AEROCHAPO:
SUS 500 AVIONETAS, SUS 200 PISTAS/Carlos
Loret de Mola
Durante
los seis meses que estuvo prófugo, Joaquín El Chapo Guzmán sólo dejó una vez su
zona de confort. Según fuentes de primer nivel en la Comisión Nacional de
Seguridad, fue a Tijuana a recibir un tratamiento estético y a someterse a una
intervención quirúrgica para la implantación de una prótesis, procedimiento que
usualmente requiere anestesia general y un quirófano, por lo que no se lo pudo
practicar en la sierra.
Desde
lo alto de la accidentada orografía, donde solía establecer sus rústicos
campamentos, tenía control sobre el tiempo.
En
La Piedrosa terminó de construir su cabaña dos semanas antes de fugarse de Almoloya,
y aunque con mínimas comodidades, contaba con antenas de microondas para
recibir internet y radios con encriptado de última generación.
Desde
ahí, rodeado de una población que lo quiere y le debe, detectaba cualquier
movimiento inusual. Y arrinconaba a la autoridad: un comando por tierra
despertaría sospechas con seis horas de anticipación, paracaidistas no son
alternativa por lo cerrado del follaje y hasta el asalto en helicóptero se
escucha con quince minutos de avance, suficiente tiempo para escapar y perderse
en el bosque.
En
la Sierra Madre entre Sinaloa y Durango, o el Triángulo Dorado donde a tales
estados se suma Chihuahua —ambas áreas dominadas por el Cártel de Sinaloa—, el
mejor medio de transporte es la avioneta.
Y
El Chapo solía mandar en esos cielos.
Según
la averiguación previa, durante los seis meses que estuvo prófugo, el
narcotraficante más buscado del mundo tuvo a su disposición 200 pistas
clandestinas y 500 avionetas tipo Cesna.
De
acuerdo con información de inteligencia federal, los cursos para aprender a
manejarlas cuestan 120 mil pesos y duran medio año. Con eso se gradúan los
pilotos “llaneros”, capaces de aterrizar en lo que oficialmente se llaman
pistas clandestinas, pero que muchas veces son casi terrenos baldíos entre
montes y barrancas, con matorrales, hoyos y menos largas que una cancha de
futbol. En ellos “bajaba” El Chapo y completaba los tramos cortos en
cuatrimotos, caballos y hasta mulas.
Cuando
en su operativo conjunto la Marina y el Cisen aseguraron 14 pistas
pavimentadas, las operaciones aéreas —que sus dueños juraban que eran legales—
bajaron de diez vuelos diarios a un vuelo al mes.
Según
información oficial, al jefe del Cártel de Sinaloa le mantienen incautadas 200
avionetas.
Ante
ese dominio, en la recta final del año pasado las autoridades planearon
volverle inhóspita la sierra al capo de capos. Lo querían en alguna ciudad para
agarrarlo.
Así
que al frío brutal de la temporada le sumaron un triple ataque: el Ejército lo
empujó hacia las ciudades de Sinaloa con una presencia de 2 mil 500 elementos
haciendo labores de erradicación de plantíos en el mundo rural del Triángulo
Dorado; la Marina desplegó mil de los suyos en retenes de sur a norte de Sinaloa;
y la Unidad de Operaciones Especiales de la Armada cateó y aseguró propiedades
históricas del cártel en bastiones como Culiacán.
A
decir de los analistas de información del Cisen e Inteligencia Naval, a quienes
tuve acceso a partir de la captura del más buscado, esto fue orillando a El
Chapo a Los Mochis, una plaza que no es del todo suya, pues la disputa con su
rival local El Chapo Isidro Meza Flores.
Además,
sus casas de seguridad en Culiacán —en la mismita colonia de aquellas cinco que
tenía interconectadas con túneles y el drenaje en 2014— no estaban listas.
Y
de las dos que mandó hacer en Los Mochis, la de la calle de Heriberto Valdés
1427 no se terminó pero sí la de Boulevard Jiquilpan 1002 (donde fue la
balacera). La idea era que ambas estuvieran conectadas pues las separan sólo
650 metros, pero faltó tiempo.
El
encargado de “adaptarlas” fue Fernando Quintanar Esparza, alias El Plomero,
detenido en la Operación Cisne Negro. Le pusieron ese apodo porque tiene un
negocio establecido de plomería.
De
acuerdo con el reporte de inteligencia federal, los primeros días de este mes,
sus superiores en la organización criminal le pidieron apurarse porque “ya va a
llegar la abuela” y a la casa le faltaban focos y televisión satelital, este
último, un vicio de Guzmán Loera. Inciertos de quién era “la abuela”, lo de la tele
les dio una pista.
La
otra pista clave fue que “la abuela”, que llegó la noche del 6 de enero, pidió
comida china (de las favoritas del líder del cártel) y tacos para un séquito de
trece personas.
A
los dos días fue detenido.
El
mismo comando de la Marina que lo aprehendió hace dos años, lo custodió en el
vuelo de Los Mochis a la ciudad de México. Cuentan que tras la primera
detención, en febrero de 2014, Guzmán Loera lucía nervioso, ansioso, inquieto.
Pero que en esta segunda, lo vieron relajado, pensativo.
El
último vuelo de El Chapo ha sido en un avión… que no era de su aerolínea.
SACIAMORBOS.
Los reportes de inteligencia delatan que el capo pasó la Navidad en Mocorito,
Sinaloa, con su esposa Emma Coronel y sus hijas gemelas. Y decidió recibir el
año nuevo en Guamúchil con la diputada local panista Lucero Guadalupe Sánchez.
El anfitrión fue su jefe de sicarios, El Cholo Iván. La dirigencia estatal del
PAN señala que la diputada nunca ha sido militante y que la postularon en
alianza con el PRD, PT y un partido local.
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