Generaciones de izquierda/Enrique Krauze
Reforma, 1 noviembre 2009.- La "Generación fundadora" de nuestra izquierda moderna (nacida entre 1890 y 1905) tuvo un epónimo indiscutible: Vicente Lombardo Toledano (1894-1968). Su biografía ilustra las posibilidades y límites que la Revolución Mexicana impuso al pensamiento y acción socialistas. Lombardo fue un intelectual que derivó al sindicalismo. A la izquierda de esa izquierda sindical sólo estaba la opción comunista, que una minoría abrazó tras la crisis del 29. Pero en los años treinta, con el ascenso del fascismo y de la política de los Frentes Populares dictada por la URSS, la vía armada de la Revolución Proletaria cedió su sitio a una cooperación con las clases medias que en México tuvo su momento estelar con Cárdenas. Era absurdo colocarse a la izquierda de un régimen que repartía la tierra, alentaba el sindicalismo y nacionalizaba el petróleo. El costo de esa cooperación fue la cooptación: a pesar de fundar (con Narciso Bassols) el Partido Popular Socialista, la corriente de Lombardo Toledano, con todos sus méritos, no rebasó el horizonte cardenista ni aportó un ideario original al pensamiento social mexicano.
La "Generación consolidadora" (1905-1920) vivió con intensidad los fragorosos treinta y por ello se bifurcó en dos ramas: la institucional (representada por los discípulos de Lombardo y Bassols como los abogados Alejandro Carrillo, Víctor Manuel Villaseñor, Ricardo J. Zevada) y la intelectual, representada entre otros por José Revueltas y, durante los años treinta y parte de los cuarenta, por su coetáneo y amigo Octavio Paz. Nostálgica de la violencia anarquista de Flores Magón, enamorada de los prototipos de la literatura rusa, mucho más orientada al pensamiento marxista y a la eventual acción revolucionaria, estos hombres vivieron en sus límites, con lucidez autocrítica y arrojo moral, las contradicciones y predicamentos que el stalinismo impuso al proyecto socialista. Su incidencia política en esos años fue casi nula; su aportación literaria, artística e intelectual sería inmensa.
El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 llegó justo a tiempo para que la "Generación crítica" (nacida entre 1920 y 1935) la festejara como propia, adoptara religiosamente sus paradigmas y condenara al desván a la vieja Revolución Mexicana. La espina dorsal de esta generación fue intelectual y puede estudiarse con provecho en varias publicaciones de los años sesenta, en particular las revistas Política y El Espectador. Sin vínculos directos ya con el mundo sindical, influidos sobre todo por el pensamiento de Sartre, los jóvenes críticos introdujeron el marxismo a la UNAM y crearon con Arnaldo Orfila -el gran editor de la Generación fundadora- la paradigmática Editorial Siglo XXI. Si bien eran partidarios de la Revolución Cubana, su proyecto para México consistía en una profundización del nacionalismo revolucionario. Entre sus miembros más distinguidos estaban (están aún) Luis Villoro, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Pablo González Casanova y Enrique González Pedrero. Un personaje atípico fue Heberto Castillo. Aunque estuvo presente en la Conferencia Tricontinental de 1967 en Cuba creyó, como su mentor Bassols, que la izquierda podía y debía optar por la vía de la democracia e integrar todas sus sectas y tribus en un partido moderno. Ligado a Heberto, un personaje central de esta generación comenzaría a brillar por su temple crítico desde los años sesenta: el periodista Julio Scherer.
Todo ciclo generacional se cierra con una generación de ruptura. Ése fue justamente el signo de la generación estudiantil nacida entre 1935 y 1950, la llamada "Generación del 68". Aunque en aquel movimiento hubo tendencias de todo tipo (desde las puramente liberales hasta las revolucionarias) quienes lo vivimos reconocemos con orgullo su filiación de izquierda. El problema entonces (y ahora) estaba en la interpretación de la palabra "ruptura". Había que romper, sin duda alguna, con el régimen autoritario, pero de allí ¿hacia dónde? Luego de Tlaltelolco, unos voltearon al ejemplo del Che y perdieron o malograron sus vidas. Otros, presos por el régimen, siguieron la intuición de Heberto Castillo y comenzaron a tomar en serio la vía democrática que varios años más tarde (con el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas) confirmó ser la única sensata. De las cuatro generaciones del ciclo, sólo la del "68" fue propiamente trágica entre otras cosas por la falta de un reconocimiento público a su aporte en favor de nuestras libertades.
Mientras que la "Generación del 68" maduraba las opciones que le quedaban, Echeverría y López Portillo integraron a casi toda la "Generación crítica" al poder. En los años ochenta, un sector de los "críticos" se vinculó con los del "68" y formó la sucesión de partidos que en 1989 se consolidó en el PRD. Con el triunfo de Cárdenas en 1997 se sellaba un ciclo victorioso, pero para entonces una nueva y extraña generación (nacida entre 1950 y 1965) había entrado al escenario.
Llamémosle la "Generación del Post 68". Lo es por su fijación con la mitología de ese año. Su misión no era ya romper un orden ya roto sino construir uno nuevo, concebir ideas frescas para las mayorías del país. No lo hizo, y ha dejado pasar años sin intentarlo. A esta generación pertenece el Subcomandante Marcos (cuyo mito revolucionario sedujo a casi todos sus coetáneos y a no pocos de sus predecesores). A esta generación pertenece también López Obrador, cuyo horizonte político y vital, aunque pacífico, participa de todo el romanticismo nacionalista de las generaciones anteriores y parece anclado en paradigmas ideológicos de los años treinta o incluso del echeverrismo. Y a esta generación pertenecen buena parte de los líderes ideológicos, académicos, periodísticos y políticos de la izquierda actual.
La "Generación del Post 68" ya no se cuece al primer hervor. Su edad promedio es cincuenta años. Debió ser innovadora pero entre todas es la más conservadora. Y lo seguirá siendo mientras se niegue a ejercer la crítica de las revoluciones que aún apoya, mientras piense en términos doctrinales y no prácticos, y mientras no encuentre la filiación liberal que la izquierda, toda la izquierda, perdió en el siglo XX.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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