24 feb 2020

El discurso completo de Alfonso Romo Garza

107 Aniversario luctuoso de Gustavo A. Madero y Adolfo Bassó Bertoliat. 
19 de febrero de 2020
Mensaje a cargo del ingeniero Alfonso Romo Garza, jefe de Oficina de la Presidencia de la República.
 Muy buenas tardes.
Comienzo estas palabras agradeciendo la presencia del señor presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador; de su esposa, la doctora Beatriz Gutiérrez.
Saludo con mucho cariño a la familia Madero, la familia Valdés Madero, la familia Madero Garza y todos los familiares cercanos que aquí están presentes.
Agradezco profundamente este compromiso de todos ustedes para revaluar el destino y el legado de mi bisabuelo Gustavo A. Madero y no podría dejar de mencionar también a Adolfo Bassó, aquí está su bisnieto también, Mario Núñez Mariel.
En la noche del 18 al 19 de febrero de 1913 se consumaba la tortura y el asesinato de Gustavo A. Madero. Como dice Ignacio Solares, no hay otra muerte tan trágica en nuestra historia como la de Gustavo A. Madero.

En el amanecer de un día como hoy, hace 107 años, yacía en la Ciudadela, precisamente en este lugar, un hombre que había entregado su vida a un ideal de justicia, democracia y libertad, comprometido hasta las últimas consecuencias.
En el cadáver de este hombre de 38 años, con terribles signos de la tortura y las vejaciones sufridas, en su saco, tres cartas de su esposa Carolina. En una de ellas, su esposa le pedía regresar a casa y olvidarse de la política. Nada más lejos de él, sentía su compromiso con su nación con la misma fuerza que el compromiso que tenía con su familia.
En un banquete que Rafael Hernández y Ernesto Madero ofrecieron a mi bisabuelo Gustavo, este dictó el que fue su último discurso. En él expresa un compendio de lo que había sido su vida y su conciencia al final de su trayectoria: ‘Sí, señores, por mi parte me siento tranquilo y puedo levantar muy alta la frente para decir que creo haber cumplido con mi deber como buen ciudadano’.
Mi bisabuelo actúo con inteligencia y sagacidad para financiar la Revolución y al mismo tiempo era perfectamente consciente de los riesgos que asumía con su compromiso político y con sus valientes decisiones al lado de su hermano Francisco. Pasó de ser un laborioso empresario a convertirse en un activo revolucionario.
Gustavo era un hombre práctico, de mentalidad empresarial, muy lejos de la personalidad más idealista de su hermano.
Compartían las mismas convicciones democráticas, pero con visiones muy distintas; de hecho su hermano Francisco, apenas un año mayor que él, se refería a Gustavo en una carta de 1904 dirigida a su tío Catarino Benavides con estas palabras: ‘Qué hombre más íntegro y afectuoso este hermano que Dios me di, íntegro y afectuoso’, imposible definirlo mejor.
Conocemos su personalidad a través de sus cartas, la mayor parte de ellas dirigidas a su esposa Carolina, a la que suele dirigirse en ellas como ‘su adorada hijita’.
Esas colecciones de cartas nos muestran en profundidad cómo era mi bisabuelo. Son cartas escritas con cuidado, llenas de sentido común y (falla de transmisión), reflejan más bien todo lo contrario: mesura, equilibrio y sensatez. En ellas se percibe a un hombre que ama profundamente a su esposa y a sus hijos por los que se interesa continuamente.
El matrimonio tuvo siete hijos, de los cuales cuatro fallecieron en sus primeros cinco años de edad. Cada fallecimiento de sus hijos, cada enfermedad constituyó un duro golpe para él, sobre todo cuando se veía obligado a viajar y no podía estar junto a ellos.
Mi mamá recopiló aquellas cartas y en ellas se puede leer el corazón de este hombre que amaba a su familia y a México con el mismo corazón desde los primeros años de matrimonio, marcados por los viajes de negocios de Gustavo, hasta los últimos años de zozobra política. En todo momento el amor a su esposa y a sus hijos destaca por encima de todo.
El personaje histórico de Gustavo A. Madero esconde un lugar muy humano de una persona extremadamente sensible, amante de la música que practicaba con el violín.

De trato refinado, equilibrado con un profundo sentido de la responsabilidad personal, especialmente ante sus seres queridos. Un hombre íntegro, incapaz de traicionar o engañar a nadie, mesurado, siempre dispuesto a decir su percepción de las cosas, aunque a veces esto lo llevo a discrepar de su hermano Francisco.

Parece difícil conciliar la figura de aquel heroico mártir que asumió la muerte conscientemente como un compromiso con su patria, con el hombre de elevados sentimientos y de extrema dulzura que reflejaba en su intimidad.

En mi bisabuelo convivía el cerebro práctico de la Revolución y el corazón de un esposo y un papá enamorado de su familia. El amor por su patria expresado en trabajo y estrategia, recabación de fondos y apoyo continuo con la ternura de un hombre que deseaba siempre estar junto a los suyos.

El 15 de diciembre de 1910, desde Nueva York, escribe que su regreso a México sería entregarse a una muerte segura, sabía que ese era el destino que les esperaba. Nunca ambicionó el poder o los honores, tenía muy claro que su papel era el de quien se entrega a una causa amada con la única recompensa de verla cumplida y lo asumió con entereza hasta sus últimas consecuencias.

Sus últimas cartas tienen un tono de despedida consciente del futuro que le espera, se percibe en ellas esa constante claridad por asumir con valentía un destino con un desenlace previsto, es entonces cuando la incomprensión de los que lo rodean se hace más dolorosa para él.

Gustavo mantuvo su lealtad hasta el final, otros miembros de la familia y amigos prefirieron su seguridad antes que el peligro que implicaba un compromiso con la causa de la Revolución; sin embargo, él fue un hombre leal, leal a su causa, leal a su hermano, leal a su familia, tuvo muchas diferencias de criterio con su hermano Francisco, pero no lo abandonó en los momentos más difíciles.

Si algo marcó profundamente la vida de mi bisabuelo fue la lealtad a su hermano y Francisco se lo reconoció cuando recibió la noticia de su muerte que le produjo un gran dolor.

Refiriéndose a su hermano Francisco escribe: ‘El pobre de Pancho, como siempre, con muy buena voluntad, muy bondadoso, pero no sabe mandar por más que tiene muchos con quién hacerlo’.

Mi bisabuelo era muy consciente de que su hermano lo necesitaba, lo habían dejado solo y Gustavo era una de las pocas personas en las que Francisco podía confiar absolutamente, porque sabía que nunca lo traicionaría y que haría las cosas bien.

Un día, caminando por el Castillo de Chapultepec, Francisco le dijo a su hermano: ‘Me van a matar’, pero Gustavo contestó: ‘No, nos va a matar y me van a matar a mí primero’.

Mi abuela Carolina Madero Villareal refiere que un día Gustavo le comentó a su hermano: ‘Pancho, con esa actitud que tú tienes nos van a matar’, el presidente respondió ‘Ya lo sé, que nos van a matar’, entonces Gustavo le lanzó esta pregunta: ‘A ti no te importa, ¿verdad?’, Francisco le respondió tajante: ‘Pues, no’ y Gustavo le abrió su alma ‘pero a mí sí, porque tengo a mis hijos y a mi mujer y no quiero que me maten’. Fue entonces cuando el presidente le propuso ‘pues vete de México, vete de embajador a Japón para que no te maten’.

Sin embargo, ya conocemos la historia, Gustavo pospuso su viaje a Japón y siguió apoyando a su hermano en la Ciudad de México sabiendo el destino que probablemente le esperaba.

Participó en la Marcha de la Lealtad el 9 de febrero, 10 días antes de que lo asesinaran. Francisco iba escoltado por los cadetes del Heroico Colegio Militar dirigidos por el teniente coronel Víctor Hernández Covarrubias y mi bisabuelo en un discreto segundo plano.

Desde ese momento, Gustavo se mantuvo al lado de su hermano, se convirtió en su escudo, fue quien le presentó los nombres de los 22 conjurados y eligió estar siempre a su disposición desde el número 14 de la calle de Londres.

Victoriano Huerta se unió a los sublevados, Gustavo lo descubrió y lo llevó ante su hermano encañonado con su pistola, pero Francisco no le creyó y mandó liberar a Huerta. Esta liberación fue la sentencia de muerte de los dos hermanos y de Adolfo Bassó, como aquí tú lo vas a comentar.

Pocos días después, Huerta se autoproclama presidente de México pidiendo la renuncia a Francisco I. Madero; mientras Huerta se proclamaba presidente, Gustavo era asesinado aquí en la Ciudadela.

Gustavo, conocedor desde el inicio de la traición de Victoriano Huerta, sin embargo, obedeció a su hermano y buscó encontrarse con el general. Aceptó una invitación suya a comer. En esa comida, el general le pidió la pistola para verla y mi bisabuelo se la entregó; en ese momento mi bisabuelo es apresado, traído a la Ciudadela y brutalmente asesinado.

Adolfo Bassó, marino de Campeche, que recuperó el Palacio Nacional el 9 de febrero de 1913 y obligó al general Gregorio Ruiz a rendirse, apresado junto con Gustavo A. Madero fue testigo de su tortura, más tarde lo fusilaron junto con otros soldados cuando gritaba su último ¡Viva México!

Una y otra vez Gustavo había pedido a su hermano que abriera los ojos, que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, pero no le hizo caso; de todos modos, Gustavo le seguía obedeciendo.

La lealtad a su hermano se consumó hasta sus últimas consecuencias, le fue leal hasta la muerte, Gustavo nunca dejó a su hermano Francisco, aunque este no le escuchó, especialmente en las decisiones más importantes.

Gustavo ha sido acusado de corrupto, algo absolutamente infundado; en realidad hoy podemos decir que fue uno de los grandes líderes de bajo perfil de la Revolución, el hombre que desde un segundo plano organizó y dirigió, dirigió y unificó voluntades, consiguió fondos y estableció canales de diálogo, hizo un trabajo muy eficaz y desinteresado.

Voy a contar algo que me contó mi abuela del gobierno del general Cárdenas. Vino la repartición agraria y se casó con Manuel Garza Nieto, repartieron las tierras y recuerdo que me dijo: ‘Ponchito, tuve que vender las arras de mi boda para poder mantenernos un poco de tiempo mientras nos restablecían’. Entonces, eso de que era corrupto, por ningún motivo.

Antes de concluir no quiero dejar pasar la ocasión para elogiar a mi bisabuela, Carolina Villarreal, que nos dejó un gran testimonio de fortaleza llevando adelante a la familia con el dolor de su esposo asesinado y el orgullo de saberse viuda de un hombre íntegro.

A mí abuela Carolina y a mi mamá, que hicieron una labor minuciosa para guardar la memoria de mi bisabuelo.

Y a Ignacio Solares, incansable investigador que ha documentado la vida de Gustavo, un esfuerzo infatigable de conocimiento y divulgación.

Gracias a ellos conocemos hoy el testimonio de fidelidad que nos dejó mi bisabuelo, ejemplo para las futuras generaciones de mexicanos que podremos reconocer en él al hombre que fue fiel a su patria, a su familia y a sus convicciones hasta la muerte con el honor del deber cumplido y sin la búsqueda del brillo de los reflectores.

Quiero agradecer a Elena Paula por haber convocado y organizado a la familia para vivir este acto tan emotivo y lleno de significado.

Agradezco la presencia de Mario Núñez Mariel, bisnieto de Adolfo Bassó, quien fue testigo presencial de la tortura de mi bisabuelo, y fusilado momentos después.

Si nuestros bisabuelos estuvieron unidos en el trance de la muerte, a nosotros nos corresponde ahora unirnos en su memoria.

La vida y el legado de mi bisabuelo quedan muy bien resumidos en un epitafio anónimo firmado con las iniciales MMA y fechado en febrero de 1916:

‘Don Gustavo A. Madero, uno de los hombres más inteligentes, más nobles y más generosos que haya alentado bajo el cielo patrio y el más castigado por la calumnia, por la pasión política y por el olvido de sus correligionarios de sus colaboradores y de sus favorecidos. Su vindicación ante la historia es una deuda insoluta a esta generación de mexicanos’.

Para nosotros, sus descendientes, y aquí está su nieto mayor, aquí está mi tío Manuel Garza Madero, que manda agradecer sensiblemente a la familia en nombre de todos el que el estar aquí, para nosotros sus descendientes es un gran orgullo y una gran responsabilidad llevar su sangre en nuestras venas.

Gustavo nos deja el gran testimonio del amor verdadero a la patria y a la propia familia. Su herencia es un legado muy valioso para todos que debe germinar en nuestra consciencia y en nuestros corazones.

Nuestra obligación es alimentarlo y transmitir eso a estos niños aquí presentes, a sus tataranietos y a todo el país la conducta intachable y entregada de un hombre que vivió y murió por sus ideales.

Para mí en lo personal es un gran orgullo trabajar al lado de un presidente que ha retomado los valores que nutrieron la vida de Francisco y mi bisabuelo Gustavo, y que se ha propuesto reformar al país en esta Cuarta Transformación con las mismas convicciones sobre las que ellos edificaron sus vidas. Mi agradecimiento más sincero, señor presidente.

También mi gratitud a la doctora Beatriz Gutiérrez, que siempre ha buscado resaltar la figura de mi bisabuelo y transmitir su legado. La doctora Beatriz Gutiérrez nos ha enseñado que resaltar la figura de Francisco y Gustavo no se puede reducir a dar sus nombres a una avenida, sino a estudiar el ambiente en que se desarrolló su vida, su historia.

Divulgar los testimonios de las personas que lucharon junto a él y a su hermano Francisco, escribir, difundir, iluminar las situaciones presentes con la luz de su conducta intachable, sus libros, Viejo siglo nuevo, Dos revolucionarios a la sombra de Madero y recopilación y edición de episodios de la Revolución mexicana de Rogelio Fernández Güell han ayudado a entender desde nuevas perspectivas la trayectoria de los Madero y han dado voz a los actores de la Revolución que lucharon por la democracia y la justicia, una tarea intelectual que hace llegar su ejemplos a los mexicanos de hoy y de mañana.

Muchas gracias, doctora, y muchas gracias a todos los aquí presentes.

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