16 oct 2016

Siete nuevos santos...,

Siete nuevos santos...
El Papa Francisco presidió este domingo en la Plaza de San Pedro la ceremonia de canonización de siete nuevos santos, entre ellos José Sánchez del Río de México, Santo Joselito...
Las reliquias de San José Sánchez del Río, “Joselito”, fueron llevadas por Mauricio Kuri, joven actor que lo interpretó en la película “Cristiada” y por Jesús Eduardo Gálvez, joven de 15 años de Sahuayo, ciudad natal del santo mexicano. Ambos vestían como Joselito al momento de su muerte.
José Sánchez del Río (1913-1928) es considerado uno de los mártires católicos más importantes del siglo XX.
La historia de su encarcelamiento, tortura y fusilamiento por no querer apostatar lo ha convertido en una figura crucial en la historia de la Iglesia mexicana.
A pesar de su edad -14 años-, se alistó en las filas de los llamados “cristeros” en una guerra civil que causó miles de muertos en el país, nacida por la confrontación entre la Iglesia católica y el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles.
Sánchez del Río fue torturado y asesinado
Fue capturado por el ejército federal y su martirio ocurrió el viernes 10 de febrero de 1928. Le cortaron la planta de los pies y fue conducido descalzo hasta su tumba. Mientras caminaba, José Luis rezaba y gritaba “¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!”.

Ante su tumba fue colgado en un árbol y acuchillado. Uno de los verdugos lo bajó y le preguntó qué mensaje le daba a sus padres. El niño respondió: “Que Viva Cristo Rey y que en el cielo nos veremos”. Ante esta respuesta, el hombre le dio un tiro en la sien y lo mató.
Nació en Michoacán, el 28 de marzo de 1913 en la ciudad de Sahuayo, Michoacán..
El milagro que se le atribuye es el de sanar a Ximena Guadalupe Magallón Gálvez, después de que a esta niña —que nació el 8 de septiembre de 2008 en EU  y un mes después sus padres la llevaron a vivir a Sahuayo— se le diagnosticara 90% de muerte cerebral.
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Homilía del Papa en la ceremonia de canonización de siete nuevos santos
Texto completo de su homilía:
Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» (Oración Colecta).
Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido.
Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final.Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz. En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.
San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo le recomienda que permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2 Tm 3,14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres humanos, incluso Moisés se cansó». Es cierto, cada uno de nosotros se cansa. Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.
Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18,7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.
Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndose unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina.
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