No
aprendemos en cabeza ajena/Enrique
Krauze
El
País, 23 de noviembre de 2016..
¿Cómo
se curan los pueblos del hechizo de un demagogo? ¿Cómo salen de la hipnosis? La
única vía, por desgracia, es la experiencia. “Nadie aprende en cabeza ajena”,
dice el sabio refrán, que penosamente confirma la historia de los hombres y los
pueblos.
Donald
Trump llegó a la Casa Blanca debido a Donald Trump. Las causas generales
(económicas, sociales, demográficas, étnicas, etc.) que se han aducido no son,
a mi juicio, las decisivas. Lo decisivo ha sido la hipnosis que ejerció en un
sector muy amplio del electorado estadounidense.
Trump
declaró, famosamente, que si asesinara a una persona en la Quinta Avenida,
nadie se lo reclamaría. Es verdad. Los medios exhibieron sus probables delitos,
su cínica evasión de impuestos, sus múltiples bancarrotas, sus copiosas e
inagotables mentiras, sus desdén absoluto por los datos objetivos y los hechos
comprobados, su desprecio por la dignidad de las mujeres, su burla de los
minusválidos, su odio racial a los mexicanos y su intolerancia radical a los
musulmanes, su crudo nativismo, sus amenazas contra la libertad de expresión,
su mofa de las instituciones, su inconmensurable y peligrosísima ignorancia del
mundo. Fue inútil. Todo se le resbaló. Todo se le perdonó.
“Algo
extraordinario está ocurriendo”, decía Trump una y otra vez. A eso precisamente
se refería, a su total impunidad, al delirio por su persona, por su personaje.
Su reality show se había escapado mágicamente de la pantalla hasta ocupar todo
el territorio del país a lo largo de más de un año. Ahora podía llevar su
exitoso programa The Apprentice a la Casa Blanca y despedir a quien se le
viniera en gana: you’re fired. Sesenta millones de estadounidenses querían
tomarse un selfie colectivo con Trump en actos de histeria reminiscentes a los
de todos, absolutamente todos, los dictadores de la historia que llegaron al
poder por la vía de su carisma, expresado sobre todo a través de la palabra.
Desde
ese endiosamiento podrá decir o hacer, por un tiempo, lo que le venga en gana.
Gobernará por Twitter. Su destino manifiesto es recobrar el pasado de grandeza
(supuestamente) perdido: Make America Great Again. Y no cejará en perseguir ese
empeño de acuerdo a las pautas que ha trazado. Quienes crean que hay un Donald
Trump anterior al fatídico martes 8 de noviembre y otro después se equivocan.
Trump hará lo que ha dicho que hará y solo la realidad, una vez que sus
acciones tengan las consecuencias previsibles, minará lentamente su prestigio.
Pero ni aun en esa circunstancia se dará por vencido. No está en su carácter,
en su psicopatología, en su biografía. Si ocurre culpará a las fuerzas del mal
anteriores a él o contemporáneas, responsabilizará a la prensa y los medios
liberales, hablará de un complot, fustigará a propios y extraños: hará de su
presidencia una campaña permanente, un interminable orgasmo con la multitud que
lo adora.
La
inmensa mayoría del pueblo alemán —ejemplo paradigmático— rehusó ver de frente
el horror que representaba Hitler y el abismo al que lo precipitaría. Pudiendo
detenerlo a tiempo dejó que creciera y culminara su obra de destrucción. Solo
después, al contemplar las ciudades arrasadas, al hacer el recuento de los
daños, de los muertos, el humo comenzó lentamente a disiparse de la mirada.
Solo
con el paso del tiempo el alud irrebatible de los hechos convenció al ciudadano
alemán del horror sin precedente que habían alentado. Y décadas más tarde,
asumiendo con valentía la culpa histórica de sus antepasados, las generaciones
posteriores se han vacunado contra el terrible mal. Hoy Alemania se ha
convertido, paradójicamente, en la vanguardia de la libertad occidental.
En
América Latina tampoco aprendemos en cabeza ajena. ¿Cuántos años le ha tomado a
Argentina comenzar a calibrar, lenta y penosamente, el engaño histórico del
peronismo? No sé si cuando mueran Fidel y Raúl Castro el pueblo cubano
reaccionará con el rechazo y la desilusión que merece su fallida y opresiva
utopía. Dependerá de la supervivencia de la Nomenclatura militar y política
cubana, que muy bien podría prolongar el mito de la Revolución hasta la
eternidad.
Pero
no tengo duda de que el drama espantoso de Venezuela ha convencido ya a la
mayoría de la población del origen de su tragedia. ¿Cómo es posible que siendo
el país más rico del mundo en reservas petroleras Venezuela haya descendido a
niveles casi haitianos de miseria? No hay más explicación que el carácter
dictatorial del régimen, resultado natural de entregar todo el poder a un
demagogo.
En
México no hemos vivido el populismo. El sistema político mexicano que predominó
en el siglo XX era inherentemente corrupto (sus herederos lo siguen siendo)
pero no era populista porque el poder presidencial estaba acotado a seis años y
recaía en la institución presidencial, no en el carisma del presidente. Eso
podría cambiar en 2018: los pueblos no aprenden en cabeza ajena.
Después
de sufrir una terrible guerra civil y una larguísima dictadura, España logró
una ejemplar transición política hacia la democracia. Ese pacto de civilidad y
tolerancia fue la inspiración de las transiciones latinoamericanas a la
democracia. ¿Cómo es posible que algunos españoles crean ahora en Podemos, el
partido populista que trabajó abiertamente para ese sepulturero de la
democracia venezolana que fue Chávez? Por la misma razón: ningún pueblo aprende
en cabeza ajena.
¿Despertará
el ciudadano estadounidense de la hipnosis de Trump? Los pesos y contrapesos,
las libertades individuales y, sobre todo, los medios tradicionales de
comunicación, en particular los periódicos, harán su parte. Durante la campaña
tuvieron un desempeño heroico y ahora (por si no enfrentaran suficientes
problemas de supervivencia) les va la vida en hacerlo. Pero si esos medios fueron
insuficientes durante la campaña podrían serlo durante los cuatro u ocho años
de la presidencia de Trump. El voto latino y afroamericano así como la
movilización ciudadana podrían incidir también en los resultados electorales
futuros. La presión mundial (en el caso de que cumpla casi cualquiera de sus
amenazas) obrará en su contra.
Pero
a fin de cuentas solo la constatación del desastre convencerá a los votantes y
los librará de la hipnosis. Y llevará tiempo, quizá mucho tiempo. El populismo
es la demagogia en el poder. La demagogia es la tumba de la democracia. Nos
espera —parafraseando a Eugene O’Neill— un largo viaje hacia la noche.
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