El Presidente de Argentina en el Izamiento de Bandera en Iguala, Guerrero..
Acto encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Mensaje de Alberto Fernández, presidente de la República Argentina.
eñor presidente de los Estados Unidos de México, mi querido amigo Andrés Manuel López Obrador; mi querida amiga Beatriz, gracias por recibirme con tanta hospitalidad y con tanto cariño; Marcelo, gracias también.
Gracias a todos, gracias al gobernador de Guerrero, gracias al presidente de esta hermosa ciudad de Iguala, gracias a todos los que en estos tres días en que volví a México me dieron tanto cariño, tanto afecto y fueron tan fraternos con nosotros.
Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador me preguntó si estaba dispuesto el 24 de febrero a acompañarlo al recuerdo del bicentenario, la conmemoración del bicentenario del Plan de Iguala, debo haber tardado 30 segundos en decirle que sí, porque es muy importante que en el tiempo que vivimos recordemos la historia y recordemos cómo fue, y recordemos todas las dificultades que debimos enfrentar como latinoamericanos para poder lograr esta independencia, que hemos logrado, pero no del modo que todavía nosotros quisiéramos lograrla.
América Latina, Argentina y México tienen tiempos parecidos, inclusive en los tiempos que necesitaron para poder lograr la independencia del imperio español de aquel entonces.
Allá en Argentina con una azorada en Buenos Aires, la Revolución de mayo de 1810; aquí en el Grito de Dolores, de 1810 también, con Hidalgo a la cabeza.
Argentina ha sido un derrotero de muchos desencuentros, hasta que en 1816 logró su independencia como país, liberarse plenamente del dominio español; México tarda un poquito más. Y estuvo en el medio, como estuvimos los argentinos, muertes incomprensibles, fusilamientos que no entendemos. Así como nunca entendieron los mexicanos ni justificaron la muerte de Morelos, tampoco los argentinos entendimos la muerte de Dorrego, y podríamos también sumar muchos nombres a nuestra historia común.
Pero finalmente, como pasó en la Argentina, las declaraciones de independencia de nuestros países tuvieron una característica singular, que era buscar el paso entre los establecido y el futuro, como bien dijo el gobernador de Guerrero, lo que representaba Iturbide y lo que representaba Guerrero. Uno aferrado al pasado, tratando de sostener un tiempo perimido; otro aferrado a un futuro incierto y complejo, pero en el que confiaba y el estrecho futuro era lo que lo animaba en su lucha.
Lo mismo pasó en Argentina, cuando San Martín o Belgrano iniciaron sus campañas libertadoras para defender y enfrentar a los ejércitos realistas. La realidad es que tuvieron muchísimos problemas y muchísimas dificultades por personas que habían sido inclusive partícipes del levantamiento del 25 de mayo, pero que no estaban tan interesados en que la independencia se lleve tan rápido y la libertad ocurra tan pronto, y se encontraron con esas fuerzas conservadoras de entonces que operaban como fuerzas reactivas al cambio y a la transformación.
Pero, así como ustedes tuvieron a Guerrero, nosotros los argentinos tuvimos muchos nombres y muchos hombres. Y la América Latina tuvo mujeres como Juana Azurduy, que fueron capaces de enfrentar al pasado que quería sostenerse y construir el futuro que nuestro continente reclamaba.
Allá en Argentina hay dos nombres que sobresalen: el de San Martín y el de Belgrano.
San Martín, un militar por naturaleza, un estratega como pocos en la historia. Fue capaz de pelear por Argentina, de cruzar los andes y ayudar a O'Higgins a liberar Chile y después de Chile seguir su derrotero hasta Perú para ayudar a que los peruanos de una vez por todas derroten a los ejércitos realistas y tengan también su independencia.
Belgrano no tenía nada de militar, era un abogado, un hombre de la intelectualidad de aquel entonces, preocupado por la economía, pero que entendió que debía cargarse el uniforme, cargar las armas y con enorme voluntad fue a defender la frontera norte de la Argentina.
Allí, en el norte, había un ejército de gauchos que conducía un general, un general que se había puesto al frente de esos gauchos, se llama Martín Miguel de Güemes. Fue el único general que la Argentina tiene muerto en una batalla, murió pelando con sus soldados.
Esos hombres existieron en nuestro continente. La historia tan bien contada por quienes precedieron en la palabra da cuenta que la historia se repite una y otra vez, como diría Nietzsche, esa lógica circular de la historia que siempre vuelve al punto de arranque.
Y así como entonces, la disyuntiva de hoy no parece ser distinta. Seguimos discutiendo entre los que quieren sostener el orden establecido -orden entre comillas- y los que queremos un sistema distinto. No ha cambiado.
A veces, como hoy existen otros mecanismos para que nuestra templanza se pierda y para que nuestro ánimo decaiga, la pelea parece ser muy dispar, muy difícil, pero cuando esto nos pasa y cuando sentimos que nos acorralan de mil modos modernos, que entonces gracias a Dios no existían… Ayer Beatriz, en un extraordinario discurso, recordaba lo que pasó en México en 1911, si no me equivoco, con Madero, 13, 1913 y cómo los diarios de entonces lo contaban.
Pero nosotros, cuando el desánimo aparece, de verdad tenemos que encontrar en los San Martín, en Los Belgrano, en los Güemes, en Juana Azurduy, en Bolívar, en Guerrero, en Hidalgo, los nombres que nos den la fuerza para volver a ponernos de pie, para recuperar la lógica que nos ha hecho llegar hasta acá, que no fue otra que la de la preocuparnos por los más humildes, por los que menos tienen, para fortalecer una igualdad que, como bien se ha dicho aquí, en América Latina no existe.
Esta bandera maravillosa que flamea en un mástil inmenso que, según me decía el presidente, debe ser el mástil más alto que el mundo ha puesto sobre la tierra, tiene tres colores que representan lo que fue la base sobre la que funcionó el Plan de Iguala.
Los colores era la garantía de lo que había que respetar hasta lograr la independencia absoluta y hasta un ejército de hombres y mujeres salidos del pueblo construyeron un ejército distinto a todos los ejércitos que conocimos en América Latina. Era el Ejército Trigarante, era el ejército que venía a garantizar las tres reglas que esa bandera en cada color impone. Esos tres colores representan, como bien se ha dicho acá, la unidad, la igualdad y la religión; difícil de entender hoy, pero en aquel entonces eso pesaba mucho.
Las tres reglas deberían estar presentes en cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros en América Latina debe tener el deber de trabajar por la igualdad latinoamericana, porque no hay ninguna posibilidad de un continente que progrese, dividido muchas veces, como se ha dicho aquí, porque nos encierran en debates que ni siquiera son los nuestros, son debates que a otros les interesan y son debates que a nosotros nos postergan.
Unidad, igualdad, la igualdad en el continente más desigual que el mundo tiene. ¿Quién puede vivir en paz con su consciencia, decir que ha abrazado a la política, decir que viene de movimientos populares y hacerse el distraído en un continente donde muy pocos concentran la riqueza y millones distribuyen la pobreza?, ¿quién puede estar en paz con su consciencia?
Unirnos para trabajar por la igualdad.
San Martín le decía a un caudillo argentino, Estanislao López, en un momento de resignación de López, donde sentía que no iban a poder lograr los objetivos que se proponían: ‘Unidos somos invencibles’, le dijo a San Martín. Cuánta razón tenía. ¿Por qué a nosotros nos cuesta entender tanto que unidos somos invencibles? De una vez por todas entendámoslo.
Y esa banda que ha dado el respeto a la religión en el siglo XXI quiere decir respetar la diversidad, respetar la diversidad, respetarnos en las diferencias. Porque una sociedad democrática no genera discursos únicos, una sociedad democrática respeta el pensamiento del otro, no lo tolera, lo respeta. No es lo mismo tolerar que respetar, tolerar es algo que uno hace sin ganas y respetar es poner al otro en el lugar que merece, aun cuando las diferencias nos separen ocasionalmente.
Por la unidad, por la igualdad, por el respeto a la diversidad, tal vez sea ahora en este bicentenario que hoy celebra en México, que en Iguala nazca un nuevo plan para la América toda, es el deber que tenemos.
Porque que nuestro continente cambie, no depende otros, depende de nosotros. Y si San Martín tuvo coraje y si Guerrero tuvo coraje, ¿cómo no vamos a tener coraje nosotros?
Venía cruzando la ciudad de Iguala y veía a los habitantes de allí, hombres, mujeres, niñas, hacer flamear la bandera mi patria con la bandera de México. Este México, que fue el lugar de socorro para miles de argentinos que escaparon a la más cruel dictadura que Argentina ha vivido.
Nosotros podemos hacer posible, porque no es un sueño pensar en una América Latina integrada, unida, que luche en conjunto para sacar de la pobreza y de la marginalidad a los millones de compatriotas de la patria grande que están sumidos en ese lugar, y podemos hacerlo.
Y cuando sentimos que no podemos, recordemos a Guerrero, recordemos a Hidalgo, recordemos a San Martín, recordemos a Güemes, recordemos a Belgrano, recordemos a O´Higgins, recordemos a Bolívar, recordemos a Juana Azurduy, recordemos a Artigas, en el Uruguay, y démonos cuenta que se puede, nunca bajemos los brazos.
El Plan de Iguala es un ejemplo de que, en la diversidad, que no es otra cosa que la diversidad de siempre, la diversidad entre el pasado y el presidente. Puede haber un punto de encuentro donde los pueblos se hagan libres y las sociedades más justas.
Gracias, señor presidente, por haberme dejado participar de un bicentenario tan hermoso como este.
¡Viva México!
¡Viva Argentina!
¡Y Viva América Latina!
Muchas gracias.
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