29 mar 2015

Pederastia encubierta por Norberto Rivera y solapada por la PGJDF

–¿Y qué utilidad ha tenido para usted la carta del Papa?
–…A ver para qué sirve… Pese a todo, esa carta me da cierta esperanza de que las cosas puedan cambiar.
Pederastia encubierta por Norberto Rivera y solapada por la PGJDF/RODRIGO VERA
Proeso N0 2004, 28 de marzo de 2015

De los 11 a los 16 años, un acólito del sacerdote mexicano Carlos López Valdés dice haber sido víctima de abuso sexual y de trato pornográfico por parte del religioso. Una vez que lo denunció ante la Procuraduría del DF y el Tribunal Eclesiástico, este órgano lo declaró culpable y el Vaticano lo inhabilitó para seguir oficiando. No obstante que el propio Papa Francisco pidió al ofendido “perdón en nombre de la Iglesia”, el clérigo sigue dando misa y las autoridades capitalinas no libran orden de aprehensión en su contra.
El cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, así como Jonás Guerrero y Marcelino Hernández, obispos de Culiacán y Colima, respectivamente, al parecer están protegiendo al pederasta Carlos López Valdés, un sacerdote “inhabilitado” que continúa sin pisar la cárcel pese a que la Iglesia ya lo declaró culpable y el mismo Papa Francisco pidió “perdón” por sus abusos sexuales.
Lo anterior se desprende de las declaraciones de Jesús Romero Colín, una de las víctimas del clérigo. Este joven sostiene que desde 2004 el religioso fue denunciado ante Jonás Guerrero, entonces obispo auxiliar de Rivera Carrera y quien hizo caso omiso de las imputaciones.

Tres años después, en 2007, Romero Colín logró que el Tribunal Eclesiástico de la Arquidiócesis de México le abriera un proceso a López  Valdés. Ante lo irrefutable de las pruebas –fotografías en las que aparece abusando de menores–, en 2011 el tribunal lo declaró culpable y el Vaticano lo suspendió como sacerdote, aunque –según el joven– en los hechos sigue ejerciendo el ministerio.
En el mismo 2007, Romero Colín interpuso una querella contra el pederasta ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), la que hasta ahora, pese al fallo del Tribunal Eclesiástico, no ha procedido en el caso de López Valdés.
Ni siquiera le sirvió a la víctima la carta que de puño y letra le escribió el Papa Francisco a mediados de 2013, donde dice sentir “dolor” y “vergüenza” por el abuso y le pide “perdón en nombre de la Iglesia”. Misiva en la que el pontífice reconoce la culpabilidad del criminal.         
Romero Colín comenta a Proceso:
“Carlos López continúa oficiando misas, como lo hizo durante los cuatro años que tardó su proceso en el Tribunal Eclesiástico, periodo en el que supuestamente estaba suspendido. Y actualmente la procuraduría ni siquiera le ha dictado orden de aprehensión. Es como si el clero y las autoridades civiles conformaran una especie de asociación delictiva que lo mantiene impune… y quizá abusando de menores de edad.”
–¿Y cuál es el objetivo principal de usted?
–Que se le arreste para que pague sus delitos, obviamente. Esto sería el primer paso. Al dictaminarse su culpabilidad saldrá a relucir la gente de Iglesia que lo encubrió, como Jonás Guerrero y Marcelino Hernández. Ya entonces estaré en condiciones de interponer una denuncia bien fundamentada contra ellos, que sería el siguiente paso.
–¿Incluirá al cardenal Rivera Carrera?
–Podría ser, puesto que él, como superior jerárquico de todos, estuvo obligado a saber de los abusos sexuales de su sacerdote y de los actos de omisión de sus dos obispos auxiliares. Aunque sé muy bien que en México el cardenal Rivera es prácticamente intocable, como ya se demostró cuando aquí se le acusó de encubrimiento.
–Ante esta eventualidad, ¿usted podría acudir a instancias del extranjero, como cuando se denunció al cardenal en la Corte de Los Ángeles por supuestamente proteger al sacerdote Nicolás Aguilar?
–Sí, mis abogados estudian la posibilidad de recurrir a tribunales internacionales si continúa ese encubrimiento en México. Mientras tanto, la ONU (a través de su Comité de Derechos del Niño) ya la dio entrada a mi caso.              
Historia de abuso e impunidad
Romero Colín era un niño de 11 años cuando, en 1994, entró a ayudar como acólito al padre Carlos López en la parroquia de San Agustín de las Cuevas, ubicada en Tlalpan. Desde entonces y hasta 1999 el sacerdote estuvo abusando sexualmente de él en la casa parroquial y en la de descanso que tiene en Jiutepec, Morelos.
Avergonzado y confundido, Romero Colín no se atrevía  a comentar tales hechos a sus padres, quienes eran cercanos al párroco y querían que su hijo siguiera la carrera eclesiástica tomándolo como modelo. No fue sino hasta 2007 cuando se decidió a revelarles el doloroso secreto que había guardado durante años. Su madre delató al sacerdote con el entonces obispo auxiliar Jonás Guerrero, encargado de la Sexta Vicaría de la Arquidiócesis y superior inmediato del pederasta.
Asegura Romero Colín que, desde años atrás, el obispo auxiliar ya sabía de la conducta delictiva de su subalterno.
“En 2004, el seminarista Alexander Félix, muy allegado a la parroquia del padre Carlos, se dio cuenta de que éste abusaba de menores de edad. Incluso descubrió una serie de fotografías donde aparecía violando niños. Muy decepcionado, el seminarista le entregó las fotos al obispo Jonás. Y éste mandó llamar al religioso para reprenderlo y decirle que no quería escándalos en su vicaría. Pero jamás lo reportó ante las autoridades civiles. Decidió encubrirlo.
“A mí me ocurrió una experiencia muy similar. Yo solía usar una computadora de la casa parroquial para hacer mis tareas escolares. En una ocasión me saltaron en pantalla varias fotografías de pornografía infantil. Algunas eran fotos mías que me había tomado el padre Carlos. Otras eran de niños que yo no conocía. Con algunos, aparecía el padre teniendo relaciones sexuales. Esas imágenes servirían más tarde como prueba en el Tribunal Eclesiástico. Al parecer, llegó a juntar miles de fotos de ese tipo. Me consta que tenía esa tendencia compulsiva.
“Para dar tratamiento psicológico al padre Carlos, Jonás pidió ayuda al obispo Marcelino Hernández, quien dirigía en la Ciudad de México una casa de rehabilitación para sacerdotes. Marcelino aceptó su ingreso. El padre estuvo poco tiempo en esa casa de rehabilitación. Algunos dos meses… no lo sé. También ignoro cuál fue el diagnóstico. Pero los dos obispos sabían perfectamente que era un abusador y jamás ayudaron a las víctimas.”
Romero Colín cuenta que en 2007 se le abrió al cura el proceso eclesiástico. “El tribunal envió a la parroquia del padre Carlos al sacerdote Roberto Montoro para realizar una investigación. En ese tiempo ya oficiaba en el templo de San Judas Tadeo, también ubicado en Tlalpan. En su informe, Montoro concluyó que el padre, en efecto, era un delincuente que abusaba sexualmente de menores.
“En 2011, el tribunal lo condenó y el Vaticano lo inhabilitó como sacerdote. Pero la sanción quedó en el puro papel, pues el padre Carlos continúa oficiando misas en algunas parroquias del estado de Morelos, según la información que me está llegando. Allá vive tranquilamente en la casa de descanso que tiene en el fraccionamiento Las Fincas, de Jiutepec.”
Durante el proceso eclesiástico se filmó el documental Agnus Dei, cordero de Dios, dirigido por la cineasta Alejandra Sánchez y en el que se aborda el caso. Ahí –en entrevista–, el padre Carlos justifica sus abusos a Romero Colín argumentando que fueron por “un exceso de cariño”. También habla Marcelino Hernández, quien además de obispo es psicólogo y minimiza el asunto al decir que eran simples “manoseos”. En la película se muestran varias de las fotos pornográficas que tomaba el sacerdote.
Y respecto a las investigaciones que sobre el caso realiza la Fiscalía Especializada contra Delitos Sexuales de la PGJDF, Romero Colín afirma que la Iglesia se niega a cooperar:
“A raíz de que el Tribunal Eclesiástico declara culpable al sacerdote, he tratado de que sus elementos de prueba pasen a la procuraduría, entre ellos el documento donde el padre Carlos acepta sus delitos. Pero la arquidiócesis me ha cerrado las puertas. En cierta ocasión logré que el entonces encargado del tribunal, Alberto Pacheco, fuera a declarar a la procuraduría. Pero ya estando ahí, Pacheco dijo que no le constaba la culpabilidad del sacerdote. ¡Algo inaudito! ¡Él fue quien lo condenó!”
–¿Y el padre Carlos ya fue a declarar a la procuraduría?
–No, no ha ido. Ni tampoco los obispos Jonás Guerrero y Marcelino Hernández, pese a que la procuraduría ya lleva ocho años con el caso. Simplemente no quiere tocar a la Iglesia, dándole largas al asunto.          
El Papa, enterado
En marzo de 2012, durante la visita del Papa Benedicto XVI a México, Romero Colín y otras víctimas de sacerdotes pederastas intentaron reunirse con el pontífice para exponerle sus problemas. La Nunciatura Apostólica se negó, poniendo como argumento la abultada agenda papal.
Después, en 2013, tan pronto asumió el papado el jesuita Jorge Bergoglio, Romero Colín le escribió una carta contándole sus tribulaciones. Nunca imaginó que el Papa le respondería personalmente.
En su misiva, fechada el 19 de julio de 2013, Bergoglio le contesta con una pequeña letra escrita con plumín azul, en una tarjeta de papel opalina –de 15.5 por 11 centímetros–, y con el sello del Estado Vaticano impreso en la parte superior izquierda.
Le dice el Papa Francisco:
Sr. Jesús Romero Colín: Tengo recibida su carta. Con dolor, vergüenza la releí y también con los mismos sentimientos la respondo. Perdón en nombre de la Iglesia, así con sencillez se lo pido. No me sale otra palabra. Rezo por usted y por todos los que pasaron por ese martirio (…) Fraternalmente, Francisco.
La misiva, sin embargo, no agilizó el proceso para que la víctima encontrara justicia. “El Papa simplemente da una disculpa y dice estar de mi lado. Eso es todo. Pero una disculpa es insuficiente. Ni modo, tendré que seguir luchando, pues siento que tengo una responsabilidad muy grande; impedir que un criminal siga delinquiendo”, asegura convencido el joven Romero, quien actualmente tiene 31 años de edad. 
En febrero de 2014, el Papa Francisco envió una instrucción a todos los obispos del mundo, exigiéndoles “rigor” para que denuncien ante los tribunales civiles a sus sacerdotes pederastas y así “reparar las injusticias del pasado”. Les pidió no frenarse por el “escándalo” que estas denuncias puedan acarrear a la Iglesia, pues “no hay absolutamente lugar en el ministerio para los que abusan de los menores”.
Romero Colín supuso que, por fin, el cardenal Rivera denunciaría ante la PGJDF a López Valdés, siguiendo las instrucciones del Papa. Pero no fue así. La Arquidiócesis Primada se mantuvo de brazos cruzados.
–¿Y no ha recurrido a la nunciatura en busca de ayuda? –se le pregunta.
–Sí, por supuesto. También fui a la embajada de la Santa Sede. Pero ahí sólo me quisieron chantajear espiritualmente. Me atendió un tal monseñor Dagoberto, quien me dijo: “Tu sufrimiento no es nada comparado con el sufrimiento de Cristo. Recuerda que Nuestro Señor murió en la cruz por todos nosotros”. Me di cuenta de que también ahí protegen al abusador.
Romero Colín señala que después de años de gestionar una audiencia con el cardenal Rivera Carrera, éste finalmente lo recibió el pasado 18 de febrero en sus oficinas del arzobispado, en Durango 90 de la colonia Roma. El encuentro duró aproximadamente una hora. Estuvieron presentes asesores del cardenal y los abogados de Romero Colín.
Relata el joven:
“Al cardenal le hice una solicitud muy concreta: que me apoyara con las pruebas de su tribunal que inculpan a López Valdés, para yo utilizarlas en la procuraduría del Distrito Federal. El cardenal me prometió: ‘En eso voy a cooperar con todo lo que esté a mi alcance’. Le pregunté si podía ayudarme para que Jonás Guerrero y Marcelino Hernández se presenten a declarar en la procuraduría. Me dijo no poder, pues los dos obispos fueron trasladados a otras diócesis y ya no dependen de él. También me aseguró que nadie encubrió al sacerdote, pues, hasta donde se le informó, fue sometido a juicio en cuanto se supo que abusaba de menores. De lo demás dijo no saber nada.”         
–¿Confía en que el cardenal cumpla su promesa de apoyarlo?
–Está por verse. Ya lo veremos. Estaré muy atento a lo que pase, pues ahora planeo enviarle un informe al Papa sobre cómo marchan las cosas. Y le informaré sobre la actuación del cardenal.
–¿Y qué utilidad ha tenido para usted la carta del Papa?
–…A ver para qué sirve… Pese a todo, esa carta me da cierta esperanza de que las cosas puedan cambiar.

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