25 ago 2019

Los dos intereses de Jeffrey Epstein

Los dos intereses de Jeffrey Epstein/ Arcadi Espada
El Mundo, domingo, 25/Ago/2019;
Mi liberada:
Las metástasis de la actividad del financiero y delincuente sexual, Jeffrey Epstein, que murió de asfixia en una cárcel de Nueva York donde cumplía prisión preventiva por presunto tráfico sexual de menores, tiene un impacto menos conocido que la política (Bill Clinton, Donald Trump), pero de gran interés. Se trata de la ciencia, y más específicamente, del movimiento de la Tercera Cultura, agrupado en torno a John Brockman, fundador de la célebre página Edge, y agente literario de Richard Dawkins, Steven Pinker o Daniel Kahneman, entre otras decenas de notables escritores de ciencia. El primero en ocuparse con crédito y detalle del asunto fue Daniel Engber en Slate, en su artículo Las chicas siempre estuvieron cerca (Cómo era ser un científico en el círculo de Jeffrey Epstein). Las primeras líneas del artículo describen con inspirado laconismo los dos intereses que Epstein confesó a un viejo amigo: «Ciencia y coño». El segundo interés le dio graves problemas en 2008 cuando pasó más de un año en la cárcel de Palm Beach por tratar de prostituir a una menor.

Del caso arranca una de las primeras inquisiciones, en este caso por malas compañías, delito específico que los códigos penales están tardando demasiado en reconocer. El abogado de Epstein, Alan Dershowitz, pidió a Pinker, su amigo y colega en Harvard, un peritaje lingüístico como ya había hecho alguna que otra vez. Este delito se añade a otros dos: viajar con Epstein (y Dawkins y Dennett y Brockman y muchos otros) a una charla TED California, en 2002, o aparecer en una foto de la presentación del proyecto Orígenes, dirigido por el físico Lawrence Krauss y financiado por Epstein, en 2014. A la jauría le ha bastado con estos hechos para ladrar que ya no les extraña que Pinker dijera en sus libros, ¡con evidente ánimo autojustificatorio!, que la violación tenía que ver con el sexo. Para decirlo con las palabras de la directora de Quillette, Claire Lehmann: «Ahora persiguen a Pinker porque lo han fotografiado con Epstein y porque anteriormente hizo la observación de sentido común de que la violación tiene algo que ver con el sexo. Qué poca vergüenza».
Las acusaciones al físico Lawrence Krauss -que defendió a Epstein cuando fue condenado y que aceptó que financiara sus proyectos años después- son distintas: algunas mujeres lo acusan de manoseos y palabras inadecuadas. Este año se jubiló prematuramente de la Universidad de Arizona, porque ya era imposible seguir haciendo allí su trabajo. Marvin Minsky, pionero en Inteligencia Artificial, que murió hace tres años, se ha añadido a la lista: una mujer ha declarado ante el juez que en 2001, cuando tenía 17 años, le obligaron [sic] a tener relaciones sexuales con él en la casa de Epstein en las Islas Vírgenes. Joichi Ito, director del Media Lab del MIT, ha pedido perdón por haber aceptado dinero de Epstein en 2013. Y se ha comprometido a recaudarlo y a donarlo a organizaciones sin ánimo de lucro. El último entre los brights oscurecidos es John Brockman. Y lo ha traído a rastras uno de sus autores, Evgeny Morozov, que acaba de publicar un artículo en New Republic. Cabe decir, antes de describirlo, que la razón por la que Brockman tiene en su cuadra a Morozov debe de ser aquella del presidente Johnson, tan comentada estos meses a propósito de los pactos del Psoe y Podemos: «Prefiero que el indio esté dentro de la tienda meando hacia fuera, que fuera meando hacia dentro». Morozov, del que traté de leer El desengaño de Internet, es un joven puramente apocalíptico y paranoico, una especie de troll acientífico, y por lo tanto antagónico a la Tercera Cultura. Brockman le ha pagado anticipos por cuatro libros (dos sin publicar) y de su artículo en New Republic -donde demuestra con satisfacción que no quiso tratar a Epstein- se deduce que está preocupadísimo por el sucio propietario de este dinero suyo. No en vano, y según cálculos del Miami Herald, el delincuente donó a Edge más de 600.000 dólares a lo largo de más de una década. Hay que reconocer, sin embargo, que la solución que Morozov da a sus escrúpulos es creativa: pide a Brockman que cierre Edge pero que siga con la Agencia Literaria. Así nuestro cenizo no tendrá que devolver la pasta ni retorcer su ética con el peligro de que le pase lo mismo que al cuello de Epstein.
De los hechos descritos se deducirá la corrección del procedimiento. Uno que hace un peritaje -informal- para un colega; otro al que algunas mujeres -sin relación con Epstein- lo acusan de propasarse; uno más que tuvo presuntamente una relación con una menor a la que presuntamente obligaron, hace 18 años, y otros que aceptan dinero de un delincuente sexual para sus proyectos científicos. Esto del dinero merece una mínima demora. Que se sepa, el sucio era Epstein y no su dinero. Quiero decir que aunque no hay claridad sobre el modo en que obtenía su dinero -el propietario de Victoria’s Secret le acusó, por ejemplo, de estafarle-, no consta que proviniera de ningún tráfico sexual. Se supone también que hasta 2008, cuando fue condenado, era legítimo aceptar su dinero. La pregunta, que rige en especial para el MIT o el proyecto Orígenes de Krauss -los dos relativamente recientes- es cuándo volvió a ser legítimo. Si es que, naturalmente, puede volver a serlo y a 18 meses de cárcel por inducir a una menor a la prostitución no cabe aplicarles la prisión moral permanente. A estos crímenes se puede añadir que mucho antes de que Epstein fuera encausado invitó y tuvo relación frecuente con muchos científicos. Es célebre el encuentro en 2006 de un grupo de físicos y cosmólogos en las Islas Vírgenes para hablar de la gravedad: Stephen Hawkins, Frank Wilczek y Lisa Randall, entre otros, todos convocados por Krauss. ¡La gravedad y la ligereza! El bunga bunga del átomo. El distinto origen y carácter de los hechos puestos en la hoguera es irrelevante: hay maderas mejores que otras, pero todas queman.
Falta una cosa, aunque ya está el Times para eso. Un artículo de finales de julio, con Epstein en la cárcel, pero vivo, añadió al dinero y al sexo la eugenesia. Esto que se hace millones de veces cada día en el mundo, sin decirlo, porque podrían encarcelarte por nazi, pero que el diccionario de la Academia define calmadamente como el «estudio y aplicación de las leyes biológicas orientadas al perfeccionamiento de la especie humana». El sentido de la pieza del Times, escrita a base de chismes absurdos, es difícil de precisar, pero emerge el interés de Epstein por el transhumanismo. Aunque yo diría, exactamente, el interés de Epstein por que una de sus C ayudara a la otra. De todo lo que he leído estos días sobre el financiero se deduce su inesperado parentesco con aquellos ricos que pagaban catedrales para asegurarse el Cielo. Descreído de la Religión, pagaría a la Ciencia para que sus ministros le fueran narrando sus relatos más hermosos, al tiempo que no dejaba de preguntarles si había alguna posibilidad de no morir, de que el placer y la belleza no cesaran o que al menos pospusieran su extinción un rato más.
Hasta que se rompió o le rompieron el cuello en una celda. Porque ya no iba a salir o, tal vez, por el olor.
Sigue ciega tu camino.

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