26 nov 2017

El despistado/ Juan Bustillos

Columna SÓLOPARAINICIADOS
El despistado/ Juan Bustillos
Impacto, 26 de noviembre de 2017
Al levantar, apasionadamente, la mano a Meade, Luis Videgaray se atrevió a hacer lo que en la cultura priísta está reservado, en exclusiva, al Presidente
Abrazo, fuerte saludo de manos, elogios, muchos elogios, de Luis Videgaray a José Antonio Meade en evento con embajadores

El problema con insistir en el real o supuesto destape prematuro de José Antonio Meade como candidato del PRI a Presidente de México a cargo de Luis Videgaray, será que el secretario de Relaciones Exteriores podrá usar a su favor el alud de comentarios negativos para victimizarse ante el Presidente, como ocurrió cuando lo convenció de invitar a Donald Trump a Los Pinos. Por ejemplo, sus simpatizantes identifican su crucifixión en columnas políticas y redes sociales como una especie de conspiración de sus enemigos en el gabinete presidencial y de los competidores de Meade.
Pero el tema es ineludible.

Videgaray olvidó lo elemental en la política mexicana: el Presidente puede prestar dinero, el carro, la camisa o el micrófono; hacer suyas las fallas de sus colaboradores y hasta permitirles circular por el mundo exhibiendo su cociente intelectual supuestamente más elevado que el suyo, pero lo que nunca alquila, obsequia o presta, es la banda tricolor que lo coloca por encima de cualquiera en su triple condición de jefe del gobierno, jefe de Estado y jefe de las Fuerzas Armadas, pero también en la paraconstitucional de jefe de su partido.
Cerca de algunos presidentes estuvieron Humberto Romero, Emilio Gamboa, José Córdoba y Liébano Sáenz, y ninguno, que sepamos, intentó usurpar o aparentar que era suyas las funciones de su jefe; no al menos en público, como ocurrió el miércoles pasado.
Es probable que aprovecharan la cercanía para influir, como en uno de sus libros reconoció Carlos Salinas la influencia de Córdoba en la designación de Ernesto Zedillo para ocupar la candidatura vacante por el asesinato de Luis Donaldo Colosio, o la de Videgaray en la visita de Trump.
Regresemos al secretario de Relaciones; quizás después de tanto tiempo de ser su empleado, a partir de que Pedro Aspe lo llevó a Toluca a renegociar la deuda del gobierno de Arturo Montiel, Videgaray no ha llegado a conocer a fondo a Enrique Peña Nieto.
Si fuera lo contrario, entendería por qué  la despiadada descalificación en Baja California Sur a “los despistados”. Es de mayor severidad que “el no se hagan bolas” de Carlos Salinas cuando Manuel Camacho creó la percepción de que el Presidente pretendía colocarlo de candidato en lugar de Luis Donaldo Colosio. En esta ocasión la pretensión tal vez fue crear la idea de “al candidato lo puse yo”.
En otras palabras, los “despistados” no somos los periodistas que suponemos que el secretario de Relaciones Exteriores intentó un madruguete presentando a Meade como el mejor mexicano, que quizás lo sea, para guiar al país a partir de 2018, sino quien se atrevió a hacer lo que en la cultura priísta está reservado en exclusiva al Presidente.
Es evidente que Videgaray desconoce la identificación que en ciertos aspectos, en especial la picardía política, tiene Peña Nieto con su antecesor Adolfo Ruiz Cortines.
Contaba don Pancho Galindo Ochoa que cuando a Adolfo “El viejo” le proponían para algún puesto a un brillante joven ponderando su inteligencia, solía contestar preguntando: “¿inteligente? ¿para qué?”
Y para dejar en paz a don Pancho, me solía contar que durante un largo tramo de su sexenio don Adolfo alimentó las ambiciones sucesorias de su gran amigo el nayarita Gilberto Flores Muñoz, mientras construía en silencio la carrera del paisano de Peña Nieto, Adolfo “El joven” López Mateos.
Cuando el PRI anunció que el mexiquense era el candidato, Ruiz Cortines dijo a manera de excusa a su amigo que inconscientemente le sirvió de señuelo: “Nos ganaron, ‘Pollo’”.
El comportamiento de Videgaray en esta semana permite suponer que a pesar de sus 30 años de militancia priísta y de haber estado al lado de Pedro Aspe en Hacienda como asesor de 1992 a 1994, precisamente en la etapa que Manuel Camacho hizo con Carlos Salinas y Ernesto Zedillo lo que todos sabemos, no estuvo al tanto del comportamiento de aquel gran secretario de Hacienda cuya preclara inteligencia, sólo igualada entonces por el jefe de la Oficina de la Presidencia, José Córdoba Montoya, no le impedía comportarse con inigualable humildad ni lo llevaba a sentirse por encima de su jefe, Carlos Salinas.
Recuerdo a Pedro “El grande” riendo a mandíbula batiente en su espléndida oficina de la Secretaría de Hacienda al recordar que, de no haber sido por la mano salvadora de Liébano Sáenz, habría hecho un oso monumental. Estuvo a punto de que el mundo se divirtiera con la fotografía que lo mostraría cayendo en un lodazal al huir de la prensa después de presentarse en la Secretaría de Desarrollo Social a manifestar su apoyo incondicional a Luis Donaldo Colosio, cuyas aspiraciones había apoyado sin desplantes como el de presentarlo aquí y allá como el mejor hombre que hubiese conocido.
Es probable, sin conceder, que exageramos quienes interpretamos como destape presidencial la cascada de elogios ante el cuerpo diplomático acreditado en México de Videgaray a su amigo de toda la vida, Meade, pero también lo es de quienes reaccionaron afirmando la existencia de manipulación mediática y en redes sociales para masacrar con brutalidad a los secretarios de Relaciones y Hacienda.
Lo único incuestionable es que Videgaray estuvo consciente de lo que hacía cuando presentaba a Meade ante los diplomáticos. El lugar que ocupa su inteligencia en la campana de Gauss lo acerca a la genialidad y por lo tanto sería absurdo que desconociera que abría la caja de Pandora entre los priístas.
La cuestión es que el secretario de Hacienda no tiene un pelo de tonto; sabía que su ponderación sin límite de los más que reconocidos méritos académicos y profesionales de Meade, así como su prendas personales, patriotismo e integridad, ocasionaría la especulación que todos conocemos, una situación de hecho que ataría de manos a Peña Nieto durante las siguientes semanas.
Evidentemente no contaba con la reacción del Presidente; Peña Nieto no sólo descalificó a los “despistados”, sino que desechó que el candidato del PRI sea seleccionado a partir de elogios y aplausos.
Y lo grave para los protagonistas del desaguisado es que no lo hizo enfadado como días atrás cuando María Elena Morera calificó de estado bélico al clima de inseguridad en el que vivimos.
Muy al contrario; buscó a los periodistas y riendo habló de despistados y negó que el candidato del PRI tenga que ver con elogios y aplausos. Acababa de sacudirse el corset que le habían puesto.
Así, la víctima terminó siendo el secretario de Hacienda. Si ya estaba en el corazón del Presidente es posible que haya dejado de estar porque no puede arriesgarse a fallar en su favor porque todos diríamos que el candidato le fue impuesto por Videgaray, aunque no sea así.
Meade, poseedor de las prendas necesarias para conducir  al país en momentos cruciales como los que se avecinan, no merece lo que le está ocurriendo. Por ejemplo, de despedida Agustín Carstens le hizo un cariño  candidateándolo para sucederlo en el Banco de México. Parece un comentario sin mayor intención, pero existe un pasado entre ambos.
Sus estrategas se han equivocado con reiteración, y no me refiero a la creación en los estatutos del PRI de la figura de simpatizante que facilita la postulación a quien no es militante por encima de quienes lo han sido por años.
Error fue la siembra en el Senado de la pregunta de por quién votó en 2012. La respuesta lo convirtió en una especie de traidor a Felipe Calderón o converso al peñismo mientras trabajaba para el enemigo.
Luego vino la orquestación en Sinaloa de los gritos de “¡Meade, Presidente!” en el encuentro con la Escuela de Cuadros del PRI, y su exclamación de que el país debe mucho al partido tricolor; posteriormente la invitación en solitario a reunirse con las mujeres priístas en el Estado de México. Y, hasta hoy, el aval de Videgaray ante los embajadores acreditados en México de su condición de mexicano sin par.
Por cierto, y sólo a modo de acotación, Alejandra Sota, una estratega política participante en múltiples elecciones desde la época de Felipe Calderón es mencionada como autora de estos pasos en falso en torno a Meade, en especial los elogios y aplausos de Videgaray y la siembra de la pregunta en el Senado de por quién votó. Ahora, para terror de algunos priístas, se apresta a asesorar a Eruviel Ávila en la Ciudad de México.
Y con estos antecedentes, el propio Videgaray pretende que quienes hablamos de un destape prematuro a espaldas del Presidente aceptemos que vimos lo que, según él, no existió.
Y decimos que a espaldas, porque fue Peña Nieto quien buscó a los reporteros en su gira de Baja California Sur para hablar de los “despistados” y descartar aplausos y elogios como método de postulación del candidato priísta.
Lo que ocurrió en la península bajacaliforniana no fue un tiro de línea, sino el rescate por parte del Presidente de su condición de jefe del priísmo y el recordatorio a sus colaboradores de que la banda tricolor la porta él, nadie más, por más inteligente e influyente que sea.
Estoy de acuerdo que fue un recordatorio brutal sobre la identidad de quien tiene la jefatura; no podía ser de otro modo, de lo contrario Peña Nieto habría instaurado para la nueva época del PRI la regla de que el mando en materia partidista está en cualquiera y no en el primer priísta; eso funciona cuando los priístas están en la oposición no en el poder.
Es probable que esté especulando de más, pero el oficio me ha permitido presenciar las sucesiones presidenciales priístas desde que el PAN decidió dejar solo a José López Portillo en la lucha por la Presidencia. A partir de la siguiente, excepto en la actual (porque no tengo amigos entre los aspirantes, pero sí en otros espacios), las he visto desde adentro, incluidas las que ocurrieron sin que el inquilino de Los Pinos fuera priísta, y en ninguna de ellas ocurrió algo semejante a lo que identifiqué, con muchos otros colegas, como madruguete.
La reacción de Peña Nieto está más que justificada por desmesurada que a algunos les pueda parecer. Dejar pasar el episodio lo habría anulado en el proceso sucesorio priísta, más allá de que el candidato gane o pierda la elección constitucional.
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