Histórico. Francisco en la favela de de Varginha/FA
Publicado en la Otra Opinión, 25 de julio de 2013:
Esta mañana de jueves 25 de julio después del servicio religioso celebrada en privado en la residencia de Sumaré, Francisco se dirigió al “Palacio da Cidade” de la Ciudad sede de las oficinas del Ayuntamiento.
A su llegada fue recibido por el alcalde, Eduardo Paes. En un ambiente muy cordial ha pasado por el Salón central saludando a algunos atletas; después salió al balcón, donde el alcalde le hizo entrega de las llaves de la Ciudad. En el acto, el papa jesuita consagró las banderas oficiales de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos que se celebrarán en Río en 2016, ante la presencia de una de delegación de 200 atletas brasileños. Al finalizar impartió su bendición a los allí presentes y les ha pedido que recen por él. Bromeando con el alcalde sobre el mal tiempo de estos días -la lluvia no ha parado- el líder religioso ha dicho "Santa Clara empezará a trabajar mañana" y ha añadido "hay que llevar una docena de huevos a las clarisas. Así hacemos en Buenos Aires".
Las lluvias no han dejado se seguirlo. Es una señal, de tal manera que los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) han decidido que la Vigilia y la Misa final que se realiza en Río de Janeiro (Brasil), ya no se lleven a cabo en el Campus Fidei de la localidad de Guaratiba como estaba previsto originalmente, sino en la playa de Copacabana debido a que el primer lugar está inundado por las lluvias de estos últimos días. Este cambio ha sido recomendado por el Cuerpo de Bomberos y la Secretaría de Salud y Protección de Niños y Adolescentes.
Y justo a las 1000 horas subió al Fiat Idea –no se ha bajado de él-, y comenzó su camino hacia la favela de Varginha, que forma parte del complejo de Manguinhos, hasta hace poco tiempo uno de los lugares más peligrosos y afectados por el tráfico armado en Río de Janeiro. Varginha es un barrio pobre donde viven alrededor de 2000 personas: 400 familias. Al entrar ahí Francisco bajo del vehiculo y de inmediato le fue entregado un collar de colores- verde, amarillo, azul y blanco- con el que continuo a pie el trayecto previsto, durante el cual ha sido aclamado por una calurosa multitud.
¡Muchos fieles le esperaban desde la madrugada!
La favela de Manginhos, fue conocida hace poco como la Franja de Gaza, debido a su violencia y al abandono a la que la condenaron por ser uno de los puntos de la ciudad más afectados por el narcotráfico y el tráfico de armas; de hecho fue ocupada por policías y militares en octubre del año pasado, inaugurando una nueva era aunque no exenta de dificultades. Apenas, hace cinco años, las autoridades de Brasil llevan a cabo su plan más ambicioso que consiste en "pacificar" las favelas; es decir, eliminar la presencia de armas con vigilancia policial e implementar una agenda social que permita el acceso a los servicios básicos. Hay que decir que de las 500 favelas de Río, solo unas 20 han sido pacificadas. El 6% de los brasileños alrededor de 11 millones de personas- viven en favelas donde los servicios más básicos son artículos de lujo.
Hasta ahí fue el papa de los pobres. Se escogió la casa de María Lucía para entrar unos minutos y repartir bendiciones. "Fue una sorpresa muy grande que yo misma ni sabía. Mi responsabilidad aumentó mucho, como madre, como esposa, como abuela y como misionaria", explica al periódico español El Mundo una emocionada María, tras el encuentro. En un pequeña sala de apenas nueve metros cuadrados con dos sofás y estanterías llenas de globos blancos y amarillos, en homenaje a los colores de la bandera del Vaticano, Francisco se dirigió en 'portuñol' a esta familia, dio a todos la mano y se mostró cariñoso con la pequeña Olivia de dos años, nieta de doña María.
Durante la visita, la gente nunca imaginaron tener a un papa dentro de su humilde vivienda, obviamente aprovecharon para sacar fotos, muchas.
Ahí en ese lugar escogió Francisco para lanzar un mensaje a los jóvenes verdaderos protagonistas de las protestas en Brasil, fue muy claro, dijo: "
"Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo.
Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de pacificación será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella.
Les pidió que abandonen al desánimo: “Ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. No se habitúen al mal, sino a vencerlo”.
En su discurso dijo: “Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor, sino un hermano”.
La verdad vale la pena reproducir completo el discurso de Bergoglio, se atrevió lo que ningún papa habría nunca. ir a ese lugar y hablar de frente a los pobres.
La verdad vale la pena reproducir completo el discurso de Bergoglio, se atrevió lo que ningún papa habría nunca. ir a ese lugar y hablar de frente a los pobres.
Discurso del papa en la favela Varginha
Queridos hermanos y hermanas
Es bello estar aquí con ustedes. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir “buenos días”, pedir un vaso de agua fresca, tomar un “cafezinho”, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas.
Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad, que hoy representa a todos los barrios de Brasil.
¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría!
Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta.
Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida.
Agradezco a Mons. Orani Tempesta y a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.
1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede “añadir más agua a los frijoles”.
Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.
Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda.
Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario.
Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo.
Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de pacificación será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella.
Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.
2. También quisiera decir que la Iglesia, “abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo” (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre.
Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.
3. Quisiera decir una última cosa.
Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes.
Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés.
A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar.
Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo.
La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha “venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).
Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento.
Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición.
El papa Francisco.
Río de Janeiro, 25 de julio de 2013
No hay comentarios.:
Publicar un comentario