17 may 2012

Don Carlos (Fuentes)/ Jaime Sánchez Susarrey


Don Carlos (Fuentes) / Jaime Sánchez Susarrey/
Retrospectiva
Publicado en Reforma a 27 de octubre del 2001
Una imagen, dice el proverbio chino, vale más que mil palabras. Y es cierto. La foto que publicó el diario La Jornada de Carlos Fuentes durante su participación en el Segundo Congreso Internacional de la Lengua Española es impresionante. En el primer plano se le aprecia gesticulando con las manos en alto mientras clava su mirada, con ceño severo, en las cuartillas de su conferencia. En el segundo plano esa imagen se repite en una enorme pantalla de televisión. Es el mismo gesto y es el mismo personaje. Pero la superposición de imágenes produce un efecto cinematográfico. Casi se puede escuchar la voz y el énfasis que el escritor mexicano pone en cada una de las frases que lee. Quien ha oído a Fuentes en vivo, sabe que el personaje tiene una gran capacidad de improvisación y que es un verdadero maestro en el arte de expresarse. Don Carlos, qué duda cabe, es un gran orador. Nadie compite con él. Además, no hay duda de que goza hechizando a los auditorios. Sus representaciones son tan buenas que en ocasiones el público ni siquiera pone atención al contenido de sus intervenciones. Y cuando lo hace, la rapidez del razonamiento y la multitud de autores citados producen un efecto devastador. Después de oírlo se tiene la impresión de estar ante una lógica precisa y contundente a la que no hay nada que agregar.


Pero así como no todo lo que brilla es oro, no todo lo que dice don Carlos tiene sentido y mucho menos fundamento. En su discurso de España hay varios botones que pueden servir de muestra. Según Fuentes, en el conflicto internacional que hoy vive el mundo "hay dos fundamentalismos frente a frente, y hay que convertirlos en un comunalismo, en un humanismo, para entender que todos somos seres humanos, que estamos en el mismo planeta, y que éste lleva todas las trazas de que se lo lleve la chingada". La preocupación del autor de Aura por la situación internacional es sincera. El lirismo, sin embargo, lo lleva a efectuar comparaciones muy riesgosas. ¿Qué sentido tiene hablar de dos fundamentalismos? ¿Conoce don Carlos algún llamamiento del presidente Bush para exterminar a los musulmanes (incluidos niños y mujeres) dondequiera que se encuentren por el solo hecho de profesar la fe islámica? ¿Durante sus muchas visitas a los Estados Unidos le ha tocado ver cómo las mujeres son azotadas por mostrar alguna parte de su cuerpo? ¿Ha tenido la oportunidad de protestar en Nueva York o San Francisco porque las mujeres no pueden trabajar ni estudiar? ¿Ha cumplido con la tarea de ser el varón guardián de alguna mujer que desea ir al supermercado en Chicago, tal como lo establecen los preceptos de un mundo cerrado e intolerante que no le otorga libertad de movimiento al sexo femenino? Las preguntas anteriores pueden parecer ociosas, pero no lo son. Nadie que haya visitado los Estados Unidos ha vivido experiencias semejantes. Sin embargo, todo el mundo puede consultar la declaración que Bin Laden hizo en 1998: "En las guerras de hoy, dijo, no hay moral. Pensamos que los peores ladrones y terroristas del mundo son los estadounidenses. No es necesario diferenciar entre civiles y militares. Por lo que a nosotros respecta, todos son objetivos a matar". Todo el mundo sabe también que las mujeres son literalmente azotadas en Afganistán cuando enseñan alguna parte de su cuerpo y que se les prohíbe todo tipo de trabajo, amén de que no pueden transitar por la vía pública sin ser acompañadas por un varón. Nada de esto ha sido inventado por las agencias de noticias de los Estados Unidos. Se trata de una realidad que no se puede negar ni ocultar. Los talibanes tienen una interpretación radical del Corán, que no concuerda con otras versiones más moderadas, pero que se ajusta a los principios y a la doctrina que ellos consideran, no sólo justa, sino la única verdadera. La fusión de la religión y la política es total. Por eso se trata de un régimen fundamentalista. De ahí que el "razonamiento" (por llamarle de alguna manera) de don Carlos esté más cerca del delirio que de otra cosa. Confundir un orden democrático con una teocracia no es absurdo, es idiota.
Pero no contento con ello, don Carlos ha propuesto una interpretación estructural, sociológica, de los conflictos internacionales. "Fundamentalmente todos, explicó, deseamos un mundo sin terrorismo, un mundo de paz, de respeto a las minorías; también un mundo de justicia, en el que no haya hambre y enfermedad. Para mí esta es la raíz de todos estos problemas, de ese desorden económico mundial en el que vivimos: esa falta de techo, de salud, de trabajo, que origina finalmente la búsqueda de techos ideológicos, de fundamentos religiosos y de fundamentalismo de todo tipo para darse una razón de ser".
La visión de Fuentes, por paradójico que parezca, es completamente occidental y se funda en la visión económica de la historia. El autor de Aura parece creer que Marx y Lenin tenían razón cuando afirmaban que la religión era el opio del pueblo y que desaparecería cuando las condiciones económicas, el desarrollo social, lo permitieran. Pero la verdad es que sorprende que alguien que trabaja con la imaginación para articular y elaborar sus novelas, tenga tan poca inventiva para explicar los hechos sociales en toda su complejidad. La caída del socialismo real, la crisis del marxismo y el renacimiento de las creencias religiosas son todos fenómenos de fin del siglo XX y están muy lejos de haber ocurrido únicamente en las sociedades más atrasadas y pobres. Señalar esto no es descubrir el hilo negro ni inventar la gran teoría, cualquier estudiante de segundo grado de ciencias sociales lo sabe.
En el caso del Islam es particularmente cierto. El desarrollo de las corrientes fundamentalistas no está en relación directa a las condiciones económicas, sino a procesos de modernización inconclusos que fueron incapaces de transformar la cultura y la mentalidad tradicional. La revolución contra el sha de Irán en 1979 fue la primera expresión de que ese mundo religioso, que los occidentales y las propias élites modernizadoras en el Oriente consideraban en disolución, estaba vivito y coleando. La segunda expresión de ese movimiento antimodernizador fue el asesinato de Anuar el Sadat en 1981 en Egipto. A partir de entonces y gradualmente, los movimientos fundamentalistas han ganado fuerza y extensión en todo el mundo islámico. Su agresividad y su iniciativa no respetan fronteras. Los padecen lo mismo los regímenes de los países árabes, como Arabia Saudita y Egipto, que las naciones que colindan con los regímenes fundamentalistas. La simpatía que Rusia y China han expresado por los Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo no es gratuita, deriva del reconocimiento de que existe una amenaza contra su territorio por parte de esos movimientos fundamentalistas que buscan adherentes dentro y fuera de sus propias fronteras. La fuerza de esta corriente es enorme y no será derrotada ni desarticulada por el desarrollo económico. Bin Laden y sus muchachos son el mejor ejemplo de ello. El líder de Al-Qaeda es un hombre educado y dueño de una gran fortuna. Los pilotos de los aviones que se estrellaron en las Torres Gemelas tenían estudios y seguramente pertenecían a lo que aquí llamaríamos la clase media.
Pero volvamos al asunto inicial, las incursiones de don Carlos Fuentes en la reflexión política no son nuevas, pero siguen siendo muy desafortunadas. En los años setenta tomó partido a favor de Luis Echeverría. El y Fernando Benítez consideraban que no había otra alternativa que apoyar al gobierno. La famosa frase "Echeverría o el fascismo", describía el estado de ánimo y la convicción que privaba en ambos. Criticar al Presidente equivalía a hacerle el juego a la reacción. Fiel a esa convicción, Fuentes aceptó la embajada de México en París en 1975. Sin embargo, hoy sabemos por distintos documentos y testimonios que el 2 de octubre hubo un complot que muy probablemente fue orquestado en la Secretaría de Gobernación por el propio Luis Echeverría. Sabemos también que el responsable directo de la represión del jueves de Corpus de 1971 fue el mismo Echeverría. Pero don Carlos, lejos de revisar su pasado, se aventura lanza en ristre contra los fundamentalismos reales y otros que son de su invención. La forma sigue importando más que el fondo y el gran orador continúa hechizando a los auditorios. Por desgracia, la confusión es total y los disparates son cada vez más grandes.

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