El
Papa, los migrantes y las coronas de laurel para los que fallecieron
Francisco,
Bartolomeo y Hieronymus lanzaron coronas de laurel para recordar a los que murieron
en su travesía. Bergoglio dijo a los habitantes de Lesbos: “Ustedes demuestran
que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de una
humanidad que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una
humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros
con el fin de sentirse más seguros“
Papa
Francisco en el puerto de Mitylene
Vatican Insider, 16/04/2016/ANDREA
TORNIELLI
ENVIADO
A MITYLENE (LESBOS)
El
Papa, Bartolomeo y Hieronymus lanzan coronas de laurel con la mirada fija en el
mar frente a ellos. Es el momento de recordar y rezar por los que no lograron
llegar, por los que murieron en el mar.
En
el puerto de Mitylene (en la isla de Lesbos) Francisco y compañía de los otros
dos líderes religiosos recitan una breve oración por las víctimas de las
migraciones, antes de un minuto de silencio y de recibir de tres niños las
coronas de laurel que arrojaron al mar.
«Dios
de Misericordia, te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños que han
muerto después de haber dejado su tierra, buscando una vida mejor. Aunque
muchas de sus tumbas no tienen nombre, para ti cada uno es conocido, amado y
predilecto. Que jamás los olvidemos, sino que honremos su sacrificio con obras
más que con palabras», fue la oración del Papa.
Francisco
recordó que Dios no abandonó a su Hijo «cuando José y María lo llevaron a un
lugar seguro». De la misma manera, pidió, «muéstrate cercano a estos hijos
tuyos a través de nuestra ternura y protección».
«Dios
de misericordia y Padre de todos, despiértanos del sopor de la indiferencia,
abre nuestros ojos a sus sufrimientos y líbranos de la insensibilidad, fruto
del bienestar mundano y del encerrarnos en nosotros mismos».
«Ilumina
a todos –invocó–, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para
que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas a quienes llegan a nuestras
costas». Y también «a reconocer que juntos, como una única familia humana,
somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti».
Antes
del discurso a la población griega y a la comunidad católica, Papa Bergoglio
afirmó: «agradezco al Presidente Paulopoulos haberme invitado, junto al
Patriarca Bartolomé y al Arzobispo Hieronymos. Quisiera expresar mi admiración
por el pueblo griego que, a pesar de las graves dificultades que tiene que
afrontar, ha sabido mantener abierto su corazón y sus puertas. Muchas personas
sencillas han ofrecido lo poco que tenían para compartirlo con los que carecían
de todo. Dios recompensará esta generosidad, así como la de otras naciones
vecinas, que desde el primer momento han acogido con gran disponibilidad a
muchos emigrantes forzados».
Hoy,
el Papa desea «el vehemente llamamiento a la responsabilidad y a la solidaridad
frente a una situación tan dramática. Muchos de los refugiados que se
encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas
condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de
desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro.
La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como
en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos
olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros,
nombres, historias».
Y
el Papa después habló sobre Europa: es «la patria de los derechos humanos, y
cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así
será más consciente de deberlos a su vez respetar y defender». Pero,
desgraciadamente, recordó Francisco, «algunos, entre ellos muchos niños, no han
conseguido ni siquiera llegar: han perdido la vida en el mar, víctimas de un
viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdugos infames».
El
Pontífice se dirigió también a «ustedes, habitantes de Lesbos»: «demuestran que
en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de una
humanidad que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una
humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros
con el fin de sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en
lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o
después, provocan enfrentamientos».
El
Papa lanza un llamado: «Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado
a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta
dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del
momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no
unilaterales». E indicó que «en primer lugar, es necesario construir la paz
allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer
se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la
proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que
dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia. Por
el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países,
las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no
aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia».
Al
final, Francisco también renovó su deseo de que «tenga éxito la primera Cumbre
Humanitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul el próximo mes».
Todo
esto sólo, insistió, «se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar
soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados».
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