15 feb 2010

El PAN quiere ser oposición

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Excélsior, 15 de febrero de 2010
El PAN quiere ser oposición
La reunión del Consejo Nacional panista realizada el sábado suscribió por unanimidad la política de alianzas de ese partido con el PRD en los diferentes estados en donde habrá elecciones y lo subrayó diciendo que las mismas “cumplen con la mejor tradición democrática del partido, dan seguimiento a nuestro plan de acción y son parte de la lucha por la democratización total que queremos para México”. El documento lo leyó el consejero Javier Corral, uno de los más entusiastas impulsores de esas alianzas, un dirigente que no ha estado cómodo con la posición de los gobiernos panistas ni con Fox ni con Calderón.
El PAN está demostrando, una vez más, que se siente cómodo siendo un partido de oposición. Nunca le ha gustado ni se ha sentido cómodo estando en el poder, no sabe cómo actuar desde ese lugar: no ha sabido hacerlo en los estados, donde gobierna entidades desde hace ya veinte años, y menos ha sabido actuar, como un partido en el poder, desde la Presidencia de la República, donde llevan ya una década. El periodo es demasiado largo como para entenderlo como una forma de aprendizaje. Se trata de algo más profundo: está en la genética antipriista del panismo, que no ha podido trascender ese sentimiento.
En estos días se ha recordado la frase, que no es de Calderón sino de don Luis H. Álvarez, de que los panistas debían tener cuidado de que ganando el poder no fueran a perder el partido, pero en realidad lo que ha sucedido es que no han logrado consolidar sus estructuras de poder porque no han sabido ser ni actuar como un partido en el poder. Como dice la declaración leída por Corral, las consignas siguen siendo las mismas de los años 80 o principios de los 90: la lucha por la democratización “total” del país, sus “tradiciones democráticas”, un plan de acción que no se conoce. Y estaría bien para el discurso del perredismo, que apenas cuenta hoy con 12% de los votos, pero no en el caso de un partido que gobierna el país desde hace una década.
Al panismo obviamente le debe interesar conservar el poder en 2012, pero no parece comprender que para hacerlo depende, no de estas alianzas, sino de su labor de gobierno. La gente, en las próximas elecciones presidenciales, no va a evaluar sus estrategias electorales, menos aún cuando resultan tan confusas como las que ha seguido en los últimos tiempos, sino la labor de la administración de Calderón. Y la gente quiere que haya una mejora en la economía, más empleos, que mejore el nivel de vida, y para eso se necesita una reforma fiscal, una laboral, una energética y, si se quiere, aunque no está en el centro del interés social, una reforma política. Y eso tendría que ser la agenda y el plan de acción del PAN, en ello tendría que concentrarse la lucha por la “democratización total” del país.
No lo entienden como tal, se sienten frustrados porque no han podido sacar adelante sus agendas en estos diez años y seguramente buena parte de ello es responsabilidad del priismo, que ha frenado muchas reformas, aun cuando también del PRD (con el que ahora se alían), que no ha participado en ninguna de las de carácter estructural que ha impulsado Acción Nacional. Y mucho más de administraciones que no han sabido o podido utilizar la fuerza que tiene la institución presidencial, aunque no posea mayoría parlamentaria, para sacar su correspondiente agenda adelante, aunque sea con limitaciones.
Ahora, con las alianzas, se insiste en una lógica que empobrece la plataforma de Acción Nacional. La empobrece porque, en vez de mostrarle con un perfil más definido de gobierno, aparece como un partido de oposición al PRI, igual que si éste siguiera en el poder. O como una forma de emitir el mensaje de que en realidad no pueden hacer las cosas porque el priismo no se los permite. En los hechos, es la misma línea que se ha llevado desde el sexenio anterior y que tuvo su máxima expresión en las elecciones de julio, sin comprender que, de estos diez años en el poder, el más exitoso fue 2007, cuando lograron destrabar la agenda legislativa, reafirmarse en el poder y prácticamente acabar con el fantasma de López Obrador, al asumirse como partido en poder, acotado, es cierto, por la realidad y las oposiciones, pero como un partido que quería y ejercía el poder. Sin embargo, desde entonces, desde que Juan Camilo Mouriño dejó la Oficina de la Presidencia para irse a Gobernación, esa lógica se fue perdiendo. Y quizás el choque con Gómez Mont se debe a una razón sencilla: el sucesor de Mouriño es más un hombre de poder que de partido.

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