene la menor idea de qué hacer con el poder. Su única apuesta es la experiencia: nosotros, a diferencia de los panistas, sí sabemos gobernar, nos dicen. A lo mejor tienen razón. Pero, ¿para qué usarían esa experiencia? ¿Hacia dónde quieren caminar? ¿Cómo lo conseguirán? El presidente del PRI hace un manifiesto de obviedades: impulsaremos la economía, crearemos empleos, integraremos las nuevas tecnologías, fortaleceremos el mercado interno, haremos una alianza "histórica" con los sectores productivos para promover la inversión". Blablablá. Con su banalidad, Moreira se aferra al "argumento" más duro y más antiguo del priismo: exhibición de corpulencia que no ofrece razones.
La unidad que Moreira le pide a su partido es la unidad en la vacuidad. A pesar de su triunfalismo, me temo que el discurso del nuevo presidente del PRI es, en última instancia, una exhibición de vulnerabilidad. Todo en el PRI cuelga de la imagen de una candidatura. Un globo hinchado en un mercado de alfileres. La ambición priista no tiene más carta que la etiqueta de un producto.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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