14 oct 2008

Moisés Naím, entrevista

Retrospectiva
Moisés Naím, editor de Foreign Policy en EE UU desvela las graves repercusiones que provocan los agujeros negros geopolíticos creados en la década de los 90 en la sociedad y economía actuales. Su nuevo libro, Ilícito, se publicará en España en marzo de 2006. Ilícito, ¿Cómo el contrabando, los traficantes y la piratería están cambiando el mundo)? Ed. Debate, 2006
Entrevista publicada en 2005 en la revusta Foreign Policy, edición española,
P: ¿Qué trata de decir en Illicit. How Smugglers, Traffickers and Copycats are Hijacking the Global Economy.
Moisés Naím: -Que, en los años 90, el mundo experimentó muchas transformaciones peligrosas que aún no comprendemos del todo. Los cambios tecnológicos y políticos rompieron las barreras con las que los gobiernos controlaban tradicionalmente el tráfico de personas, bienes y dinero a través de sus fronteras, y dieron más poder a quienes se dedicaban al comercio internacional de mercancías ilícitas -ya fueran narcóticos, personas, armas o falsificaciones de artículos de lujo-, al tiempo que debilitaban a los organismos oficiales encargados de contener ese negocio.
FP: -¿Cuáles fueron esos cambios en las políticas y los programas de los gobiernos? ¿Qué consecuencias tuvieron?
MN: -La disminución de las barreras arancelarias hizo más fácil el comercio internacional y fomentó una expansión de los negocios legales que, a su vez, facilitó el crecimiento de los intercambios ilícitos. Se eliminaron los obstáculos a las inversiones extranjeras y las operaciones con divisas, lo cual favoreció el blanqueo de dinero. Los recortes presupuestarios hicieron que se agotaran los recursos oficiales y, con frecuencia, se vieron seguidos de profundas reducciones en los servicios policiales. La democratización y la descentralización de la toma de decisiones, que pasó de las capitales a los gobiernos regionales y locales, contribuyeron a una dispersión general del poder, que hizo que fuera más fácil para los criminales comprar funcionarios y adquirir influencia. La caída de la antigua Unión Soviética permitió también la aparición de un gran número de contrabandistas crueles y sofisticados, que adquirieron experiencia trabajando en sus países de origen y ahora podían globalizarse. Todos estos acontecimientos impulsaron un crecimiento espectacular del comercio ilícito, que está alterando la política y la economía mundiales
FP: ¿En qué sentido?
MN.: A medida que los traficantes veían crecer sus mercados y sus beneficios y se convertían cada vez más en grandes empresas, fueron adoptando las tres reglas que emplean siempre las grandes compañías: diversificarse, politizarse y legitimarse. En primer lugar, se diversificaron en empresas que estuvieran dentro de la ley para reducir el riesgo de que todos sus ingresos procedieran de una sola actividad ilegal; segundo, gastaron vastas sumas de dinero en obtener el apoyo y la protección de políticos y funcionarios, y, tercero, hicieron grandes inversiones en empresas que podían mejorar su reputación, como iglesias, clubes deportivos, arte, obras sociales o medios de comunicación.
FP: ¿Cuáles son las consecuencias de esas estrategias?
MN.: Por ejemplo, la intensa diversificación en negocios legítimos de grupos dedicados a actividades ilegales (como el traficante de personas marroquí que se convierte en magnate inmobiliario en España o el de armas ucranio que es accionista mayoritario de un banco) difumina la línea que tradicionalmente separaba las actividades permitidas de las ilícitas. La estrecha relación entre las redes criminales internacionales y los políticos o funcionarios desdibuja el límite que separa el Estado de las empresas criminales. El resultado es lo que, en el libro, llamo "la criminalización del interés nacional". Es la situación que se produce cuando lo que influye en las decisiones de gobierno son las prioridades y necesidades de las redes comerciales ilícitas, y no las del país.
FP: ¿Qué ejemplo puede poner?
M N.: Durante gran parte de la pasada década, Vladimiro Montesinos fue jefe de la policía de seguridad de Perú, que colaboraba estrechamente con la CIA y la DEA (la agencia antidroga estadounidense), y, al mismo tiempo, encabezó una gran red dedicada al tráfico de estupefacientes y armas y al blanqueo de dinero. Asimismo, muchas decisiones actuales en Rusia o China sólo pueden entenderse si se tiene en cuenta la enorme influencia que han adquirido los traficantes en las más altas instancias de gobierno.
FP: ¿Qué dimensión tienen esos mercados ilegales?
MN.: Las cifras son espectaculares. En todo el mundo, entre 1992 y 2002, las incautaciones de droga -una forma indirecta e imperfecta de medir el narcotráfico- crecieron, como media, un 2,5% (cocaína), un 19% (anfetaminas) y un 27% (éxtasis) por año. El número de aprehensiones de 1990 (300.000) no es nada al lado del total alcanzado en 2001 (1,4 millones). También ha aumentado el número de consumidores de droga, y el volumen total del tráfico ha pasado de unos 400.000 millones de dólares (unos 330.000 millones de euros) en 1990 al doble, o más, en la actualidad.
El valor anual de las falsificaciones oscila entre 400.000 y 600.000 millones de dólares. Hace 15 años era una industria que prácticamente no existía. La venta ilícita de armas representa otros 10.000 millones de dólares. Lo mismo ocurre con el comercio transfronterizo de personas (aunque hay que tener en cuenta que muchas más son víctimas del tráfico dentro de su país). El valor de las obras de arte robadas cada año asciende, según Interpol, a 3.000 millones de dólares. Pero la cifra que más llama la atención es la explosión del blanqueo de dinero, que nos permite hacernos una idea del volumen total que tiene la economía ilícita en el mundo. El lavado de dinero se ha multiplicado al menos por 10 desde 1990 y hoy representa, según cálculos del FMI, entre 1 billón y 1,5 billones de dólares. Si pensamos que el comercio mundial legítimo casi se duplicó en ese mismo periodo, de unos cinco a unos diez billones de dólares, es fácil ver la importancia, la dimensión y la expansión del negocio ilegal mundial. Y, en el mejor de los casos, no existe nadie con credibilidad que afirme que ha disminuido.
FP: ¿Qué tipos de tráfico aborda en el libro?
M. N.: Examino los cinco mercados ilegales de más volumen: narcóticos, armas, personas, falsificaciones y dinero. También dedico un capítulo a otros más pequeños que son interesantes porque están creciendo con gran rapidez: el comercio de órganos humanos, el de residuos industriales, el de especies en peligro de extinción -tanto flora como fauna- y el de obras de arte y objetos arqueológicos robados.
FP: ¿Hubo algún momento clave que le impresionó especialmente y le impulsara a escribir Ilícito?
MN.: Varios. Uno fue la conversación que mantuve en Milán con un vendedor callejero de bolsos de Prada, falsos pero casi perfectos, a pocas manzanas de la verdadera tienda de la marca, en la que costaban 60 veces más. Era camerunés y había llegado a Italia unos meses antes. Al cabo de un rato me contó su historia, me explicó que le habían introducido en el país en un barco destartalado desde Libia. Dos días después, en Manhattan, vi el mismo bolso y entablé conversación con el vendedor, que era un inmigrante ilegal de Malaui. La misma edad, la misma historia, las mismas experiencias e incluso el mismo bolso de Prada. Y en Zúrich (Suiza) conocí a un banquero especializado en administrar el dinero de clientes "de patrimonio neto elevado". Le pregunté: "Si alguien le pide que le administre, por ejemplo, 50 millones de dólares, ¿le resulta mucho más difícil ahora ayudar a esa persona a esconderlos que hace 10 años?" Él sonrió: "La gran diferencia es que ahora cobro más".
FP: Abdul Qader Jan es el primer gran ejemplo que ofrece en su libro para ilustrar el alcance y la extensión mundial de las actividades ilícitas. ¿Por qué?
MN.: Mientras el mundo observaba, fascinado, cómo Estados Unidos atacaba Irak por unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron, el ingeniero Jan, al que se considera el padre de la bomba atómica paquistaní, hacía contrabando con tecnología nuclear y contribuía al peligro de la proliferación. Desarrolló una compleja red de proveedores de máquinas, herramientas, ingenieros, montaje mecánico y operaciones que ponía la tecnología de fabricación de una bomba atómica al alcance de cualquiera que pudiera pagarla. Tenía actividades financieras en Dubai (Emiratos Árabes Unidos), socios surafricanos y plantas de fabricación en Malaisia. Y, por supuesto, él también usaba bancos suizos.
FP: Cuando usted le preguntó al presidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA si los gobiernos podrían sellar las fronteras para combatir el tráfico ilícito, él le dijo: "No se puede hacer". ¿Está de acuerdo?
MN.: Sí. Todas las fronteras tienen filtraciones. Hasta en un país tan cerrado y represivo como Corea del Norte, existe un abundante tráfico de mujeres, drogas, especies en peligro y todo tipo de mercancías.
FP.: Una de las conclusiones centrales de su libro es que en el mundo se está produciendo un nuevo choque, uno que está pasando inadvertido.
M. N.: Sí. Ya no se trata del viejo enfrentamiento entre el Este y Occidente ni entre un Norte rico y un Sur pobre. Y aún menos de la oposición que algunos ven hoy entre las culturas judeocristiana e islámica. Estamos ante algo nuevo, la colisión entre puntos de luz y agujeros negros en geopolítica.
FP.: ¿Qué son esos agujeros negros geopolíticos?
MN.: En astrofísica, los agujeros negros son áreas del universo en las que las leyes tradicionales de la física pierden validez. En el libro ofrezco numerosos ejemplos de situaciones y regiones en las que las formas clásicas de pensar sobre la política mundial y las relaciones internacionales tampoco valen. En muchos e importantes aspectos, son agujeros negros geopolíticos, y son los lugares en los que las redes de tráfico ilícito viven y prosperan.
FP.: ¿Qué significa que los conceptos geopolíticos habituales están suspendidos?
MN.: El pensamiento tradicional parte de que un Estado-nación tiene un Gobierno único y soberano, con autoridad exclusiva sobre una jurisdicción definida espacialmente. El Gobierno tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia en su territorio y ejerce autoridad sobre la población. Además, es la organización con más recursos y la única con capacidad de entablar relaciones políticas y diplomáticas formales con otros Estados-nación. Ninguno de estos criterios vale dentro de los agujeros negros geopolíticos. Varias autoridades ejercen el control de un mismo territorio. En esas áreas los traficantes de mercancías ilícitas, conectados a grandes redes internacionales, desempeñan un papel crucial en los asuntos económicos, políticos y militares. Con frecuencia son más ricos, están mejor armados y mejor organizados, y poseen más influencia social y política que el gobierno central. Muchas veces, sus contactos internacionales -incluso a escala política- son mejores y más eficaces que los de las autoridades.
FP: ¿Por qué?
MN.: Los representantes del gobierno central pueden controlar los hospitales, las escuelas y otros aspectos de la vida civil, pero las redes de traficantes controlan la producción, la protección armada y la distribución internacional de cualquier cosa que posea la región, y que alcance precios elevados en los mercados mundiales -opio, armas, personas-, y tienen los medios de coacción -armas y mercenarios- para defender sus actividades frente a las amenazas (gobiernos) o los depredadores (las redes rivales).
FP: ¿Qué ejemplos hay de agujeros negros?
M N.: La situación en algunas zonas de Colombia, Rusia, Afganistán, México, Laos y numerosos lugares de África y Asia encaja con la definición. Los agujeros negros pueden ser regiones sin ley -es decir, anárquicas- dentro de un país, como ocurre con el Transdniéster en Moldavia, el corazón montañoso de Córcega o los Estados mexicanos que constituyen la frontera con EE UU. Pueden ser regiones fronterizas que abarcan países vecinos, como el Triángulo de Oro del sureste asiático o la Triple Frontera de Paraguay, Brasil y Argentina. Pueden ser cadenas de barrios y pueblos como las comunidades libanesas repartidas por las capitales de África occidental. Y son, cada vez más, un espacio incorpóreo en Internet. El hecho de que sea difícil o imposible localizarlos en un mapa no quiere decir que no existan.
FP: Estos agujeros negros son remotos desde el punto de vista geográfico, pero están bien conectados internacionalmente.
M N.: Exacto. Un factor crucial que confiere a los agujeros negros gran parte de su fuerza es su capacidad de conexión especializada con lo que en el libro llamo puntos de luz. Una región remota, primitiva y mal gobernada -o no gobernada- no es un agujero negro geopolítico si no es capaz de irradiar amenazas a lugares muy lejanos. Las selvas colombianas pueden ser remotas e inaccesibles, pero su producción de cocaína llega a las calles de Miami en cuestión de días. En Afganistán, hoy, los cultivadores de opio están organizados de forma más eficaz que el Gobierno. Mientras el presidente Karzai se queja de que no puede obtener suficiente ayuda internacional, las redes de tráfico de opiaceos se las arreglan para distribuir la droga en las calles de Londres o de París en 48 horas.
FP: Pero dice que los agujeros negros pueden existir también en países como España u otras naciones avanzadas.
MN.: Doy el ejemplo de la Costa del Sol española, a veces apodada "Costa del Crimen" porque se ha convertido en un lugar que emplean traficantes de todo tipo -rusos, centroeuropeos, africanos, colombianos y mexicanos-, como centro de operaciones y coordinación. Un informe reciente mostraba que en España actúan 550 grandes grupos criminales, la mitad de ellos extranjeros. El ministro español del Interior ha dicho que la delincuencia organizada es "una amenaza tan grave para la seguridad de España como el terrorismo islámico". Y eso, en un país considerado uno de los principales refugios de ese tipo de terroristas en Europa, y víctima de un atentado de masas en 2004.
FP: ¿Y cuáles son los puntos de luz que están en colisión con los agujeros negros?
M N.: Lo que diferencia a las dos categorías no es que actúen o no redes ilícitas. Actúan en todas partes. La diferencia radica en si, en un contexto dado, existe o no suficiente capacidad cívica y estatal para contrarrestarlas. Los puntos de luz son lugares en los que existen gobiernos eficaces, ciudadanos comprometidos y comunidades fuertes, económicamente viables y políticamente activas. Sitios en los que la gente respeta a los jueces, a la policía y al gobierno en general, y una gran mayoría está dispuesta a vivir y acatar las leyes. El problema es que, cuantas más áreas de ese tipo existen, más atractivo resulta para los agujeros negros inundarlas de mercancías ilícitas.
FP: ¿Qué quiere decir?
M N.: Cuanto más luminoso es el punto de luz, más atractivo y lucrativo es para las redes que operan desde los agujeros negros hallar formas de hacerle llegar sus productos y servicios. El tráfico ilícito está determinado, en definitiva, por las diferencias de precios: la madera para suelos que es mucho más cara en Los Ángeles que en Indonesia, las hojas de coca que es posible procesar y vender en Miami por 100 veces lo que cuesta comprarlas en Bolivia, los trabajadores cameruneses que ganan en Londres lo que nunca habrían podido soñar en su país. Cuanto más luminoso es el punto de luz, más alto puede ser el precio de esos objetos ilícitos. Cuanto más oscuro es el agujero, más desesperados están sus habitantes por vender sus bienes, sus mentes, su trabajo e incluso su cuerpo a los traficantes.
FP: ¿Pueden hacer algo los gobiernos?
MN.: Sí, mucho. En parte, se trata de hacer cosas nuevas y, en parte, de hacerlas de otra manera.
FP: ¿Cuáles son esos métodos nuevos?
MN.: Lo bueno es que ya se cuenta con la ayuda de nuevas y potentes tecnologías, desde la vigilancia por vídeo hasta los sensores de drogas y explosivos o las tecnologías de extracción de datos. Pero la tecnología no basta. Son precisos usuarios competentes de esas nuevas herramientas, y eso significa mejorar la eficacia de los gobiernos en ese ámbito.
FP: ¿Y qué propone para mejorar esa eficacia gubernamental?
MN.: Varias cosas. Primero, desfragmentar los gobiernos y, segundo, desahogarlos. En la mayoría de los países, un organismo se encarga de luchar contra las drogas, otro contra las falsificaciones, otro contra el blanqueo de dinero, otro contra el tráfico de personas, y así sucesivamente. Es preciso aunar todos esos esfuerzos bajo un mismo techo. Además, está claro, en mi opinión, que hay que despenalizar algunas de esas actividades ilícitas; que, en vez de prohibición, necesitamos reglamentación. No estoy sugiriendo que se legalice el tráfico de niños, o de armas de destrucción masiva o de alguna otra cosa horrible. Pero estoy convencido de que los gobiernos pueden rendir mejor servicio a la sociedad si eliminan la prohibición de la marihuana o buscan formas más realistas y honradas de tratar a los trabajadores extranjeros.
FP: ¿Pueden hacer algo las personas corrientes?
M. N.: Por cada criminal que vende, hay un ciudadano que compra. La gente tiene que enterarse de que estas cosas afectan a su propia familia, a su comunidad y a su ciudad.

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