ANABEL HERNÁNDEZ: CONTRACORRIENTE!
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Veredicto contra García Luna, epílogo de mi búsqueda por la verdad
Tras 14 años de investigación periodística, Anabel Hernández acude a la lectura del veredicto del juicio Estados Unidos versus García Luna. Desde Nueva York, la periodista envía la crónica de lo ocurrido.
Es 21 de febrero de 2023, pasan algunos minutos después de la medianoche y, junto con un pequeño grupo de colegas periodistas, me encuentro a las afueras de la Corte de Distrito Este de Nueva York.
En Brooklyn hace un frío que cala los huesos, pero estamos aquí para comenzar a hacer fila y tener un asiento en la sala 8D, donde se reanudarán las deliberaciones del jurado que dará su veredicto del juicio más relevante de la historia sobre el sistema de corrupción mexicano: Estados Unidos versus Genaro García Luna, exsecretario de seguridad pública de México.
Nación colapsada
Hoy es la tercera jornada de deliberaciones de los 12 ciudadanos de Nueva York, en cuyas manos está la decisión, que tendrá un profundo impacto en mi país. Una nación desde hace décadas colapsada por un sistema criminal perverso e impune, en el que narcotraficantes, empresarios, políticos y gobernantes están sentados en la misma mesa, mezclándose a tal punto, que a veces es difícil distinguir la diferencia entre unos y otros. Protegen sus intereses y se protegen entre ellos mientras decenas de miles son asesinados, desaparecidos, o viven bajo la dictadura del crimen.
Han pasado más de treinta días de cuando estuve haciendo fila por primera vez, un no lejano 17 de enero, cuando inició la selección del jurado. Durante las madrugadas que he velado la puerta, he mirado con atención las dos antorchas gigantes esculpidas en bronce que custodian la entrada del palacio de justicia, y me he preguntado cuál es su significado, ¿Qué simbolizan? Hoy me respondo que el proceso para encontrar justicia es una prueba de fuego y el fuego purifica.
Profunda huella
Cada sonido, cada forma me parecen lejanos, un eco que llega a mí. Yo no estoy en la fila, estoy en otro lugar, también estoy pasando por la prueba de ese fuego. El veredicto también dejará una profunda huella en mí. Será el epílogo de más de 14 años de investigación periodística sobre García Luna y su grupo criminal. Inicié cuando él se encontraba en el pináculo del poder y se creía intocable. Lo desafié a él y a su sistema, revelando su corrupción y nexos con el narcotráfico.
Desenmascarar a uno de los cómplices más importantes del Cartel de Sinaloa y el Cartel de los Beltrán Leyva significó poner en riesgo mi vida, la de mi familia, y lo de todo aquello que yo amaba. Mis ojos de periodista y mis años de investigación me revelaron la responsabilidad del exsecretario de estado, pero ¿Qué determinarán los 12 jurados? ¿Podrán ver lo que yo vi? Para muchos, mis investigaciones periodísticas también iban a ser juzgadas.
A las tres de la mañana inicia una lluvia de alfileres. El agua helada hace aún más pesada la espera. Mirando estas monumentales antorchas pienso que, de alguna forma, de algún modo, todo el camino recorrido me había traído hasta aquí, hasta esta puerta, bajo esta lluvia, aún con la interrogante si de algún modo yo también encontraré verdad y justicia.
A la espera del veredicto
A las ocho con cincuenta minutos de la mañana llega a la sala 8D el abogado Cesar De Castro quien encabeza la defensa de García Luna. Hoy trae un traje de un azul eléctrico y una corbata en los mismos tonos que le hace juego. Algunos compañeros periodistas lo saludan, le preguntan sobre cuál espera que sea el veredicto. Se encoge de hombros, como quien no le va la vida en ello: "No lo sé”, dice.
Minutos antes de las nueve, llega vestida de negro y camisa con rayas azules la joven fiscal Saritha Komatireddy, mística, con la larga cabellera color ébano que cae en ondas sobre su espalda. Se ve que ha pasado por el salón de belleza. Hace apenas unos días, el 15 de febrero, cuando dio las conclusiones de la Fiscalía al jurado, estuvo sentada en la primera banca su madre, quien abrazó y besó a su hija en cuanto la vio llegar aquel día. Ahora está sola y toma asiento en el escritorio que corresponde a la Fiscalía, justo en frente del estrado del juez Brian Cogan, quien aún no llega.
De Castro intenta hacerle conversación, pero Komatireddy le responde con desinterés. Se queda absorta clavada en la silla, como quien sabe que este será uno de los exámenes más difíciles en toda su carrera.
A las nueve cuarenta y cinco llega Linda Cristina Pereyra, con su ya tradicional cara inexpresiva, viste de color oscuro con un blazer gris con delgadas líneas color vino, más formal que en otras ocasiones. La acompaña su hija Luna con impermeable amarillo y su hijo Genaro, con chamarra de un verde grisáceo, el chico del jefe policíaco me observa con enojo. Estoy sentada en una banca detrás de ellos destinada a la prensa.
El jurado en privado en algún salón de la corte está deliberando sin que haya alguna expectativa si hoy será el día "D”. Pasan las horas muertas. La sala 8D queda vacía. Al medio día se declara un receso, porque es hora del almuerzo. Las manecillas del reloj redondo, como plato blanco enclavado en la pared, parecen avanzar más lento de lo habitual. No tiene segundero, pero el segundero lo llevo en el pecho. Tic, tac, tic, tac…la espera se hace infinita.
Una pieza clave
Mientras, con un colega periodista, como un pequeño plato de sopa en la inocua cafetería de la Corte, me topo con la mirada incesante de la esposa de García Luna, quien está sentada frente a mí en otra mesa, acompañada de sus hijos y abogados. Me mira como quien encuentra mi presencia como una ofensa.
Es muy posible que este día sea la última vez que me tope con ella cara a cara. La primera vez que supe de su existencia fue cuando leí su nombre en la licencia de construcción de aquella ostentosa y costosa mansión que estaba construyendo García Luna en 2009 en el lujoso fraccionamiento de la Ciudad de México, Jardines en la Montaña. Aunque de acuerdo a los documentos del Registro Público de la Propiedad Linda Cristina Pereyra no era propietaria del inmueble y el único dueño era el jefe policíaco, ella había prestado al marido su nombre para ponerlo como fachada. Como lo había hecho durante años en el pasado y como lo seguiría haciendo consecutivamente por muchos años.
Ella fue una pieza clave que me ayudo a conectar los testimonios documentales y de fuentes directas que señalaban que él trabajaba para el Cartel de Sinaloa, y el enriquecimiento inexplicable de García Luna. Y el papel de ella en el ocultamiento de dinero de García Luna también fue un elemento tomado por la Fiscalía durante el juicio.
Llega el veredicto
Pocos minutos antes de las dos de la tarde vuelven a llamar a la sala 8D. El jurado tiene nuevas preguntas para poder continuar con sus deliberaciones. Quieren que se les proporcionen los testimonios de Jesús "Rey” Zambada García, integrante de la cúpula del Cartel de Sinaloa, hermano de Ismael "El Mayo” Zambada, sobre uno de los cargamentos de cocaína en un submarino.
A la sala entran los marshals que custodian a García Luna y, tras de ellos, el reo vestido con traje oscuro, camisa azul y corbata color vino. Sonríe somo si estuviera en un carnaval, junta las comisuras de los labios y manda besos a su esposa e hijos al igual que ha hecho durante todo el juicio muchas veces de manera posada, como el rol fingido de policía bueno, cuando en realidad trabajaba para los criminales que debía perseguir.
El aula está plena: periodistas, personal del Departamento de Justicia, el equipo de la Fiscalía y el equipo de la defensa. Los abogados se ponen de acuerdo con el juez Cogan, quien entra en la sala, y el secretario del juzgado manda los papeles al jurado.
Poco a poco, un manto de silencio cae sobre la sala, las voces altas se convierten en murmullos. Algo flota en el ambiente. Todo puede suceder.
A las dos y cuarto de la tarde, el juez Cogan señala que la corte entra en receso de nuevo mientras el jurado sigue deliberando.
Bajo a la sala de prensa. De nuevo ese segundero inexistente hace de las suyas, cuando, a las dos de la tarde con treinta y un minutos, a mi correo electrónico llega un mensaje de John Marzulli compuesto de una sola palabra: "veredicto”.
Salgo corriendo, tomo el elevador y entro a la sala 8D y tomo mi asiento en la banca correspondiente. Genaro, el hijo del exjefe policíaco me lanza otra mirada. Yo no era la protagonista de ese juicio, sino su padre.
De Castro ha dejado la cafeína y la sonrisa en algún otro lugar. Basta de blofear, la partida ha terminado. Ya no hay un as bajo la manga ni conejos en la chistera. Pone cara dramática y se lleva la mano a la barbilla, cuando entran de nuevo los marshals con García Luna, quien también entiende que la hora final llegó. Se ve angustiado, con el rostro enrojecido, ojos asustados. Bebe un sorbo de agua, quizá con la esperanza de hacer el trago menos amargo.
"Tenemos un veredicto” dice, con voz ronca, el juez Cogan, vestido con su impecable toga negra y el cuello de una camisa color claro asomándose. El hijo de García Luna traga con dificultad saliva.
A las dos cuarenta y cuatro entran los 12 miembros del jurado titulares y los 6 suplentes. Una mujer de color de personalidad imponente es el jurado número uno, y ella lleva el papel donde está escrito el veredicto. Tiene el cabello atado en una cola de caballo, viste un saco azul que hace un bello contraste con su tono de piel.
Le entregan el veredicto a Cogan. El aire se puede partir con un cuchillo. Mi respiración se detiene. Observo todo con ojos atentos, como quien esta acostumbrada a jugar siempre en desventaja. "Esto en verdad está pasando” me digo a mí misma con un nudo en la garganta. A mi flanco derecho e izquierdo están dos colegas periodistas: Sofía Sánchez y Peniley Ramírez, la solidaridad en el momento crucial se impone ante cualquier cosa.
Rendir cuentas
Cogan lee el veredicto y se lleva el dedo índice izquierdo a los labios. Frunce el cejo y llama a los abogados para una discusión privada ahí al lado del estrado. El equipo de sonido mete un ruido como de radio desintonizado para que nadie pueda escuchar lo que discuten.
Vuelve de nuevo el silencio y el juez se sienta de nuevo en su silla en el estrado por encima del ras del suelo, más alto que todos nosotros. Siento que el latido en mi pecho es tan fuerte, que se podría escuchar hasta el Empire State en Manhattan. Cogan señala que el jurado no ha completado totalmente el formulario de culpabilidad o no culpabilidad el cargo número uno de los cinco que se le imputan al acusado y mandó al jurado a deliberar y a completar su veredicto. Es el cargo más importante: el de empresa criminal continuada.
García Luna se queda de pie. Con el rostro aún más rojo, las cejas hacia arriba que arrugan su frente en signo de preocupación, y se entrecruza las manos adelante, las deja colgando a la altura de la pelvis como quien se ha portado mal y sabe que ha llegado el momento de rendir cuentas.
A los pocos instantes, de nuevo regresa a la sala el secretario anunciando el veredicto. Entran de nuevo los miembros del jurado. El exsecretario de seguridad pública está cabizbajo, el peso de la justicia esta por caer con aplomo sobre sus hombros.
-Jurado número uno, ¿tienen un veredicto unánime? - pregunta Cogan, ceremonioso.
-Sí, su señoría- responde la mujer de blazer azul.
Poco a poco, cargo por cargo, línea por línea Cogan va leyendo el veredicto en el orden que estaba en la foja: "Cargo dos, culpable; cargo tres, culpable; cargo cuatro, culpable; cargo uno, culpable; cargo cinco, culpable”. La voz del juez sonaba como martillo sobre un clavo, reduciendo a García Luna a su verdadera dimensión. Con los pies clavados al piso, el otrora hombre que se creía invencible sabe que lo que le espera es un futuro muy similar al de su socio en el narco, Joaquín Guzmán Loera "El Chapo”, uno de los principales líderes del Cartel de Sinaloa, quien, en esta misma corte, fue declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua.
Estoy ahí y veo y escucho para creer. Si, esto está pasando, justamente está sucediendo luego de catorce años de haber comenzado mis investigaciones. Sobre mi verdugo, el hombre que en 2010 ordenó mi muerte junto con otros policías para silenciarme, finalmente caía el peso de la justicia.
Los marshals se llevan a García Luna a la prisión, echa un último saludo a su familia. Ya no hay besos ni sonrisas, solo una mano que se lleva al pecho con el rostro descompuesto. Antes de salir del palacio de justicia, tendrá que abandonar el traje sastre y volverse a meter el uniforme de reo. Su hija Luna no puede ocultar que se desquebraja y sale apoyándose en su madre, quien la sostiene mientras salen del histórico lugar. Su hijo trata de aguantar estoico, pero hay emociones que lo traicionan, mientras Linda Cristina permanece inmutable, fría, como reina de diamantes en una baraja de póker.
Los periodistas salen corriendo para dar la primicia a sus medios de comunicación. Sale el equipo de la Fiscalía y de la defensa. Se va vaciando el aula. "Ya debe salir”, me indica uno de los guardias, a quien explico que quiero quedarme un momento más. Cinco minutos me indica con la mano.
Son las tres de la tarde y me quedo ahí sentada hasta quedarme totalmente sola, con mis sentimientos encontrados, difíciles de definir, con el agotamiento de quien ha corrido un maratón sin descanso durante 14 años, y con la certeza de quien sabe que hoy ha ganado una batalla, pero hay una guerra contra la corrupción y la impunidad que hay que librar.
Lloro, calladamente, queriéndome aguantar. Salgo con mi libreta y mi pluma en la mano, las dos poderosas armas con las que enfrenté a García Luna, con dignidad y honestidad. Y con las que seguiré encarando a aquellos que formen parte del sistema criminal.(ms)
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